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miércoles, 19 de abril de 2017

_--Damien Hirst, el arte como posverdad. El artista británico regresa con una espectacular muestra en Venecia, mitad cuento mitológico y mitad celebración kitsch


Una de las obras de Hirst expuestas en el Palacio Grassi de Venecia.


_--Vestido como un turista cualquiera, con ropa deportiva y enormes gafas de sol sobre el frontispicio,  Damien Hirst da un último paseo antes de levantar el telón de su nueva exposición, que se inaugura este domingo en las dos sedes de la fundación que el magnate  el magnate François Pinault  instaló en Venecia hace una década. Masacrarlo a preguntas no servirá de nada. “Lo siento, amigo. Hoy no me toca prensa”, se excusa con una implacable sonrisa. Lástima, porque su regreso despierta numerosos interrogantes. El primero: ¿qué es verdad y qué es mentira en este esperado proyecto, insistentemente presentado como su regreso por la puerta grande, tras años de sequía creativa y hastío de sus coleccionistas?

Escultura de bronce de la exposición de Damien Hirst en Venecia (Italia). MIGUEL MEDINA AFP Tesoros del naugragio del 'Increíble', que permanecerá abierta en la laguna veneciana hasta el 3 de diciembre, está concebida como una superproducción de aventuras. En la primera planta del Palazzo Grassipalacete de mármol blanco que parece reflejarse en el Gran Canal, un vídeo da la bienvenida. En él, un grupo de buceadores extraen obras de arte de las profundidades marinas. Forman parte de la colección de Cif Amotan II, esclavo otomano liberado en los días del Imperio Romano, cuyo navío, al que llamó Apistos (o “increíble” en griego antiguo) se hundió en las costas de Zanzíbar hace dos mil años. En el barco transportaba la grandiosa colección que amasó al recuperar su libertad, compuesta por fastuosas esculturas, joyas deslumbrantes y valiosas monedas, que quedaron hundidas en el fondo del mar.

Lo que Hirst presenta ahora, según el relato concebido para la exposición, no sería más que las obras extraviadas entonces, impregnadas de los colores que les prestaron las algas y el coral. En la colección, encontrada en 2008 y rescatada con el concurso del artista, figuran bustos egipcios y torsos griegos, estatuillas de mármol y budas en bronce oscuro, medusas de cristal y discos monolíticos aztecas. En total, 200 obras se suceden por los pasillos. Muchas de ellas, de tamaño monumental. En el patio central del edificio se erige un coloso de 18 metros, inspirado en el protagonista de un cuadro de  William Blake. “La exuberancia es belleza”, escribió este último en El matrimonio del cielo y del infierno. No cabe la menor duda de que Hirst comparte esa máxima.

Pero las contradicciones no tardarán en surgir en el recorrido. En medio de las reliquias, presentadas con abundante documentación verídica sobre su origen y características, aparecen obras incompatibles con esa leyenda. Algunas pertenecen a tiempos posteriores a los que vivió el esclavo. Hay diosas antiguas que comparten los rasgos de deidades actuales como Kate Moss o Rihanna. Un poco más allá, un faraón egipcio guarda cierto parecido con  Pharrell Williams. En la última sala de la Punta della Dogana, segunda sede de la fundación, aparece Mickey Mouse de la mano de su creador. “En el fondo, el universo Disney funciona con los mismos mecanismos que la mitología clásica”, explica el director del museo, Martin Bethenod, con total seriedad. Por si quedaba alguna duda sobre el chiste, al trepar hasta el belvedere de esta antigua aduana marítima, aparecen distintos cráneos de unicornio. La ambigüedad se transforma entonces en celebración kitsch. En el fondo, a Hirst siempre le ha perdido la literalidad.

En los 5.000 metros cuadrados que ocupa la exposición no hay rastro de mariposas, puntos de colores ni tiburones en formol. Para bien o para mal, Hirst reinventa en Venecia su agotado lenguaje artístico de pies a cabeza. Pese a todo, el conjunto mantiene cierta continuidad con su obra anterior, que casi siempre ha estado conectada con el arte de épocas pasadas. En sus carísimos cráneos decorados con diamantes o en sus vitrinas llenas de medicamentos ya transparentaban las vanitas y los gabinetes de curiosidades propios de otro tiempo. “Adopta esas formas del pasado para reinterpretarlas, renovarlas y alterar su significado”, afirma Bethenod. Para él, el proyecto no es totalmente falso. “No sé cuánto tiempo llevaban allí, pero le aseguro que las obras salieron del agua”, sonríe. Dos vídeos dan fe de ello. “El poeta Coleridge decía que, para adentrarse en la creación literaria, uno debía suspender voluntariamente su incredulidad. A eso nos invita Hirst”, añade.

Una figura aparece hasta tres veces: Proteo, el dios marino con la facultad de metamorfosearse. Hirst también parece decidido a renacer, dejando atrás sus recientes desatinos, como la apoteósica subasta que le reportó 200 millones de dólares el mismo día en que  Lehman Brothers se declaraba en bancarrota, o su catastrófica retrospectiva en la  Tate Modern en 2012. “Damien considera que el arte es una religión, una forma de sobrevivir y de afrontar la pregunta que nos hacemos todos: ¿qué nos espera después de la muerte?”, apunta, por su parte, la comisaria de la muestra, Elena Geuna. En otras palabras, renovarse o morir. En la exposición resuena también la actualidad. “Vivimos en la época de las fake news. ¿Qué es verdad y qué no lo es? La muestra nos empuja a hacernos esas preguntas”, añade Geuna. En la entrada de la vieja aduana, Hirst ha esculpido esta frase: “En algún lugar entre la mentira y la verdad yace la verdad”. La suya es, definitivamente, una exposición perfecta para nuestro tiempo.

CURIOSIDAD, SECRETISMO Y OPORTUNISMO
La curiosidad era máxima. El secretismo habrá sido, hasta el último segundo, casi total. De Tesoros del naugragio del 'Increíble', el inclasificable nuevo proyecto de Damien Hirst, solo se conocían cuatro imágenes capturadas en las profundidades del océano, difundidas en febrero a través de las redes sociales. Los potenciales compradores no recibieron las habituales fotografías que suelen presentar las piezas a los coleccionistas antes de cualquier inauguración. El galerista de Hirst, Larry Gagosian, prefirió enviar a sus domicilios a una serie de representantes armados de tabletas electrónicas. Así, no quedaba rastro del preestreno.

Entre una estatua de Nefertiti y otra inspirada por Transformers, François Pinault observaba el resultado en un silencio sepulcral. Se ha acusado al magnate del lujo, propietario de este doble museo veneciano y poseedor de una gran colección de arte (en la que figuran, por lo menos, quince obras de Hirst), de orquestar este aparatoso regreso con el objetivo de revaluar la obra del artista británico, que en los últimos tiempos había perdido valor. “No puedo evitar esos comentarios, pero no es [una iniciativa] comercial. Se trata de mostrar el arte que me gusta”, ha dicho a The New York Times. El precio de las nuevas obras de Hirst oscilaría entre los 470.000 y los 4,7 millones de euros.
Fuente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/07/actualidad/1491577510_202101.html?rel=lom

domingo, 23 de agosto de 2015

Arte, política y cambio social en la Bienal de Venecia

Amy Goodman y Denis Moynihan
Democracy Now!

Venecia, Italia, esta histórica ciudad, famosa por sus canales y sus sonoros gondoleros, sus deslumbrantes museos desbordantes de arte, en la que cada año cientos de miles de personas pasean por la amplia Piazza San Marco y se dejan llevar por sus estrechas callejuelas laberínticas, es sede de la más antigua y prestigiosa bienal de arte del mundo, la Bienal de Venecia. Cada dos años, artistas del mundo entero exhiben sus obras en decenas de lugares, algunos de ellos, pabellones nacionales financiados por distintos países de todo el mundo, otros, exhibiciones internacionales o independientes. El arte culto parecería ser un ámbito distante cuando el mundo se ve consumido por la guerra, la catástrofe climática, los movimientos migratorios masivos y la creciente desigualdad económica. El arte podría parecer un lujo cuando las personas de color mueren a manos de la policía en las calles estadounidenses. Sin embargo, la Bienal de este año rompe con esos mitos.

Okwui Enwezor, de Nigeria, es el primer curador de la Bienal de Venecia nacido en África. Enwezor es ampliamente reconocido por ser responsable de haber traído el arte político de regreso a este festival de 120 años de trayectoria. Enwezor afirma haberse inspirado en parte en la Bienal de 1974, en la que algunas de las exhibiciones estuvieron dedicadas a Chile, en protesta contra el golpe de Estado del general Augusto Pinochet, que contó con el apoyo de Estados Unidos para derrocar al gobierno democráticamente electo de Salvador Allende. Las exhibiciones que trajo Enwezor a esta Bienal incluyen una épica lectura en vivo de “El capital”, de Karl Marx, la obra “Lampedusa”, del artista brasileño Vik Muniz, una embarcación recubierta con la portada del periódico veneciano La nuova Venezia del día después de que 400 inmigrantes se ahogaran frente a las costas de la isla italiana de Lampedusa en octubre de 2013, y un polémico pabellón de Islandia, cuya obra principal consistió en construir una mezquita en una iglesia que estaba vacía desde hacía 40 años. La ciudad de Venecia clausuró la mezquita haciendo alusión a preocupaciones relativas a seguridad.

Anne Pasternak, directora de la organización Creative Time, dijo: “Los artistas de hoy están haciendo mucho más que proporcionar un espejo. Se están comprometiendo con la ardua labor de lograr un cambio social real”. Pasternak estaba hablando ante nosotros en uno de los principales espacios de la Bienal, el Arsenale. Creative Time, una organización sin fines de lucro con sede en Nueva York que promueve y apoya el arte público y la participación social, convocó a una cumbre de tres días en la Bienal de este año. Cientos de artistas, activistas, académicos y público en general se reunieron en el Teatro alle Tese del siglo XVI que forma parte del Arsenale de Venecia. El Arsenale es un amplio y antiguo complejo amurallado en el que los venecianos construían los buques de guerra que sostuvieron su dominio militar en el Mar Mediterráneo durante siglos. Alrededor del 1500, ya eran capaces de construir un buque de guerra en un día, en lo que se considera como la primera línea de ensamblaje industrial del mundo.

Actualmente, el complejo se destina al arte, al teatro, a la música y al debate público, convirtiendo así las espadas en arados. Entre los expositores de la cumbre se encontraba Mariam Ghani, una artista afgano-estadounidense radicada en Brooklyn, Nueva York, que condujo desde el escenario una conversación por videoconferencia con su padre, Ashraf Ghani, presidente de Afganistán. Con su arte, Ghani se adentra en los oscuros rincones de la política exterior e interior de Estados Unidos. Su trabajo en colaboración “Índice de los Desaparecidos” es un archivo material de las desapariciones que han tenido lugar después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 e incluye detenciones, deportaciones y traslados extrajudiciales de prisioneros.

Sobre el trabajo con el archivo y con otro proyecto relacionado llamado “El efecto Guantánamo”, Ghani explicó: “Notamos que las mismas ideas, políticas y personal circulaban por los distintos centros de detención gestionados por Estados Unidos alrededor del mundo. Por ejemplo, hay agentes penitenciarios y policías estadounidenses que son convocados por la Reserva de la Guardia Nacional y son desplegados como fuerzas de la policía militarizada en Afganistán. Luego, terminan en la prisión de Abu Ghraib o terminan en Bagram. Finalmente, lo que sucede es que las políticas, las técnicas y ahora incluso el equipamiento militar circulan dentro de Estados Unidos, en el ámbito interno. Esta circulación se ha transformado en algo extremadamente visible al haberse destinado el equipamiento militar excedente de las guerras de Irak y Afganistán a departamentos de policía del país, incluso a departamentos de policía de instituciones educativas. Lo hemos observado con extrema claridad en Ferguson, Missouri”.

La cumbre de Creative Time tuvo lugar al tiempo que se conmemoraba con manifestaciones masivas el primer aniversario del asesinato de Michael Brown, cometido por la policía en Ferguson. El movimiento Black Lives Matter ocupó un lugar de relevancia en las presentaciones de la cumbre y estuvo presente en la Bienal de Venecia en general. La escritora Sharifa Rhodes-Pitts habló sobre esto y sobre la muerte por ahogamiento de cientos de inmigrantes africanos que procuran asilo en Europa: “En este momento en que nos enfrentamos al surgimiento del movimiento Black Lives Matter y a la violencia contra la gente negra y de color en Estados Unidos, personas negras mueren de manera terrible también en Europa”. Después de Venecia, Rhodes-Pitts se dirigirá a Lampedusa.

Venecia ha sido durante siglos el cruce de caminos del mundo, una ciudad donde Oriente y Occidente se encuentran y donde el arte florece. La exposición internacional de la Bienal de Venecia de este año, llamada “All the World’s Futures”, en español “Todos los futuros del mundo”, presenta a una creciente comunidad de artistas comprometidos políticamente que no solo reflejan la belleza y la crueldad del mundo, sino que, de hecho, podrían cambiarlo.
© 2015 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Fernanda Gerpe. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.
Fuente: http://www.democracynow.org/es/blog/2015/8/14/arte_politica_y_cambio_social_en

domingo, 13 de julio de 2014

Placeres capitales en Venecia. Una ‘pasta povera’ en el restaurante La Cusina o un cóctel Bellini en el Cips Club del hotel Cipriani. En góndola, camino de la isla Giudecca para redescubrir la ciudad de Casanova

El tiempo nos hace prisioneros y cada paso que das es un paso menos, por eso te recomiendo una vez en la vida regalarte el privilegio de poder pecar y disfrutar de alguno de los placeres perfectos que ofrece Venecia y la belleza. Los pecados que se convierten en placeres capitales.

Puedes gastarte los ahorros que no sabes si tendrás tiempo de gastar, irte de luna de miel o, como decía Truman Capote (otro asiduo del Palazzo Dandolo), tener un amigo rico, pero procura no morir sin comer, beber o amar en uno de estos rincones de la Serenísima.

Ya lo dijo Peggy Guggenheim: una vez que la ciudad te ha mirado nadie puede salvarte. Regresarás a ella una y otra vez. Volverás con una u otra excusa a la isla de los Comedores de Loto. Nada te prepara para el hechizo veneciano y nada puede apartarlo de ti, ni siquiera las hordas de turistas de un solo día que forman un torrente humano por la Strada Nuova. Incluso en lo más tórrido del Carnaval o en lo más alto de la temporada alta, Venecia puede ser solo tuya. Si miras hacia arriba, en lo más alto de este poema de piedra está el oasis perfecto para escapar no solo de la vulgaridad y de la crisis, sino también de la realidad, porque esta isla está fuera del mundo y te transportará a otro universo en el que la vida real parece un sueño.

Nuestra ruta por los mejores de los pecados capitales comienza en el edificio que se ha convertido en uno de los símbolos de Venecia: el Palazzo Dandolo, sede del hotel Danieli, o, mejor dicho, de Il Danieli, porque el Danieli no es un hotel, sino que se ha convertido en un mito. En su hall con chimenea y en un baile de máscaras, Onassis encontró la mirada de María Callas y en una de sus habitaciones con vista a la isla de San Giorgio se consumó su amor por primera vez, pero no por última. Proust, que había leído durante años sobre Venecia, describió el sonido de las campanadas desde sus ventanas. Il Danieli es el lugar perfecto para la vida eterna y para sumergirnos en los tres pecados: comer, beber, amar. Empezaremos por el menos prohibido.

01 COMER
Nadie debería morir sin haber gozado del restaurante con las mejores vistas y quizá la mejor cocina de Venecia. El Terrassa del Danieli domina la plaza del Agua, que se extiende de la Salute a la isla de San Giorgio. Su chef, Gian Nicola Colucci, mezcla los sabores de Oriente y de Occidente con platos que recuperan la cocina de los dogos venecianos. Por algo el Danieli está a pocos pasos del puente de los Suspiros y del palacio Ducal, en un extremo de la Piazza di San Marcos. Si atravesamos la piazza por la acera del café Florián, escondido en una callejuela diminuta encontraremos el hotel Europa Regina, uno de los secretos bien guardados de Venecia. Su terraza, mirando a la Salute, puede ser el refugio perfecto en Carnaval, cuando las multitudes invaden la ciudad por unas horas. Aquí está otro de mis pecados de gula favoritos, por obra y gracia del chef Alberto Fol, alma del restaurante La Cusina, que recorre Italia recuperando viejas recetas como un arqueólogo del apetito. Su pasta povera al guazzetto di frutti di mare puede convertir a un anciano en joven y a un amargado en hombre feliz, al menos el tiempo en que dura el vino y la luna sobre la iglesia de Santa Maria della Salute. Y la última sorpresa para el paladar y la pecadora lengua está al otro lado de la laguna, pero comienza en el embarcadero de San Marcos. Allí, en un buen día de verano, puede oírse jurar en veinte lenguas, pero todos los pesares quedan atrás si subimos a una góndola como hizo Casanova y nos alejamos de nuevo del gentío para escondernos en la isla de la Giudecca en otro lugar mítico de Venecia: el hotel del Orient Express, el Cipriani, donde se alojan los viajeros que quieren entrar en la leyenda del tren Venecia-Simplon, el refugio de las estrellas de Hollywood durante la Mostra de Venecia... (Ilustración Urban Sketchers)
Leer más aquí en el País de los viajes.

sábado, 23 de febrero de 2013

''ES COMO LA VENECIA DEL SIGLO XVI'' La rebelión de los ricos y su 'teoría de la fuente del poder'

A principios del siglo XIX Estados Unidos presumía de ser una de las sociedades más igualitarias del planeta. En una carta fechada en 1814 Thomas Jefferson aseguraba que en su país no había pobres: “La mayor parte de nuestra población es trabajadora; nuestros ricos, que pueden vivir sin trabajar, son pocos, y tienen una riqueza moderada. La mayoría de la clase trabajadora tiene propiedades, cultiva su propia tierra, tiene una familia, y puede establecer precios competitivos que les permiten alimentarse abundantemente, vestir muy por encima de la mera decencia, trabajar moderadamente y criar a sus familias”. Para Jefferson esta equidad era la esencia misma del recién independizado país: “¿Puede ser cualquier estado de la sociedad más deseable?”

El tercer presidente de los Estados Unidos estaba obviando la situación de toda la población afroamericana que vivía en la esclavitud pero, al margen de esto, tenía razón en una cosa: pese a lo que podría parecer, la sociedad estadounidense del siglo XIX era relativamente igualitaria en términos económicos. Mucho más que hoy en día.

Tras el revulsivo que supuso la revolución industrial, donde una gran oligarquía controlaba toda la producción, y la desigualdad alcanzó una de sus cotas más altas, la situación fue estabilizándose hasta los años ochenta del siglo XX. Desde entonces, la brecha entre ricos y pobres no ha dejado de crecer: entre 1980 y 2007 la desigualdad ha aumentado en un escandaloso 135%. Hoy en día, en EE.UU., el 1% de la población controla el 23,5% de la riqueza. Y las cifras son similares en el resto de los países industrializados. En España, en 2008, el 1% más rico de la población controlaba el 18,3% de la riqueza del país (Davies, J., Sandström, S., Shorrocks, A., y Wolff, E., 2008).

Este auge de la desigualdad es el que trata de analizar un nuevo estudio, «The Rise of the Super-Rich» ('el auge de los super-ricos') publicado en la revista American Sociological Review, que, centrándose en el caso estadounidense, asegura que, a partir 1980, los ricos supieron imponer sus criterios en el Congreso, los sindicatos perdieron fuelle, disminuyeron los impuestos a las rentas altas y, en definitiva, el 1% más adinerado no dejó de acumular riqueza, mientras el resto de la sociedad la perdía. Una tendencia que no ha disminuido ni un ápice desde entonces, y que es similar a la que están viviendo las sociedades europeas. La desigualdad vuelve a niveles de la era industrial La situación no es nueva.

Con la llegada de la industrialización se vivió una situación parecida en todo el mundo occidental: la brecha de la desigualdad creció enormemente, auspiciada por gobiernos y élites. Entre 1913 y hasta que finalizó la II Guerra Mundial, el 1% de la población acumuló entre el 11,3% y el 23,9% de la riqueza de Estados Unidos. Tal como el propio Franklin D. Roosevelt argumentó en un discurso en 1932, durante una reunión de la Commonwealth, la revolución industrial había sido posible “gracias a un grupo de titanes financieros cuyos métodos no habían sido examinados con demasiado cuidado”. El presidente justificó esto tirando de pragmatismo, en su opinión Estados Unidos tenía el derecho de aceptar esta realidad “agridulce”. El resultado, tal como reconocía el propio presidente, era que la igualdad de oportunidades había desaparecido.

En 1928 la diferencia entre ricos y pobres de Estados Unidos alcanzó su cenit: el 1% de la población controlaba cerca del 25% de la riqueza. Desde entonces, pese a la “agridulce” visión de Roosevelt, la brecha empezó a disminuir. La lucha por los derechos civiles, los sindicatos –que pese la represión de la Guerra Fría tuvieron una gran fuerza en los Estados Unidos– y, en definitiva, la extensión de cierto estado del bienestar, lograron que en 1975 la diferencia entre ricos y pobres disminuyera notablemente: en 1975 el 1% más rico “solo” acumulaba el 8,9%. La brecha había disminuido en un 63%.

La situación ha dado un vuelco desde entonces, al menos a nivel estadístico: ¿Qué ha ocurrido en los últimos 30 años para que la brecha de la desigualdad sea similar a la de la revolución industrial?

El ejemplo veneciano Para la experiodista del Financial Times y actual redactora jefe de Reuters, Chrystia Freeland, el hecho de que la brecha entre ricos y pobres sea la mayor desde la época dorada de la industrialización no es accidental: “Ahora, como entonces, los titanes están buscando tener una mayor presencia en la política, que coincida con su poder económico. Ahora, como entonces, el peligro inevitable reside en que van a confundir su propio interés con el del bien común”. Esta es la teoría que traza en su último libro, Plutocrats: The Rise of the New Global Super-Rich and the Fall of Everyone Else (‘Plutócatras: el auge de los nuevos super-ricos globales y la caída del resto del mundo’, Pinguin Press).

Para Freeland la situación que estamos viviendo se parece en gran medida a la que se dio en la República de Venecia en el siglo XVI, y que acabó para siempre con la prosperidad de la ciudad de los canales. Una lección histórica que utiliza para ilustrar el peligro al que nos enfrentamos si no se trata de atajar rápidamente esta desigualdad.

A principios del siglo XIV Venecia era una de las ciudades más ricas de Europa. Su sistema económico se regía por la colleganza, una forma básica de sociedad anónima, creada para financiar una expedición comercial. Estas primeras empresas tenían una particularidad esencial, estaban abiertas a todo el mundo, lo que permitía a cualquier emprendedor participar en las finanzas junto a hombres de negocios ya establecidos, que financiaban sus viajes comerciales. Este sistema llevó a la prosperidad a la República Veneciana, que se convirtió en el centro neurálgico del comercio mundial.

En 1315, justo cuando Venecia se encontraba en el punto más alto de su poder económico, las personas más adineradas de la República presionaron para que se legislara a su favor. Se creó un veto oficial a la movilidad social, El libro de oro, un registro de la nobleza, que dejaba fuera del sistema a todo aquel que no estuviera inscrito en el mismo.

Bajo el control de los oligarcas Venecia empezó a recortar las oportunidades económicas de la población general y la prosperidad de la República entró en barrena. La ciudad se estancó: en 1500 la población de la ciudad era menor que la que tenía en 1330.

Nunca volvió a recuperar su esplendor. La desigualdad proviene de decisiones políticas El caso de Venecia sirve para ilustrar una idea clara: si (sólo) las élites económicas toman partido en las decisiones políticas estas irán encaminadas (sólo) a su propio beneficio, que no es el del conjunto de la sociedad. “La ironía del auge político de los plutócratas”, cuenta Freeman, “es que, como los oligarcas de Venecia, están amenazando el sistema que han creado”.

Para Thomas W. Volcho y Nathan J. Kelly, autores del estudio de la American Sociological Review, cuya tesis es similar a la de Freeman, el aumento de la desigualdad no es casual, y no tiene que ver con la crisis (aunque ésta ha aumentado la brecha), sino con unas determinadas decisiones políticas, fruto de la presión del 1% más rico.

El fundamento teórico de su trabajo se basa en la Power Resource Theory (“la teoría de la fuente del poder”), según la cual la distribución de la riqueza y el poder se debe al éxito o fracaso de las distintas ideologías políticas.

En su opinión, los trabajadores y la clase media solo tienen dos formas de lograr una distribución progresiva de la riqueza: a través de la política y el mercado. Esta desigualdad iría de la mano, por tanto, del declive de los partidos de izquierda (que empujaban a favor de la redistribución de la riqueza en la esfera política) y los sindicatos (que empujaban en el mercado).

En EE.UU, desde 1978, los tipos impositivos máximos han bajado del 39% al 15%, lo que en su opinión es decisivo para entender el aumento de la brecha entre ricos y pobres.

En definitiva, lo que Kelly y Volcho quieren dejar claro es que, pese a lo que muchos piensan, la desigualdad no es fruto de los vaivenes del mercado, que se escapan del control, sino de unas determinadas decisiones políticas. Es cierto que el mercado influye en las decisiones gubernamentales (algo que se ha hecho evidente en los últimos tiempos), pero esas decisiones repercuten a su vez en la economía. Un círculo vicioso destinado a crear mayor desigualdad, si no se toman medidas para atajar la tendencia.