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viernes, 5 de agosto de 2022

_- Entrevista a Jan Toporowski Kalecki, el economista que necesitamos para entender el conflicto de clases

_- El economista polaco Michał Kalecki argumentaba que los capitalistas siempre resistirían el pleno empleo porque aumenta la confianza y el poder de negociación de los trabajadores. Tenía tanta razón que hoy hasta la FED cita sus ideas.

En un artículo publicado el año pasado en el Financial Times, el periodista Martin Sanbu anunció el retorno del conflicto de clases como tema central de la economía. De acuerdo con Sandbu, «Todas las recesiones reavivan el interés en John Maynard Keynes. Esta de ahora debería conducir nuestra atención hacia Michał Kalecki».

Kalecki desarrolló de manera independiente muchas ideas asociadas con la «revolución keynesiana» de la economía. El economista polaco es reconocido sobre todo por su célebre ensayo sobre la política del pleno empleo, que no perdió nada de actualidad. Hace poco, la Reserva Federal de los Estados Unidos publicó un artículo de debate que recurre a las ideas de Kalecki para explicar por qué el poder de negociación de los trabajadores empezó a disminuir con la ofensiva neoliberal de los años 1980.

Jan Toporowski es profesor de Economía en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres. Autor de una biografía intelectual de Michał Kalecki publicada en dos tomos, tuvo la amabilidad de conversar con Daniel Finn sobre la actualidad del pensamiento del economista polaco.

Suele asociarse el nombre de Michał Kalecki con el de John Maynard Keynes, pero provienen de entornos radicalmente distintos. ¿Cuál era la situación en Polonia y cómo influyó en Kalecki?

La situación en Polonia durante la infancia y juventud de Kalecki estaba signada por la inestabilidad económica, el nacionalismo y el antisemitismo. Su padre era propietario de una fábrica en la ciudad de Łódź, que era uno de los principales centros industriales del Imperio ruso. En 1905 se convirtió en uno de los focos de la actividad revolucionaria de ese año. Eso arruinó el negocio del padre de Kalecki y sumergió a Łódź en un caos que duró doce o trece años. Durante ese período las conspiraciones se multiplicaban.

Estaban los socialistas, que agitaban su causa y exigían derechos sindicales. Incluso había una facción que pensaba que esos objetivos serían más fáciles de conquistar si Polonia se hacía independiente. Había un grupo de nacionalistas que pensaban que Polonia estaría mejor si se hacía independiente en alianza con Rusia. Los nacionalistas se oponían decididamente a los socialistas, y en particular a la agrupación socialista más grande, el Bund judío. En esa época el Bund, mezcla de sindicato y partido político, era el bloque socialista más importante de Polonia. Los nacionalistas iniciaron una campaña antisemita de boicot contra los comercios judíos.

Encima de esta mezcla estaban los distintos grupos religiosos denunciados por las iglesias establecidas. Estaban los mariavitas, por ejemplo, un desprendimiento de la Iglesia católica perseguido por la jerarquía eclesiástica. La Iglesia católica, por su parte, despertaba la desconfianza de la Iglesia ortodoxa, que colaboraba con las fuerzas de ocupación rusas. Además de todo esto, la economía había sufrido un enorme colapso, y, después de 1915, cuando los alemanes tomaron el control durante la guerra, empezaron a eliminar toda la maquinaria y el equipamiento.

Creo que este es el tipo de entorno del que proviene el célebre comentario que hizo Keynes en Las consecuencias económicas de la paz, donde afirmó que Polonia era una imposibilidad económica cuya única industria era perseguir a los judíos. Una vez le dije esto a la viuda de Kalecki, y ella pensó que era una idea muy profunda. Me pidió que le indicara el capítulo y la línea donde estaba la frase de Keynes.

Un poco antes Keynes afirma que su tesis sobre Polonia conservaría su validez a menos que Alemania y Rusia se estabilizaran. La independencia hizo que Polonia empezara a depender de la estabilidad de los mercados en esos dos países. Por supuesto, después de la Primera Guerra Mundial, vinieron la guerra civil en Rusia y el crecimiento de la República de Weimar, y después Polonia sufrió las consecuencias de la caída de Wall Street. Por lo tanto, la situación era extremadamente inestable y volátil en términos políticos y personales.

¿Qué significado tuvo el encuentro entre Kalecki y Oscar Lange?

Kalecki conoció a Oscar Lange a fines d los años 1920. En esa época, ambos estudiaban el ciclo de negocios, pero evidentemente Lange estaba mucho más abocado a la economía académica. En Polonia, la escuela dominante era la economía neoclásica y Lange siempre estuvo comprometido con la idea de que, si se les permitía funcionar adecuadamente, las fuerzas de mercado conducirían al sistema a un punto de equilibrio. En cambio, el enfoque de Kalecki estaba anclado en el periodismo comercial y financiero, en el que encontró un medio de vida después de abandonar sus estudios universitarios. Comprendía casi instintivamente cómo se conducían los negocios.

Lange y su periódico, el Socialist Review, otorgaron a Kalecki la oportunidad de estudiar conjuntamente la economía y la política del crac del 29. El encuentro con Lange permitió que combinara todo esto en una economía política propia, que era bastante distinta de la de Lange. Hasta el día de su muerte, Lange pensaba que el modelo de Kalecki era interesante, pero no comprendía que implicaba una comprensión mucho más profunda del funcionamiento del ciclo de negocios capitalista.

¿Cuál era la situación que forzó a Lange y a Kalecki a abandonar Polonia durante el período de entreguerras?

Muchos de los factores eran similares a los que arruinaron el negocio del padre de Kalecki —nacionalismo y antisemitismo—, y se combinaron con la represión de la oposición política. Lange se fue en 1934 o en 1935; Kalecki en 1936. En ese momento, Polonia sufrió un golpe militar.

Es interesante notar que la izquierda polaca apoyó ese golpe porque suponía que evitaría que el nacionalismo tomara el poder. Las autoridades del gobierno militar habían dicho que aplicarían un programa de desarrollo nacional. Sin embargo, cuando las condiciones económicas empezaron a deteriorarse a partir de 1930, el régimen fue adquiriendo tintes cada vez más brutales.

Los militares tomaron el parlamento, golpearon a los diputados de la oposición y los detuvieron sin juicio. Los ataques contra los judíos y contra las minorías nacionales aumentaron. El modelo del gobierno era explícitamente el régimen italiano y los militares pensaban que los fascistas estaban resolviendo los problemas económicos con mucha más eficacia que las democracias burguesas. Esto dificultó mucho la situación de la gente de izquierda.

Lange no era judío, pero Kalecki sí. Sin embargo, el gobierno sospechaba que Lange era judío porque era multilingüe y había aprendido yiddish. En esa época, la fundación estaba siguiendo una política bastante solidaria con las fuerzas democráticas de todo el mundo. Era evidente que las cosas estaban complicándose mucho para las personas de izquierda en Europa Central y del Este, particularmente después del ascenso de Adolf Hitler al poder. Lange obtuvo una beca para salir y Kalecki lo siguió. De esa manera Kalecki salvó su vida, porque evidentemente no habría sobrevivido a los acontecimientos del Holocausto en Polonia.

¿Cuáles fueron las ideas fundamentales de Kalecki y de Keynes que contribuyeron a lo que se conoce como la revolución keynesiana?

Es un tema de debate entre keynesianos y poskeynesianos, incluso entre los que simpatizan más con Kalecki. Pienso que todos están de acuerdo en que el problema de la demanda agregada en el capitalismo era común a Keynes y a Kalecki. Pero el tema clave es que se trataba de la demanda clave bajo la forma de la subinversión.

En 1936, Kalecki escribió una reseña de la gran obra de Keynes, Teoría general del empleo, el interés y el dinero. La escribió en polaco y no se publicó en inglés hasta los años 1980. Kalecki destacó que la esencia de la teoría de Keynes no era el subconsumo, sino más bien la subinversión. Esto es algo que Keynes también había comprendido, aunque no lo dijo en Teoría general…

Keynes explicitó esta idea en una charla con la BBC titulada «Pobreza en la abundancia». Dijo que simpatizaba con todos los teóricos que afirmaban que existía una demanda agregada insuficiente, personajes como Jean Charles Léonard de Sismondi, Thorstein Veblen y muchos otros intelectuales de izquierda. Pero Keynes también dijo que tenía una diferencia. Ellos creían que el problema del capitalismo era que el consumo era insuficiente.

En muchos sentidos, esto parecía obvio: bastaba pensar en la pobreza que no paraba de crecer durante los años 1930. Sin embargo, Keynes decía que el núcleo del problema era que la inversión era insuficiente. ¿Por qué esto era importante? Porque establecía un vínculo con la teoría de Marx que afirma que la fuerza motriz del capitalismo es la acumulación. La teoría de la ganancia que marca las obras de Marx y de Kalecki está fundada en la idea de que siempre que los capitalistas gastan dinero en su propio consumo y en la inversión, el dinero que gastan vuelve a sus bolsillos bajo la forma de ganancias.

Kalecki llegó a esta teoría de la ganancia a través de la obra de Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital. No leía mucho —a diferencia de Lange, no estaba tan inclinado hacia la teoría económica—, pero tendía a leer aquellas cosas que resultaban útiles para su propio trabajo, y por eso leyó a Marx y a Luxemburgo.

¿Cuál es la diferencia entre el pensamiento económico de Kalecki y el sentido común marxista de aquella época?
Los marxistas de aquella época, y en gran medida los contemporáneos, seguían y siguen a Marx. Después de escribir El capital, Marx escribió sobre el problema del desempleo y de la crisis económica sirviéndose de la idea de que surgían de la pobreza y del subconsumo de la clase obrera. Esta idea es la que siguieron muchos marxistas del siglo veinte, como Eugen Varga y Paul Sweezy.

En Teoría del desarrollo capitalista, publicado en 1942, Sweezy argumentó que el problema fundamental del capitalismo era que los capitalistas no pagaban a los trabajadores el valor total de su trabajo y por lo tanto había un problema de realización de la ganancia. Este problema, según Sweezy, se resolvería mediante el aumento de los salarios.

Era una conclusión paradójica porque si los capitalistas aumentaban los salarios, aumentarían simultáneamente los costos. Josef Steindl, uno de los seguidores de Kalecki, destacó este punto y preguntó: ¿Cómo podrían los capitalistas realizar más ganancias aumentando sus costos? Por supuesto, la respuesta era que de ninguna manera.

Pero si adoptamos el punto de vista que propuso Kalecki siguiendo a Rosa Luxemburgo, según el cual las ganancias se realizan a través del gasto de los capitalistas en las inversiones y en su propio consumo, la cosa es mucho más evidente. En ese caso dejamos atrás la confusión que surge de la idea de creer que, dado que la pobreza de la clase obrera es un rasgo de la crisis y de la recesión capitalista, el subconsumo debe ser la causa de esa recesión.

¿Qué creía Kalecki que debían hacer los gobiernos para garantizar el pleno empleo y qué consecuencias sociales y políticas pensaba que implicaría una política de ese tipo?

En primer lugar, pensaba que no había mucho espacio para promover la inversión privada. Descartaba la idea de Mikhail Tugan-Baranovsky de que los capitalistas siempre invertirían lo suficiente como para conservar las ganancias (aunque no la tasa de ganancia considerada como una parte de la reserva de capital).

Kalecki no pensaba que fuera posible alentar la inversión privada mediante políticas impositivas, subsidios o mermas de la tasa de interés. Creía que si se hacía eso una vez, habría que hacerlo cada vez con más frecuencia y finalmente perdería sentido hasta el punto de que no produciría ninguna respuesta de parte de los capitalistas. Los capitalistas invertirían lo que quisieran independientemente de la medida deseable en términos de la economía en su conjunto.

Para Kalecki, la verdadera solución para garantizar el pleno empleo estaba en la redistribución del ingreso mediante lo que denominaba consumo subsidiado. En otros términos, la provisión de servicios públicos, prestaciones sociales y hasta cierto punto empleos públicos. Sin embargo, los programas de empleo despertaban en él cierto escepticismo. Si uno mira el tipo de keynesianismo que promueven los gobiernos de derecha, nota que en general adopta la forma de la creación de empleos públicos porque no quieren gastar dinero en salud, educación ni políticas de bienestar, que son precisamente los ámbitos en los que Kalecki pensaba que había que invertir dinero.

También pensaba que había que aumentar los impuestos de los ricos. El argumento con el que defendía que esta era una forma de recaudación apropiada y eficiente era sencillo. Si el gobierno aplicaba impuestos a los ricos, estos ni siquiera lo notarían —mantendrían su estándar de consumo— y de hecho recibirían de vuelta su dinero a través de los empleados estatales y de los beneficiarios de planes sociales. Cuando las enfermeras, los doctores y los maestros empleados gasten su dinero, ¿Quién lo recibirá? Volverá a manos de los capitalistas.

Desde este punto de vista, el aumento de los impuestos a los ricos es apenas una forma de mover el dinero de los ricos asegurándose de que lo gasten. De hecho, los ricos tienden a conservar el dinero en forma de activos líquidos, como vemos que sucede hoy en Estados Unidos o en Gran Bretaña, en vez de gastarlo en la medida suficiente para conservar altos niveles de empleo.

¿Kalecki creía que el pleno empleo era compatible con el capitalismo en el largo plazo?

En realidad, no. Pensaba que siempre habría resistencia de parte de los capitalistas, sobre todo de las grandes empresas, que tienen una influencia política desproporcionada. Las grandes empresas resistirían el pleno empleo porque este tendería a socavar la disciplina laboral de las fábricas. Al mismo tiempo, si hubiera altas tasas de empleo, la clase obrera ganaría una confianza que precipitaría la lucha política por el pleno empleo y por la influencia de los trabajadores y de sus organizaciones en la sociedad.

Es lo que sucedió durante el período de entreguerras, cuando hubo altas tasas de empleo y el gobierno consultaba a las organizaciones obreras antes de aplicar su política. Con el desempleo de masas, no es necesario consultar a los trabajadores. Los trabajadores harán lo que digan los patrones porque necesitan el trabajo. El pleno empleo, pensaba Kalecki, precipitaría la lucha política, no solo por el pleno empleo en sí mismo, que los capitalistas denunciarían como inflacionario, insano y nocivo para los negocios, sino también porque el régimen de pleno empleo tendería a fortalecer las organizaciones de la clase obrera, que simpatizarían con el socialismo.

¿Qué pensaba Kalecki de las políticas que aplicaron después de 1945 los gobiernos de Europa occidental y de Estados Unidos?
Después de haber sido uno de los principales defensores de la política de pleno empleo y establecido las condiciones monetarias y fiscales necesarias para aplicar esa política durante la guerra, Kalecki se desilusionó bastante con lo que sucedió efectivamente, sobre todo con el crecimiento del macartismo y el anticomunismo en Europa occidental y en Estados Unidos. Estudió este fenómeno de primera mano porque estaba trabajando para las Naciones Unidas en Nueva York cuando las autoridades de la institución permitieron que el FBI accediera a sus instalaciones, supuestamente protegidas por la inmunidad diplomática.

En teoría el FBI solo investigaba a los ciudadanos estadounidenses, pero de hecho seguía a muchas otras personas. Estoy al tanto porque Kalecki y Lange trabajaban en las NU y tengo sus perfiles del FBI. Hay muchos archivos que prueban que estaban siendo investigados.

Kalecki llegó a la conclusión de que, aunque hubo un período de alto empleo, este resultó de la carrera armamentística y de los impuestos que pagaban los trabajadores. Por lo tanto, el alza de las tasas de empleo no benefició a los trabajadores. Sus niveles de vida no mejoraron mucho. El racionamiento continuó después de la guerra. En Gran Bretaña se extendió hasta los años 1950.

Kalecki creía que el alto empleo durante la Guerra Fría había sido conquistado mediante el keynesianismo militar, mediante la carrera armamentística y a través de las guerras pagadas por el aumento de unos impuestos no necesariamente progresivos. De hecho, esta situación estaba afectando las economías de los países que se hicieron dependientes de las armas. Para Kalecki, las economías que realmente se beneficiaron de este proceso fueron Alemania y Japón, que restringieron la producción de armamento después de la guerra. Eso implicó que no tuvieran otra opción que alentar la producción civil y desarrollar nuevas tecnologías.

¿Qué relación tenía Kalecki con las autoridades comunistas de posguerra de Polonia? ¿Qué propuestas de gestión del sistema económico socialista hizo?

Su relación con las autoridades comunistas de posguerra empezó en términos bastante positivos. Estaba entusiasmado con la idea de la reconstrucción, de estabilizar la economía, de introducir una reforma agraria y de rediseñar la economía bajo control estatal. Pero no estuvo de acuerdo con los intentos de industrialización acelerada del período estalinista. Destacó que si se impulsaban este tipo de industrialización ambiciosa, aplicada en Polonia entre fines de los años 1940 y comienzos de los 1950, terminaría produciéndose una escasez de bienes de consumo.

Para Kalecki, la economía planificada debía hacer del consumo una de sus prioridades, porque de esa manera mantendría la confianza de la clase obrera en el sistema socialista. Kalecki no estuvo en Polonia durante el período estalinista, que terminó efectivamente en 1956 con un cambio de dirección. Sin embargo, después de eso las autoridades comunistas polacas tendieron a retomar los esquemas de la gran industrialización con el fin de apuntalar sus bases políticas. Durante los años 1960 esto provocó las recurrentes «crisis de la carne», nombre que recibió la escasez de bienes de consumo básicos.

Kalecki criticó duramente este enfoque. Lo hizo desde un punto de vista distinto al de Oscar Lange y sus seguidores. Lange creía que era posible resolver el problema mediante simples incrementos de precios y un control de precios centralizado que equilibrara la demanda en los mercados de bienes de consumo. Kalecki, en cambio, afirmaba que no se trataba de un problema de precios, sino de una inversión excesivamente ambiciosa, que estaba demasiado enfocada en la industria pesada cuando debía apuntar a satisfacer el consumo de los trabajadores y de sus familias.

Las autoridades comunistas terminaron irritándose con este argumento. Los problemas económicos empeoraron y también lo hicieron los problemas políticos, porque el descontento no dejó de crecer durante los años 1960. En 1968, la dirección comunista intentó salir adelante con una campaña que afirmaba que el problema real eran los resabios estalinistas del Partido Comunista.

La campaña destacaba que muchos de esos vicios provenían de los judíos y que el verdadero problema era el de esta minoría del partido y del país que no estaba comprometida completamente con Polonia por su judaísmo. Hubo purgas antisemitas: muchos ciudadanos buenos y leales fueron expulsados de su país. A esa altura, Kalecki estaba viejo y era tan famoso que nadie podía tocarlo, pero el gobierno desmanteló sus grupos de investigación.

Entonces perdió entusiasmo. Llegó a pensar que la CIA estaba detrás de esta purga antisemita, porque era evidente que no respondía a los intereses del socialismo polaco. Poco tiempo después sufrió un infarto y murió en 1970, creo que bastante decepcionado.

Sin embargo, Kalecki nos legó una crítica del capitalismo y del socialismo que vale la pena revisar. Entendió el funcionamiento de los negocios muchísimo mejor de lo que lo hacen muchos economistas hoy.

Traducción: Valentín Huarte

Fuente: 

sábado, 14 de mayo de 2022

_- Estado emprendedor, conocimiento y libertad. A propósito de la propuesta de Mariana Mazzucato


_- "La historia nos dice que la innovación es el resultado de un esfuerzo colectivo masivo, no solo de un grupo reducido de jóvenes blancos en California. Si queremos resolver los mayores problemas del mundo, es mejor que entendamos eso."
Mariana Mazzucato, entrevista por cable.

La discusión acerca del papel de Estado en la generación de conocimientos relevantes para la sociedad no puede sustraerse a una realidad previa fundamental. Hoy, en el segundo semestre del año 2021, aun en plena pandemia de Covid-19, tenemos plena conciencia de los efectos de la crisis financiera de 2008 (que la pandemia no ha hecho sino agudizar), de cómo una parte de las causas de la misma puede atribuirse a la re-regulación neoliberal (o contrarreforma) que empezó en la década de 1980 y se aceleró en la de 1990, y de cómo la respuesta basada en políticas públicas de austeridad (promovida por economistas como Alberto Alesina, et al., 2019) contribuyó a un debilitamiento del sector público en todos sus frentes. 

En los últimos cincuenta años, el sistema público de la mayoría de países del mundo no sólo se ha retirado de la producción y distribución de bienes fundamentales (incluidos el agua, la energía o el transporte), sino que ha reducido drásticamente su provisión de servicios (cuando no los ha externalizado) y, lo que resulta fundamental en términos de generación de conocimiento, en muchos casos se ha retirado de la planificación estratégica a largo plazo.

A menudo, la discusión acerca de la necesidad de reducir la deuda pública de los estados olvida que es más relevante su composición que su magnitud. Tener que discutir acerca de cómo gestionar el crecimiento de la deuda pública durante la última década como consecuencia de la absorción de deuda privada (señaladamente, de instituciones financieras privadas) es algo bien distinto que proyectar sobre cómo invertir estratégicamente en áreas clave, como educación e investigación y desarrollo, además de hacerlo teniendo en cuenta parámetros como la innovación, la inclusión y la sostenibilidad. El primer tipo de deuda es inerte, mientras que la segunda es potencialmente fecunda.

No es esta la idea que más ha calado en la opinión publicada en el mundo post-2008, sino más bien la contraria: para que haya mayor competitividad, dinamismo e innovación es preciso que haya más mercado y menos Estado. Esto equivale a aceptar el embeleco de que existe algo así como un orden social espontáneo surgido de mercados libres de la intervención del Estado. Ya Karl Polanyi (1944) demolió concluyentemente esta idea arguyendo que los propios “mercados libres” eran productos de la intervención estatal y que se trataba de una “falacia economicista” (Polanyi, 1977) tratar analíticamente las dinámicas económicas como hechos que preceden y son discontinuos respecto de las realidades políticas y culturales.

Qué duda cabe que el sector público a menudo ha caído en una apatía burocrática, ha practicado el favor a oligopolios privados y ha tenido una escasa visión estratégica de las necesidades comunes a largo plazo. El porqué de este proceso de deterioro no puede sustraerse a la realidad de unas políticas anti-públicas aplicadas durante los últimos decenios que, paradójicamente, se han servido del Estado para la acumulación oligopólica y parasitaria de recursos comunes. Con todo, la idea de que la propia existencia del sector público ahoga la iniciativa privada está profundamente desenfocada. Acaso la autora que más ha contribuido en los últimos años a redefinir el marco de referencia para el análisis del papel del Estado sea la economista Mariana Mazzucato (2018, 2019, 2021).

Su propuesta consiste en revertir el deterioro del sector público, no para que éste simplemente haga cosas que ya están haciendo otros (que siguen el consejo de Keynes 2 ), sino para que se oriente estratégicamente hacia el cambio tecnológico socialmente provechoso e invierta en esta dirección. Mazzucato parte de la premisa que es problemático afrontar mediante el “libre mercado” problemas sociales de gran calado, como el cambio climático, el desempleo juvenil, la obesidad, el envejecimiento y la desigualdad. Para hacer frente a estos desafíos, el Estado debe ponerse en cabeza, no sólo dedicándose a arreglar los fallos del mercado, sino creando y moldeando nuevos mercados, a la vez que regulando los ya existentes (...). Por lo general, estas orientaciones no se generan espontáneamente a través de las fuerzas del mercado; más bien son el resultado de procesos de toma de decisiones estratégicas público-privadas (Mazzucato, 2018: 6).

Para hacer que esto sea posible, en primer lugar, propone que el Estado abandone la mirada estrecha de pretender identificar y elegir ex ante a quienes van a ser los supuestos vencedores en las pugnas mercantiles de la innovación y fiarles sin más su apoyo. Considera más acertado diagnosticar cuáles son las necesidades a largo plazo y prever la dirección que deben tomar el desarrollo económico y el cambio tecnológico, para así ensanchar el conjunto de oportunidades. En segundo lugar, aboga por abandonar la usual evaluación a corto plazo del gasto público. La alternativa es medir la inversión pública por su capacidad de alumbrar mercados en nuevas áreas. En tercer lugar, debe permitirse que las organizaciones públicas experimenten y aprendan, e incluso fracasen. Finalmente, por mor de la existencia de estos fracasos, tiene mucho sentido que el sector público y los contribuyentes recojan buena parte de las ganancias y que no se les atribuya sólo el papel de hacerse cargo de las pérdidas.

Siguiendo a Polanyi, Mazzucato insiste en el carácter mitológico de los mercados autorregulados, pues cualquier mercado está políticamente constituido. Recurriendo a Keynes, sostiene que los mercados capitalistas, independientemente de su origen, necesitan de una constante regulación por la inestabilidad inherente del capitalismo. Asimismo, pone mucho énfasis en mostrar que muchos avances atribuidos por entero al genio de la iniciativa empresarial privada han dependido crucialmente de la inversión públicamente financiada. Es el caso del iPhone, que pudo florecer por la ingente inversión en agencias públicas que llevó a la creación de Internet. Como ocurre también con la investigación médica financiada con fondos públicos procedentes de los impuestos de los contribuyentes (30,000 millones anuales de dólares para los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, sólo por dar una cifra), que permiten que muchas empresas farmacéuticas privadas se concentren más en el desarrollo de medicamentos que en la investigación propiamente dicha (y que en muchos casos han dado prioridad a financiarizar su cartera de inversión mediante la recompra de acciones propias para aumentar su cotización bursátil) (Mazzucato, 2018: 32-34). Lo mismo ocurre con la inversión en el campo de la energía, con compañías como Tesla 3 , SolarCity y SpaceX, que se han beneficiado de apoyos de los gobiernos local, estatal y federal por valor de más de 5,000 millones de dólares, además de sacar provecho de contratos de compra de sus productos por parte del Estado por valor de más del doble de esa cifra. En incontables empresas “innovadoras” el Estado ha ayudado por el lado de la oferta, por el de la demanda y, además, ha aportado la garantía financiera pública a créditos solicitados por ellas.

Desde hace tiempo conocemos críticas bien fundamentadas al modelo de ciencia basado en capital riesgo privado, que en muchas ocasiones tiene un efecto nocivo para la innovación subyacente, muy señalado en el sector biotecnológico (Coriat, Orsi y Weinstein, 2003). Otras críticas se refieren al lugar común, según el cual cuando aumenta el número de patentes en un sector económico es indicativo de que es más innovador que otros. En muchos casos ello no tiene tanto que ver con la excelencia y utilidad de las mismas, sino con cambios regulatorios que han permitido que la investigación financiada con fondos públicos fuera patentable (véase, sin ir más lejos, la Bayth-Dole Act de 1980) o con el hecho de que el capital de riesgo a menudo utiliza la cantidad de patentes como métrica de en qué compañías es más rentable invertir. Boldrin y Levine (2013) han mostrado que las patentes pueden tener cierto efecto positivo en crear incentivos a la invención, pero que tienen un efecto general negativo sobre la innovación.

Resulta de gran interés observar cómo la aportación de Mariana Mazzucato al debate contemporáneo sobre el papel del Estado en la generación de conocimiento relevante para la sociedad, sin ser completamente original, ha sido recibida como una gran novedad simplemente porque va a redropelo de un proceso de laminación de las capacidades del sector público. Por eso, al simpatizar con muchas de las ideas que propone, me parece importante destacar dos dimensiones acerca de la capacidad de los poderes públicos de promover la generación de conocimiento. 

La primera tiene que ver con el problema de la libertad en una sociedad democrática. Si seguimos los ideales de la Ilustración, un Estado tiene la obligación de garantizar la educación libre y la autonomía crítica de todos sus ciudadanos; su ejecución puede ser delegada a todo tipo de agentes educadores, pero su garantía es inalienable. Sólo por esta razón, el papel del Estado en la generación de conocimiento es fundamental. De aquí que la retórica del Estado emprendedor, entendido à la Mazzucato como un Estado que promueve “la innovación tecnológica y el crecimiento económico” puede eclipsar la cuestión de para qué queremos la innovación y el crecimiento. Aunque se entiende bien el sentido de su propuesta de fondo, dar por supuesto que ambos son fines inherentemente deseables es hurtar la discusión sobre cuáles son las mejores vías para promover la libertad y el florecimiento humanos. 

La segunda tiene que ver con la capacidad real del Estado para regular y emprender, algo que en un régimen democrático no depende exclusivamente de las voluntades de las autoridades políticas o de meros arreglos de éstos con ciertas élites económicas, sino que depende de decisiones de la ciudadanía democráticamente encauzadas. Puesto que en las últimas décadas hemos sido testigos de cómo grandes compañías privadas transnacionales han condicionado gravemente, cuando no sometido derechamente, decisiones estatales, nos preguntamos cómo puede embridarse el capitalismo global contrareformado en el que vivimos. Si bien es interesante esta visión económica del Estado emprendedor, se echa de menos una economía política del mismo.

NOTAS

1. Profesor titular de Universidad. Universidad de Barcelona. Departamento de Sociología. Avda. Diagonal, 690. 08034-Barcelona. España (jordimundo@ub.edu). Esta reflexión se ha desarrollado en el marco del proyecto de investigación PGC2018-094324-B-I00 (Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, España).

2. “Lo importante no es que el sector público haga cosas que los particulares ya están haciendo, y que las haga un poco mejor o un poco peor; sino que haga aquello que hoy nadie más está haciendo” (Keynes, 1926: 46).

3. La compañía anunció un beneficio de 1,000 millones de dólares, sólo para en el segundo cuatrimestre de 2021 (Elliot, 2021).


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Alesina, A., C. Favero y F. Giavazzi (2019), Austerity. When it Works and When it Doesn’t, Princeton/Oxford: Princeton University Press.
Boldrin, M. y D.K. Levine (2013), “The case against patents”, Journal of Economic Perspectives, 27 (1): 3-22.
Coriat, B., F. Orsi y O Weinstein (2003), “Does biotec reflect a new science-based innovation regime?”, Industry and Innovation, 10 (3): 231-253.
Elliot, R. (2021), “Tesla’s quarterly profit soars to record $1.1 billion”, The Wall Street Journal, 26 de julio, https://www.wsj.com/articles/tesla-tsla-2q-earnings-report-2021-11627176617 (última consulta: 27 de julio de 2021).
Keynes, J.M. (1926), The End of Laissez-Faire. London: L & V Woolf.
Mazzucato, M. (2018), The Entrepreneurial State. UK: Penguin Books.
Mazzucato, M. (2019), The Value of Everything. Making and Taking the Global Economy. UK: Penguin Books.
Mazzucato, M. (2021), Mission Economy. A Moonshot Guide to Changing Capitalism. New York: Harper.
Polanyi, K., (1944), The Great Transformation, Nueva York: Rinehart and Co.
Polanyi, K., (1977), The Livelihood of Man, ed. Harry Pearson, New York: Academic Press.

Jordi Mundó Es miembro del Comité Editorial de Sin Permiso. Profesor Titular de Filosofía Moral en la Universitat de Barcelona. Ha publicado trabajos sobre ética, filosofía política, filosofía y metodología de las ciencias sociales y cognición social humana.

Fuente:
Ludus Vitalis, vol. XXIX, num. 55, 2021, pp. 173-177.

sábado, 13 de noviembre de 2021

Entrevista a Juan Torres López «Se hace creer que la economía es una ciencia exacta lo mismo que el cura hacía creer que quien hablaba era Dios»

La economía no es una ciencia exacta y la oferta y la demanda no es ningún tipo de ley, por mucho que se repita o te cuenten el caso de las dos vacas o el de los países que comercian con telas y patatas. El propio Adam Smith hablaba de la “Divina providencia”, o sea Dios, antes de rebautizarla como “la mano invisible”. O sea que la economía dominante en la actualidad fue antes religión que ciencia, pero se convirtió en algo así como un dogma de fe científico que no puede ser renegado a riesgo de ser tachado de loco. Era necesario convertir aquellas ideas que defendían al capital y al libre comercio en leyes sagradas, aunque fueran mentira. Y ese ha sido el principal cometido de varias corrientes económicas desde hace cerca de un siglo, pasando por el There is no alternative de Thatcher hasta los vídeos demonizando los impuestos del Rubius. Y, repito, la verdad es lo de menos cuando está en juego la hegemonía económica y cultural o la propiedad y acumulación de riqueza de los de arriba.

Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla y es común ver columnas de análisis suyas en medios de comunicación en las que se dedica precisamente a desmentir y desmontar las falacias y los mantras liberales. En su último libro, Econofakes: Las 10 grandes mentiras económicas de nuestro tiempo y cómo condicionan nuestra vida (Deusto, 2021), el economista ha decidido usar un lenguaje y estructura sencilla para poder llegar a más gente, usando una pedagogía que, según él, “la izquierda ha olvidado”, al centrarse en “dirigirse a su tribu”. En unos tiempos en los que un tuit puede llegar a más gente que un paper académico y que los relatos económicos entre la izquierda y la derecha vuelven a estar en disputa tras esta nueva crisis, Torres charla con El Salto sobre esa pedagogía, la guerra cultural en lo económico y la posverdad económica que dirige nuestras vidas.

En el prólogo anuncias que has escrito este libro con un lenguaje y de una forma más sencilla que tus anteriores publicaciones para que llegue a más gente. Últimamente vemos como los economistas mainstream han simplificado cada vez más su mensaje. Ya no escriben papers, sino que hacen tuits cada vez más simplones y casi absurdos, pero que calan muy bien. 

¿Está fallando la izquierda a la hora de simplificar su mensaje en materia económica?
Es normal que falle porque el mensaje es más complejo. Decir, por ejemplo, “es necesario que bajen los salarios para crear empleo” puede parecer que sea de una lógica aplastante. En un tuit se dice muy claramente, pero explicar que eso es falso lleva más tiempo y requiere de un pensamiento más complejo. Por lo que en cierta medida es normal. Ahora sí, el esfuerzo hay que hacerlo. Y creo que lo que le pasa a la izquierda es que está muy habituada a hablarle a sus propias tribus, a quien ya está convencido. En ese sentido, la derecha ha sido mucho más valiente. Está ocurriendo lo que dijo Anthony Giddens en los años 80: “La derecha se ha hecho revolucionaria y la izquierda conservadora”. En el campo de la comunicación, también está ocurriendo.

Además ahora vemos que la extrema derecha está enarbolando un discurso antiglobalización, que incluso imita a muchas de las proclamas del movimiento antiglobalizador de la izquierda. 

¿Está esa izquierda perdiendo también posiciones en lugares que eran normalmente suyos?
La extrema derecha se hace, como es lógico, con muchas banderas que lógicamente deberían ser las banderas de la izquierda. Los intereses nacionales, la idea de que hay valores colectivos, la defensa de la gente que padece más sufrimiento e incluso, me atrevería a decir, que aunque parcialmente entendida, también la interpretación de la fraternidad. Cuando veías en Grecia que los que iban a repartir comida eran los nazis, pues te dabas cuenta que posiblemente esa tarea de abrazo, de protección, de cercanía y de cuidados es algo que ha perdido la izquierda. Los primeros movimientos sociales consistían no solamente en defender los derechos laborales, sino en acompañar a la gente y en sentirse parte de ellas. La fraternidad es un valor republicano que la izquierda ha olvidado. Ha hecho suya la libertad, la igualdad, pero la fraternidad parece que no va con ellos.

Bueno, la libertad también es un término que está acaparando la derecha.

Claro, porque gran parte de la izquierda ha renunciado a ello. Por ejemplo, la izquierda ha renunciado a los derechos humanos, que los consideraba una reivindicación burguesa. La democracia ha sido una conquista histórica que pareciera que la izquierda no iba con ella. Cuando los derechos humanos y la democracia son los mejores escudos, por muy débiles que estén, de las clases más desfavorecidas.

Estamos presenciando una guerra ahora mismo dentro del Gobierno de coalición. Vemos como una ministra de un partido, que lleva la palabra obrero y socialista en su nombre, está en contra de la derogación de la reforma laboral. 

¿Es Calviño una muestra de que la economía es política y de que el relato liberal se ha hecho con la socialdemocracia?
La economía es política con cualquiera. Eso por una parte. Y en este caso, el PSOE reproduce lo que ha ocurrido en su seno desde que se fundó, hace 142 años. En el socialismo español conviven dos o tres almas distintas. Una de socialismo incluso radical, muy de izquierdas, otra de un socialismo más centrado y una tercera alma de liberal socialismo más a la derecha que, lógicamente, levanta la cresta cuando otras corrientes intentan poner en marcha procesos de transformación más avanzada. Y esto ha ocurrido siempre, en la República, durante el franquismo y durante el gobierno de Felipe González. El PSOE no engaña a nadie porque se sabe de sobra que eso es así y que en su seno conviven esas corrientes.

Pero darle el Ministerio de Economía a esa corriente es muy significativo.

Eso es una correlación de poder y fuerzas dentro del propio partido. Si en el PSOE la corriente más a la izquierda tuvieran más peso, el Ministerio de Economía estaría en manos de gente más de izquierdas. Entonces lo que creo que está sucediendo ahora es que Calviño, que representa a ese sector socialista más a la derecha y, sobre todo, una ortodoxia económica concedida para defender intereses de las grandes empresas, pues reacciona incluso frente a los que en su propio partido defienden una reforma laboral más avanzada.

Empezamos a tener datos para comparar cómo es salir de una crisis con austeridad y cómo es salir con presupuestos expansivos. 

¿Caerá ese mito o econofake de que la austeridad es buena?
La austeridad precisamente es otro de los conceptos que la derecha ha arrebatado a la izquierda, desde donde siempre se había defendido el concepto de austeridad como significado de mesura, de respeto a las necesidades o de evitar el gasto innecesario. Lo que hemos llamado ahora austeridad, que es una restricción del gasto público cuando el gasto privado estaba cayendo, es una barbaridad que ha beneficiado a las grandes empresas y a los bancos. Es una demostración palpable de que eso que se decía de que “hay que recortar gastos para que no aumente más la deuda” lo que ha conseguido es que aumente más la deuda, que es el negocio de los bancos. El discurso de la austeridad era combustible para el negocio bancario.

Desde el punto de vista de la política económica, la austeridad es un absurdo. Porque el gasto público es un motor de la economía. ¿Hay que poner el motor siempre a pleno rendimiento? Pues no, el motor se pone en el rendimiento que precisa el recorrido que está haciendo el móvil. Si tú estás bajando una cuesta, pues no tiene sentido poner el motor a pleno rendimiento. Pero si estás subiendo una cuesta y el resto de motores ves que no tiran, pues entonces tienes que apretar. Cuando el gasto privado no tira de la economía, cuando las exportaciones no tiran de la economía, cuando el consumo de las familias no tira de la economía, entonces o tira el gasto público o la economía se viene abajo.

El gasto público puede jugar ese papel porque se puede financiar mediante los bancos centrales sin coste ninguno. El problema que está ocurriendo es que en los últimos decenios nos encontramos que el gasto público se financia de manera privada, que es innecesariamente costoso. Algo que se hizo, una vez más, para promover el negocio bancario, pero que es una auténtica barbaridad.

Pero más allá de la teoría, ¿crees que las instituciones europeas y los gobiernos nacionales van a dar carpetazo a la austeridad o veremos a la Comisión Europea dentro de dos o tres años diciendo que se debe cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento?

Pues ahí va a haber un pulso. Lo primero que tendremos que ver es qué gobierno sale en Alemania y quién va a estar en su Ministerio de Hacienda y Economía, porque eso será muy determinante. Yo no soy muy optimista. Ya hay muchos países que están reclamando que se recorte el gasto expansivo. Un gasto expansivo que no debería ser un fin per se, sino que debería usarse para cambiar el modelo productivo en Europa. Para mí la desgracia no sería que se frene el gasto, para mí sería que sigamos con el mismo modelo que tiene Europa y que trae los problemas que estamos viendo ahora. Ahí tampoco soy muy optimista. Si se dan las dos circunstancias, pues tendremos muchos problemas. Porque puede que estemos entrando en una crisis que sea incluso peor que la que hemos vivido.

Aunque ha habido austeridad en lo fiscal, la política monetaria sí que ha sido expansiva a base de inyectar dinero e inyectar dinero desde que en 2012 Draghi dijo aquello de “haré lo que sea necesario para salvar al euro”. La inflación no había llegado hasta ahora y los liberales han tardado poco en decir que es por culpa de esa inyección de dinero.

Los liberales no saben lo que dicen con tal de justificar sus ideas falsas. La inyección del dinero que han hecho los gobiernos más poderosos en los últimos años ha sido brutal y no ha habido inflación. Cualquier persona decente y cualquier observador honesto sabe que la subida que estamos viendo ahora en los precios no es por el aumento en la demanda. Dos días después de que tengamos el nivel de inflación más alto de los últimos 29 años, leemos que el consumo privado ha caído el 0,5%. Por lo que eso que dicen los liberales, si hay alguno que osa decirlo, es una majadería sin fundamento teórico.

En este momento están subiendo los precios en algunos casos por cierta presión de la demanda después de la pandemia, que yo creo que ya ha pasado, pero sobre todo el motivo es porque hay un bloqueo de la oferta y un problema coyuntural ahora mismo de unos precios de energía. Pero la inyección de dinero no tiene nada que ver en la inflación. Para que la inyección de dinero que hacen los bancos centrales genere una subida de precios, primero tiene que llegar a los bancos, que estos concedan créditos y los que los reciben se dediquen a gastar y que haya más demanda que oferta. Nada de eso ha ocurrido porque el dinero que han inyectado los bancos centrales fundamentalmente se ha quedado en los bancos.

La crisis ecológica es otro de esos temas que, aunque parezca una locura, sigue siendo rebatida. En el gas, por ejemplo, he visto incluso a gente de izquierdas defendiendo el uso del gas aunque venga de fraking y los liberales están aprovechando estos episodios de turbulencias en el mercado energético para seguir cargando contra la crisis climática, negando las consecuencias de esa crisis.

Por poder se puede negar hasta que la tierra es redonda. Lo que parece que está claro, científicamente hablando, es que el planeta está sometido a una tensión insoportable e insostenible como consecuencia de variables diversas y complejas, que casi todas tienen en común que se hace un uso de recursos limitados como si fueran ilimitados. Porque la única lógica que se usa con los recursos naturales es la lógica del beneficio y no la lógica de la conservación. Entonces la consecuencia es la que es y no puede ser otra.

Yo suelo bromear con que soy licenciado en capitalismo, porque fue lo único que me enseñaron en la universidad. 

¿Qué análisis haces del mundo académico y qué se puede hacer?
La universidad es una institución que es más antigua que los Estados. Entonces ya tenemos una buena idea de qué es la universidad. Es un aparato que sirve para que la sociedad se reproduzca y para que se reproduzca las relaciones de poder que hay en la sociedad. Lo que pasa es que la universidad tiene muchos espacios y hay espacios de libertad. Cuando esos espacios de libertad se desarrollan más de la cuenta, suelen ser sometidos a castigo. Cuando en Estados Unidos se desarrollaba el pensamiento neoliberal, a principios de los 80, los economistas de izquierda fueron expulsados literalmente de las universidades, como ocurrió en Harvard, por ejemplo. Entonces la universidad deja de ser un espacio de libertad. Es natural, por lo tanto, que una disciplina tan importante para el poder establecido como es la economía esté sometida a control y esté diseñada para conservar esos intereses.

Yo lo primero que veo cada día al entrar en mi facultad de Economía es el Banco Santander, y eso no es casualidad. Además no solo lo veo ahí, es que están organizando reuniones de asesores. Las grandes empresas crean cátedras, financian, etc. y eso se traduce en una investigación dirigida y en un conocimiento servil. En el campo de la economía se produce lo que Galbraith llamaba “el fraude inocente”, que en muchas ocasiones no es inocente, porque es un fraude orquestado y consentido por quien defrauda intelectualmente. Galbraith decía que, en muchas ocasiones, los profesores habían estudiado una cosa, la reproduces para acreditarse y para hacer carrera académica, ya que tienen que reproducir lo mismo, y entonces se van consolidando ideas como las que yo desmonto en mi libro. Se da pie a lo que ocurre actualmente, que se enseñan cosas en las aulas que se ha demostrado matemáticamente hace 80 o 90 años que son inciertas.

Y por bajar un poco más en la escala de edad de la gente a la que le llega el mensaje, ¿Qué hacemos con los youtubers que llegan a millones de personas muy jóvenes con discursos antiimpuestos?

Pues podemos hacer una cosa que es muy antigua que se llama pedagogía, se llama diálogo y se llama comunicación. Y que a la izquierda se le ha olvidado yo creo que porque todavía predomina en la izquierda, no sé si consciente o subconscientemente, la idea de que los cambios sociales son mecánicos, como se estudiaban en aquellos libros que han alumbrado las generaciones de intelectuales de izquierdas que todavía están coleando por aquí. Se piensa que una cosa lleva a la otra y que es una mecánica, que viene solo y que nos trae las transformaciones, y eso es un error. Creo que la izquierda tiene un déficit de pedagogía y de comunicación impresionante. La izquierda no se dirige a más allá de sus tribus y no tiene conciencia de que hay que hablar a la sociedad en su conjunto y no tiene tampoco sentido de la militancia comunicativa.

Recuerdo dar charlas y ponencias con Viçenc Navarro y al final siempre alguien preguntaba eso de ‘¿y yo qué puedo hacer?’. Y Viçenc, que es mucho menos vergonzoso que yo, les preguntaba que cuántas de las 200 o 300 personas que habían venido se habían comprado y leído los libros de Viçenc y míos. Solo levantaban la mano diez. En cambio yo veo que uno de estos ultraliberales publican un libro y decenas de jóvenes van a sus presentaciones y se compran el libro. Le leí un tuit a mi editor que decía que los economistas que más venden son los ultraliberales. Eso no es un problema de esos economistas, sino de que la gente de izquierda no se compra libros porque parece que ya tienen sus ideas.

Por otro lado, en España los medios de comunicación de izquierdas no tienen apoyo ni suscriptores. Parece que tenemos la idea de que todo tiene que ser gratis, como si a los periodistas de izquierdas les dejaran gratis la electricidad o el alquiler. Hay partidos de izquierdas que tienen millones de votos, o sea que si esa gente estuviera difundiendo el pensamiento y los datos que damos los economistas, que son abrumadores, si esos millones de votantes compraran los medios que los publican, los estudiaran y los difundieran, pues otro gallo cantaría. Pero por generación espontanea no nace el convencimiento de la gente, sobre todo cuando hay otros que lo están haciendo.

Otro ejemplo, es que hay clubs liberales en toda España, pero yo no conozco que se hayan difundido ese tipo de cosas en la izquierda. Y no se trata de adoctrinar, pero sí de facilitar el debate. No hace falta un club fanático para que suscriban tus ideas, sino para hacer debate. Eso no lo hace la gente de izquierda.

¿Llegará un día que dejemos de ver la economía como una ciencia exacta? ¿Cómo la deberíamos ver?
La economía, decía Keynes, es una ciencia moral. La economía es política porque los problemas económicos no tienen soluciones técnicas, sino políticas. Esta frase tampoco es mía, la dijo Enrique Fuentes Quintana, que tampoco es que sea una persona sospechosa, cuando era vicepresidente del Gobierno en una comparecencia en televisión. No existe economía que no sea política. No existe una ciencia exacta ni lo va a ser nunca. Las decisiones sobre la vida económica implican juicios distributivos, que son juicios que requieren un pronunciamiento ético sobre lo que nos parece mejor o peor. Por lo tanto la economía es lo que es, pero se hace creer que la economía es una ciencia exacta lo mismo que el cura hacía creer que quien hablaba era Dios, para que nadie le pusiera en duda lo que se decía desde el púlpito. Con la economía es exactamente igual.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/economia/juan-torres-lopez-se-hace-creer-economia-ciencia-exacta-mismo-cura-quien-hablaba-dios

lunes, 26 de abril de 2021

_- Keynes y la ética

_- El economista más influyente del siglo XX, de cuya muerte se cumplen hoy, día 4 de abril, 75 años, entendió que de las crisis se sale sabiendo qué futuro queremos


En plena Segunda Guerra Mundial, el Gobierno del Reino Unido encargó al político y académico  William Beveridge un informe sobre el futuro de la Seguridad Social del país. Lord Beveridge pidió ayuda con el cálculo de su costo a Keynes. Como cuenta el mejor biógrafo de éste, el también notable economista Robert Skidelsky, de esa colaboración surgieron una serie de documentos clave -empezando por el Social Insurance and Allied Services (1942), del que se vendieron 700.000 copias en unas semanas- que marcaron un giro crucial a las políticas económicas y sociales que hicieron posible a partir de 1945 tres décadas de bienestar no solo en el Reino Unido sino también en Europa occidental. Ni Beveridge ni Keynes eran precisamente radicales. Al contrario, ideológicamente se encontraban en la órbita del moribundo Partido Liberal y eran por origen, temperamento y estilos de vida, personas plenamente integradas en el sistema, que querían salvar al capitalismo del fascismo, del comunismo y de sí mismo.

Para salvar al capitalismo había que reinventarlo y en este proceso fueron cruciales los conocimientos de Keynes, el hombre que  ya había revolucionado en 1936 el pensamiento económico con su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en el que abogaba por el papel imprescindible del Estado y del déficit presupuestario para sacar a las economías occidentales de las garras de la Gran Depresión. Luego, en los años cuarenta, Keynes demostró que los proyectos de reforma social eran posibles porque se podían pagar si se hacían los esfuerzos presupuestarios y fiscales necesarios. Llama la atención que estos planes se concibieran en medio de una guerra que había llevado al Reino Unido a la bancarrota técnica, que solo la ayuda económica americana evitó que se materializase. Y es que Keynes vio en la catástrofe una oportunidad para hacer un mundo mejor, mientras que podría haber hecho lo contrario y dejar las reformas para cuando la situación económica mejorase, o para nunca. No fue una acción del todo inesperada o inexplicable. Como antes hiciera Adam Smith (autor de un libro a menudo ignorado, titulado nada menos que Teoría de los sentimientos morales), Keynes había llegado a la economía desde la ética, y quizás por ello nunca olvidó que aquélla está al servicio de la sociedad y no al revés, en contra de los dogmáticos que pensaban que la sociedad está maniatada por unos supuestos principios naturales o científicos inmutables, empezando por la sagrada mano invisible del libre mercado.

Dejar la ética fuera de los planteamientos económicos ignoraría la historia que vino después. La reforma del capitalismo a partir de 1945 fue posible por un cambio de mentalidad en la mayoría de los ciudadanos y de una parte de las élites, que concluyeron que los años de miseria, desempleo estructural, recortes sociales y de desigualdad que precedieron a la guerra no podían continuar. En el Reino Unido, Churchill, el gran héroe de la resistencia ante los nazis, no entendió este cambio en la opinión pública y por eso fue derrotado de forma rotunda por los laboristas en las elecciones de aquel año.

Al menos en Occidente (pero no en España), el mundo nuevo que alumbró la Segunda Guerra Mundial estaba basado en lograr un objetivo simple: la creación de una sociedad más justa y libre en la que todos los ciudadanos tuviesen oportunidades reales para mejorar sus vidas. Las nuevas prioridades sociales llevaron a los gobiernos democráticos de posguerra a expandir su función redistributiva de la riqueza de una forma sin precedentes. Para ello se aumentaron las cargas fiscales a los más ricos. Con las subidas de impuestos, las grandes mansiones de la aristocracia británica que vemos en algunas películas llenas de nostalgia –pagadas con el dinero de la esclavitud, el despojo de la India y mantenidas por legiones de sirvientes que cobraban muy poco- tuvieron que cerrar sus puertas y ser vendidas al National Trust. Pero a cambio se pudieron pagar las cerca de 200.000 viviendas sociales que construyó cada año el Gobierno del Reino Unido (fuese laborista o conservador) y acabar así con la vergüenza de que una de cada tres casas en el país no tuviese agua corriente en 1939.

Keynes, uno de los padres de esta nueva sociedad, fue un hombre lleno de contradicciones y de opiniones cambiantes. El exquisito esteta elitista (miembro del exclusivo y secreto club de los Apóstoles de Cambridge  y del grupo de Bloomsbury) que despreciaba a Marx, resultó ser uno de los individuos que más hizo por los trabajadores el siglo pasado. Fue primero librecambista y luego proteccionista. Defendió a la derrotada Alemania en 1919 pero aborreció el Apaciguamiento ante Hitler en los años treinta. Intentó evitar la vuelta al patrón oro en 1925 y luego luchó, en la conferencia de Bretton Woods de 1944, para encontrar la estabilidad perdida de las divisas. Sus ideas fiscales en los años veinte eran muy distintas de las de los años cuarenta. No podía ser de otro modo. Como toda persona inteligente y no dogmática, él cambió las preguntas y las respuestas según cambiaron los tiempos. Pero ante todo nunca olvidó que la función pública debía basarse en principios éticos. Por ello mismo entendió que la teoría económica tenía que ser flexible y responder a las necesidades del momento, y que la salida a la crisis desatada en 1939-1945 no podía ser la misma que la que siguió primero al estallido de la Gran Guerra y luego a la Gran Depresión, que pagaron los más pobres mientras que las diferencias sociales se agudizaron aún más.

Los imperativos éticos de las generaciones que vivieron la Segunda Guerra Mundial hicieron que en el capitalismo de posguerra se desarrollaran políticas que hoy serían acusadas por muchos de subversivas y aberrantes. Por ejemplo, en Estados Unidos se implementaron tipos máximos del impuesto de la renta que llegaron hasta el 91% bajo Eisenhower, y lo normal era que los grandes patrones empresariales ganasen como media unas treinta veces más que sus empleados. Hoy, en un ambiente moral muy distinto, el tipo impositivo máximo en los Estados Unidos es del 37% y los jefes de las grandes compañías ganan una media de 300 veces el salario de sus empleados. También hoy en España tenemos millones de personas socialmente excluidas que sufren la segunda crisis socio-económica profunda en una generación. Sin embargo, hay quienes no solo se echan las manos a la cabeza cuando se propone apuntalar nuestro más bien escuálido Estado del bienestar aumentando la carga fiscal nacional  hasta el mismo nivel medio del resto de Europa (del 35% al 41% del PIB), sino que además piden o prometen bajadas masivas de impuestos mientras que evitan explicar cómo se van a pagar las pensiones, las ayudas a la dependencia, la educación, la sanidad, la investigación y hasta la defensa de este país.

A diferencia de demagogos y santones del mercado, Keynes entendió que de las crisis económicas se debe salir considerando primero qué futuro queremos. Tampoco olvidó que la economía es política, y por lo tanto una manifestación de nuestros valores éticos colectivos.

Antonio Cazorla Sánchez es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Trent University. Canadá.

https://elpais.com/opinion/2021-04-21/keynes-y-la-etica.html

lunes, 9 de octubre de 2017

Erizos y zorros en Cataluña. Con frecuencia se abre un foso entre los creadores y los transmisores del saber

Los economistas ¿son erizos o son zorros? Los erizos saben mucho de una sola cosa; los zorros saben de muchas cosas de un modo más superficial. Esta distinción fue hecha por Isaiah Berlin a principios de los años cincuenta del siglo pasado basándose en un proverbio del griego Arquíloco. Los científicos (creadores) suelen ser erizos; los diletantes y los divulgadores (transmisores) pertenecen al territorio de los zorros. El tiempo en que vivimos suele ser más favorable a los zorros que a los erizos.

Esta leyenda ha sido desarrollada recientemente por el premio Nobel de Economía, el francés Jean Tirole, en su libro La economía del bien común (editorial Taurus), para analizar el papel de los economistas en los asuntos públicos: ¿son erizos o son zorros?; ¿están encerrados en torres de marfil o son consejeros del príncipe?; ¿siguen siendo ciertas las palabras de Keynes en su Teoría general de que todos los políticos aplican sin saberlo las recomendaciones de economistas cuyos nombres desconocen, muchas veces ya difuntos?

Estas consideraciones no tienen por qué ser abstractas sino que se pueden aplicar a coyunturas concretas. Por ejemplo, hay una serie de economistas catalanes, sin duda erizos, de los mejores en el mundo en su especialidad académica, que se han manchado las manos en el procés, a favor de una de las partes. Para nuestra reflexión da igual de cuál de las dos. En uno u otro grado han abandonado su laboratorio y han participado en la refriega (alguno de ellos incluso a través de las redes sociales), causando el estupor de algunos de sus seguidores tradicionales en el terreno científico. Ironiza Tirole con gracia con que a Adam Smith no se le pedía que hiciera previsiones, redactara informes, hablara por la televisión, llevara un blog, tuitease o tuviera su muro de facebook, y escribiese buenos manuales de divulgación. Y concluye: “Todas estas demandas sociales son legítimas, pero con frecuencia cavan un foso entre creadores de saber y transmisores de saber”.

Científicos sociales –en este caso, economistas- que suelen ser los primeros de la clase en lo suyo, pueden estar profundamente errados o ser banales cuando se convierten en militantes o en analistas “de aeropuerto” (como dice Krugman). Las maravillosas Memorias de Galbraith, publicadas hace muchos años, son pródigas en la autocrítica de sus equivocaciones al saltar al mundo de la política. Ojalá esto no fuese una excepción o un momento de debilidad y, con la distancia suficiente, pudiésemos conocer las introspecciones de una profesión poco dada a ellas. ¿Han reconocido los economistas hegemónicos el fracaso de sus lecciones durante la Gran Recesión?, ¿han reflexionado en público sobre las contorsiones ideológicas hechas para salvarse y cómo se deshicieron sin complejos de sus directrices neoclásicas y de su abominación por la intervención pública y tuvieron que empezar a comportarse como economistas keynesianos con esteroides, para que el Estado interviniese por doquier, so pena de crash? Muchos de estos economistas no sólo no previeron lo que se venía encima sino que con sus recomendaciones convirtieron lo que podía haber sido una recesión “del montón” en la Gran Recesión.

https://elpais.com/economia/2017/10/01/actualidad/1506860779_685597.html

jueves, 11 de agosto de 2016

Marx llevaba bastante razón

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía. Universidad de Barcelona

Como consecuencia del enorme dominio que las fuerzas conservadoras tienen en los mayores medios de difusión y comunicación, incluso académicos, en España (incluyendo Catalunya), el grado de desconocimiento de las distintas teorías económicas derivadas de los escritos de Karl Marx en estos medios es abrumador. Por ejemplo, si alguien sugiere que para salir de la Gran Recesión se necesita estimular la demanda, inmediatamente le ponen a uno la etiqueta de ser un keynesiano, neo-keynesiano o “lo que fuera” keynesiano. En realidad, tal medida pertenece no tanto a Keynes, sino a las teorías de Kalecki, el gran pensador polaco, claramente enraizado en la tradición marxista, que, según el economista keynesiano más conocido hoy en el mundo, Paul Krugman, es el pensador que ha analizado y predicho mejor el capitalismo, y cuyos trabajos sirven mejor para entender no solo la Gran Depresión, sino también la Gran Recesión.
En realidad, según Joan Robinson, profesora de Economía en la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, y discípula predilecta de Keynes, este conocía y, según Robinson, fue influenciado en gran medida por los trabajos de Kalecki.

Ahora bien, como Keynes es más tolerado que Marx en el mundo académico universitario, a muchos académicos les asusta estar o ser percibidos como marxistas y prefieren camuflarse bajo el término de keynesianos. El camuflaje es una forma de lucha por la supervivencia en ambientes tan profundamente derechistas, como ocurre en España, incluyendo Catalunya, donde cuarenta años de dictadura fascista y otros tantos de democracia supervisada por los poderes fácticos de siempre han dejado su marca.

Al lector que se crea que exagero le invito a la siguiente reflexión. Suponga que yo, en una entrevista televisiva (que es más que improbable que ocurra en los medios altamente controlados que nos rodean), dijera que “la lucha de clases, con la victoria de la clase capitalista sobre la clase trabajadora, es esencial para entender la situación social y económica en España y en Catalunya”; es más que probable que el entrevistador y el oyente me mirasen con cara de incredulidad, pensando que lo que estaría diciendo sería tan anticuado que sería penoso que yo todavía estuviera diciendo tales sandeces. Ahora bien, en el lenguaje del establishment español (incluyendo el catalán) se suele confundir antiguo con anticuado, sin darse cuenta de que una idea o un principio pueden ser muy antiguos, pero no necesariamente anticuados. La ley de la gravedad es muy, pero que muy antigua, y sin embargo, no es anticuada. Si no se lo cree, salte de un cuarto piso y lo verá.

La lucha de clases existe
Pues bien, la existencia de clases es un principio muy antiguo en todas las tradiciones analíticas sociológicas. Repito, en todas. Y lo mismo en cuanto al conflicto de clases. Todos, repito, todos los mayores pensadores que han analizado la estructura social de nuestras sociedades –desde Weber a Marx- hablan de lucha de clases. La única diferencia entre Weber y Marx es que, mientras que en Weber el conflicto entre clases es coyuntural, en Marx, en cambio, es estructural, y es intrínseco a la existencia del capitalismo. En otras palabras, mientras Weber habla de dominio de una clase por la otra, Marx habla de explotación. Un agente (sea una clase, una raza, un género o una nación) explota a otro cuando vive mejor a costa de que el otro viva peor. Es todo un reto negar que haya enormes explotaciones en las sociedades en las que vivimos. Pero decir que hay lucha de clases no quiere decir que uno sea o deje de ser marxista. Todas las tradiciones sociológicas sostienen su existencia.

Las teorías de Kalecki
Kalecki es el que indicó que, como señaló Marx, la propia dinámica del conflicto Capital-Trabajo lleva a la situación que creó la Gran Depresión, pues la victoria del capital lleva a una reducción de las rentas del trabajo que crea graves problemas de demanda. No soy muy favorable a la cultura talmúdica de recurrir a citas de los grandes textos, pero me veo en la necesidad de hacerlo en esta ocasión.

Marx escribió en El Capital lo siguiente: “Los trabajadores son importantes para los mercados como compradores de bienes y servicios. Ahora bien, la dinámica del capitalismo lleva a que los salarios –el precio de un trabajo- bajen cada vez más, motivo por el que se crea un problema de falta de demanda de aquellos bienes y servicios producidos por el sistema capitalista, con lo cual hay un problema, no solo en la producción, sino en la realización de los bienes y servicios. Y este es el problema fundamental en la dinámica capitalista que lleva a un empobrecimiento de la población, que obstaculiza a la vez la realización de la producción y su realización”. Más claro, el agua.

Esto no es Keynes, es Karl Marx. De ahí la necesidad de trascender el capitalismo estableciendo una dinámica opuesta en la que la producción respondiera a una lógica distinta, en realidad, opuesta, encaminada a satisfacer las necesidades de la población, determinadas no por el mercado y por la acumulación del capital, sino por la voluntad política de los trabajadores.

De ahí se derivan varios principios. Uno de ellos, revertir las políticas derivadas del domino del capital (tema sobre el cual Keynes no habla nada), aumentando los salarios, en lugar de reducirlos, a fin de crear un aumento de la demanda (de lo cual Keynes sí que habla) a través del aumento de las rentas del trabajo, vía crecimiento de los salarios o del gasto público social, que incluye el Estado del bienestar y la protección social que Kalecki define como el salario social.

Mirando los datos se ve claramente que hoy las políticas neoliberales realizadas para el beneficio del capital han sido responsables de que desde los años ochenta las rentas del capital hayan aumentado a costa de disminuir las rentas del trabajo (ver mi artículo “Capital-Trabajo: el origen de la crisis actual” en Le Monde Diplomatique, julio 2013), lo cual ha creado un grave problema de demanda, que tardó en expresarse en forma de crisis debido al enorme endeudamiento de la clase trabajadora y otros componentes de las clases populares (y de las pequeñas y medianas empresas).

Tal endeudamiento creó la gran expansión del capital financiero (la banca), la cual invirtió en actividades especulativas, pues sus inversiones financieras en las áreas de la economía productiva (donde se producen los bienes y servicios de consumo) eran de baja rentabilidad precisamente como consecuencia de la escasa demanda. Las inversiones especulativas crearon las burbujas que, al estallar, crearon la crisis actual conocida como la Gran Depresión. Esta es la evidencia de lo que ha estado ocurriendo (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015)

De ahí que la salida de la Gran Crisis (en la que todavía estamos inmersos) pase por una reversión de tales políticas, empoderando a las rentas del trabajo a costa de las rentas del capital. Esta es la gran contribución de Kalecki, que muestra no solo lo que está pasando, sino por dónde deberían orientar las fuerzas progresistas sus propuestas de salida de esta crisis, y que requieren un gran cambio en las relaciones de fuerza Capital-Trabajo en cada país. El hecho de que no se hable mucho de ello responde a que las fuerzas conservadoras dominan el mundo del pensamiento económico y no permiten la exposición de visiones alternativas. Y así estamos, yendo de mal en peor. Las cifras económicas últimas son las peores que hemos visto últimamente.

http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2016/08/01/marx-llevaba-bastante-razon/

miércoles, 7 de mayo de 2014

El pánico a Piketty. El nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es un prodigio de rigor y honestidad.

Los conservadores parecen incapaces de elaborar un contraataque a las tesis del economista

Otros libros de economía han sido éxitos de ventas, pero, a diferencia de la mayoría de ellos, la contribución de Piketty contiene una erudición auténtica que puede hacer cambiar la retórica. Y los conservadores están aterrorizados. Por eso, James Pethokoukis, del Instituto Estadounidense de la Empresa, advierte en National Review de que el trabajo de Piketty debe ser rebatido, porque, de lo contrario, “se propagará entre la intelectualidad y remodelará el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas de las ideas políticas”.

Pues bueno, les deseo buena suerte. Por ahora, lo realmente sorprendente del debate es que la derecha parece incapaz de organizar ninguna clase de contraataque significativo a las tesis de Piketty. En vez de eso, la reacción ha consistido exclusivamente en descalificar; concretamente, en alegar que Piketty es un marxista, y, por tanto, alguien que considera que la desigualdad de ingresos y de riqueza es un asunto importante.

En breve volveré sobre la cuestión de la descalificación. Antes veamos por qué El capital está teniendo tanta repercusión.

Piketty no es ni mucho menos el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. Es cierto que Piketty y sus compañeros han añadido una buena dosis de profundidad histórica a nuestros conocimientos, y demostrado que, efectivamente, vivimos una nueva edad dorada. Pero eso hace ya tiempo que lo sabíamos.

No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.

Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por hacer del espectacular aumento de las rentas de las clases altas una cuestión política ha comprendido dos líneas defensivas: en primer lugar, negar que a los ricos realmente les vaya tan bien y al resto tan mal como les va, y si esta negación falla, afirmar que el incremento de las rentas de las clases altas es la justa recompensa por los servicios prestados. No les llamen el 1% o los ricos; llámenles “creadores de empleo”.

Pero ¿Cómo se puede defender esto si los ricos obtienen gran parte de sus rentas no de su trabajo, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si las grandes riquezas proceden cada vez más de la herencia, y no de la iniciativa empresarial?

Piketty muestra que estas preguntas no son improductivas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial efectivamente estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y su libro argumenta de forma convincente que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas.

Por tanto, ¿Qué tiene que hacer un conservador ante el temor a que este diagnóstico pueda ser utilizado para justificar una mayor presión fiscal sobre los ricos? Podría intentar rebatir a Piketty con argumentos reales; pero hasta ahora no he visto ningún indicio de ello. Antes bien, como decía, todo ha consistido en descalificar.

Supongo que esto no debería resultar sorprendente. He participado en debates sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto que los “expertos” conservadores se las arreglen para cuestionar los números sin tropezar con los cordones de sus propios zapatos intelectuales. Porque se diría que, básicamente, los hechos no están de su parte. Al mismo tiempo, acusar de ser un extremista de izquierdas a cualquiera que ponga en duda cualquier aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento habitual de la derecha ya desde que William F. Buckley y otros como él intentaran impedir que se enseñase la teoría económica keynesiana, no demostrando que fuera errónea, sino acusándola de “colectivista”.

Con todo, ha sido impresionante ver a los conservadores, uno tras otro, acusar a Piketty de marxista. Incluso Pethokoukis, que es más refinado que los demás, dice de El capital que es una obra de “marxismo blando”, lo cual solo tiene sentido si la simple mención de la desigualdad de riqueza te convierte en un marxista. (Y a lo mejor así es como lo ven ellos. Hace poco, el exsenador Rick Santorum calificó el término “clase media” de “jerga marxista”, porque, ya saben, en Estados Unidos no tenemos clases sociales)...
Fuente: Paul Krugman, más en El País.
Más en la BBC.
Thomas Piketty. Página Web oficial de Piketty. En ella vienen apuntes de sus clases en ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES y las tesis doctorales y trabajos que ha dirigido, así como sus artículos, además, se pueden descargar.

He descargado una denominada Ensayo en Economía de la Educación, (1)  defendida el 8 de junio de 2011, de 337 págs., por Mathieu Valdenaire, muy recomendable para los que nos interesa la educación y la economía. También se puede descargar un trabajo de fin de Master, del mismo autor, donde se pregunta. ¿Las escuelas privadas son más eficaces que las escuelas públicas?  Les écoles privées sont-elles plus efficaces que les écoles publiques? Estimations à partir du panel primaire 1997 » 2003-4 de 67 págs. 
Introducción a su libro ya célebre  El capital en el siglo XXI, en español.

(1) Entre 1900 et 2009, la part de la richesse nationale consacrée chaque année à l’éducation en France est passée de 1% à 6%. En un peu plus d’un siècle, la dépense publique annuelle consacrée à l’éducation a ainsi été multiplié par 90 (en euros constants). Sur la même période, le produit intérieur brut se trouvait multiplié par 15. Les sommes consacrées à l’éducation ont donc crû à un rythme exceptionnellement élevé au cours du 20ème siècle, la progression étant six fois plus rapide que celle de la richesse produite annuellement. L’analyse des séries statistiques révèle que l’essentiel de cet effort d’investissement a été réalisé du début des années 1950 au début des années 1970, où il s’interrompt brutalement. Ce spectaculaire investissement dans l’éducation va de pair avec les réformes radicales du système scolaire qui jalonnent la période.

Traducción:
Entre 1900 y 2009, la proporción de la riqueza nacional dedicada cada año a la educación en Francia aumentó del 1% al 6%. En poco más de un siglo, el gasto público anual dedicado a la educación se ha multiplicado así por 90 (en euros constantes). En el mismo período, el producto interno bruto se multiplicó por 15. Las sumas dedicadas a la educación, por tanto, crecieron a un ritmo excepcionalmente alto durante el siglo XX, siendo el crecimiento seis veces más rápido que el de la riqueza producida anualmente. El análisis de la serie estadística revela que la mayor parte de este esfuerzo de inversión se realizó desde principios de la década de 1950 hasta principios de la de 1970, cuando se detuvo abruptamente. Esta espectacular inversión en educación fue de la mano de las reformas radicales del sistema escolar que marcaron la época.

viernes, 4 de octubre de 2013

Marx (y no sólo Keynes) llevaba razón

Vicenç Navarro. Público.es

Una de las causas de la crisis financiera y económica que ha recibido escasa atención ha sido la evolución de la distribución de las rentas entre las derivadas del capital y las derivadas del trabajo, a lo largo del periodo post II Guerra Mundial. El conflicto capital-trabajo, al cual Karl Marx dedicó especial atención, hasta el punto de considerarlo como el hilo conductor de la historia (“la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”), ha perdido visibilidad en los análisis de las crisis actuales, sustituido por los análisis de los comportamientos de un sector del mundo del capital, es decir, el capital financiero, sin dar suficiente importancia al conflicto del capital (y no solo de su componente financiero) con el mundo del trabajo. Los datos, sin embargo, continúan acentuando la importancia de la relación capital-trabajo en la génesis de las crisis económica y financiera que están ocurriendo en estos momentos.

Durante el periodo entre el fin de la II Guerra Mundial y los años setenta (definido como la época dorada del capitalismo), el Pacto Social entre el mundo del trabajo y el mundo del capital (en el cual el primero aceptaba el principio de propiedad privada de los medios de producción a cambio de aumentos salariales -condicionados al aumento de la productividad- y del establecimiento del estado del bienestar) dio como resultado un aumento muy notable de las rentas del trabajo que alcanzaron su máximo nivel en la década de los setenta. La participación de los salarios (en términos de compensación por empleado) en la renta nacional alcanzó cifras récord entonces. En los países que serían más tarde la UE-15 (el grupo de países más desarrollados económicamente en la Unión Europea), este porcentaje era el 72,9%. En Alemania, el porcentaje era 70,4%, en Francia 74,3%, en Italia 72,2%, en Gran Bretaña 74,3% y en España 72,4%. Al otro lado del Atlántico Norte, en EEUU, era 69,9% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 32, Autumn 2011 ).

Esta situación creó una respuesta por parte del mundo del capital que revertió la distribución de las rentas. Las políticas iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en Gran Bretaña iban encaminadas a favorecer las rentas del capital, debilitando y diluyendo el Pacto Social. La generalización de estas políticas determinó una redistribución de las rentas a favor del capital, a costa de las rentas del trabajo. Como consecuencia de ello, la participación de estas últimas disminuyó considerablemente de manera que en 2012 era el 65,2% del PIB en Alemania, en Francia el 68,2%, el 64,4% en Italia, el 72,7% en Gran Bretaña y el 58,4% en España, el porcentaje más bajo entre estos países y por debajo de la UE-15, cuyo promedio era 66,5%.

Esta disminución de la participación en el PIB de las rentas del trabajo creó un enorme problema de escasez de demanda privada, origen de la crisis económica. Esta escasez pasó, sin embargo, desapercibida debido a varios hechos, de los cuales uno de ellos fue el impacto económico de la reunificación alemana en 1990 y el enorme crecimiento del gasto público resultado de las políticas de integración de la Alemania Oriental en la Occidental, que se financiaron con un gran crecimiento del déficit público alemán, que pasó de estar en superávit en 1989 (0,1% del PIB) a un déficit de 3,4% del PIB en 1996. Este crecimiento del gasto público tuvo un efecto estimulante de la economía alemana y, por lo tanto, de la economía europea, dentro de la cual la alemana tenía y continúa teniendo un peso central.

El segundo hecho que ocultó el impacto negativo que la disminución de la participación de las rentas del trabajo tenía sobre la demanda privada fue el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas que ocurrió en paralelo al descenso de las rentas del trabajo. Este endeudamiento fue facilitado por la creación del euro que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses bancarios de los países de la eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán por el euro tuvo como resultado la “alemanización” de los tipos de interés. España fue un claro ejemplo de ello. El precio del dinero nunca había sido tan bajo, facilitando así el enorme endeudamiento privado que tuvo lugar en España. Mientras que el sector público estaba en superávit, el privado tenía un enorme déficit que pasó desapercibido debido a su gran endeudamiento (consecuencia de la disminución de las rentas del trabajo).

Esta situación, aun siendo muy acentuada en España y otros países periféricos de la eurozona, ocurrió en todos los países de la eurozona. El crecimiento anual medio salarial en los países de la eurozona descendió de un 3,5% en el periodo 1991-2000 a un 2,4% en el periodo 2001-2010, en Alemania de un 3,2% a un 1,1% y en España de un 4,9% a un 3,6% ( European Commission, ECFIN, Statistical Annex, Table 29, Autumn 2011 ). El notable crecimiento del endeudamiento está basado, en gran parte, en esta realidad.

Por otra parte, la elevada rentabilidad de las actividades especulativas en comparación con la de las de carácter productivo (afectada, esta última, por la disminución de la demanda) explica el elevado riesgo e inestabilidad financiera, con la aparición de las burbujas, entre ellas, la inmobiliaria. La explosión de estas burbujas sobre todo en EEUU dio origen a la percepción de que la crisis financiera se inició e iba a estar limitada a EEUU, sin apercibirse de que la banca europea, y la alemana en particular, (incluyendo las cajas) estaba entrelazada con la estadounidense de manera tal que la crisis financiera estadounidense afectó inmediatamente al capital financiero europeo y muy especialmente al alemán. La banca alemana (Sachsen LB, IKB Deutsche Industriebank, Hypo Real Estate, Deutsche Bank, Bayern LB, West LB, DZ Bank, entre otros) tuvo que ser rescatada con fondos públicos, incluidos por cierto, fondos procedentes del Banco Central de EEUU, el Federal Reserve Board. Esta banca y cajas alemanas estuvieron también afectadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria española, que generó la petición de rescate de la banca española (que incluyó a las cajas) que significó, en realidad, un rescate al capital financiero alemán, que tenía invertido en entidades españolas casi 200.000 millones de euros, que intenta ahora recuperar a partir del rescate a la banca española, rescate que acabará siendo pagado con fondos públicos españoles, tal como señalan los últimos datos.

La redistribución de las rentas a favor del capital y a costa del mundo del trabajo ha creado este enorme problema de escasez de la demanda (causa de la crisis económica) y del gran crecimiento del endeudamiento y de la especulación (causa de la crisis financiera). Tal conflicto capital-trabajo ha jugado un papel clave en el origen y reproducción de las crisis actuales, mostrando que Karl Marx (además de Keynes) llevaba razón.

lunes, 10 de junio de 2013

Crimen y castigo o ¿crimen sin castigo?

La cuestión es qué tipo de responsabilidades adquieren los políticos, los tecnócratas y los científicos sociales que les acompañan intelectualmente en sus decisiones, cuando sus equivocaciones generan tanto sufrimiento a la gente. Este es el asunto central que se desprende del documento del Fondo Monetario Internacional (FMI), conocido la pasada semana sobre la intervención de la troika en Grecia desde el año 2010.

En él se dicen al menos dos cosas muy gruesas que cuestionan la acción del propio FMI, la Comisión Europea (CE) y el Banco Central Europeo (BCE). A saber: que se subestimó el impacto de la austeridad en la vida de los ciudadanos (el PIB cayó un 17% en tres años, cuando “solo” se esperaba una reducción del 5,5%; y el paro ha llegado al 27% de la población activa, cuando todo lo más se calculaba un 15%). Y, no menos significativo, que la fórmula escogida de reestructuración de la deuda griega permitió a muchos inversores privados reducir su exposición y trasladar el endeudamiento a los inversores públicos: una socialización de las pérdidas. ¿No se puede calificar este resultado de catastrófico para el bienestar ciudadano y algo parecido a una gigantesca estafa para las finanzas públicas?

En cambio, el portavoz del comisario de Asuntos Económicos, Oli Rehn, en su balbuceante respuesta destacó que Grecia no ha salido del euro, que el plan de reformas va por buen camino y que el informe del FMI no lleva el sello de la dirección y, por tanto, no es oficial. Con ello se pretende interrumpir el relato del FMI y trasladar el dilema a otro sitio, desviando la atención de los problemas que se plantean sobre la responsabilidad de las recetas profundamente equivocadas (malos datos) o sencillamente falsas (datos manipulados) por estar basadas en obsesiones ideológicas. Desde el principio de la Gran Recesión está encima de la mesa el debate de si la ciencia económica ha contribuido a la debacle con el desarrollo de teorías que, o bien ignoraban los factores clave de lo que estaba sucediendo (tesis bienintencionada: la ignorancia), o, lo que es peor, los han excluido intencionadamente (tesis malintencionada: la ideología) para favorecer una determinada agenda política favorable a una redistribución al revés.

Hoy conviene recordar qué sucedió en el seno del FMI en el año 2011 (cuatro años después del inicio de la crisis económica). Entonces se publicó una auditoría interna de la organización, titulada Actuación del FMI en la fase previa de la crisis económica financiera, basada sobre todo en las opiniones anónimas de sus funcionarios. En ella se decían cosas tales como que “se creyó en la autorregulación del mercado y en la solidez de las grandes instituciones financieras que luego se nacionalizaron”; había “un elevado grado de pensamiento de grupo, una captura intelectual y un pensamiento generalizado de que una gran crisis financiera en las economías avanzadas era imposible”; se entierran las voces críticas que emergen en el seno del FMI y se fomenta la lectura “complaciente” de lo que acabó siendo la Gran Recesión, “los incentivos están orientados a generar consenso con la opinión predominante”, “expresar puntos de vista fuertes en contra podía arruinarme la carrera”, “había desincentivos para decir la verdad”, etcétera.

Esta auditoría, elaborada en tiempo de Dominique Strauss-Kahn al frente del FMI y correspondiente a los años de Rodrigo Rato como director gerente del mismo, no se ha repetido o al menos no se ha hecho pública en tiempos más recientes, y no se conoce si se ha corregido la situación que se denuncia o, como dice un personaje de la novela El círculo cerrado, del británico Jonathan Coe (Anagrama): “Sí, he aprendido de mis errores y estoy seguro de que podría repetirlos perfectamente”. Algunos interlocutores españoles de la troika que viene a supervisar los bancos de nuestro país dicen que los hombres de negro del FMI suelen ser más compasivos y menos inflexibles que los de la CE y el BCE. Ahora se trata de que el informe del organismo multilateral que dirige Christine Lagarde no repita sus conclusiones dentro de un tiempo sobre lo sucedido en Irlanda, Portugal o España y denuncie, cuando no tenga remedio, otro sabotaje al nivel de vida de los ciudadanos. Que no pase inadvertido.
El FMI admite que el rescate benefició más a la Unión Europea que a Grecia.
Fuente: JOAQUÍN ESTEFANÍA 10 JUN 2013 - El País

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