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jueves, 23 de marzo de 2023

Antes de mandarle a la guillotina, Robespierre le dijo a Danton: “Te quiero más que nunca y hasta la muerte” La única carta conocida entre dos figuras claves de la Revolución francesa, que acabaron enfrentadas, es vendida a un particular. Veinte historiadores piden su regreso al dominio público

La única carta conocida entre dos figuras claves de la Revolución francesa, que acabaron enfrentadas, es vendida a un particular. Veinte historiadores piden su regreso al dominio público

Georges-Jacques Danton (izquierda) y Maximilien Robespierre.
Antes de mandarle a la guillotina, Robespierre le dijo a Danton: “Te quiero más que nunca y hasta la muerte” La única carta conocida entre dos figuras claves de la Revolución francesa, que acabaron enfrentadas, es vendida a un particular. Veinte historiadores piden su regreso al dominio público.En plena Revolución Francesa, en una época marcada por las turbulencias y los sobresaltos políticos, Maximilien Robespierre le escribió una carta a su amigo e incondicional compañero de lucha, Georges Jacques Danton. “Te quiero más que nunca y hasta la muerte”, le dijo, un año antes de mandarlo a la guillotina. En la misiva, fechada en París el 15 de febrero de 1793, el líder revolucionario quiso expresarle su apoyo tras la muerte de su esposa y de su hijo. Pero al mismo tiempo, le instaba a no abandonar el combate revolucionario. El escrito, el único de este tipo, ha sido subastado a un coleccionista privado por 218.750 euros. Un grupo de historiadores, escritores y políticos piden que regrese al dominio público. La misiva contiene apenas unas líneas, pero ilustra la relación de amistad entre dos figuras emblemáticas de la Revolución francesa, antes de que estallara su rivalidad. Apenas unas semanas antes, el monarca Luis XVI había sido ejecutado en el cadalso instalado en la plaza de la Revolución, la actual plaza de la Concordia. Francia había entrado en el periodo del terror revolucionario, que pretendía defender a la incipiente nación de cualquier enemigo exterior o interior. El país entero estaba sumido en grandes transformaciones políticas y sociales.
La carta manuscrita de Robespierre a Danton.
En su carta, Robespierre le dice a Danton: “Te quiero más que nunca y hasta la muerte. En ese momento soy tú mismo”. A inicios de 1793, su amigo y aliado se encuentra en Bélgica, donde recibe la noticia de la muerte de su esposa, Gabrielle, mientras dio a luz a su cuarto hijo, también fallecido. “Lloremos juntos nuestros amigos”, continúa el revolucionario, antes de añadir el fragmento siguiente: “(...) hagamos sentir pronto los efectos de nuestro profundo dolor sobre los tiranos que son autores de nuestras desgracias públicas y nuestras desgracias privadas”.

En esa época, Danton y Robespierre, dos abogados, habían sido elegidos como diputados por París de la Convención Nacional, la principal institución de la Primera República. Juegan un papel clave en el nuevo ordenamiento político. Su amistad, sin embargo, se fracturará y romperá poco después. En abril de 1794, Danton será enviado por su amigo a la guillotina por oponerse a la política de Terror que él mismo contribuyó a establecer. Los hermanos de lucha se transforman en enemigos. Y el emblemático dúo inspirará a numerosos autores a posteriori, como Victor Hugo o Alexandre Dumas en el siglo XIX.

Fragmento de la historia francesa
“La carta puede interpretarse como una prueba de la sensibilidad de Robespierre, que no era en absoluto un tirano y un monstruo frío, como se le ha retratado”, analiza el historiador Loris Chavanette, quien escribió un artículo en el diario Le Figaro alertando sobre la venta de la misiva. “Pero al mismo tiempo, es la prueba de que el Terror empujaba al baño de sangre hasta el punto de eliminar a sus propios amigos”, explica por teléfono. Chavanette es autor de un libro sobre la historia de los dos líderes revolucionarios y de otros sobre la Revolución.

La carta de Robespierre fue adjudicada el 12 de marzo en una casa de subastas en Versalles, la ciudad donde estalló la Revolución, y pertenece actualmente a un coleccionista privado. En su descripción, la casa de subastas recuerda que es la única escrita por el líder revolucionario a Danton que ha sido conservada. No existe ningún otro rastro epistolar entre ambos hombres, salvo otra misiva escrita por Danton en agosto de 1792.

Para Chavanette, el escrito merece estar expuesto en un museo o conservado en los Archivos Nacionales. De hecho, el documento formaba parte de la colección del Museo de Letras y Manuscritos de París hasta su cierre en 2015. Para intentar que regrese al dominio público, impulsó una columna en el diario Le Monde, firmada por más de 20 personalidades. “La preservación de la única carta de Robespierre a Danton es una causa nacional”, escriben. Y hacen hincapié en que la misiva tiene un “carácter histórico inestimable” y contiene un “fragmento de historia del nacimiento de la República”.

Entre los firmantes están el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, pero también escritores como Erik Orsenna, miembro de la Academia francesa, o David Lisnard, el actual alcalde de Cannes, del partido de la derecha opositora. En la columna, lamentan que el Estado no haya ejercido su derecho preferente de compra para adquirir el manuscrito. Hay precedentes. En 2011, el Gobierno logró impedir que unos escritos de Robespierre fueran subastados en Sotheby’s, una venta que había provocado una oleada de indignación y el temor a que los documentos salieran del país. EL PAÍS ha solicitado una reacción al Ministerio de Cultura, pero no ha obtenido respuesta hasta ahora.

En Le Monde, los firmantes recuerdan que Robespierre, a pesar de ser considerado como una figura controvertida por una parte de la historiografía, fue uno de los promotores de la abolición de los privilegios y de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.

Para Chavanette, la carta no solo ilustra parte de la historia de la legendaria pareja, sino que invita a reflexionar y plantearse preguntas: “Filosóficamente y espiritualmente hablando, ¿es justo sacrificar a un amigo en nombre del interés general?”. La misiva refleja un conflicto entre las emociones privadas y el interés general. Pero su singularidad reside sobre todo en el hecho de que puede interpretarse tanto en defensa como en contra del que era apodado como el “incorruptible”, subrayan los firmantes de la columna.

viernes, 21 de mayo de 2021

_- Napoleon, entre la guerra y la revolución

_- Fuentes: Counterpunch [Imagen: Napoleon en Santa Helena, acuarela de František Xaver Sandmann]


La Revolución francesa no fue un mero acontecimiento histórico, sino un proceso largo y complejo en el que se pueden identificar diferentes estadios. Algunos de esos estadios fueron de naturaleza contrarrevolucionaria, por ejemplo la “revuelta aristocrática” al inicio de la Revolución. Dos fases, sin embargo, fueron sin lugar a dudas revolucionarias.

La primera fase fue “1789”, la revolución moderada que acabó con el “Ancien Régime” [Antiguo Régimen], con su absolutismo real y su feudalismo, el monopolio de poder de la monarquía y los privilegios de la nobleza y la Iglesia. Entre los logros importantes de “1789” se incluye también la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la igualdad de todos los varones franceses ante la ley, la separación de Iglesia y Estado, un sistema parlamentario basado en un derecho a voto limitado y, por último, pero no menos importante, la creación de un Estado francés “indivisible”, centralizado y moderno. Una nueva Constitución promulgada oficialmente en 1791 consagró estos logros, que suponen un importante paso adelante en la historia de Francia.

El Ancien Régime de la Francia anterior a 1789 había estado íntimamente unido a la monarquía absoluta. Por otra parte, bajo el sistema revolucionario de “1789” se suponía que el rey iba a encontrar un papel cómodo dentro de la monarquía constitucional y parlamentaria, pero no sucedió así debido a las intrigas de Luis XVI y de este modo en 1792 surgió un nuevo tipo de Estado radicalmente diferente, una República. “1789” fue posible gracias a las violentas intervenciones del “populacho” parisino, los llamados “sans-culottes”, pero su resultado fue obra sobre todo de una clase moderada de personas que pertenecían casi exclusivamente a la alta burguesía, la clase media alta. Sobre las ruinas del Ancien Régime, que había servido a los intereses de la nobleza y la Iglesia, esos caballeros erigieron un Estado que se suponía estaba al servicio de los acaudalados burgueses. En un principio estos caballeros encontraron su espacio político en el “club” o partido político embrionario de los Feuillants y más tarde en el de los girondinos, nombre que reflejaba el lugar de procedencia de sus principales componentes, un contingente de miembros de la burguesía de Burdeos, el gran puerto situado a las orillas del estuario del Gironda, cuya riqueza se debía no solo al comercio de vino sino también, y sobre todo, al de esclavos. Estos caballeros de provincias nunca se sintieron en casa en París, la guarida de los leones revolucionarios, los sans-culottes, y de los respetables aunque todavía más radicales revolucionarios conocidos como jacobinos.

La segunda fase revolucionaria fue “1793”, que fue la revolución “popular”, radical, igualitaria, con derechos sociales (incluido el derecho al trabajo) y unas reformas socioeconómicas relativamente exhaustivas que se reflejaron en una constitución promulgada en el año revolucionario I (1793) y que nunca entró en vigor. En esta fase, que incorporó el famoso Maximilien Robespierre, la revolución se orientó hacia lo social y estaba dispuesta a regular la economía nacional y, por lo tanto, a limitar en cierta medida la libertad individual “pour le bonheur commun”, es decir, a beneficio de toda la nación. Como se mantuvo el derecho a la propiedad privada, “1793” se podría describir en la terminología contemporánea más como una “socialdemocracia” que como verdaderamente “socialista”.

“1793” fue obra de Robespierre y los jacobinos, especialmente de los jacobinos más fervorosos, un grupo al que se conocía con el nombre de la Montagne [Montaña] porque se sentaban en los bancos situados en la zona más alta de la Asamblea. Eran revolucionarios radicales, la mayoría de origen pequeño burgués o de clase media baja, cuyos principios eran tan liberales como los de la alta burguesía. Pero también querían satisfacer las necesidades elementales de las personas plebeyas parisinas, especialmente de los artesanos, que eran mayoría entre los sans-culottes. Estos sans-culottes eran hombres corrientes que vestían pantalones largos en vez de los cortos ajustados (“culottes”, en francés) que se complementaban con medias de seda y que eran la vestimenta típica de los aristócratas y burgueses prósperos. Los sans-culottes fueron las tropas de asalto de la Revolución, uno de cuyos logros fue la toma de la Bastilla. Robespierre y sus jacobinos radicales los necesitaban como aliados en su lucha contra los girondinos, los revolucionarios moderados de la burguesía, pero también contra los contrarrevolucionarios de la aristocracia y la Iglesia.

La revolución radical fue un fenómeno parisino en muchos sentidos, una revolución hecha en, por y para París. No es de extrañar que la oposición proviniera sobre todo de fuera de esta ciudad, más concretamente de la burguesía de Burdeos y de otras ciudades de provincia que ejemplificaban los girondinos, y del campesinado. Con “1793” la revolución se convirtió en una especie de conflicto entre París y el resto de Francia.

La contrarrevolución, personificada por los aristócratas que había huido del país (los émigrés), sacerdotes y campesinos sediciosos de la Vendée y otros lugares en provincias, fue hostil tanto a “1789” como a “1793” y quería nada menos que la vuelta al Ancien Régime. En la Vendée los rebeldes lucharon por el rey y la Iglesia. La burguesía adinerada, por su parte, estaba en contra de “1793” pero a favor de “1789”. A diferencia de los sans-culottes parisinos, esta clase no tenía nada que ganar y sí mucho que perder del progreso revolucionario radical en la dirección señalada por los montagnards y su constitución de 1793 que promovía el igualitarismo y el estatismo, esto es, la intervención del Estado en la economía. Pero la burguesía también se oponía a una vuelta al Ancien Régime, que habría vuelto a poner al Estado al servicio de la nobleza y la Iglesia. “1789”, en cambio, ponía al Estado francés al servicio de la burguesía.

El objetivo y en muchos sentidos también el resultado de “Termidor”, el golpe de Estado de 1794 que acabó con el gobierno revolucionario y a la vida de Robespierre, fue una vuelta atrás a la revolución burguesa moderada de 1789, pero con una república en lugar de una monarquía constitucional. La “reacción termidoriana” dio lugar a la constitución del año III que, como ha escrito el historiador francés Charles Morazé, “garantizó la propiedad privada y el pensamiento liberal, y abolió todo lo que pareciera empujar la revolución burguesa hacia el socialismo”. La modernización termidoriana de “1789” produjo un Estado que con toda justicia se ha descrito como “república burguesa” (république bourgeoise) o “república de propietarios” (république des propriétaires).

Se creó así el Directorio, un régimen extremadamente autoritario camuflado bajo una fina capa de barniz democrático en forma de asambleas legislativas cuyos miembros se elegían en base a un sufragio muy limitado. El Directorio tuvo enormes dificultades para sobrevivir ya que estaba dividido entre, a la derecha, una Escila monárquica que anhelaba volver al Ancien Régime, y, a la izquierda, una Caribdis de jacobinos y sans-culottes deseosos de volver a radicalizar la revolución. Estallaron varias rebeliones monárquicas y (neo)jacobinas, y en cada ocasión fue la intervención del ejército la que tuvo que salvar el Directorio. Uno de estos levantamientos fue ahogado con sangre por un general ambicioso y popular llamado Napoleon Bonaparte.

Finalmente se resolvieron los problemas por medio de un golpe de Estado que tuvo lugar el 18 brumario del año VIII, el 9 de noviembre de 1799. Para evitar perder su poder a manos de los monárquicos o de los jacobinos la burguesía adinerada de Francia entregó su poder a Napoleon, un dictador militar en el que podían confiar y era popular. Se esperaba que el general corso pusiera el Estado francés a disposición de la alta burguesía y eso es exactamente lo que hizo. Su tarea principal fue eliminar la doble amenaza que había acuciado a la burguesía. El peligro monárquico y, por lo tanto, contrarrevolucionario, se neutralizo por medio del “palo” de la represión, pero aún más por medio de la “zanahoria” de la reconciliación. Napoleon permitió a los aristócratas que se había marchado volver a Francia, recuperar sus propiedades y disfrutar de los privilegios que su régimen concedió generosamente no solo a los ricos burgueses sino a todos los propietarios. Napoleon también reconcilió a Francia con la Iglesia por medio de la firma de un concordato con el papa.

Para librarse de la amenaza (neo)jacobina y evitar que la revolución se volviera a radicalizar Napoleon recurrió sobre todo a un instrumento que ya habían utilizado los girondinos y el Directorio: la guerra. En efecto, cuando recordamos la dictadura de Napoleon no pensamos tanto en acontecimientos revolucionarios que se desarrollaron en la capital, como ocurrió entre los años 1789 y 1794, sino en una serie interminable de guerras que se libraron lejos de París y en muchos casos más allá de las fronteras de Francia. No es una casualidad, porque las llamadas “guerras revolucionarias” sirvieron para el objetivo fundamental de los paladines de la revolución moderada, incluidos Bonaparte y quienes le apoyaba: consolidar los logros de “1789” e impedir tanto una vuelta al Ancien Régime como una repetición de “1793”.

Con su política del terror (que se conoció como la Terreur, “el terror”) Robespierre y los montagnards habían tratado no solo proteger la revolución sino también radicalizarla, lo que significó que “internalizaron” la revolución dentro de Francia, antes que nada en el corazón de esta, su capital, París. No es casual que la guillotina, la “cuchilla revolucionaria”, símbolo de la revolución radical, se instalara en medio de la Plaza de la Concordia, es decir, en medio de la plaza que estaba en medio de la ciudad situada en medio del país. Para concentrar sus propias energías y las de los sans-culottes en la internalización de la revolución Robespierre y sus camaradas jacobinos se opusieron (a diferencia de los girondinos) a las guerras internacionales, puesto que las consideraban un desperdicio de las energías revolucionarias y una amenaza para la revolución. A la inversa, la serie interminable de guerras que se libraron después, primero bajo los auspicios del Directorio y luego de Bonaparte, supusieron una externalización de la revolución, una exportación de la revolución burguesa de 1789. Al mismo tiempo sirvieron en el ámbito interno para impedir una nueva interiorización o radicalización de la revolución a la 1793.

La guerra, el conflicto internacional, sirvió para liquidar la revolución, el conflicto interno, el conflicto de clase. Esto se hizo de dos maneras. En primer lugar, la guerra hizo que los revolucionarios más fervientes desaparecieran de la cuna de la revolución, París. Una enorme cantidad de jóvenes sans-culottes salieron de la capital para luchar en tierras extranjeras (y a menudo para no volver nunca), en un primer momento como voluntarios, pero en seguida como reclutas. A consecuencia de ello en París solo quedaron unos pocos luchadores varones para llevar a cabo acciones revolucionarias fundamentales, como la toma de la Bastilla, pero demasiados pocos para repetir los éxitos de los sans-culottes entre 1789 y 1793, como demostró claramente la derrota de las insurrecciones jacobinas bajo el Directorio. Bonaparte perpetuó el sistema del servicio militar obligatorio y la guerra perpetua. «Fue él», escribió el historiador Henri Guillemin, «quien envió a los potencialmente peligrosos jóvenes plebeyos lejos de París e incluso a Moscú, para gran alivio de los burgueses acaudalados [gens de bien]».

En segundo lugar, las noticias de las grandes victorias generaron orgullo patriótico entre los sans-culottes que se habían quedado en casa, un orgullo que iba a resarcir el menguante entusiasmo revolucionario. Así, con una pequeña ayuda de Marte, el dios de la guerra, se pudo desviar la energía revolucionaria de los sans-culottes y del pueblo francés en general hacia otros canales menos radicales en términos revolucionarios. Esto reflejaba un proceso de desplazamiento en el que el pueblo francés, incluidos los sans-culottes parisinos, fue perdiendo gradualmente su entusiasmo por la revolución y los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, no solo entre los franceses, sino con otras naciones. En vez de eso los franceses adoraron cada vez más al becerro de oro del chovinismo francés, de la expansión territorial hasta las fronteras supuestamente “naturales” de su país, como el Rin, y de la gloria internacional de la «gran nación», y después del 18 Brumario, de su gran líder y pronto emperador: Bonaparte.

Así se puede entender también la reacción ambivalente de los extranjeros ante las guerras y conquistas de Francia en aquel momento. Aunque algunos, como las élites del Ancien Régime y el campesinado, rechazaban la Revolución francesa en su conjunto y otros, sobre todo los jacobinos locales como los “patriotas” holandeses, la acogieron con entusiasmo, muchas personas vacilaban entre la admiración por las ideas y los logros de la Revolución francesa, y la aversión por el militarismo, el chovinismo sin límites y el imperialismo implacable de Francia después del Termidor, durante el Directorio y bajo Napoleon.

Muchas personas no francesas se debatían entre la admiración y la aversión que sentían simultáneamente por la Revolución francesa. En otras tarde o temprano el entusiasmo inicial dio paso a la desilusión. Los británicos, por ejemplo, dieron la bienvenida a “1789” porque consideraron que esta revolución moderada era la importación a Francia del tipo de monarquía constitucional y parlamentaria que ellos mismos habían adoptado un siglo antes durante la llamada Revolución Gloriosa. William Wordsworth evocó ese sentimiento en los versos siguientes: “La felicidad absoluta en aquel amanecer era estar vivo, / pero ser joven era el mismo cielo”.

Sin embargo, después de “1793” y del Terror que le acompañó muchos británicos observaron con aversión lo que sucedía al otro lado del Canal de la Mancha. El libro de Edmund Burke, Reflections on the Revolution in France [Reflexiones sobre la revolución en Francia], publicado en noviembre de 1790, se convirtió en la Biblia contrarrevolucionaria no solo en Inglaterra sino en todo el mundo. A mediados del siglo XX George Orwell escribiría que “para el inglés medio la Revolución francesa no significa más que una pirámide de cabezas cortadas”. Lo mismo se podría decir de prácticamente todas las personas no francesas (y muchas francesas) hoy en día.

Así pues, para acabar con la revolución en la propia Francia, Napoleon la secuestró de París y la exportó al resto de Europa. Con el fin de impedir que la poderosa corriente revolucionaria excavara y ahondara su propio canal (en París y el resto de Francia), primero los termidorianos y luego Napoleon hicieron que sus turbulentas aguas desbordaran las fronteras de Francia, inundaran toda Europa y de este modo se convirtieran en aguas vastas, aunque poco profundas y tranquilas.

Napoleon Bonaparte era la opción perfecta, incluso simbólicamente, para alejar la revolución de su cuna parisina, para acabar con lo que en muchos sentidos era un proyecto de los jacobinos y sans-culottes pequeñoburgueses de la capital, y, a la inversa, para consolidar la revolución moderada que tanto gustaba a los burgueses. Napoleon había nacido en Ajaccio, la ciudad de provincias francesa más alejada de París. Además, era “un hijo de la alta burguesía corsa [gentilhommerie corse]”, es decir, descendiente de una familia que se podría describir como alta burguesía pero con pretensiones aristocráticas o como nobleza menor pero con un estilo de vida burgués. En muchos sentidos la familia Bonaparte pertenecía a la alta burguesía, la clase que en toda Francia había logrado alcanzar sus ambiciones gracias a “1789” y que más tarde, ante las amenazas tanto de la izquierda como de la derecha, trató de consolidar este triunfo por medio de una dictadura militar. Bonaparte personificaba a la alta burguesía de provincias que siguiendo el ejemplo de los girondinos quería una revolución moderada, materializada en un Estado, a ser posible democrático, pero autoritario en caso necesario, que le permitiera potenciar al máximo su riqueza y su poder. Las experiencia del Directorio había demostrado los defectos que en este sentido tenía una república con unas instituciones relativamente democráticas, por lo que la burguesía finalmente buscó la salvación en una dictadura.

La dictadura militar que sustituyó a la “república burguesa” post-termidoriana apareció en escena como un deus ex machina en Saint-Cloud, un pueblo a las afueras de París, el “18 brumario del año VIII”, es decir, el 9 de noviembre de 1799. Este paso político decisivo para liquidar la revolución fue al mismo tiempo un paso geográfico para alejarse de París, del hervidero de la revolución y de la guarida de los revolucionarios jacobinos y sans-culottes. Además, el traslado a Saint-Cloud fue un paso pequeño aunque significativo simbólicamente respecto al ámbito rural, mucho menos revolucionario, cuando no contrarrevolucionario. Da la casualidad de que Saint-Cloud se encuentra en el camino que va de París a Versalles, lugar residencia de los monarcas absolutistas de la época prerrevolucionaria. El hecho de que un golpe de Estado que daba paso a un régimen autoritario tuviera lugar ahí era el reflejo topográfico del hecho histórico de que, tras el experimento democrático de la revolución, Francia volvía al camino hacia un nuevo sistema absolutista similar al sistema cuyo“sol” había sido Versalles. Pero esta vez el destino era un sistema absolutista presidido por un Bonaparte en vez de por un Borbon y, lo que es mucho más importante, un sistema absolutista al servicio de la burguesía en vez de al servicio de la nobleza.

Imagen: Una caricatura británica del golpe de Estado de Saint-Cloud realizada por James Gillray. La dictadura de Bonaparte fue ambivalente respecto a la revolución. Con su llegada la poder la revolución estaba terminada, incluso liquidada, al menos en el sentido de que ya no habría más experimentos igualitarios (como en “1793”) ni más esfuerzos por mantener una fachada republicano-democrática (como en “1789”). En cambio se mantuvieron e incluso se consagraron los logros esenciales de “1789”.

Entonces, ¿Napoleon fue un revolucionario o no? Estaba a favor de la revolución en el sentido de que estaba en contra de la contrarrevolución monárquica y como dos negaciones se anulan mutuamente, un contrarrevolucionario es automáticamente un revolucionario, n’est-ce pas? Pero también se puede decir que al mismo tiempo Napoleon estaba contra la revolución: apoyaba la revolución moderada y burguesa de 1789, asociada a los Feuillants, girondinos y termidorianos, pero estaba en contra de la revolución radical de 1793, obra de los jacobinos y sans-culottes. La historiadora francesa Annie Jourdan cita en su libro La Révolution, une exception française? [La Revolución, ¿una excepción francesa?] a un comentarista alemán contemporáneo que se había dado cuenta de que Bonaparte “nunca fue sino la personificación de una de las diferentes fases de la revolución”, como escribió en 1815. Esa fase era la revolución moderada y burguesa, “1789”, la revolución que Napoleon no solo iba a consolidar en Francia sino que iba a exportar al resto de Europa.

Napoleon eliminó las amenazas tanto monárquicas como jacobinas, pero prestó otro servicio importante a la burguesía. Consiguió que se consagrara legalmente el derecho a la propiedad, piedra angular de la ideología liberal que tanto apreciaban los burgueses, y demostró su devoción hacia este principio volviendo a autorizar la esclavitud, que todavía se consideraba una forma legítima de propiedad. En efecto, Francia había sido el primer país en abolir la esclavitud, en concreto en la época de la revolución radical, bajo los auspicios de Robespierre, el cual la había abolido a pesar de la oposición de sus antagonistas, los girondinos, que supuestamente eran unos caballeros moderados, precursores de Bonaparte como paladines de la causa de la burguesía y de su ideología liberal que ensalzaba la libertad, aunque no para las personas esclavas.

“La burguesía encontró en Napoleon un protector y a la vez un amo”, escribió el historiador Georges Dupeux. El corso fue sin lugar a dudas un protector e incluso un gran paladín de la causa de los burgueses acaudalados, pero nunca fue su amo. En realidad, desde el principio al final de su carrera “dictatorial” fue un subordinado de los dueños de la industria y las finanzas de la nación, los mismos caballeros que ya controlaban Francia en la época del Directorio, la “république des propriétaires” [república de los propietarios], y que le habían confiado la gestión del país en su nombre.

Desde el punto financiero, se hizo depender no solo a Napoleón sino a todo el Estado francés de una institución que era (y ha seguido siendo hasta nuestros días) propiedad de la élite del país, aunque esa realidad se ocultara aplicando una etiqueta que daba la impresión de que era una empresa estatal, el Banque de France, el banco nacional. Sus banqueros recaudaron dinero de la burguesía acaudalada y lo pusieron a disposición de Napoleón a un tipo de interés relativamente elevado. Napoleon lo utilizó para gobernar y armar a Francia, para librar una guerra interminable y, por supuesto, para desempeñar el papel de emperador con mucha pompa y circunstancia.

Napoleon no fue sino el mascarón de proa de un régimen, una dictadura de la alta burguesía, un régimen que supo ocultarse tras una coreografía fastuosa al estilo de la antigua Roma que primero recordó, un tanto modestamente, a un consulado y posteriormente a un imperio jactancioso.

Volvamos al papel que desempeñó la interminable serie de guerras emprendidas por Napoleon, unas aventuras militares que se emprendieron por la gloria de la “grande nation” y de su gobernante. Ya hemos visto que esos conflictos sirvieron en primer lugar para liquidar la revolución radical en la propia Francia. Pero también permitieron a la burguesía acumular más capital que nunca. Los industriales, comerciantes y banqueros consiguieron unos enormes beneficios suministrando al ejército armas, uniformas, comida, etc. Las guerras fueron muy beneficiosas para los negocios y las victorias proporcionaron unos territorios que contenían valiosas materias primas o podían servir de mercados para los productos acabados de la industria de Francia. Eso benefició a la economía francesa en general, pero sobre todo a su industria, cuyo desarrollo se aceleró así considerablemente. Por consiguiente, los industriales (y sus socios de la banca) pudieron desempeñar un papel cada vez más importante dentro de la burguesía.

Bajo Napoleon el capitalismo industrial, que iba a ser típico del siglo XIX, empezó a vencer al capitalismo comercial, que durante los dos siglos anteriores había sido la tendencia económica. Vale la pena señalar que la acumulación de capital comercial en Francia había sido posible sobre todo gracias al comercio de esclavos, mientras que la acumulación del capital industrial tenía mucho que ver con la casi ininterrumpida sucesión de guerras libradas primero por el Directorio y después por Napoleon. En ese sentido Balzac tenía razón al afirmar que “detrás de cada gran fortuna sin un origen aparente subyace un crimen olvidado”.

Las guerras de Napoleon estimularon el desarrollo del sistema industrial de producción y supusieron al mismo tiempo la sentencia de muerte para el antiguo sistema artesanal a pequeña escala en el que los artesanos trabajaban de forma tradicional y no mecanizada. Por medio de la guerra la burguesía bonapartista no solo hizo que los sans-culottes (que eran sobre todo artesanos, comerciantes, etc.) desaparecieran físicamente de París, sino que también hizo que desaparecieran del panorama socioeconómico. Los sans-culottes habían desempeñado un papel fundamental en el drama de la revolución, pero debido a las guerras que liquidaron la revolución (radical), ellos, que habían sido las tropas de asalto del radicalismo revolucionario, salieron del escenario de la historia.

Así, gracias a Napoleon la burguesía de Francia logró librarse de su enemigo de clase, pero resultó ser una victoria pírrica. ¿Por qué? El futuro económico no pertenecía a los talleres y a los artesanos que trabajaban de forma “independiente”, tenían alguna propiedad, aunque solo fueran sus herramientas, y, por tanto, eran pequeños burgueses, sino a las fábricas, a sus propietarios, los industriales, pero también a sus trabajadores, los obreros asalariados y en general muy mal pagados de las fábricas. Este “proletariado” iba a resultar ser un enemigo de clase mucho más peligroso para la burguesía que lo que habían sido los sans-culottes y otros artesanos. Además, el objetivo del proletariado era llevar a cabo una revolución mucho más radical que “1793” de Robespierre. Pero esto iba a ser una preocupación para los regímenes burgueses que iban a suceder al del supuestamente “gran” Napoleon, incluido el de su sobrino, Napoleon III, al que Victor Hugo llamó despectivamente “Napoleon le Petit” [Napoleon el pequeño].

Muchas personas dentro y fuera de Francia, incluidos políticos e historiadores, desprecian y denuncian a Robespierre, los jacobinos y los sans-culottes debido al derramamiento de sangre que se asocia a su revolución radical y “popular” de 1793. Estas mismas personas suelen mostrar una gran admiración por Napoleon, el restaurador de la “ley y el orden” , y salvador de la revolución moderada y burguesa de 1789. Condenan la internalización de la Revolución francesa porque estuvo acompañada del Terror que provocó muchos miles de víctimas en Francia, sobre todo en París, y culpan de estas víctimas a la “ideología” jacobina y/o al supuestamente innato carácter sanguinario del “populacho”. Parecen no darse cuenta (o no querer darse cuenta) de que la externalización de la revolución por parte de los termidorianos y de Napoleon, acompañada de unas guerras internacionales que se prolongaron durante casi veinte años, costó la vida a muchos millones de personas en toda Europa, incluida una enorme cantidad en Francia. Esas guerras fueron una forma de terror mucho mayor y mucho más sangrienta que lo que había sido el Terreur orquestado por Robespierre.

Se calcula que ese régimen de terror costó la vida a aproximadamente 50.000 personas, más o menos el 0,2 % de la población de Francia. El historiador Michel Vovelle, que cita estas cifras en uno de sus libros, se pregunta si es mucho o poco. Es muy poco en comparación con la cantidad de víctimas que provocaron las guerras libradas por la expansión territorial temporal de la grande nation y la gloria de Bonaparte. Solo en la Batalla de Waterloo, la batalla final de la supuestamente gloriosa carrera de Napoleon, y en su preludio (las simples escaramuzas de Ligny y Quatre Bras) murieron entre 80.000 y 90.000 personas. Y lo que es peor, muchos cientos de miles de hombres nunca volvieron de las desastrosas campañas en Rusia. Es terrible, n’est-ce pas? Pero nadie parece hablar nunca del “terror” bonapartista y tanto París como el resto de Francia están repletos de monumentos, calles y plazas que conmemoran las supuestamente heroicas y gloriosas hazañas del más famoso de todos los corsos.

Marx y Engels señalaron que al sustituir la revolución permanente por la guerra permanente dentro de Francia y, sobre todo, en París los termidorianos y sus sucesores “perfeccionaron” la estrategia de terror, es decir, hicieron correr mucha más sangre que en la época de la política de terror de Robespierre. En todo caso, la exportación o externalización por medio de la guerra de la revolución termidoriana de la (alta) burguesía, una actualización de «1789», provocó muchas más víctimas que el intento jacobino de radicalizar o interiorizar la revolución dentro de Francia por medio de la Terreur.

Lo mismo que nuestros políticos y medios de comunicación, la mayoría de los historiadores todavía consideran que la guerra es una actividad estatal perfectamente legítima, y fuente de gloria y orgullo para los vencedores e incluso para nuestros inevitablemente “heroicos” perdedores. Por el contrario, las decenas o cientos de miles e incluso millones de víctimas de la guerra (que ahora se lleva a cabo sobre todo por medio de bombardeos aéreos y, por tanto, de verdaderas masacres unilaterales en vez de guerras) nunca reciben la misma atención y simpatía que las mucho menos numerosas víctimas del “terror”, una forma de violencia que no está respaldada, al menos no abiertamente, por un Estado y que, por lo tanto, se tilda de ilegítima.

Me viene a la memoria la actual “guerra contra el terrorismo”. Por lo que se refiere a la superpotencia que nunca deja de emprender guerras, se trata de una forma de guerra permanente y omnipresente que estimula el chauvinismo irreflexivo y patriotero de los estadounidenses corrientes (¡los sans-culottes estadounidenses!) al tiempo que proporciona a los más pobres de ellos puestos de trabajo como marines. Para gran ventaja de la industria estadounidense, esta guerra perpetua proporciona a las corporaciones estadounidenses acceso a importantes materias primas como el petróleo y viene a ser para los fabricantes de armas y muchas otras empresas, especialmente las que cuentan con amistades en los ámbitos de poder en Washington, una cornucopia de beneficios astronómicos. Son obvias las similitudes con las guerras de Napoleon. ¿Cómo era lo que decían los franceses?: “Plus ça change, plus c’est la même chose” [Cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo].

Con Napoleon Bonaparte la revolución acabó donde se suponía debía acabar, al menos en lo que concernía a la burguesía francesa. Cuando Napoleon irrumpió en escena, la burguesía triunfó. No es casual que en las ciudades francesas a los miembros de la élite social, “les notables” (es decir, los hombres de negocios, banqueros, abogados y otros representantes de la alta burguesía), les guste reunirse en cafés y restaurantes que llevan el nombre de Bonaparte, como observó el brillante sociólogo Pierre Bourdieu.

La alta burguesía siempre ha estado agradecida a Napoleon por los innegables servicios que prestó a su clase. El más importante de estos servicios fue liquidar la revolución radical, la de “1793”, que suponía una amenaza para las considerables ventajas que gracias a “1789” había adquirido la burguesía a expensas de la nobleza y la Iglesia. Por el contrario, el odio que la burguesía sentía por Robespierre, la figura más destacada de “1793”, explica la casi total ausencia de estatuas y otros monumentos, y de nombres de calles y plazas que honren su memoria, aun cuando el hecho de que Robespierre aboliera la esclavitud fue uno de los mayores logros de la historia de la democracia en el mundo.

También se venera a Napoleon más allá de las fronteras de Francia, en Bélgica, Italia, Alemania, etc., y sobre todo lo venera la burguesía acomodada. Sin lugar a dudas se debe a que todos esos países eran sociedades feudales y casi medievales en los que las conquistas de Napoleon permitieron liquidar sus propios Ancien Régimes e introducir la revolución moderada que, como ya había ocurrido en Francia, fue una fuente de considerables mejoras para toda la población (excepto la nobleza y el clero, por supuesto), pero también de privilegios especiales para la burguesía. Probablemente esto explica por qué hoy en Waterloo la estrella indiscutible del espectáculo turístico no es Wellington sino Napoleon, de modo que puede que los turistas que no conocen bien la historia ¡piensen que fue él quien ganó la batalla!

Jacques R. Pauwels es historiador y autor de The Great Class War: 1914-1918. Su último libro es Le Paris des san-sculottes: Guide du Paris révolutionnaire 1789-1799, Éditions Delga, París, marzo de 2021. [En castellano se ha publicado, traducido por José Sastre, El mito de la guerra buena: EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hondarribia, Hiru, 2002. Boltxe liburuak publicará próximamente Los mitos de la historia moderna].

Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/05/07/napoleon-between-war-and-revolution/

Esta traducción se puede reproducir libremente 

lunes, 25 de septiembre de 2017

_- En la muerte de Antoni Domènech (1952-2017)

_- Daniel Raventós 

21/09/2017

El 17 de septiembre murió Antoni Domènech y el 20 tuvo lugar su sepelio. Dos días después hubiera cumplido 65 años. En este acto hablaron, por este orden: Ernest Urtasun y David López, por la familia, y sus amigos Concha RoldánDavid Casassas y Daniel Raventós. Reproducimos a continuación, traducidas y con los enlaces a los textos originales, las palabras que éste último dirigió a los asistentes en la despedida de Antoni Domènech, editor general de Sin Permiso. SP

Tener que hablar unos minutos en este acto por la muerte de Toni es duro para mí, como lo es para los miembros de su familia, pero lo hago porque nada me podría impedir dirigir estas breves palabras de homenaje que me han pedido que haga.

Tiempo habrá de hacer actos en recuerdo de su inmenso legado académico y también político, ambos difícilmente separables, pero hemos acordado con su compañera María Julia, su hija Marta, su yerno David, su hermana Roser, sus sobrinos Ernest y Eduard, y su cuñado Xavier, que hoy sea una despedida del Toni más político, porque así lo hubiera deseado él, como todos sus más íntimos estamos convencidos. No será pues hoy que me extenderé sobre su lúcida y aguda opinión sobre las miserias académicas, que comportaban como él decía sin concesiones a la galería hacer "amiguetes" (fer amiguets, suena más duro en la lengua en la que nosotros hablábamos) de forma creciente. No éramos ninguno de los dos demasiado comprensivos con determinadas tonterías que además afectan al erario público y a miles de estudiantes. Pero él menos. Era muy inclemente con quienes confundían un buen currículum académico con una buena y meritoria investigación. Me comentaba muchas veces, aunque no me está permitido decir nombres ¡lástima!: "el currículum se puede fabricar con contactos, devolución de favores, citas cruzadas y mezquindades similares ... pero sólo los necios y pobres de espíritu pueden confundir estos juegos de manos con una genuina investigación." He elegido "necios y pobres de espíritu" para no tener que escribir más duras y merecidas palabras que Toni disparaba sin manías.

Y ¿qué decir en pocas palabras de su pensamiento político? Mencionaré sólo 6 aspectos que no abarcan ni mucho menos todo su inmenso legado, pero que lo definen creo que muy bien. Y preferiré decirlo más con sus palabras que con las mías. Las suyas son mejores.

1. Enemigo implacable del posmodernismo y de su no inútil sino perniciosa aportación a las ciencias sociales y, por supuesto, a la política.

Le gustaba emplear una frase de su amigo Mario Bunge algo ampliada y modificada con el fin de liquidarse en un plis-plas al postmodernismo: "El postmodernismo, como los artículos adulterados, corrompen la cultura, ponen en peligro la búsqueda de la verdad y hacen perder tiempo a todos". Cuando quería dedicar páginas eruditas a la miseria postmoderna lo hacía con menos clemencia.

2. Algún medio de comunicación y en este caso creo que sin la menor mala intención, sino simplemente ignorancia extrema, ha llegado a decir que Toni continuó su formación con Wolfgang Harich y… ¡Walter Ulbricht!, que como todos sabéis fue del 50 al 71 el principal dirigente del Partido en el poder en la estalinista RDA. Harich pasó 8 años en las cárceles de la RDA de 1956 a 1964 por haber firmado un manifiesto democrático. En las cárceles del régimen de Ulbrich. Comprobar cómo salió de la cárcel Harich, 8 años después de haber entrado, conmocionó mucho a Toni, como me contó varias veces. Con Harich tenía una especial admiración. “Si tu dices que tengo memoria, tendrías que haber conocido a Wolfgang, ¡aquello sí que era una memoria prodigiosa!”. Y me contaba unas anécdotas sobre esta memoria de Harich que no tienen desperdicio.

En diciembre de 2005 escribía: “Todos los totalitarismos de la pasada centuria –el nazi-fascista y el estalinista del segundo cuarto del siglo XX y el neoliberal del último cuarto— se han apoyado de uno u otro modo en filosofías relativistas: en filisteísmos epistemológicos o éticos.”

En una entrevista de finales de 2006 decía:

“Muy pronto los dirigentes comunistas más cultos y valiosos, como Joaquín Maurín y Andreu Nin (ambos procedentes del anarcosindicalismo), se percataron de la naturaleza sectaria y políticamente tornadiza del fenómeno estalinista y de la involución burocrático-tiránica de la URSS, y se alejaron o fueron expulsados del pequeño Partido Comunista de España. Pero ese pequeño partido sectario, que había saludado el advenimiento de la II República el 15 de abril de 1931 con la estólida consigna de ‘abajo la república burguesa’, creció exponencialmente a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El grueso de las corrientes socialistas –socialdemocracia clásica (Bernstein, Rosa Luxemburgo, Kautsky, Largo Caballero), anarquismo (Bakunin, Kropotkin, Durruti), comunismos de izquierda (Trostsky, Korsch, Andreu Nin) o de derecha (Paul Levi, Bujárin, el último Gramsci, Joaquín Maurín)— no sobrevivieron entre 1930 y 1950 a la máquina trituradora combinada del fascismo, el estalinismo y la guerra fría.”

3. Defensor e innovador muy original del republicanismo democrático. Éste, en mi opinión, es el legado más importante y propio de Toni, si tuviera que escoger solamente uno. Sus libros están dedicados al republicanismo y una buena parte de sus artículos, por no decir la inmensa mayoría, también. Imposible ni siquiera de forma groseramente esquemática apuntar ahora algo al respecto que le haga una mínima justicia, pero una cita de una entrevista hace poco más de 4 años puede servir:

“Si queremos ser fieles al espíritu ético-moral del republicanismo democrático clásico y del socialismo marxista clásico que se deriva de él, nuestra tarea es civilizar al Estado, democratizarlo en serio. El Estado es un monstruo burocrático a medio civilizar, porque las repúblicas democráticas que trajo a Europa el movimiento obrero después del final de la I Guerra Mundial fueron truncadas por el fascismo, por un lado, y el estalinismo, por el otro.”

4. Defensor del derecho de autodeterminación de las naciones. Tema muy actual. Hoy, día de su sepelio, algunas calles de Barcelona están llenas de gente concentrada para protestar por el atropello de las libertades democráticas por parte del Gobierno del partido Popular. Cuando en el año 2012, una persona (iba a poner el nombre, pero no vale la pena) le pidió a Toni la firma de un documento supuestamente federalista, la respuesta fue:

“Gracias, amigo C. Ya lo había recibido por otros lados. Pero yo no puedo suscribir un manifiesto pretendidamente federal que no reconoce claramente de entrada, sin reservas, el derecho de autodeterminación de los pueblos de España, referéndum incluido. No es ni política ni intelectualmente creíble un ‘federalismo’ así, y estoy convencido de que no hará sino cargar de razón democrática a los independentistas. Con respeto y afecto.”

¡Qué habría dicho del mezquino manifiesto “1-O estafa antidemocrática. No participes. No votes!” que hace pocos días acaba de salir! O del manifiesto firmado por profesores de universidades españolas en contra del derecho de autodeterminación de Catalunya. No es difícil de imaginar, en realidad es muy fácil.

5. Toni fue un gran admirador de Robespierre y de su papel en la Revolución francesa. Toni no se cansaba de repetirlo. Catalogar de burguesa la Revolución francesa era para Toni no haber entendido una palabra de aquella revolución. De ahí su admiración por el gran historiador de la revolución y seguramente el mejor conocedor de Robespierre, Albert Mathiez. Para Toni la consideración de la revolución francesa como revolución burguesa era una muestra de la vulgarización de determinado marxismo mainstream. Mainstream lo pongo yo para ser cortés. Toni decía “descerebrado”.

6. Y para terminar en algún lugar:

La construcción de Sin Permiso desde hace más de 12 años fue un legado al que más esfuerzos político dedicó en su última etapa. Él era el editor general y aunque había momentos en que podía dedicarse más y otros, especialmente en los 5 o 6 últimos meses de su vida, mucho menos, siempre ejercía el papel de editor general. Sin Permiso fue algo de lo que se sintió muy feliz de haber empezado y muy orgulloso del éxito que fue teniendo a lo largo del paso de los años. ¿Qué era Sin Permiso para Toni? Él mismo lo contaba en una presentación que hizo de la revista en Buenos Aires y que tiene el valor añadido de representar una muestra de su forma de entender la política:

“SinPermiso está abierto a quienes piensan, con Rosa, con Mariátegui y con Gramsci, que la verdad es "revolucionaria", lo que era su forma, quizá no tan anticuada, de decir que honrar la verdad está por encima de todo.

Abierto a quienes piensan, con Brecht, que cuando la verdad está demasiado amenazada como para defenderse, debe pasar a la ofensiva

Abierto a quienes piensan, con Benjamin, que ni siquiera nuestros muertos están a salvo de la victoria del enemigo

Abierto a quienes piensan, con Cervantes, que la historia es la madre de la verdad

Abierto a quienes piensan, con Machado, que ni el pasado ha muerto ni está el mañana –ni el ayer— escrito. (…)

SinPermiso está abierto en general al pensamiento laico, enemigo por igual de la obscuridad de las jergas sectarias, académicas o no, y de la infertilidad de las escolásticas dogmáticas.” …

Un pequeño comentario muy personal. Como amigo ya no podré disfrutar de nuestras conversaciones, de nuestras comidas (era un cocinero que dejaba boquiabiertos a otros excelentes cocineros y cocineras), de “nuestros” vinos (no puedo poner las marcas preferidas para que no parezca publicidad encubierta) y de los muchísimos momentos que nos reímos gracias a personas que involuntariamente nos aportaron material para tal fin. Y debe entenderse que no diga nombres. Habría muchos y nadie quedaría contento de ser citado. Aunque a algunos, siempre bromeábamos, deberíamos agradecerles los grandes momentos de desproporcionadas risas que nos proveyeron de forma completamente involuntaria. ¡Muy involuntaria!

Uno de sus admirados héroes, el dirigente de los pobres libres en la larga democracia ática, Pericles, en el discurso fúnebre de Tucídides, éste le hace decir unas palabras que eran muy queridas y citadas por Toni:

“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.

Tenemos por norma respetar la libertad...”

Descanse en paz.

http://www.sinpermiso.info/textos/en-la-muerte-de-antoni-domenech-1952-2017

domingo, 25 de junio de 2017

Francia: ¿Cómo se puede no ser progresista?

Decididamente, el siglo XVI fue de una creatividad formidable. No sólo se agitó con furor sino que no dejó de inventar conceptos que todavía nos inspiran: Thomas More forjó la utopía en 1516, el alemán Lutero proclamó en 1517 la Reforma, que suponía de hecho una verdadera revolución de los espíritus, y Rabelais hizo nacer la palabra “progreso” en su Tiers Livre en 1546. Hermoso hallazgo del padre de Pantagruel… que nos vuelve en la era Macron como base conceptual del nuevo régimen. Paso a los jóvenes, paso al optimismo y, sobre todo, paso al progresismo, nos dice el presidente ahora elegido, que el 4 de enero, en el Journal du Dimanche, marcaba su territorio ideológico: “Hoy, la verdadera divisoria se sitúa entre progresistas y conservadores. Yo digo: ya hay una casa de progresistas y se llama En Marcha”.

Seamos justos: Emmanuel Macron no pretende haber inventado la etiqueta, que se ha registrado muchas veces. Por parte de Robert Hue, en 2008, con su Movimiento de los Progresistas. En febrero de 2016, Martine Aubry se la disputaba a Manuel Valls con ocasión de la ley El Khomri: “La izquierda moderna, la izquierda progresista, somos nosotros”.

Y además, en Francia los precursores se remontan a muy atrás: Condorcet y Diderot trabajaban para “el progreso de los conocimientos humanos” como herramienta de liberación de los espíritus; Robespierre, a su vez, veía en “el progreso de la razón humana” la causa y el motor de la Revolución Francesa. El progreso encontró inmediatamente a sus enemigos, los reaccionarios, de Joseph de Maistre a Charles Maurras, que estimaban por su parte, que el progreso desligaba al hombre de sus marcos “naturales” –Dios, la Iglesia, el Rey, la familia- y hasta le reducía al rango de animal. Era la época en que la filosofía o política parecía simple: la izquierda estaba a favor de la República, la democracia, el libre albedrío, el progreso; y la derecha, su reflejo invertido. “A lo largo de todo el siglo XIX y de una gran parte del siglo XX, es así cómo se ha definido la izquierda: el progreso técnico de la ciencia y de la industria debía ir de la mano de la mejora de la situación de las clases populares. Durante mucho tiempo, la izquierda ha vivido con esta idea de que el progreso seguía obligadamente el rumbo de la justicia, conforme a la filosofía de la Historia”, recuerda nuestro colaborador Jacques Juilliard, autor de Gauches françaises (Flammarion, 2012).

Deslizamiento del terreno
Evidentemente, el progreso ha conocido desde entonces algunos desgarrones: la Gran Guerra, el exterminio de los judíos por los nazis y las bombas atómicas norteamericanas sobre Japón han devaluado trágicamente sus buenas acciones. Y luego el progresismo cambió de sentido. “Se calificaba como progresistas por parte del PCF a todos los que participaban en la defensa de la URSS frente al campo capitalista”, recuerda el historiador Marc Lazar, autor de Communisme, une passion française. En los años 60, el término designa a “la gente de izquierdas” y lo utilizan los socialistas en su oposición a la derecha y al gaullismo triunfante. Para decirlo a lo Macron, el progresismo era “al mismo tiempo” ¡de izquierda y de extrema izquierda!

Más recientemente, el progresismo ha servido de bote de salvamento durante la gran tempestad ideológica que siguió a la caída del muro de Berlín y luego a la globalización. Manuel Valls, partidario durante mucho tiempo de cambiar el nombre del PS a “Partido Demócrata”, ha adoptado también el progresismo, para dar su adiós a la socialdemocracia de Michel Rocard y blandir la bandera de la República en marcha, con bastantes dificultades. Robert Hue reconoce que le echó el guante al concepto para cubrir su ruptura violenta con el Partido Comunista francés que él mismo había presidido: “He creado una asociación denominada Nuevo Espacio Progresista (NEP). Mi análisis era que las viejas construcciones ideológicas del siglo XX, el comunismo soviético y la socialdemocracia, iban a marchitarse. Hacía falta proceder a una vuelta a la Ilustración”. El NEP se ha convertido en Movimiento de los Progresistas. Su manifiesto define el progresismo como “lo que Péguy decía en su tiempo del socialismo: “Es un sistema de justicia, de verdad, de salud económica y social”. Así la economía y la política tendrán en el futuro que subordinarse al hombre, y no a la inversa”.

Así expresado, dan ganas de decir: “Pero, ¿quién podría estar en contra?” Es la ventaja del concepto: se puede estar contra el socialismo en nombre de la libertad del individuo, puede uno oponerse al liberalismo en nombre de la igualdad entre los hombres. Pero como proclama el refrán popular: “No se puede parar el progreso”.

Son numerosos, sin embargo, los que ven una desviación del sentido: Christian Godin define el progresismo en su Dictionnaire de Philosophie (Fayard) como una concepción humanista de la Historia que comparte con el socialismo y el comunismo valores comunes sin por ello aceptar los presupuestos materialistas del marxismo”. Saca de ello la conclusión de que “el progresismo es bastante de izquierdas, se opone sobre todo al neoliberalismo… [pero] se ha convertido hoy en día en un vocablo compuesto que permite enmascarar la adhesión al social-liberalismo”. Marc-Olivier Padis, director de estudios de Terra Nova -la “fundación progresista” – evoca por su parte “una contraseña, más que un concepto”: “De hecho, es un buen candidato para describir la transgresión de la divisoria izquierda-derecha, para adoptar otras: abierto/cerrado, liberal/antiliberal, progresista/reaccionario, y desde este punto de vista aún más, pues cuando se analiza la semántica del Frente Nacional, llama la atención la utilización del vocabulario en “re”: restaurar, reafirmar, restablecer…”

Nueva frontera
Se aprecia bien el aspecto práctico del concepto: permite trazar un foso entre “nosotros” y “ellos”, designando estos últimos a los conservadores. La gran astucia de Macron hace rugir de rabia a la joven investigadora Laetitia Strauch-Bonart, autora de Vous avez dit conservateur? (éd du Cerf, 2016). “Macron remite a los conservadores al campo de los obscurantistas imbéciles, mientras subraya la superioridad moral de los progresistas de los que se quiere digno representante. Se trata también de dar a entender que los “conservadores” (entiéndase: los retrógrados) se encuentran, contrariamente a la vulgata que no los sitúa más que a la derecha, a la derecha lo mismo que a la izquierda...” El enemigo sería, pues, “de derechas y de izquierdas”: el Frente Nacional por un lado, pero también la CGT cuando se opone a la modernidad de las nuevas relaciones de fuerza sancionadas por la Ley El Khomry. De hecho, el progresismo de hoy se construye en primer lugar contra la izquierda, en este sentido de que combate para empezar a las fuerzas que se agarran a la defensa del Estado social construido tras la II Guerra Mundial y que representa la edad de oro de la socialdemocracia”, analiza Marc Lazar. Salvo que el campo de las fisuras de las fisuras de la sociedad francesa es bastante más grande y complejo, como demostraba nuestro reportaje consagrado a las fracturas francesas (Marianne, del 28 de abril de 2017): el centro contra la periferia, los titulados contra los no titulados, las categorías cómodas con la globalización, y sus víctimas.

Jacques Juilliard, en sus columnas de Marianne, en septiembre de 2016, cuestionaba el proyecto de Emmanuel Macron: “Cuando pretende ponerse a la cabeza de l progreso, olvida decir que es sólo de progreso económico de lo que se trata. ¿Es un progreso desregular todo el mercado de trabajo […] generalizar la precariedad del empleo […] destruir el estatus de la función pública?”.

Jean-François Kahn, partidario de larga data del “centrismo revolucionario” y del rebasamiento de las divisorias, se declara “en desacuerdo total con Macron cuando opone a conservadores y progresistas”: “Yo pienso que todo hombre sensato y equilibrado es conservador y progresista a la vez. El binarismo quiere hacer elegir entre libertad y seguridad, entre apertura y cierre, entre austeridad y laxismo financiero. Es absurdo…”

Habría que ponerle carne rápidamente al progresismo, tal como contempla Pascal Picq en una tribuna publicada por Le Monde al día siguiente de la segunda vuelta de las presidenciales: “se vuelve urgente construir no sólo el centro sino un verdadero partido progresista, empresarial y social con un verdadero proyecto político. […] Esto no puede limitarse a una coalición de circunstancias, so pena de volver a ver constituirse el paisaje irreconciliable izquierda-derecha”.

Para el senador Jean-Oierre Masseret (todavía socialista, pero ¿por cuánto tiempo?), que publica su Manifeste du progressisme (ed. Atlande): “Progresismo, un término que asocia valores, democracia, movimiento, reparto, eficacia, debe permitir transcender el bloqueo en que vivimos...”

Thierry Pech, director de la Fundación Terra Nova y “cercano” a Macron, había comenzado el trabajo en su libro Insoumissions. Portrait de la France qui vient (Seuil, enero 2017). Trata de definir un nuevo contrato social abarcador en torno a la “autonomía”: “El desplazamiento de la personalidad contemporánea pide un desplazamiento igualmente grande del Estado social”, declara a Marianne. Anticipándose en el proceso al liberalismo, afirma: “La política de la autonomía no es una política liberal sino una política social para tiempos liberales”.

Su equivalente de derechas, Dominique Reynié, que dirige la Fondapol, “liberal progresista y europea”, apunta los límites del macronismo: “Desde luego, las dos orientaciones del progresismo, de izquierda y de derecha, pueden eventualmente fusionarse, pero todo esto puede hacerse pedazos sobre dos debates que no se han resuelto durante las presidenciales: la relación con la inmigración y la laicidad, que pueden provocar una ruptura radical entre el país y las élites”.

El riesgo sería pues que el progresismo se convirtiera en la nueva denominación del pensamiento único, una suerte de tapadera puesta sobre la olla hirviendo, desagradable incluso para el gusto de los poderosos, de las aspiraciones populares. Alain Obadia, comunista y presidente de la Fundación Gabriel-Péri, siente ya llegar “Una forma sofisticada de populismo, que justifique la dominación de arriba debajo de la sociedad”. Falta hará, pues, que los franceses nos esforcemos aún más para ser verdaderamente progresistas.

Hervé Nathan es redactor jefe de Economía y Sociedad del semanario francés Marianne. Trabajó anteriormente para La Tribune y Libération, y es autor, junto a Nicolas Prissette, del Journal du Dimanche, del libro Les bobards économiques [Patrañas económicas].

Fuente: Marianne, 19-25 de mayo de 2017 
http://www.sinpermiso.info/textos/francia-como-se-puede-no-ser-progresista

viernes, 30 de octubre de 2015

Lucha de clases en la Inglaterra victoriana. Marc-Alexis Côté, director del nuevo 'Assassin's creed', defiende la ambición artística del ocio electrónico para generar debate cultural.

Del mando de la consola al parlamento francés. En 2014, por estas mismas fechas, lo inaudito sucedía. Jean-Luc Mélenchon, líder de la izquierda francesa, cargaba contra un videojuego, Assassin's creed unity, por su retrato de la figura de Robespierre y descripción de la Revolución Francesa como un baño de sangre. "La denigración de la gran Revolución es un juego sucio que busca instigar sentimientos apátridas y profundizar en el declinar de los franceses", declaraba el político a Le figaro. La respuesta de Ubisoft, la compañía (para más inri) francesa responsable del juego, fue un tibio: "Assassin's creed no es una lección de historia".

Un año después, Marc Alexis-Cotê (Quebec, 1980), director al frente de Assassin's creed syndicate —noveno capítulo de esta saga que debuta ahora en las tiendas para Xbox One y PlayStation 4 y que ha vendido más de 73 millones de videojuegos—, no tiene problema en enmendar esa blanda respuesta. "Es algo bueno. Estoy seguro de que muchos franceses revisaron la historia de la revolución y la figura de Robespierre a raíz de esta controversia. Genera debate y agitación y eso tiene mucho que ver con la eterna cuestión de si los videojuegos son o no un arte. Que un videojuego cree polémica histórica, prueba la madurez del medio".

Alexis-Cotê no tiene problema en hundir sus manos en los asuntos más turbios de la historia. La época que le ha tocado retratar en esta nueva entrega es la victoriana. Imagen que se mueve entre los tópicos de los carruajes, la belleza arquitectónica, las fiestas suntuosas, pero también el nacimiento de la Revolución Industrial, la figura de Karl Marx o la explotación infantil. "Bueno, hay que reconocer que había leyes contra ella", apunta el diseñador. "Los niños solo podían trabajar 10 horas como máximo al día [sonríe con ironía]. Para nosotros es clave retratar la época victoriana como una época de contrastes. Y reflejar especialmente el conflicto entre clases. Por eso la figura de Marx y sus ideas como germen del socialismo jugarán un papel importante".
http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/23/actualidad/1445575776_453162.html?rel=cx_articulo#cxrecs_s

viernes, 3 de julio de 2015

El «Terror», de Robespierre a Daech, pasando por Podemos: Pedro J. Ramírez, Wieviorka y otros excesos fementidos de la lumpenintelectualidad de nuestro tiempo. Florence Gauthier

28/06/15

 Un nuevo acceso de prurito “aterrorizante” ataca desde hace algún tiempo. Ha sido recientemente reactivado por Pedro J. Ramírez, exdirector del diario madrileño EL Mundo, que ha publicado un tocho rayano en las 1000 páginas titulado originalmente El primer naufragio (Madrid, 2013) y traducido al francés con el provocador título siguiente: El golpe de Estado. Robespierre, Danton y Marat contra la democracia (Paris, 2014). Y el pasado 15 de junio, en el diario Ouest-France, el sociólogo Michel Wieviorka la emprende también con Robespierre para compararlo con… ¡Daech!

Hay que observar que Pedro J. Ramírez ha colado de matute una comparación con Pablo Iglesias, fundador del partido Podemos, no en su libro –en el que no aparece siquiera mencionado—, sino en las entrevistas que va ofreciendo a cuenta de su libro: compara a Iglesias con Robespierre para expresar sus posiciones políticas personales. [1]

Partiendo de la situación actual, caracterizada por un crecimiento inquietante de la deuda pública que el gobierno de Rajoy no ha hecho sino aumentar, la compara con la situación de Francia… en 1789. Iglesias y Podemos representan a sus ojos un peligro, porque amenazan con ser los beneficiarios de esa política desastrosa. Por esa vía se convierte Pablo Iglesias en un nuevo Robespierre que, ciertamente, se representa una amenaza para España, pero también en el indicado de la urgencia de imponer un cambio de política: si no es substituido el partido de Rajoy, la amenaza “terrorista” de Podemos se realizará. Tal es el propósito argumentativo de su libro.

El autor tiene que probar que Podemos no podrá hacer otra cosa que repetir el “Terror”. Se empeña, así pues, en construir una narración de “la toma del poder por Robespierre, Danton y Marat” en forma de… ¡golpe de Estado! Empresa harta osada y aun muy audaz, habida cuenta de que lo ocurrido entre el 31 de mayo y el 2 de junio de 1793 está abundantemente documentado y no ha dado pie a ningún tipo de violencia, ni jurídica ni física. Recordaré brevemente lo que pasó, que resulta de lo más interesante.

La Revolución del 10 de agosto de 1792 había derribado a la monarquía y liquidado la Constitución aristocrática de 1791 que reservaba el derecho de sufragio a los “ricos”, para establecer una República democrática en Francia. Resultó elegida una nueva asamblea legislativa en septiembre de 1792: la Convención. El primer gobierno fue girondino, pero se opuso a la democratización de la sociedad y creyó poder desembarazarse del asunto por la vía de declarar la guerra a todos sus vecinos. ¡Pésimo cálculo! La ofensiva militar fracasó, precipitando la caída de la Gironda.

Las instituciones democráticas de la época concebían los cargos electos como fideicomisos, lo que significa responsables ante sus electores. Y la Revolución del 31 de mayo de 1793 consistió precisamente en el ejercicio práctico de llamar a capítulo a los mandatarios en los que se había perdido confianza: los electores se habían expresado en los meses precedentes exigiendo la destitución de esos mandatarios infieles precisamente porque ya no confiaban en ellos.

Eso se hizo el 31 de mayo, y 22 diputados de la Gironda fueron destituidos y enviados a sus casas.

Es verdad que esta institución, democrática por excelencia, no suele practicarse en nuestros sistemas electorales actuales. Valdría la pena que se enseñara en las facultades de ciencias políticas para que los estudiantes se familiarizaran con los lazos que vinculan íntimamente la responsabilidad fideicomisaria de los cargos electos con la noción misma de soberanía popular: así podrían reconocerla sin mayores dificultades cuando la vieran puesta en práctica. Y así se evitarían también groseras traiciones de la ignorancia como las reveladas por la lectura del voluminoso libro de Pedro J. Ramírez.

Difícil empresa, la de demostrar que Robespierre, Danton y Marat, los tres diputados electos, habrían dado un “Golpe de Estado” el 31 de mayo de 1793, habida cuenta, encima, de que la Convención votaría la Constitución del 24 de junio de 1793 a la que el gobierno girondino había venido dando largas hasta entonces.

No, decididamente, Pedro J. Ramírez no consigue “aterrorizarnos” con este asunto, ni siquiera olvidándose de mencionar en su libro el voto de esta Constitución… El primer golpe de Estado sigue siendo el del general Bonaparte el 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799, ¡un golpe desde luego militar¡ *

Pero volvamos a la evolución de ese prurito “aterrorizante” reciente.

Xavier Bertrand, diputado-alcalde de Saint-Quentin en el Aisne, ha declarado a BFMTV el pasado 5 de mayo de 2015 lo que sigue, a propósito de las relaciones extremadamente tensas entre Le Pen padre y su hija en el seno del Frente Nacional:

“Cuando su padre sube a la tribuna del Primero de Mayo, lo que se ve es más que una afrenta. Se ve perfectamente que ella no puede dirigir su partido. Cuando no consigues dirigir tu partido, no puedes dirigir un país ni una gran región. Esa es la limitación que está revelando. Y no podrás impedir hoy que algunos pretendan ajustes de cuentas internos. Mire al señor Philipot, un pequeño Robespierre que quiere la cabeza de Luis XVI. Eso es hoy el Frente Nacional.”

El autor de esta alusión a la Revolución francesa vincula a Robespierre al proceso del rey, como si se hubiera tratado de la decisión de un solo individuo aislado. ¡Nada más falso! El proceso al rey fue largamente debatido en la Convención y votado por una mayoría de diputados, el detalle de cuyos votos se conoce perfectamente.

En cuanto a la alusión por un tercero a “la muerte del padre” en la familia Le Pen, la cosa mueve más a sonreír que a “aterrorizarse”.

* El más reciente acceso del prurito viene firmado por Michel Wieviorka en Ouest-France el pasado 10 de junio. El autor se lanza a una comparación entre Daech y Robespierre, y –si es que el título no es de la Redacción— se felicita por la excelencia de su idea: “La comparación entre Daech y la Francia de Robespierre tal vez resultará chocante, pero es muy instructiva”.

También aquí encontramos el tono del exceso fementido, vecino del de Ramírez. Vean, si no:

“En el Oriente Próximo de 2015 como en la Francia de 1793, uno o dos Estados podrían construirse sangrientamente. El bien llamado Terror fue precedido por masacres de sacerdotes, preludio de las guerras de la Vendée. Un decreto del 31 de julio de 1793 pedía la destrucción de las tumbas reales y de otros mausoleos en toda la República. Daech no ha inventado nada nuevo (…).”

Robespierre resulta aquí el responsable de la masacre de los sacerdotes, de las guerras de la Vendée y de la destrucción de las tumbas de los reyes: ¡es “el bien llamado Terror”!

Lleva razón Wieviorka al creer que su fórmula “tal vez resultará chocante”. Pero yo estoy menos chocada por sus intenciones que por el descubrimiento de la magnitud de su ignorancia de los hechos más elementales del período revolucionario: ¡las fuentes para conocerlos no son precisamente escasas!

Empecemos con la masacre de los sacerdotes. Robespierre, en tanto que diputado elegido cada mes por la Convención para el Comité se Salud Pública después del 17 de julio de 1793, ha rechazado la “descristianización” llevada a cabo por dos corrientes: los “desfanatizadores sectarios”, una, y los contrarrevolucionarios, otra. Ambas querían sacar provecho de las divisiones creadas por esas tensiones religiosas. Robespierre reclamó la aplicación de los principios de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en lo tocante a la libertad de conciencia: precisamente por eso fue castigado por la historiografía adepta a la “desfanatización intolerante”, que afectó ver en él a un obscuro defensor de la religión católica, al gran sacerdote de una supuesta religión del Ser supremo. Lo único cierto es que Robespierre defendió el principio de libertad de culto de la Declaración de derechos. [2] ¿Probablemente como Daech?

Veamos ahora las guerras de la Vendée. El señor Wieviorka cae aquí en su inevitable instrumentalización luego de que un historiografía surgida del bicentenario y pilotada por el lobby vendeano buscara tercamente un genocidio en la Revolución francesa. Los resultados de esa búsqueda desesperada de un supuesto “genocidio… franco-francés” en la Vendée fueron ridículos. Por lo demás, Robespierre no desempeñó papel alguno en esos sucesos, al contrario de lo que martillea sin descanso este lobby vandeano. [3]

En lo tocante a las destrucciones de tumbas reales, el diputado Grégoire hizo votar en la Convención medidas contra lo que él mismo llamó “vandalismo que no conoce sino la destrucción”, al que calificó de “barbarie contrarrevolucionaria”. [4] Esas medidas fueron apoyadas sin reservas por Robespierre, como es harto sabido. ¡También aquí es harto difícil cargarle el sambenito!

Comparar el vandalismo del período revolucionario con los actos cometidos por Daech no sólo es un error. Es ridículo. Mejor habría hecho el señor Wieviorka comparando esos actos con la destrucción de la civilización romana en el momento de la caída plurisecular del Imperio romano de Occidente, que no sólo destruyó monumentos, sino lengua, literatura y bibliotecas. [5]

NOTAS:
[1] Entrevista en Vox Populi, 9-X-2014 : http://vozpopuli.com/economia-y-finanzas/50674-pedro-j-en-espana-puede-crearse-una-situacion-prerrevolucionaria-y-podemos-saldria-beneficiado41
[2] Robespierre, 5 y 6 de diciembre de 1793, exigió en la Convención la aplicación de los principios de la Declaración contra los desfanatizadores : Ouvres, Volmen X, p. 26 y ss. Declaración de derechos de 1793, Art. 7 : « El derecho de manifestar pensamiento y opiniones propios, ya a través de la prensa o por cualquier otro medio, el derecho de reunión pacífica y el libre ejercicio de los cultos no podrán ser prohibidos ».
[3] Cfr. Marc Belissa, Robespierre, bourreau de la Vendée ? »: une splendide leçon d’anti-méthode historique [Robespierre, ¿verdugo de La Vendée? Una espléndida lección del antimétodo histórico], en: www.revolution-francaise.net/2012/03/15/476.
[4] Archives Parlementaires, Volumen 83, p. 186, Grégoire à la Convention, 22 nivoso Año II-11 enero 1794, Rapport sur les inscriptions des monuments publics.
[5] Cfr. Bryan Ward-Perkins, La chute de Rome. Fin d’une civilisation, (Oxford 2005) trad. francesa del inglés: Paris, Alma, 2014.
Florence Gauthier es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Fuente: www.sinpermiso.com

domingo, 30 de junio de 2013

Por una renta básica universal, entrevista a Daniel Raventós.

DANIEL RAVENTÓS

Todas las reformas que se están haciendo son para que los ricos vivan mejor
"De todos los derechos, el primero es el de existir. Por tanto, la primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir", dijo el político francés Maximilien Robespierre en 1792.

De las raíces de este pensamiento nace la propuesta de renta básica que defiende Daniel Raventós, Doctor en Ciencias Económicas y profe-sor titular en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona.

La renta básica es un ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho de la sociedad o residente acreditado, incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre. Desde hace años la idea ha empezado a calar en diversos movimientos sociales hasta el punto que se ha convertido en una de las principales reivindicaciones del 15-M. De hecho, esta propuesta u otras similares se ha discutido en diversas ocasiones en el parlamento español y en el catalán.

Raventós, que forma parte del Consejo Científico de ATTAC, explica este concepto en ¿Qué es la Renta Básica? y Las condiciones materiales de la Libertad (El Viejo Topo)
La entrevista la realizó para lavanguardia.com, Raquel Quelart.

- ¿Qué necesidades debería cubrir la renta básica?
- El criterio es el umbral de la pobreza, que lo define la Unión Europea. Pobre es aquella persona que recibe entre el 50% y el 60% de la renta por cápita de la zona. Esto significa que una persona que vive sola y perciba en Catalunya menos de 650 euros al mes es pobre. La renta básica tiene que ser al menos igual al lindar de la pobreza.

- En este contexto económico puede parecer un poco utópico defender la renta básica …
- Cualquier medida que favorezca a la población más débil se considera ir contra corriente, porque parece que se asuma que lo único que tiene sentido económico es quitar derechos de la población más perjudicada, la inmensa mayoría, y que los más ricos se queden igual o, incluso, ganen dinero.

- Pero la renta básica sería contraria a la actual política económica …
- Toda política económica está muy bien descrita por las dos palabras que la conforman - política y económica-. "Política" hace referencia a qué grupos beneficiamos y a cuáles perjudicamos, y en función de esto se hace la economía adecuada a los objetivos que políticamente se han dibujado. No existe ninguna medida de política económica que beneficie o perjudique a toda la población por igual.

- ¿En qué grado en una situación como la actual sería viable la medida que usted propone?
- En una situación de crisis quien sale perjudicado de manera mayoritaria es la parte más débil de la población, gente a la que ni siquiera hace un año se le había pasado por la cabeza que podría ser pobre. Esta es una de las razones por la cual una parte importante de la población saldría beneficiada con la renta básica. Además, garantizas que haya demanda y, por tanto, habría más actividad económica y se recaudarían más impuestos.

- ¿Por qué considera que es importante incluir el concepto de universalidad en la renta básica?
- Todo lo que sea condicional cuesta mucho porque hay que controlarlo. Por ejemplo, la gente que está parada tiene que demostrar que tiene derecho a percibir una prestación por desempleo, por lo que debe haber trabajadores públicos que lo comprueben. Las condicionalidades tienen unos costes de administración; la universalidad, no. Cuando el primer gobierno del PSOE estuvo discutiendo la universalidad de la seguridad social, se planteó la posibilidad de excluir al 15% de la población más rica. Al final, concluyeron que excluir tiene más costes.

- ¿ Cómo podría costearse esta medida?
- Profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y de la Universidad de Barcelona (UB) elaboramos un estudio entre los años 2003 y 2004 en que se concluía que mediante una reforma del IRPF se podía financiar una renta básica equivalente a 5.400 euros anuales para cada adulto y 2.700 euros para los menores de 18 años. Obviamente, los ciudadanos ganarían o perderían en función del nivel de renta. Los que perderían bastante sería el 2% de la población catalana más rica, aunque continuaría siendo rica. En el estudio nos basamos en los datos oficiales del IRPF, pero no eran reales puesto que los profesores universitarios que hacíamos el estudio aparecíamos como el 10% de la población más rica de Catalunya evade los impuestos, lo cual demuestra el terrible fraude fiscal que existe.

- ¿Considera que las últimas medidas introducidas por el Gobierno español en este sentido luchan contra el fraude fiscal?
- Ni mucho menos. Todas las reformas que se están haciendo son para que los ricos vivan mejor. Según algunos estudios, con la crisis los únicos que están ganando de manera desproporcionada son los más acaudalados, especialmente, el 0,1% más rico.

-Vaya.
- Que hay crisis es evidente, pero todas las medidas de política económica que se están tomando son para pagar a los bancos franceses y alemanes en detrimento de toda la población. La siguiente decisión será recortar las jubilaciones y que los funcionarios sigan perdiendo poder adquisitivo, pese a que hay trabajadores públicos que cobran solo unos 800 euros al mes.

- ¿Por qué la renta básica es diferente de cualquier otra ayuda social?
- La diferencia es que prestaciones como la Renta Mínima de Inserción (RMI) o el seguro por desempleo son condicionadas y la renta básica, no. Solo por vivir en un sitio tú tendrías el derecho de percibirla .

- Usted habla de que esto tendría un efecto psicológico positivo para la población pobre.
- Es lo que muchos trabajadores sociales han puesto en evidencia y que recibe el nombre de estigma. Cuando el paro es minoritario o la pobreza no está tan extendida como ahora, para muchas personas los subsidios de pobreza son su certificado de fracaso social. Algunos estudios hechos hace años en Estados Unidos demuestran que gente que sabía que tenía derecho a recibir determinados subsidios no los pedía porque hacerlo era reconocer que era una fracasada social.

- ¿La introducción de la renta básica significaría la eliminación de otras prestaciones?
- Nuestra propuesta de financiación dice que todos los subsidios monetarios inferiores a la renta básica quedarían suprimidos. Y en el caso de las personas que recibieran prestaciones de cantidad superior, no perderían ni ganarían nada. La renta básica no es acumulativa.

-¿También incluiría la eliminación de las pensiones?
- Una pensión inferior a la renta básica quedaría suprimida y la superior se mantendría. Actualmente ocurre que con una pensión viven tres o cuatro personas de la misma familia. Con una renta básica no solo el pensionista cobraría, sino también su mujer y sus hijos.

- Pero si garantizáramos a todo el mundo un sueldo, quizá mucha gente dejaría de trabajar.
- Esto es absurdo. La gente sería más libre que ahora para dedicarse a lo que le gustara, mientras que ahora se ve obligada a trabajar en cualquier cosa al precio que sea. Hay un pequeño estudio que se hizo hace diez años en Bruselas sobre unas setenta personas a las que les había tocado una asignación mensual de 1000 euros hasta la muerte. A los dos años de cobrarla la mayoría no había dejado su empleo y la minoría que había abandonado su trabajo, lo hizo para tener más tiempo y buscar otra cosa más adecuada a su competencia técnica y a sus gustos.

-Sorprendente.
- Esto enlaza con una de las propiedades de la renta básica: la medida aumentaría la libertad real de buena parte de la ciudadanía, porque permitiría una existencia material más o menos asegurada. Eso de que la gente se conforme con 500 euros al mes independientemente de su formación y ambición personal es tener una concepción muy pobre de la psicología media de nuestra especie. Ya estoy dispuesto a que una pequeña parte de la gente dejara de trabajar a cambio de que la inmensa mayoría de los ciudadanos pudiera vivir de forma más digna de lo que se vive ahora.

- ¿Pero qué ocurriría con los puestos de trabajo mal remunerados?
- Deberían pagar más o bien introducir un incentivo a la invención técnica. Por ejemplo, hay trabajos que cuando era muy joven no pensaba que se podrían mecanizar demasiado y que, luego, ha resultado ser todo lo contrario, como ha ocurrido con la limpieza de las calles. Esto quiere decir que hay muchas labores que se podrían automatizar y estaría muy bien que se hiciera. Una de las cosas interesantes de la productividad es que podemos hacer lo mismo en menos horas, lo que es malo es que solo beneficie a una pequeña parte de la población. Las horas de trabajo en una situación de crisis como la actual están aumentando, la jubilación se está alargando. Es completamente absurdo.

- Por tanto, ¿seríamos igual de productivos con una renta básica?
- O más. Sobre todo si se acepta la idea – que los empresarios acostumbran a no aceptar- de que una persona que trabaja en algo que le gusta es más productiva, y no lo es cuando está descontenta y ve que sus esfuerzos no le sirven de nada, cuando el trabajo es poco estimulante. Son cosas que desde hace muchos años están estudiadas. La renta básica te da la posibilidad de sentirte más realizado.

Lavanguardia.com, 3 de octubre de 2012
Fuente: http://www.lavanguardia.com/libros/20121003/54351498868/entrevista-daniel-raventos-renta-basica.html#ixzz28DdWGOsy

viernes, 28 de junio de 2013

CONMEMORACIÓN DEL 120 ANIVERSARIO DE LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN ESPAÑA

Esta conmemoración se inspira en el gran homenaje que en 1998, con motivo del 150 aniversario, Francia tributó a quienes hicieron posible la abolición definitiva de la esclavitud en dicho país, después de una primera abolición en 1794, gobernando Robespierre, que fue anulada posteriormente por Napoleón. En el año 2006, el Presidente Chirac promovió la instauración del 10 de mayo como día de la conmemoración de la Abolición de la esclavitud y el Primer Ministro Dominique de Villepin anunció que la esclavitud será convenientemente tratada en los libros escolares.

Contrastan estas iniciativas con el silencio imperante en España. Silencio sobre los siglos de esclavitud y sobre el hecho de haber sido uno de los últimos países en abolirla. Silencio sobre las grandes movilizaciones y enfrentamientos que hubo, a raíz de las primeras leyes emancipadoras de esclavos. Silencio sobre quienes se oponían a abolirla y las circunstancias que les forzaron a hacerlo, de mala gana y de forma gradual, entre 1880 y 1886. Silencio también sobre quienes eran los abolicionistas. Una vez más en España se ahoga la memoria histórica porque existen quienes se sienten hijos espirituales de personajes históricos cuyos errores desean esconder, en este caso su defensa de la esclavitud (o porque les desagrada reconocer el "mérito" de haber impulsado la abolición a quienes consideran como padres espirituales de sus adversarios presentes). En Francia no tienen este problema pues son hegemónicos quienes sienten con orgullo la herencia de aquellos filósofos ilustrados y de aquellos revolucionarios que propiciaron la ruptura con milenios de historia humana de esclavitud y sometimiento.


Queremos contribuir a recuperar esta memoria histórica recordando textos deliberadamente olvidados que aclaran que durante milenios, sin interrupción, hubo auténticos esclavos que se podían comprar, vender o liberar y no solo campesinos ligados a la tierra y sometidos a un señor feudal. Queremos también en este 120 aniversario de la abolición, recordar y rendir un homenaje a quienes lucharon por ella, invitando a que se nos sumen quienes compartan la misma aspiración, unida al deseo de combatir toda forma moderna de esclavitud.

El que la abolición fuese gradual y no culminase hasta que el 7 de octubre de 1886 se abolió la institución del Patronato, justifica el haber hecho una Conmemoración también gradual que tuvo en el 2000 su primer año, centrado en el estudio de la esclavitud del pasado, y en los siguientes, hasta 2006 -año en que se cumplen los 120 años de la eliminación del último vestigio- en la denuncia de las formas modernas de esclavitud. (Anuncio de 1839 en la prensa de la Habana)

La Trata de esclavos
El martiniqués Aimé Cesaire, escritor y poeta de la negritud escribe:

Imaginemos Auschwitz y Dachau, Ravensbruck y Mauthausen, pero todo ello a escala inmensa -la de los siglos, la de los continentes- América transformada en un "universo de concentración", el pijama a rayas impuesto a toda una raza, la palabra dada soberanamente al "kapo" y al "schlag", un lamento lúgubre hollando el Atlántico, montones de cadáveres a cada parada en el desierto o en la selva, y unos pequeños burgueses de España, de Inglaterra, de Francia, de Holanda, inocentes Himmler del sistema, acumulando un hediondo dinero, un capital criminal que hará de ellos capitanes de la industria.

Para llevar a cabo esta actividad, se ha creado esta página web: http://www.cedt.org en lengua castellana, en la que se concentran el texto redactado y la documentación recogida por Miguel Sarries Griñó, adhesiones y conferencias realizadas. En España se abolió en 1837 pero en las colonias de América entre 1880 y 1886, ver más información aquí. Cifras sobre la esclavitud en la BBC

jueves, 30 de mayo de 2013

Dashiell Hammett en Wall Street

Manuel Fernández-Cuesta. eldiario.es

La lectura de Hammett, a la luz del estado de corrupción permanente, es más que un reconocimiento literario: es una manera directa, seca y salvaje, hard-boiled, de entender qué está ocurriendo.

“Me han contado que tanto el alcalde como el gobernador son de su propiedad: así que harán lo que usted les diga.”

Dashiell Hammett, Cosecha roja (1929)

El 10 de enero de 1961 moría, Hospital Lennox Hill, Nueva York, Samuel Dashiell Hammett, el escritor que, como dijo Raymond Chandler “restituyó el crimen a su lugar natural: la calle”. El expediente del FBI, veinticinco años bajo vigilancia, sospechoso de actividades antiamericanas según la Comisión McCarthy, es decir, comunista, tenía 278 páginas. Uno de los guionistas mejor pagados de Hollywood al final de los años 30, el creador de personajes como Sam Spade y Nick y Nora Charles, acabó endeudado, perseguido por la justicia y el alcohol, devorado por un cáncer de pulmón. La lectura de Hammett, a la luz del estado de corrupción permanente, es más que un reconocimiento literario: es una manera directa, seca y salvaje, hard-boiled, de entender qué está ocurriendo -mientras una banda de gangsters dispara sobre la nuca del Estado de bienestar- detrás de las cortinas, en el aterciopelado reservado de un restaurante, allí donde gestos y palabras se convierten en testaferros, paraísos fiscales, recalificaciones, ingeniería financiera, sobornos: política y economía.

Alejado de la novela policíaca (o de crímenes) convencional, ajeno a los salones de caoba, las copas de jerez y el primoroso arte de la deducción, la obra de Hammett, arqueólogo del incierto presente, patea la calle, se sumerge y bucea en ella, rastrea bares sin luz, callejones, hasta comprender lo oculto, aquello que no se debe saber, aquello de lo que no se puede hablar. Su silencio ético le llevará a la cárcel, seis meses, en 1951, al negarse a colaborar con unos interrogatorios abusivos, carentes de legitimidad. Figurar en “la lista negra” era una moderna y definitiva condena al ostracismo. Ser acusado, en el país de la libertad, de algo parecido a “desafección al régimen”, suponía exclusión social, laboral. Hammett ya no escribía.

Su última obra larga, El hombre delgado (1934), más allá de clasificaciones académicas y géneros narrativos, desvela lo arbitrario de la autoridad al tiempo que rompe, para siempre, los cristales del orden social. Todo tenemos -frente a la irrefrenable destrucción de lo social- algo de huidizos agentes de La Continental. Del mismo modo que el propio autor conservó siempre, sombrero, gomina, bigote y tabaco sin filtro, ese aire entre cínico y descreído de detective, en Baltimore, de la Agencia Pinkerton.

Resulta paradójico que Hammett, escritor cercano a la mirada realista de Faulkner, Steinbeck o Hemingway, miembro del Partido Comunista de EEUU y del Congreso de Derechos Civiles de Nueva York, antifascista en la década de los treinta, activista político desde que abandonó la escritura (quizá pensó que no podía decir más), fuera voluntario -no existe contradicción- en las dos guerras mundiales del siglo XX. Violentamente moral, ajeno a la idea del interés y el beneficio, su Sam Spade, interpretado por Humprhey Bogart en El halcón maltés (John Huston, 1941), contiene -por ejemplo- todos los matices psicológicos del que se sabe condenado, de antemano, por diferente.

En sus novelas y relatos, los diálogos rasgan el aire y la tensión narrativa golpea al lector; el ritmo, entre el sincopado ragtime y el lacónico jazz de Chicago, hace casi imposible respirar y las metáforas, afiladas garras, desvelan una acidez que brota de un estómago inundado de ginebra. Radical en su prosa, Hammett huye de la justicia poética que acompaña la derrota, pese al halo de prestigio, incomprensible, que conlleva. Veterano combatiente, su cuerpo reposa en el Cementerio Nacional de Arlington (Virginia), un cementerio militar pegado al Pentágono y escoltado por el río Potomac, junto al Memorial de Iwo Jima, la Tumba al soldado desconocido y los hermanos Kennedy. El destino parece una petaca de whisky olvidada en una gabardina: inútil.

Frente a la inicial tradición detectivesca (Poe, Conan Doyle, Chesterton, entre otros), trufada de elegancia discursiva, enigmas y agradable lectura, Hammett observará la realidad y los conflictos humanos desde otro sitio. Su punto de vista será ético, político, una mirada desgarrada y alternativa, descriptiva del desorden, que debería ser leída hoy como necesario contrapunto al erotismo light que nos invade, al culto a la extrema sensibilidad del “ego mutante” y a la banalidad que preside nuestra existencia. Los personajes serán esbozados con pinceladas descriptivas y diálogos que callan más de lo que expresan. Las escenas, encadenadas, se resolverán en dos frases o en una conversación entrecortada por un disparo.

Todo en Hammett está teñido de incredulidad e ironía. Tanto en las tramas y argumentos como en la resolución (o no resolución) de los hechos, Hammett muestra con claridad -Robespierre y Marx al fondo- que las condiciones materiales determinan el lugar desde el que se mira, cómo se piensa y qué se dice: el lugar de la libertad. La podredumbre moral de la sociedad (y sus consecuencias) será el tema de su (nuestro) tiempo. Hammett describirá, brochazos de verdad, la miseria que se pretende ocultar: el espacio del capitalismo.

Es fácil acceder a sus libros. Existen varias ediciones, muchas, con excelentes traducciones. He transportado dos volúmenes por varios países. Manejo, en este momento, la edición de Debate, Novelas y Relatos, Madrid, 1994, con notas introductorias de C. Bértolo, al que he usurpado, al límite del plagio, algunas de las ideas aquí expuestas. El halcón maltés, La llave de cristal, La maldición de los Dain o sus cuentos recogidos en Un hombre llamado Spade, Muerte y Cía o Ciudad de pesadilla, por citar solo algunos textos, arrojan un esperpéntico destello de neón sobre el sentido de las relaciones sociales y el submundo que acompaña las diferentes formas de explotación. Pese a que algunas palabras hayan perdido su sentido originario, pese a que el paso del tiempo haya alterado el contenido de los diccionarios hasta hacerlos irreconocibles, quede fijada aquí la siguiente afirmación: Hammett es un escritor materialista. Materialista y dialéctico. Un autor imprescindible para comprender el presente.

Comprometido (otro término desacreditado por el neoliberalismo) con la realidad y el tiempo que le tocó vivir, afín a los republicanos españoles durante la Guerra de España, Hammett, sentado ante la llamada Comisión McCarthy, preguntado sobre las actividades del Congreso de Derechos Civiles, sostuvo una posición parecida a la denominada “estrategia de ruptura”, teorizada años después, en la Argelia colonial, por el abogado Jacques Vergès. Como dijo ante las humillantes e ilegítimas preguntas, responder “suponía reconocer en primera instancia que el Estado tenía derecho a formular semejantes preguntas”. Esta responsabilidad moral, la determinación de su razón cívica, le costó, ya se ha dicho, la cárcel.

Considerada género menor, despreciada -durante muchos años- por la crítica, la novela negra, una variante ágil y directa del realismo social, se alza hoy, igual que lo hizo en los años 30, como la mejor manera, quizá la menos afectada, de contar los dobleces de la realidad. Políticos corruptos, el mercado -grandes corporaciones transnacionales- que determina, con decisiones tomadas en secretos consejos de administración, la vida y destino de millones de personas, los medios de comunicación, transmisores del pensamiento dominante, comprados a golpe de anuncio y subvenciones o jueces presionados por instancias jerárquicas superiores serían, en la actualidad, perfectos personajes. Las tramas posibles son conocidas, en Wall street y en cualquier rincón del mundo.

Detective de lo real, Dashiell Hammett (1894-1961) mostró, como pocos, las vísceras del sistema. Leer sus obras, frente al oscurantismo del presente eterno, no es una mera cuestión literaria. Es una forma más de resistencia y combate.

Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/Dashiell-Hammett-Wall-Street_6_135846438.html