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jueves, 10 de junio de 2021

_- Entrevista al historiador Julián Casanova, autor de Una violencia indómita. El siglo XX europeo (Crítica). “La identificación y el castigo de los nazis fue un tema olvidado a principios de los años 50”.

_- En 1915 y los años siguientes el Imperio Otomano perpetró el genocidio del pueblo armenio: un mínimo de 1 millón de muertos, además del sometimiento a procesos de deportación.

La Operación Reinhard desarrollada por el nazismo en Polonia exterminó en campos de concentración a 1,6 millones de judíos. En febrero de 1945, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde por la aviación británica y estadounidense se saldó con un mínimo de 35.000 muertos. En la posguerra española, el terror franquista ejecutó al menos a 50.000 personas. Y ya en la década de los 90 del siglo pasado, las guerras de Yugoslavia podrían haber concluido con 200.000 víctimas mortales, la mitad musulmanes.

Son datos que figuran en el último libro del historiador Julián Casanova, Una violencia indómita. El siglo XX europeo, editado por Crítica en septiembre de 2020. Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest. Ha publicado, entre otros volúmenes, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939; Europa contra Europa, 1914-1945; y La venganza de los siervos, Rusia 1917. Su libro más reciente dedica un apartado a la memoria. “El proceso de desnazificación fue limitado”, afirma. Una violencia indómita podría tener una prolongación en mayo de 2021, cuando el gobierno alemán reconoció el genocidio cometido entre 1904 y 1907 en la colonia de África del Sudoeste, actual Namibia.

-¿Ha prestado, en general, poca atención la historiografía a la Europa Central y del Este en favor de la Europa Occidental? ¿Por qué razón?
La principal razón es el dominio de la historiografía occidental -británica, francesa y alemana- que ha analizado el continente desde la perspectiva política, diplomática y militar de sus países. Ese foco tan centralizado en Europa occidental ha impedido reconocer la relevancia del centro y este de Europa en todos los grandes acontecimientos del siglo XX. Y salvo en Gran Bretaña y Alemania no hay muchos especialistas en esa amplia zona central y oriental de Europa.

-¿Qué casos de genocidio o grandes matanzas destacarías a lo largo del siglo XX?
No se trata tanto de reconocer la singularidad y relevancia del Holocausto o de los crímenes de Stalin, algo que se ha hecho en profundidad desde hace décadas, como de identificar la cultura de la violencia y del asesinato vinculada a la ideología de la raza, nación, religión o clase social. El paso de las políticas discriminatorias a las de exterminio fue a menudo provocado en esa primera mitad del siglo XX por conflictos entre Estados más que por agendas internas y generalmente tuvo repercusiones más allá de las fronteras de cada país, causando desestabilización regional y movimientos masivos de refugiados. En mi libro he examinado además con detalle la violencia sexual, desde la guerra civil en Irlanda o en España, a las dictaduras fascistas o comunistas, pasando por los ejemplos de limpieza étnica en Armenia y paramilitarismo antibolchevique y antisemita en los países derrotados en la Primera guerra Mundial.

-El libro explica cómo la Alemania nazi y la Unión Soviética hicieron uso de la violencia. ¿Existen ejemplos similares perpetrados por las democracias occidentales?
Desde finales del siglo XIX, antes de la Primera Guerra Mundial, las rivalidades políticas y nacionalistas de los principales imperios europeos actuaron de propulsores en la frenética pelea por África y por la adquisición de colonias. Un proceso acompañado de excesos y manifestaciones violentas, en el que desempeñó un papel importante la adopción de elementos básicos del darwinismo social, la interpretación de la vida y del desarrollo humano como una cruel lucha por la supervivencia donde los fuertes dominaban a los débiles.

El imperialismo tuvo efectos devastadores y la violencia utilizada para sofocar la resistencia indígena anticipó lo que tanto impactó después, porque se creía que nunca antes había ocurrido, en el frente oeste durante la Primera Guerra Mundial. Las políticas racistas y de exterminio dejaron baños de sangre, con varios millones de víctimas entre todos ellos, en el dominio británico de Sudáfrica, el alemán de África del Sudeste, la actual Namibia, y especialmente en el de Leopoldo II como “reino soberano” en el Congo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, con democracia consolidada por primera vez en la historia de los países de Europa occidental, la violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para el control de la violencia. Pero desde comienzos de los años sesenta, los principales países europeos occidentales estuvieron implicados en una guerra contra rebeliones nacionalistas en sus colonias. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia.

Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. Pero el caso que ilustra mejor la continuidad con la cultura militar de la violencia que se creía superada en las democracias occidentales fue la guerra combatida por Francia contra el movimiento de independencia de Argelia, entre 1954 y 1962, en la que salieron a la luz numerosos casos de tortura por parte del ejército y de violencia sexual contra las mujeres argelinas.

-¿Cómo resumirías el impacto de la Segunda Guerra Mundial en la población de la URSS?
La Segunda Guerra Mundial fue el escenario que propició el paso desde políticas de discriminación y asesinatos a las genocidas. Fue una guerra total con una serie de guerras paralelas. Comenzó como una guerra entre grandes potencias territoriales. En 1941, tras la renuncia unilateral por parte de Hitler al Pacto Alemán-Soviético que había sido el preludio al reparto de Polonia, la guerra se convirtió en un combate desesperado para la sobrevivencia de la Unión Soviética amenazada de aniquilamiento por la Alemania nazi.

En territorio soviético aparecieron en aquellos años, y además juntos, los elementos básicos que identifican históricamente la guerra total y el genocidio. Por un lado, la búsqueda de la destrucción absoluta del enemigo, la movilización de todos los recursos del estado, la sociedad y la economía y el control completo de todos los aspectos de la vida pública y privada. Por otro, la deshumanización de las víctimas y la ejecución de los planes de eliminación sistemática por parte de las fuerzas armadas y de los grupos paramilitares especiales alemanes.

-Por otra parte, ACNUR calculaba que a finales de 2019 había 79,5 millones de personas desplazadas en el mundo por conflictos o persecuciones. ¿Pueden rastrearse antecedentes en el libro?
Las purgas, los asesinatos y sobre todo la expulsión y deportación de millones de personas produjeron un trastorno demográfico enorme en Europa Central y del Este durante todo el siglo XX. La práctica de deportar minorías nacionales no comenzó con la Segunda Guerra Mundial. La Primera Guerra Mundial, las revoluciones y guerras en Rusia y el intercambio de población greco-turca en 1923 constituyeron puntos vitales de referencia en las décadas anteriores.

Pero la Segunda Guerra Mundial rompió todos los registros. Según el pionero estudio de Eugene M. Kulischer, entre el estallido de la guerra y comienzos de 1943 más de treinta millones de europeos fueron obligados a cambiar de país, deportados o dispersados, mientras que desde 1943 a 1948 otros 20 millones tuvieron que moverse. Según su cálculo, unos 55 millones fueron desplazados por la fuerza en menos de una década, 30 millones como resultado de la invasión nazi y el resto como consecuencia de la derrota alemana. En los dos años posteriores al final de la guerra, 12.5 millones de refugiados y expulsados de los países del Este llegaron a Alemania.

-¿Qué dimensiones tuvo la violencia sexual en las guerras de la antigua Yugoslavia?
Yugoslavia apareció desde comienzos de los años noventa en las portadas de todos los medios de comunicación, con historias de masacres, violaciones, expulsiones y desplazamientos de población.

Pero si por algo destacó la violencia en aquellas guerras de sucesión de Yugoslavia fue por las violaciones de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina, un plan de terror organizado y orquestado por el mando militar serbio-bosnio. La información de esas violaciones masivas –y también sobre las que ocurrieron por los mismos años en Ruanda- y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra dio “legitimidad intelectual y urgencia ética” a estudiar la violencia sexual en todas las guerras anteriores.

Las torturas y el asesinato acompañaron a las violaciones masivas en Bosnia-Herzegovina, con el objetivo de destruir a la comunidad musulmana. Esas violaciones, escenificadas en muchas ocasiones en público, no fueron el resultado de esporádicos estallidos de ira o de emociones enloquecidas por la guerra, sino “una política racional” planificada por la dirección política y militar serbia en Serbia y Bosnia-Herzegovina.

-Por último, Una violencia indómita. El siglo XX europeo dedica un epílogo a la memoria (“Pasados fracturados, presentes divididos”). ¿Rompió de manera drástica la Alemania de posguerra con el nazismo?
Tras los dos primeros años de posguerra, la violencia, las sentencias y los castigos de fascistas y nazis decrecieron en Europa y pronto llegaron las amnistías, un proceso acelerado por la Guerra Fría, que devolvieron el pleno derecho de ciudadanos a cientos de miles de ex nazis, sobre todo en Austria y Alemania.

En el Este, fascistas de bajo origen social fueron perdonados e incorporados a las filas comunistas y se pasó de perseguir a fascistas a “enemigos del comunismo”, que a menudo eran izquierdistas, mientras que en Occidente, donde las coaliciones de izquierdas se cayeron a pedazos en 1947, la tendencia fue perdonar a todo el mundo.

La identificación y el castigo de los nazis había acabado en 1948 y era un tema olvidado a comienzos de los años cincuenta. En 1952 un tercio de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Federal Alemana eran antiguos nazis, mientras que dos quintos de los miembros del cuerpo diplomático habían estado en las SS. En la República Democrática muchos ex nazis pasaron a las filas del Partido Comunista, algo que fue común también en otros países de Europa del Este.

El proceso de desnazificación, por lo tanto, fue limitado.

martes, 24 de marzo de 2020

Fritz Bauer

Que a usted el nombre de Fritz Bauer (1903-1968) no le diga nada es comprensible. Más curioso es que este jurista socialdemócrata de origen judío siga siendo casi un desconocido en Alemania, donde su figura ha tenido que ser rescatada, con ciertas dificultades, por una biografía editada el año pasado y una película que se estrenó en el último festival de cine de Berlín. (dirigida por Lars Kraume con Burghart Klaußner, Ronald Zehrfeld, Dani Levy, Sebastian Blomberg, .... Año: 2015.)

Ninguna calle alemana lleva el nombre de Fritz Bauer, ninguna plaza recuerda el lugar donde nació, vivió o murió. Nunca fue condecorado. Pero, quizá, lo peor sea el desconocimiento de su figura entre los estudiantes de derecho, un aviso de que el regreso a la historia es un ejercicio que cada generación debe practicar para no perder la memoria. En la Alemania de hoy, la memoria del periodo de posguerra en la zona de ocupación aliada y la posterior RFA, vende mucho menos que la memoria de la dictadura germano oriental, constantemente recordada y evocada hasta en su más mínimo detalle policial.

Jurista y socialdemócrata
Resistente antinazi, ex preso, exiliado en Dinamarca y luego en Suecia, donde editó la revista “Sozialistische Tribüne” con Willy Brandt, Fritz Bauer fue un jurista suabo nacido en Stuttgart, que fue detenido por la Gestapo en 1933 por ser miembro del SPD y expulsado de la judicatura por su origen judío. En 1949 regresó a la judicatura dispuesto a participar en la reconstrucción, física y moral, del país. Bauer entra en la historia alemana por tres motivos.

El primero de ellos es por haber sido iniciador del “Proceso Remer” de marzo de 1952, contra el General nazi Otto Ernst Remer, por difamación y calumnia contra los conspiradores de la “Operación Valkiria” que intentaron matar a Hitler el 20 de julio de 1944. Remer los tachaba de “traidores a la patria” y el gobierno federal parecía estar de acuerdo con ello, pues negaba la pensión de viudedad a la esposa de Claus von Stauffenberg, el principal conspirador. Remer fue condenado a tres meses, que eludió huyendo a España, donde murió en Marbella en 1997 tras un largo historial de negacionismo del Holocausto. Pero la resistencia fue rehabilitada. Desde entonces ya no se pudo tachar de “traidores” a sus protagonistas.

El segundo, es por el caso Adolf Eichmann. Fritz Bauer recibió en 1957 una carta de un antiguo compañero de campo de concentración residente en Buenos Aires revelándole que el jefe del departamento responsable de la deportación y aniquilación de los judíos, vivía en Buenos Aires. Su hija, explicaba el amigo, había conocido a un hijo de Eichmann, que vivía con otro apellido, y le habían chocado los fuertes juicios antisemitas del chico. El paradero de Eichmann, que había escapado de Alemania ayudado por el Vaticano, era conocido por los servicios secretos alemanes y norteamericanos. Bauer sabía que poner el caso en manos de la justicia alemana significaba perderlo, porque los jueces alemanes advertirían a Eichmann, y éste desaparecería. Así que se lo comunicó directamente al Mosad, que secuestró felizmente a Eichmann en Buenos Aires en 1960 (no había tratado de extradición entre ambos países), y se lo llevó a Israel, donde fue debidamente juzgado y ejecutado.

El tercer y principal motivo por el que Bauer entra en la historia es en su calidad de promotor, en 1958, de los Procesos de Auschwitz: seis juicios celebrados entre 1963 y 1968, contra 27 matarifes responsables directos del campo de exterminio, oficiales de las SS y la Gestapo. Aquello fue una proeza.

No hubo desnazificación
En Alemania Occidental, en términos generales, no hubo desnazificación. Los juicios aliados en Alemania contra los nazis fueron poca cosa y el nuevo Estado alemán los protegió y amnistió. El tribunal interaliado de Nuremberg que se proponía llevar a juicio a cinco mil personas, no juzgó más que a 210. En diversos juicios, norteamericanos, británicos y franceses condenaron a 5000 personas, de las que apenas 700 lo fueron a la pena capital. Más del 90% de los miembros de las SS ni siquiera llegaron a ser juzgados.

“No sólo no hubo desnazificación, sino que hubo una renazificación, no en el sentido de que los ex nazis estuvieran otra vez en su puesto para construir un nuevo Auschwitz, sino en el de que ayudaron a levantar esta Alemania conservadora, democrática y capitalista”, me explicó el Catedrático Ossip K. Flechtheim, en los años ochenta.

Flechtheim, un compañero de Bauer, también de origen judío, que fue fiscal en varios de los procesos de Nuremberg y falleció en 1998, no conocía, “ni un solo caso” de juristas de la administración nazi que fuese juzgado y castigado ante los tribunales. Incluso la mayor parte de los veinticinco miembros de la comisión de asesores del Consejo Constituyente (Parlamentarisches Rat) que redactó la constitución alemana de 1949, habían estado en activo durante el nazismo.

Los intentos de la administración aliada de ocupación por depurar la justicia, la administración pública y la policía chocaron con enormes dificultades. Se intentaba evitar un modelo de policía, alejado de las tradiciones absolutistas que desembocaron en la Gestapo. En julio de 1945 los aliados emitieron unas directrices en materia de depuración de funcionarios y de limitación del nefasto poder legislativo que la tradición prusiana ponía en manos de la policía, prohibiendo los decretos policiales y potenciando una organización descentralizada, de tipo anglosajón, y desmilitarizada de la futura policía. El mismo año, el Cuartel General aliado consideraba que, “con los vigentes criterios de desnazificación, el 75% de los funcionario rasos y el 90% de los oficiales de la policía no serían aptos para el servicio”. Hans Christoph Seebohm, que tres años después sería Ministro de Transportes con el Canciller Konrad Adenauer, expresaba en 1946 la mentalidad imperante al exigir públicamente “respeto” a la cruz gamada, símbolo por el que habían muerto, “tantos soldados alemanes”.

A medida que los aliados transferían competencias a la administración alemana, los propósitos democratizadores chocaban con una acción obstruccionista y restauradora. Los aliados descubrieron, por ejemplo, que en la primera mitad de 1948 sólo ocho de los diez mil registros domiciliarios practicados por la policía en once ciudades con administración alemana de Württemberg-Baden (un Land del suroeste así llamado desde 1945 hasta 1952, que no coincide del todo con los límites del actual Baden-Württemberg), contaban con el correspondiente permiso judicial. El Ministro del Interior responsable, el socialdemócrata Fritz Ulrich, consideraba esta práctica, “una vieja y buena tradición”. Ese tipo de irregularidades era generalizado en todo el país, y un documento oficial norteamericano de la época consideraba la “necesidad de fortalecer la resistencia civil de los alemanes contra las prácticas contrarias a la ley”, explica el sociólogo e historiador Falco Werkentin.

Cuando en febrero de 1951 se creó una “Guardia Federal de Protección de Fronteras”, que en realidad era una tropa militarizada dirigida a la intervención interior, el Bundesgrenzschutz, se constató que el 62% de sus oficiales eran ex militares de la Wehrmacht y sólo el 7% ex funcionarios de policías. Otro 31% lo componían ex policías que habían sido transferidos a la Wehrmacht durante el nazismo. Los manuales de instrucción anti-insurgente de ese cuerpo tomaban como inspiración las experiencias en ese sentido del periodo 1918-1943, incluida la represión de la “lucha contra el bandidaje” durante la Segunda Guerra Mundial, lo que se refería al combate contra la resistencia, y operaciones como el aplastamiento de la insurrección de Varsovia y otras masacres del frente ruso.

Purga anticomunista
A medida en que se fue entrando en una dinámica de guerra fría, los aliados fueron abandonando escrúpulos y perspectivas reformadoras en beneficio de un frente anticomunista que valoraba más la seguridad y firmeza anticomunista de un ex nazi que el peligro potencial que éste pudiera representar para un orden democrático. Es así como en lugar de desnazificación, la administración alemana procedió a una limpieza de comunistas. En enero de 1948, una investigación realizada en Baviera contabilizó un 2,9% de miembros del Partido Comunista Alemán (KPD) y un 5,2% de simpatizantes en la policía municipal. En la policía regional las cifras eran 0,26% y 0,9%, respectivamente. El mismo año, el Ministro del Interior socialdemócrata de Renania del Norte-Westfalia informó que el 56% de los altos funcionarios de su policía procedían del partido nazi (NSDAP) y de las SS.

La campaña contra los comunistas se mantuvo pese a que la influencia comunista iba descendiendo claramente en Alemania Occidental. A partir de 1953, el KPD ya nunca superó el 5% de los votos en las elecciones, pero los comunistas y sus simpatizantes siguieron siendo objeto preferente de la policía y la justicia, con cerca de 100.000 sumarios, fiscales y policiales, abiertos entre 1951 y 1961.

La judicatura ofrecía un panorama similar; en Baviera el 81% de los jueces tenían un pasado nazi, mientras que en Württemberg-Baden, el 50%. “En Hesse”, me explicó Flechtheim, “los norteamericanos nombraron a un conocido mío para que buscara jueces sin antecedentes nazis. Consiguió reunir a una cuarentena, a los que situó en los puestos más altos. Luego, la administración de justicia pasó a manos alemanas y después de un año, de aquellos cuarenta sólo dos permanecían en su puesto: los demás habían sido relegados a puestos de poca monta, en el registro de propiedad y similares”.

En 1949, las directrices de la Alta Comisión Aliada insisten todavía, en un tono que ya parece de desesperación, en que, “la organización de la policía no se centralice de tal forma que suponga una amenaza a la forma democrática de gobierno”. Pronto se vería que ese propósito, así como en general el de reformar la burocracia de Estado de la Alemania ocupada, fracasó, en parte debido a las dificultades de una política desbordada por las urgencias y prioridades de la reconstrucción de un país que estaba literalmente en ruinas, en parte por las resistencias del objeto de esa reforma, y en parte también por la consideración, expresada en una publicación del Departamento de Estado norteamericano de 1947, de que una enérgica desnazificación habría tenido, “consecuencias revolucionarias para la vida política y económica del país”.

Francotirador y humanista
Los procesos de Francfort que Bauer inició, fueron una pequeña excepción en ese contexto restaurador. Condenar a algunos de aquellos 27 monstruos, aunque fuera a penas leves por prescripción, tuvo una gran importancia. Para hacerse una idea del ambiente, en los procesos los acusados fueron saludados militarmente por algunos de los policías cuando pasaban delante de ellos en la misma sala de la Audiencia de Francfort, y Bauer, que era el fiscal, recibió amenazas e insultos durante aquellos juicios.

En el contexto de la Alemania de Adenauer, Bauer era un democratizador genuino, un hombre que no estaba interesado en la venganza sino en la justicia y el arrepentimiento –era un adversario de la pena de muerte- y que creía fervientemente en la redención de Alemania, asunto en el que cifraba todas sus esperanzas en la juventud. El movimiento de 1968, que en Alemania fue más profundo que en Francia y derribó culturalmente gran parte de aquella herencia, le dio la razón en lo que tuvo de ajuste de cuentas generacional con los nazis y la cultura que había hecho posible el nazismo. Bauer fue un precursor.

En 1962 su ensayo, “Sobre las raíces de la acción nazi” debía ser distribuido en las escuelas de Renania-Westfalia, pero el Ministro de Cultura del Land, Eduard Orth, lo prohibió. Emplazado para una discusión pública con Bauer, Orth declinó acudir, pero envió en su lugar a una joven promesa de su partido. Se llamaba Helmuth Kohl y en el debate con Bauer, el joven Kohl defendió la idea de que aun era “demasiado pronto para hacer un juicio moral sobre el nazismo”.

Una muerte oscura
El jurista distinguía tres sujetos en el origen del nazismo;

primero, los nazis que propugnaban ideas y actitudes nazis, una minoría importante.

Segundo, la gente autoritaria y cruel educada en el militarismo prusiano y en la tradición de Lutero.

Tercero, la gran masa de obedientes, conformistas y oportunistas”, decía.

Unos y otros, coincidían en que el humanismo, la compasión y la solidaridad, son síntomas de flojera e ingenuidad mental, una idea que ahora la nueva derecha hace suya con el concepto “buenismo”, explica Ilona Ziok, la directora que le ha dedicado a Bauer un largo documental. Con ese discurso y actitud, Bauer fundó, en 1961, la “Humanistische Unión”, la organización de derechos humanos más influyente de la moderna Alemania cuyo objetivo era, “la liberación de las ataduras de la obediencia automática al Estado”, que llevaron a Alemania a tan funestos resultados.

El Fiscal de Hesse trabajaba a contracorriente. Quien marcaba la línea era Eduard Dreher, el encargado de la reforma del código penal en el Ministerio de Justicia a partir de 1954. Fue Dreher quien impuso la prescripción para los crímenes de “complicidad con asesinato” que liberó de toda responsabilidad a los nazis y tuvo el efecto de una amnistía. Las medidas de gracia de los años cincuenta tuvieron por resultado que a final de aquella década todos los nazis condenados por tribunales de guerra se encontrasen en libertad sin terminar condena. Nada más lógico si se recuerda el pasado de Dreher, que en 1943 había sido fiscal especial en Innsbruck, encargado de revisar sentencias a cadena perpetua para convertirlas en pena capital, lo que envió a centenares de “delincuentes políticos” a la muerte. Bauer, al contrario, fue el reformador del derecho penal y de la legislación penitenciaria alemana y el luchador por una valoración apropiada del Holocausto. “Por todo eso fue visto como adversario y enemigo”, afirma Ziok, que dice haber encontrado “muchas dificultades” para financiar su película, dos veces rechazada por el Ministerio de Cultura.

Fritz Bauer murió a finales de junio de 1968. Encontraron su cuerpo en la bañera de su casa, en lo que se dijo pudo ser suicidio o accidente. Que un hombre tan tenaz y voluntarioso cometiera suicidio, es poco creíble. “Mucha gente cree que fue asesinado, pocos creen que fue suicidio o accidente”, dice Ziok. No hubo autopsia. “Toda la documentación sobre su muerte desapareció en el incendio de un archivo jurídico de Francfort”, explica la directora.

Gracias, sobre todo, a las presiones de abajo del movimiento de 1968, Alemania emprendió un considerable examen de conciencia sobre su pasado nazi, que hoy continúa. La ventaja de Alemania respecto a Japón, país que aun hoy honra como patriotas a sus criminales de guerra, es enorme y manifiesta. Al mismo tiempo, Alemania y Japón tienen en común el haber prácticamente anulado la gran ventaja moral que extrajeron de su condición de derrotados en la Segunda Guerra Mundial, al legalizar hoy la utilización de sus fuerzas armadas fuera de sus fronteras, que sus respectivas constituciones complicaban.

Fuente: Blog de Rafael Poch: https://rafaelpoch.com/


viernes, 13 de julio de 2018

Lo que deberíamos aprender de Auschwitz. El mundo necesita mantener viva la memoria del pasado y de tragedias como el Holocausto. Solo así podremos vencer la apatía que nos invade y superar nuestra incapacidad para enfrentarnos a las nuevas injusticias

Hace 73 años, el 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberó a los 7.000 prisioneros que quedaban en el campo de concentración de Auschwitz. Justo antes de su huida, los alemanes habían hecho estallar las cámaras de gas y los crematorios que seguían operativos. Además, consiguieron trasladar a 100.000 prisioneros a Alemania para seguir empleándolos como mano de obra esclava. Quienes sobrevivieron en aquel campo fueron el resto de su vida el testimonio vivo de aquellos que perecieron.

Hoy, supervivientes de varios campos como Primo Levi, Elie Wiesel, Israel Gutman, Wladyslaw Bartoszewski, Simone Weil, Imre Kertész, y muchos más, no se encuentran entre los vivos. Nosotros, la generación de la posguerra, nos hemos ido quedando cada vez más solos a la hora de transmitir aquello. Parece que aún somos incapaces de gestionar de forma adecuada esa carga. No me refiero con esto a los datos de lo que sucedió, sino más bien a que en el mundo moderno vivimos cada vez más como si no hubiéramos aprendido mucho de la Shoah y de los campos.

Se suponía que el mundo iba a ser distinto después de la guerra. Se fundaron instituciones, como Naciones Unidas, para el diálogo y la cooperación a escala mundial. En Europa occidental se impulsó un proceso de unión de Estados, naciones y sociedades, lo que ahora se conoce como la Unión Europea. Se aceptaron nuevos marcos jurídicos para perseguir crímenes contra la humanidad, y Naciones Unidas hizo una definición del delito de genocidio. La función de las organizaciones no gubernamentales era apreciada y su expansión tras la guerra reforzó la influencia de la sociedad civil en las instituciones. Después del brutal conflicto armado, parecía que había que replantearse el mundo. Debido a la tragedia que supuso la pérdida de tantos civiles, esta guerra no se parecía a ninguna otra. Auschwitz se convirtió en su símbolo más claro.

Pero en aquel momento, poco después de 1945, no hubo suficiente valentía para intentar que se hiciera justicia de verdad. De los aproximadamente 77.000 miembros de las SS que trabajaron en los campos de concentración y de exterminio, solo 1.650 fueron castigados después de la guerra. Es más, ese castigo fue, en la mayoría de los casos, obvia e irritantemente insuficiente: unos cuantos años de cárcel, a menudo reducidos. Por tanto, a nadie debería extrañarle que haya quedado cierta sensación de impunidad

Hoy vemos que los esfuerzos realizados durante la posguerra —por muy legítimos y meditados que parezcan— no han soportado la prueba del tiempo. Somos incapaces de reac­cionar con eficacia ante las nuevas manifestaciones de frenesí genocida. El hambre y la muerte que causan los enfrentamientos continuos entre diferentes grupos en África central no constituyen una prioridad para nuestros Gobiernos. El comercio de armas y la explotación de mano de obra crecen en las regiones más pobres del mundo. Naciones Unidas ha dejado de ser garantía de que siempre pueda haber algún tipo de esperanza en el mundo, mientras la apatía interna devora a la Unión Europea.

Al mismo tiempo, en nuestras democracias aumenta el populismo, el egoísmo nacional y nuevas formas de retórica del odio extremo. Las relaciones entre los pueblos han vuelto a militarizarse y esto profana nuestras calles y ciudades. ¿Realmente hemos cambiado tanto en las dos o tres últimas generaciones.

Antes de reunirnos, dentro de dos años, para conmemorar el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz (el 27 de enero ha sido designado por la ONU como Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto), deberíamos hacernos varias preguntas para intentar que no se convierta en otro acto conmemorativo más, con las mismas palabras y las mismas frases repetidas, en forma de eslóganes conmovedores.

¿Qué le ocurre a nuestro mundo? ¿Qué nos ocurre a nosotros? ¿Hemos olvidado nuestro compromiso con la memoria? Si la esperanza es lo último que se pierde, ¿dónde debe arraigar si no es en la memoria? ¿Podemos atribuir a una falta de visión la superficialidad con la que impulsamos el bien? ¿La escasez de líderes políticos con sentido de Estado explica el auge de otras voces que no asumen sus propias responsabilidades? ¿Se han convertido los sondeos de opinión y los memes en las redes sociales en un dictado permanente de nuestras decisiones? ¿En verdad están dominados los mercados por aquellos que solo buscan su propio beneficio, sin querer darse cuenta de que también tienen que cumplir con deberes, por incómodos que estos resulten? ¿Podemos ignorar nuestra responsabilidad escudándonos en nuestra “incapacidad para hacer algo”, aunque se trate de las mayores tragedias?

Los esfuerzos de la posguerra no han soportado la prueba del tiempo. Somos incapaces de reaccionar ante nuevos genocidios

En una cultura que intenta vivir sin enfrentarse a la muerte, ¿queda lugar para la conmemoración de las víctimas? ¿La cacofonía que producen todas las historias personales e igualmente importantes —y a las que todo el mundo tiene derecho—aún contiene un mensaje moral liberador? ¿Es la satisfacción humana la mejor forma de medir el bien en este mundo?

Vistas las enormes disparidades que hay entre elsistema educativo y los retos a los que se debe enfrentar, ¿por qué somos incapaces de cambiarlo? ¿Está realmente justificada la proporción entre el número de clases de matemáticas frente a las de materias como la ética; frente a la enseñanza del buen uso de los medios de comunicación de masas; frente a la educación cívica y al conocimiento de las amenazas internas para la sociedad; frente al desarrollo de capacidades para formar parte de la sociedad civil? ¿Depende realmente tanto de las integrales la construcción de nuestro futuro? ¿Por qué se enseña la historia como si se tratara solo de un estudio seguro del pasado, sin ponerlo en relación con el mundo de hoy y con un futuro cada vez más inseguro?

No queremos abordar estas preguntas para poder así apartarlas, ridiculizarlas o desacreditarlas. Y da igual lo que ocurra en Congo, en Myanmar (antigua Birmania) o en el barrio de al lado. Lo cierto es que nuestros hijos —que son el futuro que importa— aprenden más sobre los sacrificios, la dignidad, la responsabilidad y los ideales con la nueva película de Star Wars que con nosotros o en el colegio.

La apatía nos invade, no porque no tengamos grandes sueños de futuro, sino porque hemos velado la imagen de nuestro pasado compartido y común, hasta del más cercano. Esta apatía es tan profunda que en la actualidad, quizá por primera vez en la historia de la humanidad, a la hora de evaluar el curso de los acontecimientos en tantos lugares, lejos y cerca de nosotros, nos resulta muy difícil distinguir entre lo que sigue constituyendo la paz y lo que ya se ha convertido en guerra.

La memoria y la responsabilidad ya no coinciden. Así es como nuestra civilización se ve privada ahora, por su propio deseo, de su experiencia pasada. ¿Vamos a dejar que Ausch­witz forme parte de la historia? ¿O tal vez deberíamos pasar el tema al departamento de matemáticas?

Piotr M. A. Cywinski es historiador y director del Museo de Auschwitz-Birkenau.

miércoles, 19 de julio de 2017

Asesinos de las SS con doctorado. El historiador francés Christian Ingrao subraya en un estudio monumental el papel decisivo de los intelectuales en la élite de la Orden Negra de Himmler

Li Ch'uan: A estos hombres se les llama "locos criminales" ¿Qué pueden esperar sino la derrota?. 
El arte de la guerra. Sun Tzu. pág. 68.



La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS es la de un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante, oportunista y no muy cultivado. Alguien que inspira (aparte de miedo) una repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto, un verdadero monstruo. El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy diferente, y desasosegante. Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como verdaderos "intelectuales comprometidos".

El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio. En su libro de reciente aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la vez criminales. Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe el propio autor. Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" , teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso. Ingrao cita el caso del jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de cuál iba a ser la tarea.

"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy formada, pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que funciona como una droga cultural en la psique de los intelectuales". (Yo diría como un tóxico mental)

El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de lo que parece. "En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo. En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas hay intelectuales detrás". Pero, uno no espera eso de los intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente. "Es cierto que eran los grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas tras la Gran Guerra. Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir de 1925". Las SS, explica, a diferencia de las vocingleras SA, ofrecían a los intelectuales un destino mucho más elitistas.

¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral?
"Desgraciadamente, la moral es una construcción social y política para estos intelectuales. La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie, prendieron en ellos. La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial. Hasta entonces había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en (el mito de) una gran guerra racial, y una cruzada. Era la confrontación decisiva frente a un enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street. Para los intelectuales de las SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban sus bombas sobre Alemania. En su lógica, parar a los bombarderos implicaba matar a los judíos de Ucrania. Y si no sería el final de Alemania. Ese imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o nosotros".

Así se explican casos como el de Müller. "Antes de matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba Alemania. Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía. Curiosamente había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".

Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad (?). "Las SS era un asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada (manipulada, como una secta)". Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”.

(Nota: Decir atractivo, así en abstracto, es como no decir nada, ayudar al mito. Tenía una base material esa llamada atracción, los puestos de trabajo y el ascenso social que facilitaba el nazismo una vez instalado. El encarcelamiento de millones de personas, el asesinato, las expulsiones, las huidas, y la emigración de gente preparada de ideas antinazi o judíos, facilitaba esas oportunidades de trabajo y ascenso. 
Aquí en nuestro país si eras franquista tenías muchas más posibilidades de acceder a un puesto de trabajo, ascender en él, lograr una vivienda y disfrutar de otras muchas prebendas. Existían los Patronatos donde si eras de la guardia de Franco podías tener un puesto. De ahí que con la huida masiva de profesionales, las ejecuciones, los encarcelamiento y expulsiones, el país sufrió un retroceso evidente en su nivel no solo social y económico sino intelectual y cultural. Las universidades, Institutos, escuelas y centros culturales sufrieron un bajón de nivel que solo la ciega ideología e impostura sigue negando. Aún tenemos que escuchar que "antes" era cuando había un buen nivel de educación, con un nivel general de analfabetismo insoportable, aparte de la escasa escolarización, en parte por el hambre y la miseria material, moral y cultural, aparte del asesinato y expulsión de profesorado de todos los niveles)

LA BASE DE ‘LAS BENÉVOLAS’
Ingrao y Littell. Cualquiera que lea Creer y destruir percibirá los paralelismos con la novela de Jonathan Littell Las benévolas (2006).Ingrao la describe como “una réplica temática en ficción” de su trabajo, y recuerda que éste, que fue su tesis, circuló ampliamente antes de la publicación de Las benévolas.

¿Max creíble? Max Aue, el protagonista de Las benévolas guarda muchos parecidos con los intelectuales del SD de Ingrao. “Excepto en lo de la homosexualidad y el incesto. Pero, claro, es un personaje de novela”. ¿No es demasiado refinado y esteticista para ser un SS? “Bueno, Heydrich leía mucho y tocaba el violín. Y no olvides que Eichmann leía a Kant”, responde.

También otro nazi tomado por Littell, Leon Degrelle (en su ensayo Lo seco y lo húmedo) presenta paralelismos con otro estudiado por Ingrao en su libro Les chasseurs noirs: Oskar Dirlewanger. El primero era favorito de Hitler y el segundo de Himmler.

LA BRIGADA DE CAZADORES SALVAJES DE DIRLEWANGER
Christian Ingrao es el autor también de un apasionante estudio sobre la Brigada Dirlewanger, la unidad de siniestra reputación que creó el comandante de las SS (ascendido luego a general) Oskar Dirlewanger para luchar contra los partisanos y que se nutrió inicialmente de delincuentes convictos de delitos relacionados con la caza. Les chasseurs noirs (Perrin, 2006) es un libro más asequible para un lector generalista que Creer y destruir aunque los dos tienen muchas cosas en común, y desde luego Dirlewanger es un buen ejemplo de la formación ideológica de un mando nazi.

La brigada, denostada por muchos mandos del Ejército, participó en numerosas operaciones en el Este contra los partisanos granjeándose una reputación de brutalidad incluso en el marco de las unidades de las SS, que ya es decir. Ingrao apunta que combatía al estilo despiadado de la Guerra de los Treinta Años. Realizó acciones de exterminio de población civil y judíos e intervino en el aplastamiento de la sublevación de Varsovia de manera especialmente vil. Finalmente incorporó ¡presos políticos de izquierdas!, los únicos antifascistas que vistieron uniformes de las SS (la cosa no funcionó). Ingrao resigue la historia de la brigada (que acabó en fantasmagórica división de las Waffen SS) y la de su líder (que iba singularmente por libre en el ejército alemán). “El personaje es abyecto, por supuesto, pero fascinante”, señala. “Todos los testimonios coinciden en señalar que era un hombre carismático y valiente, casi estúpidamente intrépido". De sus 32 años de adulto, el "lansquenete nazi" pasó 19 en guerra. Capturado por los franceses al acabar la guerra, murió en junio de 1945 a causa de las palizas que le propinaron guardianes polacos.

jueves, 5 de enero de 2017

Entrevista al historiador y periodista Carles Senso, coautor de “La ignomínia de l'oblit” (Universitat de València). Campos de exterminio nazis: entre la mayoría silenciosa y el lucro empresarial.

Enric Llopis

Una mayoría de los alemanes se mantuvieron en silencio o participaron de la barbarie nazi. De hecho se beneficiaron de un modelo de economía fundamentado en la expansión bélica y la explotación de la mano de obra “importada” de países ocupados o rivales. El historiador y periodista Carles Senso, coautor del libro “La ignomínia de l'oblit” junto al docente Ximo Vidal, lo resume en una frase categórica: “La minoría movilizada a favor del nazismo no fue tan minoría y la mayoría silenciosa en ocasiones supo y en otras no quiso saber”. Publicado en 2016 por la Universitat de València, el libro aborda el internamiento de los “rojos” de la comarca valenciana de La Ribera en campos de concentración como Mauthausen, Buchenwald, Neue Bremm, Dachau o Ravensbrück. Son bien conocidas las miles de violaciones en estos centros de exterminio, los perros despedazando a prisioneros, la “experimentación” con seres humanos o las permanentes duchas de agua fría durante los inviernos extremos. Pero constituyeron asimismo una fuente de mano de obra esclava. “Empresas automovilísticas como Audi o BMW (entonces en manos de Quandt) utilizaron a miles de trabajadores forzosos”, subraya el historiador. También lo hicieron Bosch, Krupp, Adidas o Siemens.

-En “La ignomínia de l'oblit” abordas el internamiento de los republicanos de una comarca valenciana, La Ribera, por los campos de concentración nazis. ¿Deben considerarse el genocidio y los campos de exterminio como un producto de la perversidad intrínseca del régimen nazi, o se trató más bien de un proyecto político? Si es así, ¿en qué consistía?
Jorge Dimitrov, en su libro “El fascismo y la clase obrera” defendió que la subida del fascismo al poder no supone un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de dominación de clase de la burguesía por una dictadura terrorista abierta. A través del Estado de excepción se generan condiciones específicas de gobierno sin las que sería imposible entender la Alemania de los años treinta. El nazismo facilita un Estado al servicio de una clase dominante que anula la autonomía a los garantes de la libertad en las democracias burguesas “tipo”, caso de los partidos políticos, los sindicatos, la ciudadanía como sujeto político o los medios de comunicación, además de otros poderes fácticos que quedaron subyugados (en algunos casos una subyugación benévola) al designio del régimen hitleriano. En dicha situación, los campos de exterminio aparecen como una solución bélica pero también como un mecanismo de Estado al servicio del gobierno. El fascismo crea un sistema absolutamente represivo que busca el aniquilamiento del adversario primero a través de una policía política y más tarde a través del engranaje de los campos de exterminio.

-En la película “¿Vencedores o Vencidos? (El Juicio de Nuremberg)” (1961), de Stanley Krammer, un juez estadounidense retirado, Dan Haywood (Spencer Tracy), conversa con un matrimonio alemán de la clase trabajadora. En un momento del diálogo, ella recuerda al magistrado que Hitler hizo cosas positivas por Alemania. ¿Hubo un consentimiento, o al menos un silencio cómplice, de la población germana con los campos de tortura y extermino?
Es uno de los temas que están centrando mis estudios en los últimos meses. Esa responsabilidad de la población por acción u omisión en la que también veo paralelismos con la actualidad cuando observo el trato que se les está ofreciendo a los refugiados o cuando analizo lo cómodo que es el machismo para muchos hombres y que, por ende, callan. A colación de tu referencia, Esperanza Aguirre ha dicho recientemente algo parecido de Millán Astray. La memoria histórica, en ciertos sectores de este país, es el ejercicio de blanqueamiento del pasado para ocultar todos los asesinatos de la dictadura. Respecto al nazismo, sería injusto no recordar el protagonismo del Partido Comunista Alemán justo antes de la llegada de Hitler al poder y que por lo tanto hubo una resistencia activa que en muchos casos se pagó con la muerte. Pero lo cierto es que el pueblo alemán participó o calló durante toda la barbarie y se benefició de un modelo económico que basó su expansión en la guerra y en la explotación de las clases subalternas que llegaron de países ocupados o rivales. El fascismo organiza de arriba abajo la sociedad, la economía y la política según los intereses de la gran burguesía, oprimiendo y explotando a la clase obrera.

Pero dichos beneficios se generalizaron durante el período prebélico y más tarde con la política expansionista, y buena parte de la población se benefició de una economía de guerra que les llevó al silencio cómplice. Pike recopila, en su magnífico estudio sobre los republicanos españoles presentes en los campos, cómo los prisioneros se sorprendían en los primeros meses al ver que la población alemana era consciente de su situación y no movía un dedo. Hay casos de decencia pero son tan escasos que se han acabado por mitificar. La minoría movilizada a favor del nazismo no fue tan minoría y la mayoría silenciosa en ocasiones supo y en otras no quiso saber. Las décadas posteriores al final de la II Guerra Mundial son un periodo de redefinición de Alemania como país, fruto de un profundo trabajo de recolocación de valores por parte de cada uno de los alemanes y las alemanas.

-¿Se aprovecharon o lucraron las grandes empresas alemanas de la mano de obra esclava? ¿Procedían estos trabajadores de los centros de internamiento? ¿Pueden citarse nombres de las compañías implicadas?
Son múltiples las empresas que cimentaron en el periodo nazi su expansión internacional posterior y su conversión en multinacionales monopolísticas. Y no sólo alemanas, que es lo que más sorprende en ocasiones. Evidentemente también empresarios franceses o austriacos pero también norteamericanos. Por citar ejemplos, Standard Oil, Siemens, Ford o Bayer. El intervencionismo del Estado nazi fue crucial en la economía, lo que no fue óbice para que empresarios de muchos países realizasen importantes negocios que no dudaron en explotar a los prisioneros sometidos a la barbarie de los campos de concentración y exterminio. Las SS crearon empresas propias de pingües beneficios pero las necesidades del momento prebélico o bélico (con la presencia de buena parte de la masa salarial joven alemana en el ejército o en los grupos paramilitares) obligaba a buscar nueva mano de obra. Y en los campos se encontró bien barata. Las condiciones fueron simplemente esclavistas. La complicidad de los principales magnates americanos con el nazismo (al que generalmente al principio repudiaron pero después adularon dados los beneficios económicos) fue absoluta, como analiza Jacques R. Pauwels en “El mito de la guerra buena”.

-¿Qué papel desempeñaron realmente los Estados Unidos?
Pauwels protagoniza uno de los libros que considero vitales para entender el ordenamiento internacional de antes y después de la guerra mundial. Estados Unidos ha sido vendido como el salvador de la guerra y de la libertad pero lo cierto es que el gobierno decidió intervenir más bien tarde y su participación no fue tan determinante como se ha mostrado desde Hollywood. Durante los años de la preguerra y los primeros de conflicto en la sociedad americana (entiéndase sobre todo en los poderes fácticos y en el gobierno) no se tenía excesivamente claro quién era el enemigo y no se descartó la alianza con Hitler, al que algunos magnates consideraban una figura casi divina. La oligarquía americana era abiertamente filofascista y el enfrentamiento con el nazismo se interpretó en algunos casos como un error. EE UU decidió intervenir, sobre todo, porque la URSS había conseguido dar la vuelta al conflicto y estaba en capacidad de surgir de la II Guerra Mundial como vencedor absoluto del nazismo, con lo que ello hubiese repercutido en la política geoestratégica. Es por ello, que Pauwels desmitifica la intervención norteamericana y muestra la complicidad del capital norteamericano con el nazismo. Pero el negocio de las empresas con el régimen hitleriano (como la avaricia capitalista) no tuvo fronteras.

Por citar ejemplos conocidos, empresas automovilísticas como Audi o BMW (en manos por entonces de Quandt) utilizaron a miles de trabajadores forzosos a los que prácticamente no remuneraban. Las cifras se sitúan entre los 20.000 y los 50.000 trabajadores explotados. También Bosch, Krupp (actualmente Thyssenkrupp), Adidas o Siemens. Otras empresas fueron grandes colaboradoras del régimen nazi, favoreciendo su expansión a través del suministro de material innovador. Es el caso de las americanas General Motors (que facilitó camiones militares que sirvieron para ocupar Austria), Ford (que también fabricó camiones para los nazis y se negó a manufacturar motores para los aviones del ejército británico), Standard Oil (que proporcionó combustible) o IBM, que creó el sistema informático con los que se censaron a los judíos. James Mooney, director ejecutivo de General Motors, recibió la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana, mientras Henry Ford fue considerado por Hitler como “su inspirador”. La mayoría de los españoles (y ribereños) estuvieron controlados por las empresas de Himmler y su entorno en Mauthausen y sus subcampos pero de ellos también se beneficiaron empresas como la Steyr-Daimler-Puch, con varios ribereños de nuestro libro explotados entre sus trabajadores.

Como ha constatado el historiador Carlos Hernández, las prisioneras españolas deportadas a Ravensbrück trabajaron en diversas empresas que fabricaban armamento y piezas para vehículos y aviones del Ejército alemán. La más conocida de ellas fue Siemens y Halske, que en 1942 construyó una fábrica junto al campo para la producción de componentes electrónicos destinados a los misiles V1 y V2. En Ravensbrück estuvo Virtudes Cuevas, de Sueca. Eran negocios. Y muy buenos. El capitalismo sólo entiende de dinero y ni los supuestamente puristas americanos pudieron hacer ascos a las opciones de mercado que se planteaban en Europa. Y no se limitó a la II Guerra Mundial, sino que era un conflicto económico internacional que también se visibilizó en el Estado español. No hay que olvidar que el mayor aliado internacional con el que contó Franco fue Texaco, que proporcionó el combustible necesario para poder hacer volar a los Junkers Ju 52. El FBI interrogó a sus dirigentes pero a pesar del incumplimiento de la ley estadounidense de no intervención, sólo se le obligó a pagar 22.000 dólares. El suministro a los golpistas no se detuvo.

-Mauthausen, Buchenwald, Dachau, Gusen, Ravensbrück.... Trabajos extenuantes, alimentación terriblemente precaria, enfermedades irreversibles... ¿Hasta qué grado llegó el trato vejatorio, la crueldad y el sadismo? ¿En qué medida afectó a los republicanos españoles?
Es uno de los apartados más conocidos de los campos de exterminio porque existe una amplia literatura al respecto y una difusión escabrosa por parte del cine norteamericano, que ha eludido investigar sobre las salvajadas que el ejército patrio realizó en suelo europeo. Se habla de miles de violaciones. La crueldad en los campos fue la mayor que puede considerar el ser humano. Desde el segundo uno se les aniquilaba como seres humanos y se les robaba su consideración de personas. A partir de ahí, todo valía. Ejemplos sobran. Constantemente los perros de las SS se lanzaban sobre los prisioneros y los despedazaban hasta la muerte. En inviernos de temperaturas extremas como los del 41 y 42, los prisioneros eran sometidos a noches enteras bajo duchas de agua fría y posterior caliente a la intemperie. Cualquier atrocidad pensada se desarrolló en los campos y los españoles estuvieron sometidos a ellas. En los casos que hemos trabajado Ximo Vidal y yo no constan datos específicos en las razones de las muertes. Lo hacían constar de forma genérica y por lo tanto ha sido difícil la reconstrucción. Pero claro, no estuvieron exentos y entre ellos constan algunos que fueron asesinados en el Castillo de Hartheim, donde se llevaron a cabo experimentos científicos.

-¿Qué peso tenía la llamada investigación “científica”, la experimentación con seres humanos, y cuál era su finalidad última?
La finalidad no era otra que la búsqueda del hombre perfecto. Las muertes y enfermedades causadas por el duro invierno que tenían que enfrentar los militares en el Frente Este llevaron a los médicos a realizar experimentos pseudocientíficos para prevenir en sus ejércitos la congelación o la hipotermia. Para ello a los prisioneros se los situaba en grandes recipientes de agua helada con una sonda rectal para controlar la temperatura de su cuerpo. Para su reanimación se les sometía a rayos ultravioleta, se los duchaba con agua ardiendo o los intentaban excitar sexualmente con mujeres. Los resultados eran presentados en conferencias en las que se compartían experimentos con humanos. Son ejemplos de una lista inacabable de salvajadas que fueron posibles por la deshumanización, primero de los prisioneros y después de los criminales nazis, que se escudaron en la cadena de mando para llevar a cabo los experimentos. A algunos prisioneros o prisioneras se les inyectaba cianuro en los pulmones y se les obligaba a hacer deporte o los exponían al gas fosgeno para buscar antídotos, dado que se estaba utilizando en el frente. A otros les extirpaban extremidades u órganos para transplantarlos a otros y a las mujeres se les inseminaba artificialmente. En ocasiones, tanta crueldad nos aleja de dicha realidad pero lo cierto es que fue fruto de una sociedad próxima temporal y geográficamente y en nuestro país, nuestros vecinos también fueron artífices o víctimas de dichas represiones inhumanas.

-En la primera parte del libro figuran textos del escritor italiano de origen judío, Primo Levi, y del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, ¿qué parte de sus ideas ayudan a recordar “la ignominia del olvido”?
Levi nos permite introducirnos en la más despiadada de las realidades de los campos pero lleva sus reflexiones mucho más allá, y sus teorizaciones nos hacen comprender de qué forma se reduce la esencia humana cuando las necesidades son básicas. De Levi se puede aprender cómo el capital siempre beneficia al capital y que iniciar un conflicto en posición de privilegio material hace que tengas mayor facilidad para salir indemne o mejor parado. Es decir, el posicionamiento social por la posesión inicial es clave incluso en las situaciones más extremas, en las que se pierdes o difuminan otros valores como la valentía, el compromiso o el compañerismo. Cuando todo queda reducido a la nada, el capital busca y privilegia al capital. Por su parte, Bauman analiza como las personas, cuando son sometidas a elecciones demasiado costosas, se autoconvencen y alejan de la cuestión del deber moral, adoptando los preceptos del interés racional y la propia conservación. Bauman dirá que en un sistema en el que la racionalidad y la ética apuntan en direcciones opuestas, la humanidad es la principal derrotada. Resistirse al mal es a menudo imprudente y por tanto el instinto de conservación personal juega a su favor ya que mayormente la falta de compromiso facilita la abstención.

-¿Por qué vía llegaron los republicanos del exilio francés a los campos de concentración? ¿Se establecieron mecanismos de solidaridad internos, entre los presos, para sobrevivir ante condiciones tan extremas? ¿Has podido documentar para la publicación del libro algún ejemplo de relación fraternal entre los prisioneros de La Ribera?
El compromiso político de miles de republicanos españoles les llevó a combatir en tierras francesas a las tropas nazis, razón principal que provocó su detención y traslado a los campos de exterminio. Hubo españoles en todos los aparatos de contestación a los fascistas, desde el ejército francés, a la intervención en las empresas armamentísticas o la lucha política, con especial actividad de anarquistas y comunistas. La solidaridad entre los españoles fue ejemplar y la conexión entre las diferentes opciones de oposición al fascismo plena. De Sueca, por ejemplo, era Virtudes Cuevas, conocida en Francia como Madame Carmen. Después de luchar contra el franquismo, siguió defendiendo la democracia en el país galo, en el que trabajó como enlace secreto entre comunistas, socialistas y anarquistas. Era una transmisora de información, sobre todo, pero no solo e incluso trasvasó armas entre unos y otros. Acabó siendo detenida e internada en Ravensbrück, donde pudo entablar una intensa relación con Genneville de Gaulle, la hija de Charles De Gaulle, lo que le valió después (no por la amistad, sino por su trabajo y lucha) ser condecorada con la Legión de Honor del Ejército Francés, la máxima distinción.

En su magnífico libro, Pike rememora la consideración que los republicanos españoles tenían en los campos. La juventud (la media de edad de los españoles en su entrada a los campos era de veintisiete años), su disciplina militar y su experiencia eran factores que ayudaron a su mayor capacidad de resistencia. Pero también su espíritu de solidaridad, fruto de su implicación política tantas veces vinculada a movimientos de esencia colectivizadora como el PC, la CNT u otros. Internos franceses, ingleses o polacos (por situar algunas referencias conocidas) mostraron su admiración por los prisioneros españoles, a los que consideraban modelos por su educación, solidaridad, dignidad y fortaleza. Edmond Michelet decía que nunca estaban tiempo de más en los lavabos o no tomaban más de lo que les correspondía en las raciones. Dicha solidaridad también depuró entre ellos muchas diferencias que se arrastraban de la diferente interpretación en la guerra de España o de la lucha contra el fascismo en Europa. Sobre la relación de la que me hablas en la pregunta, Joaquín Olaso y su compañera sentimental, Dolores García, fueron, según comenta Pike, la única pareja que oficialmente pudo verse y mantener cierta relación en los campos. Ella fue secretaria de Neruda y una mujer de una inteligencia destacada. Su historia también es apasionante.

-En algunos pasajes del libro señalas algunos reparos a las biografías que han legado los protagonistas o sus familias. ¿Es éste uno de los grandes riesgos de la Historia Oral? ¿Tendría que asumir la Academia, tal vez, que la memoria histórica y los testimonios orales tienen mucho de género literario?
Aunque evidentemente no ha sido lo usual, hemos encontrado familiares que interiorizaron con el tiempo el relato impuesto por el franquismo y pensaron aquello de que si los deportados acabaron pasaron o muriendo en los campos de exterminio nazis “por algo sería”. Sin embargo, como digo, lo normal ha sido el orgullo silencioso. La generación actual de historiadores que estamos realizando una mirada más crítica y que estamos configurando una memoria “sin complejos”, sin relatos impuestos, hemos llegado tarde en la mayoría de los casos. Las fuentes orales son escasas y excesivamente mayores o alejadas de la problemática de estudio. Es por ello que, por una parte, debemos aplicar la máxima cautela porque sabemos que las miradas atrás siempre son caprichosas y tienden a aplicar mecanismos de autoafirmación y, por otra, estamos en la obligación de avasallar los datos documentales para suplir las carencias orales.

Entendiendo las particularidades de la historia oral, no debemos estigmatizar en exceso la voz del participante. Una generación de españoles y españolas falleció sin ser escuchados y la democracia no se recuperará nunca de una pérdida así. El golpe de Estado franquista provocó una rápida y contundente reacción que alargó la “conquista de España” durante tres años. El golpe de Estado de Tejero fue contestado con un cierre inmediato de la puerta de cada una de las casas y una delegación de competencias. Este país cambió para siempre con el franquismo y debemos seguir entendiendo por qué y cómo. Y eso lo sabían quienes lo sufrieron y quienes configuraron aquella realidad alternativa que fue la esporádica II República. No hay que temer a la historia oral, eso sí, aplicando siempre, como decía Joan Fuster (y como he aprendido del profesor Ferran Archilés), el “dubte metòdic”, la duda metódica.

-¿Consideras que ha reconocido el Estado español a los “rojos” españoles que sufrieron la ignominia nazi? ¿Tiene ello algo que ver con el modo en que se desarrolló la Transición?
Evidentemente de la dictadura asesina de Franco no se podía esperar una reconstrucción y rehabilitación de la memoria y la dignidad de los españoles que contra él lucharon y después no cejaron en su compromiso y combatieron al nazismo por Europa. Pero claro, después llegó la democracia y los homenajes fueron puntuales, nimios y privados. Y claro que sí, la Transición y sus artífices políticos tuvieron buena parte de culpa. Fueron los franquistas y la oposición más conservadora quienes condujeron el proceso de llegada de la democracia y, bajo la amenaza de la reversión a tiempos armados, impusieron el silencio y el olvido. Pero sólo a los demócratas. Porque al igual que pasó con la amnistía (que sacó de la cárcel a cuatro luchadores contra la dictadura pero de la que se beneficiaron sobre todo los franquistas que vieron perdonados sus asesinatos y su represión salvaje), sí se aplicó memoria para trasladar a la democracia (al imaginario colectivo de la nueva modernidad) el nombre y la historia de franquistas que hoy siguen poblando nuestras calles y que permiten que la desvergüenza se adueñen de personas como Esperanza Aguirre para sacar pecho de las aportaciones sociales de Millán Astray, creador de la Legión.

-¿Dónde sitúas la derrota?
El nuevo relato de la democracia se hubiese tenido que configurar sobre los cimientos de la lucha antifascista, como sí se hizo en otras partes de Europa, caso de los partisanos italianos o como hicieron los franceses, que incluso han realizado homenajes a los republicanos españoles que liberaron París, cosa que nosotros no hemos hecho. Es el caso de Amado Granell, que sobrevivió a tres guerras pero murió en un accidente de tráfico en el término municipal de Sueca. Sin embargo, el nuevo relato se creó sobre el miedo impuesto, la violencia generalizada en un momento de caos y el olvido a aquellos que lucharon por la democracia durante décadas. Hay datos irrebatibles que explican el todo: España sigue siendo el segundo país del mundo con más desaparecidos enterrados en cunetas, sólo por detrás de Camboya. Con todas las dictaduras y los horrores que ha habido en el mundo, tenemos ese “honor”. Somos campeones del mundo en desvergüenza. La científica Clara Valverde ha estudiado a través de magníficos trabajos como la represión acaba afectando a nietos y nietas de los perseguidos, incluso a pesar de que no los conocieran. Como ese miedo y frustración configura la personalidad tres generaciones después. Pero aquí no hubo recuerdo, no se reseteó la dignidad y, en cambio, sí se persiguió el duelo. Y en eso los nuevos medios de comunicación de masas tuvieron mucha culpa, como también la población que no empujo suficiente para la lograr el cambio real.

Como ha defendido el profesor Pepe Reig, los medios de comunicación pasaron del oficialismo al oficialismo pasando por el desconcierto. En la dictadura decía lo que podía decir y en la democracia pasaron a defender los que debían decir en pos del consenso, esa esencia incorpórea que se vendió como un logro y realmente fue una losa. El llamado Parlamento de Papel no estuvo en “El País” o “ABC”, enraizó en medios prácticamente marginales de recursos materiales y apoyos ciudadanos. Fueron ellos los que realmente asumieron su papel con verdadera convicción democrática. Y lo pagaron. Fueron víctimas de bombas, amenazas y agresiones, a diario verbales, en ocasiones físicas. Medios como “Cuadernos para el Diálogo”, “Triunfo”, “Destino”, “Valencia Semanal”, “Interviu” o “Dos y Dos”, por situar algunos ejemplos de gran simbolismo. La práctica clandestinidad de estos medios les dio una credibilidad que los otros, por mucho que ahora se mide atrás y se edulcore la historia, no deberían tener.

-Uno de las biografías a la que el libro dedica más páginas es la de Virtudes Purificación Cuevas Escrivà, una vecina del municipio valenciano de Sueca. ¿Por qué es importante su recorrido vital y político? ¿Resume las aspiraciones y contradicciones de una época?
Virtudes Cuevas resume el compromiso político sin desdén. Falleció hace unos años y dejó su vivienda en Sueca al ayuntamiento, con el objetivo de que se crease allí un museo antifascista. El consistorio no lo ha visto conveniente todavía y los homenajes han sido escasos y facilitados por un grupo de amantes de la historia y la democracia. Madame Carmen, como era conocida, luchó contra el golpe de Estado y en el exterior, en Francia, trabajó de enlace de las diferentes versiones de lucha contra el fascismo. Acabó pasando por Ravensbrück y como he dicho, coincidiendo con la hija de De Gaulle y siendo condecorada por su valentía con la mayor distinción del ejército galo. Nunca dejó de luchar y cuando regresó a su localidad valenciana, en 2003, mantenía viva su fuerza y su pundonor. En los años cincuenta volvió por su tierra natal con el objetivo de conseguir que su madre fuese enterrada en Sueca. Fue saludada incluso por el alcalde franquista. Eran demostraciones de una valentía extrema.

-¿Ocurre lo mismo con Joaquín Olaso Piera, vecino de Carcaixent y miembro del NKWD (Comisario del Pueblo de Asuntos Interiores de la URSS), que en agosto de 1943 ingresó en el campo de Neue Bremm? ¿Por qué es relevante su biografía?
La vida de Olaso es la historia del compromiso político a pesar de todas las consecuencias. Desde sus primeros años ya mostró una curiosidad que con poco más de veinte primaveras le llevó a la URSS, donde conoció una sociedad y una realidad política totalmente diferente. En sus cartas a la familia se mostró apasionado con las colectivizaciones y los logros económicos que rápidamente provocaban y de la forma en la que el sistema socialista había sido capaz de “recuperar” (si es que alguna vez habían formado parte de la historia) una parte de la sociedad rusa marginada durante siglos y esclavizada salvajemente. Olaso nos permite conocer los entresijos del movimiento comunista español entre la década de los veinte y los cincuenta, con la configuración de un buen número de partidos (en los que siempre acaba jugando un papel fundamental).

Siempre digo que cada descubrimiento de Olaso (a quien se le conocía con el sobrenombre de Kim) abre cinco nuevos secretos, lo que es normal en un espía de la URSS. Sin ir más lejos, era conocido como el Ojo de Moscú. Su pareja sentimental (con la que no llegó a casarse) engrandece su trayectoria. Dolores Echeverría era la secretaria de Pablo Neruda, con el que marchó al exilio francés. Incluso sus muertes se produjeron en una situación enormemente sospechosa pero eso lo dejo en manos de los lectores y lectoras del libro. Un avance, fue en 1955 y en su casa de París. Una historia que Hollywood hubiese convertido ya en una película de éxito.

-Por último, ¿consideras importante la “Microhistoria” y las Historias Locales? ¿Se corre el riesgo de que, ante el declive de las grandes narrativas y las historias globales, prolifere tal número de investigaciones parciales que la síntesis se haga imposible?
La aproximación del relato histórico a la realidad social de los núcleos más pequeños ha permitido que algunos sectores menos especializados se muestren interesados, al intervenir nuevos elementos de sensibilidad e identificación. La masiva información que circula hoy ante nuestros ojos, desgraciadamente nos obliga a cribar buena parte de ella, por lo que se utiliza la identidad para la selección. Los grandes números, la historia más matemática, nos habla de que aproximadamente 9.000 españoles pasaron por los campos de exterminio de los nazis. Sin embargo, estudios como el que hemos configurado (en un campo en que estaba virgen y que es posible porque el marco general ya ha sido interiorizado) permite a la vecina conocer a su conciudadano asesinado en Gusen, recordar al abuelo de una amiga que salió libre en mayo del 45 de Mauthausen o reconocer por la calle a un luchador por la democracia que ayudó a liberar París. Evidentemente, como digo, la historia no puede segmentarse en exceso porque de lo contrario no es comprensible y no ayuda a la edificación de valores colectivos. Debe formar parte de un todo y debe contener una perspectiva amplia.

En nuestro estudio creo humildemente que se consigue porque no eludimos, por ejemplo, analizar la pertenencia social de los deportados a una clase social humilde e históricamente perseguida, lo que nos permite analizar su herencia familiar y observar en algunos casos como miembros de sus núcleos más próximos ya lucharon contra la subida generalizada de alimentos en la segunda década del siglo XX o como aparecen vinculados a la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera. Sólo el conocimiento general nos permitirá entender las historias más próximas y solamente la mirada micro nos dejará visualizar “la piel” (que diría aquel) de las sociedades pasadas. El historiador debe entender por qué las personas que vivieron en el pasado tomaron ciertas decisiones y no otras y eso se consigue aproximándose a los personajes que formaron parte de la lucha colectiva tantas veces anónima.