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domingo, 5 de marzo de 2023

El año en el que la palabra Paz desapareció del diccionario

«La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza»» (1984, George Orwell)

Lo que me parece más destacable de este último año de invasión de Ucrania y de guerra es que los responsables políticos de las grandes potencias hayan hecho suya una de las tres consignas que se encontraban escritas en la fachada del Ministerio de la Verdad de la novela 1984 de George Orwell: «La guerra es la paz».

No lo digo yo, ni lo digo retóricamente. En un reportaje publicado en Financial Times el pasado día 3 se decía que una gran parte del público alemán ha comenzado a comprender que «el pacifismo no siempre equivale a la paz«.

Lo mismo ha ocurrido cuando alguien tan increíblemente transustanciado en esta coyuntura como el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, decía a la opinión pública que la censura de medios de comunicación que no defienden su posición es la forma de garantizar la libertad de expresión, dando así por cierto que los que defienden la suya ni mienten, ni manipulan.

Como escribió Eduardo Galeano en Patas arriba, «el arte de engañar al prójimo, que los estafadores practican cazando incautos por las calles, llega a lo sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento».

Incluso dejando a un lado que la invasión tuvo antecedentes que no es honesto olvidar (las provocaciones de Ucrania, la estrategia engañosa, agresiva y amenazadora de la OTAN, los actos terroristas previos…) y asumiendo al mismo tiempo que constituye un acto criminal injustificable, porque lo es cualquier violación de la integridad de un Estado soberano, lo cierto y lamentable es que las grandes potencias no han ofrecido otra alternativa como solución que la escalada militar. Y, además, que esta escalada no ha producido más efecto que el que cabía esperar: prolongación y endurecimiento de la guerra, sufrimiento en aumento y, eso sí, incremento del negocio armamentístico.

El ex primer ministro israelí Naftali Bennett lo reconoció hace unos días al desvelar que Estados Unidos y sus aliados occidentales “bloquearon” sus esfuerzos de mediación entre Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra en marzo de 2022.

Los dirigentes de las potencias occidentales no han manifestado en ninguna ocasión que la negociación y el diálogo, la apuesta por la paz, sean el camino. Han asumido, por el contrario, la estrategia de Publio Flavio Vegecio: si quieres la paz, prepara la guerra. Una alternativa reaccionaria, mutuamente destructiva y falsa porque, como ha dicho con toda la razón Federico Mayor Zaragoza, lo que hay que preparar si se quiere la paz no es la guerra, sino la palabra.

La apuesta por la escalada militar por parte de Estados Unidos e Inglaterra es incluso comprensible. Dada su historia de doble moral, no engañan a nadie.

El Reino Unido ha planeado o ejecutado más de 40 intentos de destituir gobiernos extranjeros en 27 países desde el final de la Segunda Guerra Mundial, llevando a cabo intervenciones militares encubiertas o abiertas y asesinatos. Y Estados Unidos ha realizado 392 intervenciones militares desde su fundación en 1776, la mitad de ellas entre 1950 y 2019 y la cuarta parte una vez acabada la Guerra Fría.

Pero ¿cómo ha podido la Unión Europea dejarse llevar a una estrategia que hipoteca, quien sabe si para siempre, el anhelo de paz y seguridad que le dio origen y que descarga sobre ella sus mayores costes y perjuicios? ¿Cómo puede olvidar el pueblo alemán su compromiso del «Nunca más» y aceptar que su economía se militarice? ¿Cómo pueden aceptar los dirigentes europeos como buenos socios y aliados a quienes sabotean con un acto terrorista la infraestructura de su principal potencia? ¿Dónde está su dignidad cuando se ponen sin más al servicio de quienes no tuvieron pudor alguno a la hora de manifestar sus intenciones: «Que se joda la Unión Europea«, le dijo la secretaria de Estado adjunta de Estados Unidos para Asuntos Europeos, Victoria Nuland, al embajador de ese país en Ucrania, en febrero de 2014.

Estados Unidos ha jugado con inteligencia sus cartas desde hace años haciendo prácticamente inevitable que Rusia interviniese contra Ucrania porque su resultado sería lo que buscaba y necesita para fortalecerse en su enfrentamiento con China, el debilitamiento económico de Europa. La propia Angela Merkel lo ha reconocido al señalar que los acuerdos de Minsk sólo se proponían darle tiempo a Ucrania para que se armase frente a lo que se iba a producir. Lo mismo que hizo el francés Françcois Hollande al afirmar que el mérito de esos acuerdos fue «haber dado esta oportunidad (fortalecer su posición militar) al ejército ucraniano».

Lo que han logrado los dirigentes europeos al renunciar a la paz y el diálogo como estrategia y optar por la militarización de su política -además de contribuir a acrecentar el dolor de Ucrania y del pueblo ruso- es condenar a Europa a la dependencia económica, militar, tecnológica y energética de Estados Unidos. Quién sabe lo que podido influir más, si el chantaje personal, la incompetencia, o la presión y el poder de quienes sólo piensan en vender armas y en hacer negocio después reconstruyendo lo que previamente han destruido.

Paralelamente a todo ello se silencia y ridiculiza a quienes pensamos que es ilusorio creer que hoy día se puede vencer militarmente a una potencia nuclear sin provocar un holocausto y que no es verdad que la escalada militar sea la única posibilidad de revertir la situación. O que una cosa es reconocer que Rusia cometió un acto criminal invadiendo Ucrania y otra que esté obligada a soportar, al lado mismo de sus fronteras, una amenaza de agresión que ninguna otra nación con dignidad estaría dispuesta a consentir.

Ha pasado un año de lo peor, pero no del problema. Es imprescindible reclamar el alto el fuego y la puesta en marcha de acciones diplomáticas que permitan llegar a acuerdos que pongan fin al conflicto. No podemos rendirnos ante quienes se empeñan en acabar para siempre con la palabra y la práctica de la paz. Como dijo Erasmo de Rotterdam, la paz más desventajosa (más imperfecta, diría ahora mi recordado amigo Francisco Muñoz), es mejor que la guerra más justa.

Juan Torres López, https://juantorreslopez.com/el-ano-en-el-que-la-palabra-paz-desaparecio-del-diccionario/

lunes, 3 de octubre de 2016

Gregorio Morán: "Antes muertos que de izquierdas"

 Antes muertos que de izquierdas En una decisión de consecuencias trascendentales, la cúpula del viejo PSOE, ajado y desconectado de cualquier posibilidad de cambio, ha apostado por Rajoy y el partido más corrupto que conoció España en su historia. Lerroux, político chanchullero y símbolo de la maniobra y el chalaneo, cuyo Gobierno cayó durante la II República por una chorrada de maquinita de juego conocida como straperlo, era un caballero con botines al lado de estos saqueadores del Estado.

Da lo mismo. El pacto de golfos en el que ha ido deviniendo la Santísima Transición está llegando a sus estertores, pero les importa un carajo; aún creen que queda fondo para tirar unos años, siempre y cuando la sociedad y la complicidad de los medios de comunicación no dejen de ayudarles y protegerles. Instalarse en la oposición, después de haber acumulado un suculento patrimonio y haber traspasado todas las puertas giratorias, no es mal sitio. Da seguridad.

El soldado Sánchez, otro recluta, les ha puesto frente a las cuerdas, lo cual dice mucho del talento de sus adversarios... La oficialidad más rimbombante, con el asesor financiero Felipe González a la cabeza, ha decidido que no se puede ir tan lejos. ¡Descabalgar a Mariano Rajoy! ¿Acaso están locos estos novatos?

Pocos gestos políticos como el de Felipe González y sus barones echan tanta luz sobre la impostura de estos trepadores que engañaron a sus votantes durante tantos años que hasta ni la fe -y este es un país con mucha fe y demasiados creyentes- ha podido resistir la engañifa. El portavoz de los lectores conservadores que siempre fue el ABC ha sido desbancado por el grupo Prisa, que, como decía Borrell, que lo sufrió en sus carnes, es quien decide quién debe ser el secretario general del PSOE. De momento, la que más garantías les da es Susana Díaz, porque tiene muy claro cuál es el enemigo a abatir. Y ese no es otro que Podemos. No hay que echarles de las instituciones, pero sí colocarles en el lugar sin peligro que les corresponde, por más que un par de comunidades socialistas se mantengan a su costa.

No se dejen engañar por los argumentos de estos cabos furrieles con patrimonio de caudillos, no están discutiendo sobre si España se rompe o si hay referéndum. Aquí la cuestión se reduce a algo muy simple: no se puede romper con Mariano Rajoy y el PP porque eso en las actuales circunstancias sería un terremoto ¡para ellos! Y esa opción pasa por aceptar el apoyo de Podemos y, por tanto, el comienzo del desmoronamiento definitivo. Fuera de los jóvenes contratados para hacer de fondo en los mítines del PSOE, ¿quién carajo menor de 30 años y que no es funcionario, o familiar bien avenido, votaría por el PSOE? Como le ocurre al PP, son partidos de geriátrico; cada vez reducen sus votos, pero como en cada elección se vota menos, nos hacen creer que siguen siendo la representación de la ciudadanía.

Están defendiendo sus privilegios como la nobleza antigua, y serían capaces de todo con tal de que las alfombras no fueran levantadas. ¡Vaya espectáculo, que por razones obvias no estará en condiciones de hacer el PP, que le basta y le sobra con lo suyo! Ya hubo en los años veinte y treinta del pasado siglo peleas, incluso sangrientas, en el seno del PSOE, capitaneadas por Indalecio Prieto, Largo Caballero y el sinuoso conspirador Julián Besteiro, por citar a los más notorios. Pero aquello era un partido de la clase obrera, que metía la pata, y mucho, pero no la mano. Pero estos son como los vendedores de El Corte Inglés que ofrecen un producto y si no le gusta, le enseñan otro. De momento no ofertan más que una crisis, sin otro sentido político que “virgencita, que sigamos como estamos” o iremos de cabeza al “aventurerismo”. Un partido moribundo donde se asienta gente muy viva.
Gregorio Morán

*Gregorio Morán es autor de El Precio de la Transición y Adolfo Suárez: Ambición y Destino

http://www.ecorepublicano.es/2016/10/gregorio-moran-antes-muertos-que-de.html?m=1