viernes, 1 de septiembre de 2017

¿Para qué sirve perdonar?

Apaciguar la ira tras el daño recibido, eliminar la sed de venganza, supone restablecer el equilibrio y ser libre para siempre respecto al hecho o persona que nos ha herido.

ESTE PASADO mes de enero tuve el privilegio de conocer personalmente a Irene Villa. Ambos estábamos invitados como conferenciantes en un evento empresarial en Sevilla. Tenía muchas ganas de escuchar su ponencia, el testimonio y el espíritu de superación de una víctima de un atentado de ETA en 1991.

Irene tenía entonces 12 años. Perdió las dos piernas. Salvó la vida gracias a la intervención de los médicos. Pero quedaría inválida para el resto de su vida. Su madre también sobrevivió. Perdió un brazo y una de sus extremidades inferiores.

Irene explicó en su conferencia que la primera vez; que se reunió con su madre, semanas después del atentado, esta entró en la habitación de su hospital, cerró la puerta y le dijo: “Irene, tenemos dos opciones. Anclarnos en lo que nos ha sucedido y amargarnos el resto de nuestra vida, o bien perdonar, mirar adelante y vivir plenamente de acuerdo a nuestras capacidades”.

Veintiséis años después, Irene Villa es una mujer con un currículo impresionante: tres carreras (psicología, humanidades y comunicación audiovisual); autora de varios libros y articulista; deportista de élite, ha practicado el esquí profesional, el submarinismo, la esgrima, entre muchos otros deportes; es creadora de una fundación que lleva su nombre y que busca ayudar a todo tipo de disminuidos físicos y psíquicos. Casada y madre de tres hijos. Sus logros no están al alcance de cualquiera, incluso en plena integridad física.

Al final de su ponencia, uno de los asistentes le preguntó si de verdad había perdonado a los terroristas. Su respuesta no ha dejado de perseguirme porque dio una aproximación y perspectiva del perdón totalmente nueva para mí, y que, con su permiso, comparto aquí.

Ella respondió que, por supuesto, el perdón era absoluto. Y explicó que perdonar significaba romper el vínculo con quien te ha hecho daño. Mientras hay rencor y dolor, estás ligado al delincuente; este ha logrado su objetivo: hacerte daño y que ese daño permanezca. Por el contrario, si perdonas, te liberas de esa persona para siempre. El vínculo desaparece y eres totalmente libre.

Es una respuesta profunda y trascendental de la que se derivan diferentes conclusiones y lecturas que pueden ayudarnos en muchos ámbitos. El primer mensaje. Perdonar no necesariamente significa reconciliarse con la persona que te ha hecho daño, hacerse su amigo o establecer una relación. No. En absoluto. Perdonar no entraña relación. Este aspecto es muy importante.

Perdonar significa apaciguar la ira interior que queda tras el daño recibido. Eliminar la sed de venganza, de dolor ajeno, supone restablecer el equilibrio y la justicia con el lado contrario de la moneda del mal. Perdonar no es olvidar los hechos, ni negar la realidad; no es humillarse ante el otro; es aceptar y reequilibrar los sentimientos a través del polo opuesto de quien te ha hecho daño. Tan fácil. Tan difícil.

Aquel que se venga de sus enemigos accede a un minuto de ira, pero a toda una vida de dolor; mientras que quien perdona se beneficia de toda una vida de paz interior. Perdonar es apagar, para siempre, la ira interior.

Es a partir de tal liberación que uno puede enfrentarse a su futuro partir de tal liberación que uno puede enfrentarse a su futuro con total independencia y libertad. Si quien ha sufrido la ofensa o el ataque se queda anclado en el odio difícilmente va a tener la paz de espíritu, la concentración y la disposición a realizar cualquier proyecto de futuro. A esa persona le estaría quemando la amargura y ansia de venganza y no conseguiría nada. Todos los logros e hitos de alguien a quien se ha infligido un gran dolor son la demostración de su perdón.

Lo mismo puede aplicarse a uno mismo. Haciendo una analogía, si no nos perdonamos a nosotros mismos, tampoco nos desembarazamos del vínculo con los hechos o errores cometidos, sean estos cuales sean. Y reincidimos en nuestros errores. Perdonarse es romper el ­vínculo con el propio pasado que deseamos desdeñar. No puede liderarse la propia vida si no nos perdonamos cualquier cosa que haga que la angustia no se esfume.

Este es un mensaje muy necesario en otros ámbitos de la vida menos traumáticos, como en el profesional. ¡Cuántos líderes y superiores gestionan a sus subordinados desde la rabia, la ira, el sometimiento y la negatividad! Son víctimas de su incapacidad para perdonar. De disculparse a sí mismos y a quienes en su entorno profesional los han engañado o hecho daño en el pasado. Los superiores que actúan con maldad, utilizando la presión sistemática, la amenaza o el estrés como modos de imponer su fuerza son personas llenas de ira; gente incapaz de perdonar ni perdonarse. Acumulan demasiado pesar, venganzas pendientes, ansia de dolor ajeno. En cambio, los grandes líderes son gente que sabe liberarse de culpas y agravios. El liderazgo solo es posible, respecto a los demás y a la propia vida, cuando uno puede mirar hacia el futuro con la experiencia pero sin la ira del pasado.

En resumen, solo se accede al proyecto vital, a la libertad y a la autorrealización desde el perdón. No es necesario sufrir un atentado terrorista, un maltrato o un grandísimo daño para poner en práctica esta actitud; todos sufrimos pequeños “atentados” cotidianos. Aprendiendo a perdonarlos contribuimos a un mundo mejor. Esa es, de hecho, la función del perdón.

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/saber-perdonar/

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