domingo, 1 de octubre de 2017

A PROPÓSITO DE LA PROSTITUCIÓN

Beatriz Vicente Yubero

La prostitución, ¿expresión de la libertad sexual? ¿Un trabajo como otro cualquiera? o ¿una forma de esclavitud? Según una anónima feminista la prostitución es la forma de violencia más antigua.

Ante todo me presento, soy una estudiante de trabajo social que acaba de terminar las prácticas curriculares en una asociación que trabaja con mujeres prostituidas. Con ello simplemente quiero presentar mi opinión sobre este tema desde un punto de vista más cercano.

El debate es siempre el mismo, defender o no el hecho de si la prostitución, siempre y cuando sea voluntaria, puede llegar a ser un trabajo, y por ello el derecho a que quienes quieran ejercerla tengan una seguridad legal. Con todo ello el objeto del problema es la persona que ejerce la prostitución, dejando a un lado a quién la demanda o se lucra de ella. Pero, y si no hubiese clientes ¿habría existido alguna vez la prostitución?

Pues bien, según las organizaciones que trabajan con este colectivo afirman que el 90% de las personas que la ejercen son mujeres, el 3% hombres y el 7% transexuales. Así como que más del 95% de los demandantes son hombres.

Antiguamente la prostitución se veía como una necesidad “natural” para el hombre, para cubrir las necesidades que en casa o en su vida normal no saciaba. Un argumento absurdo, basado en su victimización.

El sexo es algo natural tanto para el hombre como para la mujer, pero a diferencia de otros animales no es ninguna necesidad de urgencia en donde se requiera comprar un servicio sexual.

El hecho de que exista la prostitución ya es una manifestación del control patriarcal que ha existido siempre. El cuerpo de la mujer pasa a ser un producto de uso y disfrute al comprador de turno.

Aún así, cuando se habla sobre ello, siempre argumentamos el estar a favor o en contra basándonos en ellas, y no en ellos. El cliente pasa a ser un personaje aparte en estas historias reales, un pobre hombre que sólo quiere pasar un buen rato.

Por otro lado la prostitución pasa a ser un negocio, en donde una persona ajena, se lucra de todo ello a su antojo.

Desde mi pequeña experiencia trabajando con estas mujeres en donde han compartido su vivencia personal conmigo he podido conocer una mínima parte de cómo les hace sentir este hecho.

Una chica me contaba: el cliente va y elige a la chica según la nacionalidad, la edad, el color de pelo o incluso de si tiene vellos púbicos o no, como si de un menú de restaurante se tratase.

También casos en donde les da igual ya el hecho de consumar o no, simplemente van por el gusto de tener el poder y con su dinero ejercer su posición de superioridad. Es decir, la prostitución vista como un ejercicio de poder y sumisión sobre una persona.

“Pero es que ellas están ahí libremente”, argumento defendido por muchos.

Ahora bien ¿de verdad se puede decir que estas chicas tienen algún tipo de libertad?

Estamos hablando de chicas que su cuerpo pasa a ser comprado, un cuerpo que ante todo va unido a una personalidad. Chicas que aunque estén ahí por su propia voluntad lo están por sumisión al dinero que les hace falta para vivir. Chicas que en la mayoría de los casos están ahí controladas por un jefe que es quien se lucra realmente.

Es decir, chicas que acaban siendo esclavas de los hombres y del dinero.

Entonces si regulásemos la prostitución ¿no estaríamos normalizando una situación más de violencia machista? En mi opinión, sí.

Estaríamos reflejando que es algo natural reducir a una mujer a un servicio sexual. Daríamos pie a que esos negocios de prostitución sigan lucrándose a base de la sumisión de una mujer.

Pasaría a ser una opción normal de trabajo para aquellas personas que no tengan unas oportunidades laborales “normales”. Se dejaría de remover las causas y las condiciones sociales de este ejercicio.

Nuestros hijos aprenderían a que pueden elegir a la mujer más guapa en un menú de degustación.

La prostitución ha existido siempre sí, pero también la esclavitud, las guerras, la tortura, la pobreza... y no por ello hay que aceptarlo sin más, sino que hay que intentar que desaparezcan.

Ya es hora de que todos adjuremos de ese discurso barato de defensa de la igualdad y entre todos tomemos conciencia y trabajemos para que algún día nadie tenga que escribir sobre todo esto.

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