Mostrando entradas con la etiqueta esclavismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta esclavismo. Mostrar todas las entradas

sábado, 9 de septiembre de 2023

Nueva edición de La otra historia de los Estados Unidos, de Howard Zinn (Pepitas de calabaza, 2021). El infame pasado que esconde el país más poderoso del mundo


La publicación por Howard Zinn de A People’s History of the United States (Harper & Row, 1980) supuso un hito importante, porque con esta obra el empeño de historiadores marxistas británicos como E. Hobsbawm o E. P. Thompson, de construir una “Historia desde abajo”, atenta a las voces de los excluidos y olvidados, se materializó por fin en un estudio, tan sugestivo como riguroso, del pasado del país más poderoso del planeta.


El libro se convirtió en un best seller mundial, y cumplió ciertamente el objetivo que se autor le encomendó, según confesó en una entrevista en 1998, de promover una “revolución silenciosa” en las conciencias que propiciara actuaciones desde una nueva visión del mundo. En castellano la obra, presentada como La otra historia de los Estados Unidos, ha conocido varias ediciones, la última de las cuales es la de Pepitas de calabaza en 2021, con traducción de Enrique Alda.

Una vida de estudio y compromiso

Nacido en una humilde familia judía de Brooklyn en 1922, Howard Zinn se opuso en un principio a la entrada de su país en la II Guerra Mundial, pero convencido de la perversidad del fascismo, terminó enrolado como oficial de la fuerza aérea y participó en bombardeos sobre ciudades europeas que produjeron numerosas víctimas civiles, según él mismo investigó después y describe en The Politics of History (1970).

Tras la guerra, Zinn se especializó en historia y desarrolló una carrera académica que lo llevó a profesar en diversas universidades norteamericanas y europeas. Siempre reconoció influencias anarquistas y socialistas en su propio pensamiento, y participó como expuesto activista en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, a los que contribuyó además con artículos y libros. Especial relevancia tuvo su edición en 1971, junto a Noam Chomsky, de The Pentagon Papers, los documentos filtrados por el analista militar Daniel Ellsberg que revelaron aspectos oscuros de la guerra. Posteriormente, Zinn destacó también por su oposición a la invasión de Irak.

Howard Zinn falleció en 2022 en Nueva York. En una de sus últimas entrevistas, el historiador que le dio la vuelta al relato sobre el pasado de su país, afirmó que le gustaría ser recordado «Por introducir una forma diferente de pensar sobre el mundo, sobre la guerra, sobre los derechos humanos, sobre la igualdad (…) y por tratar de lograr que cada vez más personas se den cuenta de que el poder que hasta ahora está en manos de unos pocos, en última instancia reside en ellas mismas, y pueden usarlo.”

La fase colonial

Ya desde el principio y desafiando la óptica tradicional, La otra historia de los Estados Unidos muestra un interés especial por las víctimas de los hechos que se estudian. Los indios de las Antillas, que conocían la agricultura y sabían tejer e hilar, vieron su forma de vida destruida y fueron esclavizados para el trabajo en plantaciones y minas. Siguiendo a historiadores como S. E. Morison en Cristóbal Colón, marinero, de 1955, Zinn considera que el colapso demográfico desencadenado pudo suponer un genocidio, y aunque ésta es una discusión abierta, es indudable que los europeos manifiestan por doquier a través del continente en esa ápoca una insana pasión por el oro, correspondiente a lo que Marx denominaría después “acumulación primitiva de capital”, que resultó fatal para los pobladores originarios

Los ejemplos que se describen en el este de Norteamérica evidencian el mismo impulso. En este caso, la resistencia de los indígenas condujo a una auténtica guerra de exterminio en la que su sociedad, más igualitaria que la europea, y su cultura, basada en un noble respeto a la naturaleza, desaparecieron de la faz de la tierra.

La sociedad que se establece en las colonias va a estar por mucho tiempo marcada por el esclavismo, pero para Zinn el racismo no es una premisa inicial que condicione el proceso, sino que surge como un instrumento para apuntalar la estratificación social. Una prueba de esto es que en ocasiones los desheredados, blancos y negros, unieron sus fuerzas contra unos opresores cada vez más tiránicos, como ocurrió en la rebelión liderada en Virginia por Nathaniel Bacon en 1676.

En 1700 la población de las colonias ascendía a 250 000 habitantes, y en 1760 a 1 600 000, con agricultura, comercio e industria en expansión, pero el 1 % de los terratenientes acumulaba el 44 % de la riqueza, mientras la miseria causaba estragos y no eran raras las revueltas. En esta sociedad atrozmente desigual, había sin embargo una clase media que los poderosos van a movilizar a su favor con el señuelo de la libertad y la igualdad. Para Zinn, éste es el origen de la revuelta por la independencia, con la que las élites locales van a conseguir el control total.

El panorama tras la guerra muestra que la explotación económica y la desigualdad no han remitido, y así surgen motines contra los impuestos que ahogan a los más humildes. La constitución que se aprueba tiene la virtud de servir a los intereses de los más ricos y dejar también satisfecha a la clase media, y será un instrumento contra negros, indios y blancos pobres.

La libertad de prensa consagrada en la Primera Enmienda es matizada después con la posibilidad que se legisla de perseguir a los autores de textos juzgados subversivos. El historiador Ch. Beard lo dejó bien claro al afirmar que: “Los gobiernos -incluido el de los Estados Unidos- no son neutrales, sino que representan los intereses económicos predominantes, y sus constituciones se hacen para servir a estos intereses.”

El siglo XIX: la forja de un imperio

Tras un capítulo destinado a repasar la resistencia de las mujeres ante las injusticias específicas que sufrían en los primeros años de los Estados Unidos, Zinn acomete el análisis de los procesos más relevantes que marcan la historia del siglo XIX en el país. Es el caso de las sucesivas guerras contra las naciones indias que aún subsistían, un rastro interminable de imposiciones, promesas incumplidas y brutalidad, adobadas siempre desde los centros de poder con cínica verborrea. Los datos aportados por Zinn en el libro resultan demoledores.

Se recuerda después la guerra contra México (1846-1848), que puso claramente de manifiesto el imperialismo que animaba a las élites políticas de Washington. Y no sólo a ellas; el poeta Walt Whitman escribió en el Eagle de Brooklyn al estallar el conflicto: “Sí, ¡a México hay que castigarlo severamente! Que ahora se lleven nuestras armas con un espíritu que enseñe al mundo que, mientras no nos perdemos en discusiones, América sí sabe aplastar, como también extender sus fronteras.” Sin embargo, por las mismas fechas, Henry David Thoreau se negó a pagar el impuesto ciudadano, denunciando así la guerra. Hubo oposición a ella también entre algunos políticos abolicionistas, que la veían como una forma de expandir el territorio negrero del Sur. Al fin de la campaña, México perdió aproximadamente un 55 % de su extensión.

A lo largo de las seis primeras décadas del siglo XIX, las revueltas de esclavos fueron frecuentes y nos dejaron muchos episodios heroicos, como el protagonizado por Jim Brown, ejecutado en 1859. Para Zinn, la Guerra Civil supuso una “demolición controlada” del sistema esclavista, planteada para desactivar una posible revolución de consecuencias imprevisibles. En los años que siguieron al conflicto, fructificaron algunos intentos de conceder derechos a la gente de color, pero fueron respondidos rápidamente por terrorismo blanco supremacista en los estados del Sur, y también por retrocesos legislativos en el Norte. Así, por ejemplo, en 1883 la Ley de Derechos Civiles de 1875, que ilegalizaba la discriminación contra los negros en el uso de los servicios públicos, fue anulada por el Tribunal Supremo.

El desarrollo del capitalismo durante el siglo XIX dio lugar a gran número de revueltas, como el motín de la Harina de 1837 o los promovidos por la sociedad secreta de los Molly Maguires, de origen irlandés, entre muchos otros que se estudian en detalle. Estos eventos reflejan la intensidad de la lucha de clases en el país, exacerbada por las crisis económicas que se sucedían. En las décadas finales de la centuria, las grandes industrias, los ferrocarriles y los bancos tomaron el control, imponiendo una dinámica de explotación que fue contestada por los Knights of Labor, asociación pionera fundada en 1869. Zinn repasa las vicisitudes de la lucha obrera en los años siguientes, tanto en el campo libertario, en el que destacan la tragedia del Haymarket y protagonistas como Emma Goldman o Alexander Berkman, como en el socialista, en el que fue muy activo Eugene V. Debs.

La lectura de estos capítulos iniciales resulta especialmente conmovedora. Las luchas sociales que vendrán después van a estar iluminadas por un acompañamiento de imágenes, pero en las que se nos describen hasta aquí la brutalidad contrasta con la lejanía de un sufrimiento apenas adivinado. Tras el prólogo colonial, la del siglo XIX estadounidense es una historia de expansión a través de la guerra y de entronización del poder corporativo en un sistema que tiene como fundamento la explotación salvaje de los seres humanos. El libro tiene el gran mérito de denunciar estos hechos y recordar a los que se esforzaron en combatirlos.

El siglo XX, culminación de la tarea imperial

Los conflictos bélicos, en Cuba y Filipinas, con que comienza el nuevo siglo inauguran la etapa global del imperio, mientras que a nivel doméstico sirven para poner firmes a las masas al pie de la bandera. No obstante, los anarquistas y algunos socialistas se oponían a la guerra, y concluida ésta, muy pronto las luchas obreras se recrudecieron, con incorporación de sindicatos como los Industrial Workers of the World (IWW), fundado en 1905, y la actividad de líderes emblemáticos como Mother Jones, Joe Hill o W. E. B. Du Bois. Al mismo tiempo, famosos escritores, como Upton Sinclair o Jack London, también tomaban partido por los oprimidos. Los IWW combinaban socialismo y anarquismo y con sus tácticas de “acción directa” consiguieron movilizar a la clase obrera en numerosos episodios que se recuerdan en detalle.

Zinn interpreta que los Estados Unidos entraron en la I Guerra Mundial en busca de expandir sus mercados y su influencia económica, aunque para ello hubo que revertir con propaganda el notable sentimiento antibélico existente en el país. La dominación colonial en disputa podía aportar exaltación patriótica y dividendos, todo útil para desactivar la lucha de clases. Y para que nadie cuestionara el montaje, se persiguió con dureza cualquier declaración pacifista, lo que llevó a la cárcel a Emma Goldman, Alexander Berkman o Eugene V. Debs, entre muchos otros.

En el período de entreguerras los IWW, tras la dura represión sufrida durante el conflicto, afrontaron un tiempo marcado por una importante escisión hacia el Partido Comunista. Zinn considera la Gran Depresión una consecuencia de la propia dinámica capitalista, que en este momento extendió al grueso de la población la pobreza de los sectores más desfavorecidos. Los testimonios que se recogen de la situación creada son terribles, con lo que el New Deal de F. D. Roosevelt, que consiguió estabilizar la economía, puede entenderse en parte como un intento de favorecer a las clases bajas en una tesitura en que las monstruosas desigualdades propiciaban un estallido revolucionario.

Zinn reconoce que la II Guerra Mundial tuvo un enorme apoyo popular, pero señala también que éste fue promovido desde el poder, y se detiene en aspectos especialmente odiosos, como los bombardeos de ciudades alemanas. Respecto al holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki, se adhiere a la tesis de los que afirman que la rendición de Japón se hubiera conseguido igual sin recurrir a él. Analiza después el significado de la Guerra Fría, que a su juicio permitió aumentar el control social y establecer un estado de “guerra permanente” que justificara el desarrollo del Complejo Militar-Industrial.

Las revueltas raciales de los 50 y 60 son interpretadas como la deriva inevitable de una situación insostenible. Los intentos en los años anteriores de legislar contra la discriminación no fueron llevados a la práctica y al fin la olla simplemente explotó. Martin Luther King lideró un movimiento no violento que fue ferozmente reprimido, pero logró concienciar a toda la nación de la injusticia que sufrían los negros en los estados del Sur. Sin embargo, para Zinn, esta política no funcionó cuando se produjeron motines en los guetos negros por todo el país y entonces se impusieron tácticas de autodefensa, como la promovida por los Panteras Negras. El sistema reaccionó con una combinación de represión y guerra sucia que desmanteló el movimiento, y realizó después intentos de asimilación de la población negra.

El fracaso de la gran potencia nuclear en Vietnam fue fruto para Zinn del contraste entre la alta moral de los que defendían su país con un liderazgo sólido y los que carecían absolutamente de ella. Se llega a decir: “Fue una confrontación entre una poderosa tecnología y seres humanos organizados, y vencieron los seres humanos.” Se recuerdan las protestas y deserciones en las fuerzas armadas, que alcanzaron un nivel nunca visto, y la impresionante oposición al conflicto que se desarrolló en el país, y que contra lo que suele pensarse no fue un asunto de campus e intelectuales, sino que impregnó a toda la sociedad. En esta época también se presta atención a la segunda ola feminista y los movimientos por la reforma de las prisiones, de los nativos americanos o la contracultura, con un repaso detallado de los protagonistas de cada uno de ellos.

Un recorrido por los acontecimientos más destacados de las décadas siguientes sirve para demostrar que los relevos en el poder entre republicanos y demócratas no alteraban el eje esencial de una política orientada al control imperial global. Se describen también en estos años un gran número de movimientos de resistencia, como los anti-nucleares, los que trataban de defender los derechos de los trabajadores rurales o los que se oponían a las guerras de invasión promovidas por diferentes presidentes.

La adición de capítulos en ediciones sucesivas permitió considerar eventos posteriores a 1980, con lo que la versión definitiva de la obra se cierra con un análisis de los atentados del 11 de septiembre de 2001, resultado para Zinn del odio no a las libertades americanas, como afirmó Bush, sino a los desmanes de una potencia imperial que avasallaba por todo el planeta.

Historia para construir futuro

La otra historia de los Estados Unidos es resultado de decenas de años de minuciosa selección y análisis de datos por parte de su autor, pero lo más notable es que la abrumadora crónica elaborada deja al fin una enseñanza muy clara, que no es otra que contra la injusticia y la explotación seculares la resistencia no ha cesado nunca, aunque haya cambiado en forma e intensidad. La gran pregunta es entonces cuál podría ser el horizonte capaz de poner fin a este conflicto eterno.

En un capítulo final, Zinn reflexiona sobre esto y concluye que resulta imprescindible superar el abismo de desigualdad que impone el capitalismo, aunque ha de conseguirse sin caer en autoritarismos que degradan la dignidad humana. En esta tesitura, su propuesta es profundizar en lo que se encuentra comúnmente en los movimientos sociales más concienciados, esto es, en una democracia que podría asentarse en los barrios y los lugares de trabajo para construir una sociedad basada en una red de cooperativas autónomas y federadas. Las luchas del presente nos ciegan muchas veces, pero el ser humano no está condenado a ellas por su naturaleza o un destino ineluctable. En el mundo hay suficiente para las necesidades de todos, aunque no para la codicia de unos pocos.

En ocasiones el trabajo de Howard Zinn ha sido criticado por otros historiadores, achacándole un uso sesgado de fuentes o escasa atención a los puntos de vista opuestos al suyo. A este respecto, hay que decir que siempre son de agradecer las precisiones oportunas a afirmaciones que puedan ser discutibles, pero la incontestable realidad es que tras el secular empeño glorificador de la historiografía dominante, en La otra historia de los Estados Unidos encontramos al fin algo tan novedoso como ineludible desde una perspectiva humanista. Las páginas de esta extensa obra revelan a cada paso un oído cuidadosamente atento a las voces de los perdedores de la historia y construyen una denuncia bien fundada de los crímenes de la élite propietaria que rige la nación más poderosa del planeta.

Estamos tan acostumbrados al relato imperial que se desgrana cada día en todos los medios y con todas las artes, que somos incapaces de imaginar algo diferente. Con La otra historia de los Estados Unidos, Howard Zinn nos demuestra que la historia del país también puede contarse haciendo que los protagonistas sean los que se rebelaron y muchas veces perdieron todo al tratar de resistir los atropellos.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

lunes, 29 de mayo de 2023

‘Antes del antiimperialismo’, un excelente ejemplo de alta investigación histórica.

Si bien no se enmarca dentro del género, el último libro ganador del Anagrama de Ensayo, obra de Josep M. Fradera, sí es un excelente ejemplo de alta investigación.

Debo confesar al lector que cuando se publicó en la prensa que el ganador del prestigioso Premio Anagrama de Ensayo de 2022 era el historiador Josep M. Fradera, me quedé muy sorprendido e intrigado. He seguido de cerca su trayectoria investigadora en los últimos 40 años: desde Indústria i mercat y Cultura nacional en una sociedad dividida, sin olvidar una preciosa monografía sobre Balmes, hasta los dos volúmenes de la monumental La nación imperial. Derechos, representación y ciudadanía en los imperios de Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos (1750-1918), publicada en 2015. Con él he mantenido innumerables conversaciones, siempre fascinantes, sobre historia. Nunca me pareció proclive al ensayismo. Decidí esperar a que viera la luz el libro para leerlo y salir de dudas.

Puedo ya confirmar que Antes del antiimperialismo. Genealogía y límites de una tradición humanitaria, una obra excelente, no es un ensayo, excepto que le otorguemos a esta modalidad literaria un sentido tan amplio que integre a todo aquello que no sea novela, cuento, poesía y teatro. Cierto es que vivimos en una época de fronteras genéricas muy permeables y las redefiniciones están a la orden del día. Sin embargo, lo único que convierte al libro en cuestión en un ensayo es, en puridad, el hecho de haber ganado un premio de ensayo. Rápidamente me vino a la memoria otro libro extraordinario, Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, un texto algo inclasificable, pero que no era fácilmente definible como novela —en especial en el momento de su aparición, distinto al de colapso de lo supuestamente ficcional de las últimas décadas— si no fuera por haber sido galardonado con el Premio Planeta de novela en la edición de 1977 y por integrar la palabra “novela” en el subtítulo. El universo de los premios literarios no deja de darnos sorpresas. En cualquier caso, si las sorpresas han de ser de este tipo —sea Semprún, sea Fradera—, bienvenidas sean y que más y más sorpresas nos dé la vida.

En este nuevo libro, Fradera continúa profundizando en un proyecto, que le ha ocupado en los últimos cinco lustros, sobre los imperios contemporáneos y que tiene en el ya citado La nación imperial, en versiones ligeramente disímiles española e inglesa, su obra cumbre. La cronología arranca aquí también en la segunda mitad del siglo XVIII y llega a su final con la I Guerra Mundial, aunque el autor en sus conclusiones reflexione sobre la totalidad del novecientos. El antiimperialismo, tal como lo entendemos en la actualidad, es un fenómeno del siglo XX, no anterior a la etapa de entreguerras. Aunque en el largo siglo XIX se usara el término, no poseía el mismo significado. Existe, en este sentido, un antiimperialismo antes del antiimperialismo, como bien reza el título de la obra, en contextos imperiales distintos.

No aparecieron inicialmente horizontes alternativos, ni en las metrópolis ni en los mundos coloniales; eran aspiraciones dirigidas a la reforma, no a la destrucción imperial. Como apunta Fradera, el antiimperialismo retórico de aquel entonces resultaba, en el fondo, imperialista en la práctica. En Antes del antiimperialismo se abordan las múltiples propuestas humanitarias y de reforma y moralización imperial en un par de imperios liberal-democráticos, Gran Bretaña y Francia, aunque con no pocas referencias a Estados Unidos y España. Estamos ante un libro inteligente, denso, erudito. Cultura y sociedad, política y economía se dan la mano. Acompañan el texto casi un centenar de páginas de notas bibliográficas y 60 de bibliografía, con más de siete centenares de títulos, en su mayoría anglosajones. Una obra, a fin de cuentas, de alta investigación histórica.

El abolicionismo movilizó por vez primera de manera masiva a las mujeres de los grupos privilegiados y educados Empieza el recorrido propuesto por el abolicionismo antiesclavista, la primera crítica explícita a los abusos de la trata de personas en los grandes imperios. A pesar de que la esclavitud se aboliera formalmente en 1833 en el Reino Unido y en 1848 en Francia —mucho más tarde en Estados Unidos y España, y en Brasil, en 1888—, los intentos de subvertir estas disposiciones no fueron pocos y otras formas compulsivas de trabajo campesino continuaron o fueron renovadas, en especial en el oriente británico. El abolicionismo movilizó por vez primera de manera masiva a mujeres de los grupos privilegiados y educados. Los cuáqueros iban a tener un destacado papel. Las acciones y actitudes abolicionistas fueron prolongadas, en ocasiones con los mismos actores o sagas (Wilberforce, Buxton, Clark­son, Schoelcher, por ejemplo), por las que impugnaban el mal trato dispensado a los aborígenes o indígenas. Y, asimismo, las que se rebelaban contra la aplicación de criterios raciales a las condiciones de vida y trabajo.

Fradera dedica un capítulo, el tercero, a la crítica económica de los imperios —en especial al libro de Hobson, de 1902—; el cuarto, al panafricanismo, y el siguiente, al influyente First Universal Races Congress de 1911, que califica como el punto álgido del humanismo reformista anterior al antiimperialismo novecentista. En los albores de la nueva centuria, los logros de la tradición crítica y humanitarista estaban muy por debajo de sus expectativas de moralización y reforma imperiales. Explotación, extinción y hambre, sostiene el autor, evidenciaban un fracaso. El persistente descontento, junto con los cambios en el mundo del imperialismo, en especial desde las posiciones fijadas por las principales potencias en el Berlín de 1885, se encuentran en la base del salto cualitativo que dio lugar al antiimperialismo tal como lo conocemos todavía en nuestros días. Fradera nos lo explica detalladamente en un grandísimo libro.

lunes, 15 de mayo de 2023

REINO UNIDO. El diario ‘The Guardian’ pide perdón por el pasado esclavista de sus fundadores.

Scott Trust, la fundación propietaria del periódico, destinará 11,3 millones de euros (10 millones de libras) en programas de ayuda a las comunidades afectadas y en la promoción de periodistas de minorías étnicas e información especializada.

Las mejores intenciones también pueden tener esqueletos en el armario. Scott Trust, la fundación propietaria del diario progresista The Guardian, un medio volcado en la defensa del estado de derecho, las libertades públicas y las causas de la izquierda, ha pedido este martes perdón por los vínculos de sus fundadores con el comercio de esclavos. El acto de contrición es la respuesta al extenso informe encargado por el mismo diario hace un par de años, con motivo del auge del movimiento Black Lives Matter. Con el nombre Scott Trust Legacies of Enslavement (Los legados de esclavitud en la fundación Scott Trust), académicos e investigadores de las universidades de Nottingham y de Hull siguieron el laborioso rastro de documentos mercantiles y testimonios históricos para determinar el peso de la esclavitud en la creación de un periódico que surgió como una causa noble.

En 1819, más de 60.000 personas se concentraron en St. Peter´s Field, en el centro de la ciudad de Manchester. Reclamaban la ampliación de la representación parlamentaria en Inglaterra, como vía para alcanzar el sufragio universal masculino. La caballería cargó contra los manifestantes. 15 de ellos murieron. John Edward Taylor, un periodista y comerciante de algodón —Manchester era una potencia textil mundial—, presenció la llamada Masacre de Peterloo, y decidió fundar, dos años después The Manchester Guardian (el nombre original del diario, hasta el cambio de 1959). La idea original aspiraba a un reformismo liberal defensor de las clases trabajadoras, pero alejado de cualquier radicalidad.

El informe presentado esta semana revela que tanto Taylor como al menos nueve de los once socios fundadores que pusieron dinero para la creación del periódico tenían vínculos con el comercio de esclavos. La mayoría de ellos, Taylor incluido, recibían su algodón de las plantaciones en la costa y en las islas costeras de Carolina del Sur y de Georgia, en el Estados Unidos previo a la Guerra Civil y al movimiento de emancipación. Shuttleworth, Taylor & Co, la compañía propiedad del fundador del periódico, recibió cargamentos de algodón de las Sea Islands, en la costa georgiana, y los investigadores académicos recuperaron registros contables con los nombres e iniciales de los propietarios y los esclavistas de las plantaciones.

“La fundación Scott Trust pide profundamente perdón por el papel de John Edward Taylor y de los que le financiaron en el comercio de algodón. Reconocemos que pedir disculpas y compartir de modo transparente todos estos hechos es solo el primer paso a la hora de afrontar los vínculos históricos de The Guardian con la esclavitud”, ha dicho Ole Jacob Sundae, el presidente de la fundación.

“Todos estos hechos, que aparecen claramente detallados en el informe que hoy ha publicado la fundación Scott Trust, son terroríficos. Que fuera ‘otra época diferente’ (different times) no sirve para excusar el comercio de esclavos, que es un crimen contra la humanidad”, ha escrito Katharine Viner, la directora de The Guardian. De C. P. Scott, el director más famoso en la historia del diario, es la legendaria frase “las opiniones son libres, los hechos son sagrados”. “¿Por qué un asunto como éste no se tuvo en consideración hasta ahora, ni siquiera bajo la dirección de C. P. Scott, que acercó al The Guardian a la izquierda anticolonial y se encargó de eliminar todos los aspectos menos atractivos de aquel periódico del siglo XIX?”, se pregunta Viner.

Uno de los fundadores que aportó dinero al proyecto de Taylor, George Philips, poseía directamente esclavos, como propietario de una plantación de azúcar en Hanover, Jamaica. En 1835 intentó incluso, aunque no lo consiguiera, que el Gobierno británico le compensara por la pérdida de sus “propiedades” humanas, después de que el Parlamento aprobara dos años antes la Ley de Abolición de la Esclavitud.

El diario llegó a defender en sus editoriales esas reparaciones económicas... para los propietarios de esclavos. “Estamos convencidos de que ningún plan para la abolición de la esclavitud merecerá la pena si no se basa en los grandes principios de justicia para el dueño de la plantación, así como para el esclavo”, sostenía en 1833.

Programa de reparación
La fundación Scott Trust se ha comprometido a destinar 11,3 millones de euros (10 millones de libras esterlinas) durante diez años a programas de ayuda a las comunidades con descendientes de aquellos esclavos vinculados con los fundadores de The Guardian. La exhaustiva tarea llevada a cabo por los investigadores ha permitido recuperar los nombres de Toby, Billy, January, Steven, Cuffy, Bob, Steven, Titus... hasta sesenta esclavos de la plantación Spanish Wells en las islas de la costa georgiana. El dinero, para un programa de justicia restaurativa, respaldará proyectos de ayuda en la región de Gullah Geechee (la zona del sur estadounidense donde se concentró esta etnia procedente de África Occidental) y en Jamaica. Una comisión independiente y un panel asesor dirigirá todas las tareas de selección y seguimiento de estos programas.

Otras medidas aprobadas por la fundación incluyen una mayor difusión y ayuda a la toma de conciencia en Manchester y otras regiones del Reino Unido de lo que supuso el comercio transatlántico de esclavos; un aumento de la diversidad étnica en los medios de comunicación; nueva financiación de investigación académica y un planteamiento más ambicioso por parte del propio The Guardian a la hora de cubrir e informar de asuntos relacionados con el racismo o las minorías étnicas.

sábado, 16 de abril de 2022

Un espectáculo de esclavos ambienta la boda entre un aristócrata español y la hija de un político peruano.

La marcha nupcial estuvo acompañada de bailarines que simulaban trabajos forzados y mujeres vestidas de indígenas como escenografía

Perú es un país donde el racismo y la discriminación están presentes en cada esquina, pero la boda de una pareja de novios de la élite peruano-española ha superado lo predecible. El enlace entre Belén Barnechea, hija de un excandidato presidencial peruano , y el aristócrata español Martín Cabello de los Cobos, celebrado en la ciudad de Trujillo, a unos 550 kilómetros al norte de Lima, ha levantado una ola de indignación en el país sudamericano. El motivo de tanto revuelo ha sido la publicación en internet de varios fragmentos de vídeos de la boda que muestran la ambientación que rodea la ceremonia y el posterior convite, con personajes de la época en la que Perú era un virreinato de la corona española (siglo XVI) simulando trabajos forzados, lo que ha generado un rechazo masivo entre la población.

La noticia provocó las primeras críticas en la mañana del miércoles, cuando Trome, el tabloide popular más leído en el país andino, tituló en su web: “¡Boda de la nobleza! Hija de Alfredo Barnechea se casa con nieto de conde de España en Trujillo”. Pero con el paso de las horas, se hicieron virales fragmentos de vídeos. En el primero, la pareja y los invitados caminan por una vía peatonal del centro de Trujillo como parte de un pasacalles con música y fuegos artificiales: mientras la novia se desplaza con la ayuda de niños que sostienen la cola del vestido, jóvenes de largas trenzas y con prendas simples ―como si fueran cocineras indígenas del tiempo del virreinato español― aparentan manipular utensilios de barro y canastas. “¡Qué lindo!”, se oye a una de las asistentes al convite.

En la misma comitiva nupcial aparecen varones con el pecho descubierto y cubiertos por una especie de faldón y taparrabo, que caminan amarrados entre sí por cuerdas y escoltados por una especie de autoridad del Perú antiguo. En otro de los momentos de la boda, en una casona de arquitectura colonial ―de las varias que existen en Trujillo―, mientras la pareja de recién casados y los invitados disfrutan de la fiesta, en los balcones del patio central unos jóvenes disfrazados de esclavos simulan trabajos forzados amarrados a las barandillas.

La herencia de los latifundios y los trabajos forzados sin pago, que se inició en Perú durante la época colonial, continuó en las denominadas haciendas hasta finales de los años 60 del pasado siglo, cuando el Gobierno militar de Juan Velasco estableció una reforma agraria con el lema “La tierra es de quien la trabaja”. Los elementos que ambientaron la boda del sábado remitían a un momento de la historia en el que muchas personas carecían de derechos en Perú.

El padre de la novia, Alfredo Barnechea, fue candidato presidencial en 2016 por el partido de centroderecha Acción Popular y quedó cuarto en la contienda: durante la campaña uno de sus apodos fue el virrey, debido a la soberbia y poca empatía que le caracterizaban, especialmente cuando se dirigía a personas pobres o de un bajo nivel socioeconómico. En una ocasión, durante un acto de campaña, visitó una zona de puestos callejeros de chicharrones, donde es común que las cocineras ofrezcan una degustación a los clientes. Frente a las cámaras, Barnechea devolvió el pedazo de cerdo que le acercaron. Después de ese episodio desafortunado, su candidatura cayó más en los sondeos.

En los años 80, Barnechea pasó de conducir un programa de televisión a ser candidato a la alcaldía de Lima por el Partido Aprista y era amigo de Alan García, presidente de Perú entre 1985 y 2000. Según la revista española Hola, la recién casada, conocida en su país como “la repostera de la jet”, estudió comunicación y publicidad, pero en 2020 abrió un negocio en internet de tartas y pasteles caseros en Madrid.

Un grupo de activistas de igualdad de género y antidiscriminación, Paro Colectiva, emitió un comunicado de rechazo a la ambientación que rodeó a la fiesta. “El genocidio, la esclavitud y la anulación de nuestras culturas no pueden ser usados de manera tan indolente y sobre todo racista, pretendiendo encubrirlas bajo expresiones culturales. El yugo colonial ha terminado hace mucho tiempo, pero el fascismo, el racismo, el clasismo y todas las formas de opresión siguen latentes hasta en los actos más simples y cotidianos”, denunciaron a través de su cuenta en Twitter.

Pese a que el Ministerio de Cultura y el Defensor del Pueblo suelen posicionarse públicamente contra actos discriminatorios y de racismo, en esta ocasión no han emitido ninguna opinión sobre este episodio. El miércoles, Alerta Racismo, organismo que depende del ministerio de Cultura peruano, tuiteó: “Por un país donde existan más motivos para unirnos que para separarnos, por un Perú intercultural, sin discriminación étnico-racial”.

https://elpais.com/gente/2022-04-14/un-espectaculo-de-esclavos-ambienta-la-boda-entre-un-aristocrata-espanol-y-la-hija-de-un-politico-peruano.html

domingo, 30 de enero de 2022

_- Querida gente blanca, la esclavitud también forma parte de vuestra historia

_- Por Chaimaa Boukharsa | 28/01/2022 | Racismo y opresión capitalista
                                                                      

Fuentes: Afroféminas [Imagen: Mercado de esclavos. Créditos: Afroféminas] 

La esclavitud es la historia de los blancos; cómo se ha sobrevivido a ella, es la historia de los negros.

Uno de los problemas es que se piensa que la esclavitud es la historia de los negros y no la de los blancos. Porque debemos tenerlo claro:

1. Al considerarla sólo “historia de los negros” los blancos no se responsabilizan de tener que aprenderla. O de asumirla.

2. ¡Los blancos pueden seguir escondiendo la cabeza en la arena en lugar de asumir el hecho de que todavía se benefician de los privilegios heredados por sus antepasados esclavistas y la sociedad!

3. Los negros tienen que cargar con el peso de la esclavitud, solos y sin las herramientas adecuadas para afrontar ese trauma. Se nos inflige un trauma generacional mientras los blancos disfrutan de su riqueza generacional…

Los blancos necesitan comprender el papel que ha desempeñado la esclavitud. Los educadores que se ponen nerviosos a la hora de tratar este tema pueden omitirlo, tratarlo con precipitación o minimizar su importancia sin darse cuenta, haciendo así que la historia sea blanca y para nada cierta.

La mayoría de los libros de texto hoy en día muestran el horror de la esclavitud y su impacto en los negros. Sin embargo, guardan un gran silencio sobre su impacto en los blancos, del Norte o del Sur.

El doble legado de la esclavitud en el presente es la inferioridad social y económica que causó a los negros, y el racismo cultural que impregnó en las mentes blancas y en nuestra cultura. Ambas cosas aún persiguen en nuestra sociedad. A diferencia de la esclavitud, el racismo aún no ha terminado. Las obras literarias presentan dificultades para tratar con sinceridad cualquier problema que no haya sido ya resuelto.

La idea clave que necesitan comprender los estudiantes es: el racismo surgió en parte como justificación de la esclavitud. Montesquieu, el filósofo social francés que tuvo una profunda influencia en la democracia estadounidense, resumió el papel del racismo: que la gente moldea sus ideas para racionalizar sus acciones. La gente no nace racista, los bebés no tienen ni idea de que las personas vienen divididas en diferentes razas. De hecho, biológicamente, sólo hay una raza: la humana. La historia nos dividió en razas.

La esclavitud existía mucho antes del racismo, por supuesto. Los europeos se esclavizaban entre sí, los africanos entre sí, los nativos americanos entre sí. Los esclavistas anteriores apenas trataban con justicia a las personas esclavizadas, pero a veces los esclavos eran devueltos a su pueblo de origen. O podían llegar a casarse con alguien de la sociedad de acogida, escapando así de la esclavitud. Sin embargo, en torno a 1450, los europeos construyeron cañones, barcos que podían navegar contra el viento y otros inventos sociales y físicos y avanzaron por la costa de África con una nueva superioridad militar. La esclavitud racial resultante no ofrecía casi ninguna salida. Además, los hijos de uno y sus hijos también fueron esclavizados para siempre. Una injusticia tan flagrante requería una justificación más fuerte: de ahí el racismo. En la década de 1850, la mayoría de los blancos consideraban a los negros tan inferiores que la esclavitud era apropiada para ellos.

Esta visión de los negros no era sólo sureña y no desapareció en 1865, cuando se prohibió la esclavitud. La esencia misma de lo que fue heredado de la esclavitud es la idea de que es apropiado, incluso “natural”, que los blancos estén arriba y los negros abajo.

Es fundamental que los estudiantes de hoy comprendan todo esto. Por desgracia, todavía no he leído un libro de texto que relacione la historia con el racismo. Los alumnos blancos pueden llegar a la conclusión de que todas las sociedades han sido siempre racistas, quizá por naturaleza, por lo que el racismo es aceptable. Los estudiantes negros pueden llegar a la conclusión de que todos los blancos siempre han sido racistas, tal vez por naturaleza, por lo que estar en contra de los blancos no supone ningún problema. La historia es el antídoto contra estas creencias, empezando por una descripción precisa de la relación entre la esclavitud de entonces y el racismo de ahora.

Esta reflexión nos sirve para entender la responsabilidad histórica de los blancos por la esclavitud. No les pedimos que se disculpen, sino que asuman sus responsabilidades, que conozcan su historia porque es a través de la dominación de los esclavos que se formó la supremacía blanca que constituye la blancura actual. Ser un aliado significa aprender y no quedarse al margen del debate, cuando éste le concierne enormemente.

No puedes llamarte antirracista si no cuestionas tu bagaje histórico y social. Esto es un recordatorio, ahora depende de ti.

¡Enséñalo, adquiérelo y corrige!

Chaimaa Boukharsa es licenciada en estudios árabes e islámicos por la Universidad de Granada, especialista en feminismo islámico.

Fuente: https://afrofeminas.com/2022/01/18/querida-gente-blanca-la-esclavitud-tambien-forma-parte-de-vuestra-historia/

viernes, 12 de febrero de 2021

Paul Robeson, la voz libre de América


Por Higinio Polo | 03/02/2021 | Cultura

La voz profunda de Paul Robeson surgió del aliento perseguido de los esclavos, de las cárceles y plantaciones donde la segregación racial había encerrado a los negros estadounidenses, y esa voz nos la trae ahora el magnífico libro de Paula Park, Paul Robeson, Artista y revolucionario, que pone su figura al alcance de todos por primera vez en castellano. Paula Park documenta la vida de Robeson, y habla también de la ferocidad del racismo en Estados Unidos, de la lacra de la persecución contra los negros, de los linchamientos, los crímenes impunes, acompañado todo ello de una extensa y útil bibliografía.

Robeson era hijo de un esclavo, uno de aquellos chicos negros que con apenas quince años había huido de las cadenas de los amos en el ferrocarril subterráneo, una red clandestina que en el siglo XIX ayudaba a los cautivos que perseguían la libertad. Durante la infancia de Robeson, su padre se enfrentó a los linchamientos, a las siniestras hordas de blancos que salían a la caza de negros para ahorcarlos y quemarlos ante la multitud satisfecha, actitud que le hizo perder su ocupación en una iglesia presbiteriana y dedicarse a trabajos ocasionales cuando tenía ya casi sesenta años. Estados Unidos era el país donde el celebrado Griffith de El nacimiento de una nación llamaba a los negros “animales viciosos”.

Paul Robeson pudo estudiar gracias a una beca, pero sufrió la hostilidad durante sus años de estudiante universitario. Jugó al fútbol padeciendo muchas veces que otros equipos se negasen a jugar con el suyo porque tenía un jugador negro: eran los Estados Unidos de la matanza de Tulsa en 1921, donde hordas de blancos armados, en colaboración con la policía, incendiaron las casas y asesinaron a centenares de negros. Esforzado, Robeson consiguió hablar chino, alemán, ruso y árabe, entre otras lenguas. Fue un abogado que apenas ejerció, que cantó después en el Cotton Club de Nueva York, fue actor con Eugene O’Neill, y con menos de treinta años realizó giras por Europa, y trabajó en Londres en musicales. Canta, rueda películas como The Proud Valley, el valle orgulloso de los mineros galeses. En los años treinta vive en Londres, y es ya una figura mundial, conoce a Kenyatta y a Nehru, colabora con los sindicatos y se acerca al Partido Comunista Británico; trabaja en el teatro independiente de izquierdas, participa en todo tipo de iniciativas solidarias con las organizaciones obreras,

Es un hombre comprometido con el socialismo, solidario con la Unión Soviética, adonde viajó en 1934 para comprobar la ausencia de racismo en la revolución bolchevique, y que le llevó a escribir: “aquí me siento como un ser humano por primera vez. Aquí no soy un Negro, sino un ser humano. Aquí, por primera vez en mi vida, ca­mino en plena dignidad humana”. Constata entonces que las mujeres se han incorporado a todas las actividades, que la cultura pertenece al pueblo, que los trabajadores llenan teatros, cines, auditorios, museos, y que la Unión Soviética representa un aliado fundamental para luchar contra el racismo y el colonialismo. Allí conoció a Eisenstein.

Robeson vino a España durante la guerra civil: el 24 de enero de 1938 llega a Barcelona, donde conoce a Nicolás Guillén; después, a Valencia, Benicassim, Albacete, al Cuartel General de las Brigadas Internacionales; y a Madrid, donde conoce a Dolores Ibárruri y canta en las trincheras de la Ciudad Universitaria. Antes, había cantado en Londres para recaudar fondos para la República y para los niños, y había celebrado la victoria republicana en Teruel. El 28 de enero de 1938, María Teresa León lo presenta en Madrid, en el teatro de la Zarzuela, donde el Teatro del Arte que dirigían ella y Rafael Alberti le había organizado un homenaje. Robeson cantó una canción de los negros norteamericanos y otra de la guerra civil española, haciendo votos por la victoria de la República. Siempre consideró su visita a la España de la guerra civil como una de las impresiones más grandes de su vida, e impulsó después la solidaridad con el pueblo español en su resistencia ante el franquismo. Durante su estancia, se rodó un documental de diez minutos, Canciones de Madrid, interpretadas por Robeson, que el ministro de Estado Álvarez del Vayo utilizaría después para contar al mundo el esfuerzo de guerra republicano. Cuando Robeson vuelve a Estados Unidos, en 1939, el poder y la prensa conservadora no le perdonan sus elogios a la Unión Soviética, su simpatía por el comunismo, le apodan el “Stalin negro”: va a iniciarse la caza de brujas mccarthysta que intentará ahogar su voz.

Paul Robeson siempre luchó contra el racismo, como en la iniciativa para salvar a los seis negros de Trenton, acusados de un asesinato que no cometieron, campaña que impulsaron el Partido Comunista y organizaciones negras de derechos civiles, apoyados por Robeson, Einstein, Pete Seeger y muchos otros. Estados Unidos era el país que, mientras hablaba de libertad al mundo, contemplaba como los negros podían ser asesinados impunemente. Robeson, de hecho, fue el precursor e inspirador del movimiento por los derechos de los negros que después encabezarían Martin Luther King y Malcom X.

Siempre cercano, solidario, fraternal, Robeson ayudó a los trabajadores de la Ford, con quienes arrancó a la empresa el primer convenio colectivo; colaboró intensamente con la campaña para conseguir la libertad de Earl Browder, el presidente del Partido Comunista estadounidense que estaba encarcelado. Era incansable, y aunque no podía cantar en salas de conciertos[UdW1] por la persecución anticomunista, durante años lo hizo ante las puertas de las fábricas, en las bocas de las minas, en los campos de algodón, en los piquetes de los obreros del acero, marchando siempre con los trabajadores.

Después, tuvo que soportar la persecución del FBI, la retirada del pasaporte, la prohibición de sus conciertos, los interrogatorios policiales del HUAC, el siniestro comité del mccarthysmo. Se quedó sin medios de vida y vio truncada su carrera artística. Los periódicos dejaron de citarlo, los auditorios y salas de conciertos se negaron a programarlo, las tiendas retiraron sus discos, la radio y la televisión dejaron de emitir sus canciones: lo enterraron en vida. Junto a Robeson, permanecieron los comunistas estadounidenses y científicos como Albert Einstein, y los veteranos de la Brigada Lincoln, que le nombraron miembro honorario de las Brigadas Internacionales, distinción que llevó siempre con orgullo.

El acoso a Robeson fue feroz. La policía hizo centenares de informes sobre sus actividades, siguiéndolo a todas partes. Los miembros del Ku Klux Klan colaboraban con la policía en la persecución de los asistentes a actos del cantante, apedreándolos, agrediéndolos con bates de béisbol. Incluso congresistas del Partido Demócrata le acusaron de ser un “agente provocador comunista”. La ley McCarran añadió más sufrimiento: los comunistas no podían viajar con libertad, ni podían optar a trabajos en la administración del país. Pero Robeson no se rindió. Defendió a los dirigentes comunistas estadounidenses encarcelados, militó en la causa de la paz, apoyó a la Unión Soviética, denunció el peligro del armamento atómico y el horror de Hiroshima y Nagasaki. Amigo de Benjamin J. Davis, dirigente comunista y editor del diario The Daily Worker, Robeson se mantuvo siempre junto al CPUSA, el Partido Comunista estadounidense.

En 1951, Robeson presentó ante la ONU (junto a William L. Patterson, también hijo de esclavos y dirigente del CPUSA) un documento (We Charge Genocide) auspiciado por el Civil Rights Congressdonde acusaban al gobierno de Estados Unidos de genocidio contra los negros. El exhaustivo informe documentaba que a causa de la marginación, la pobreza y la falta de atención médica, más de treinta mil negros morían cada año en los Estados Unidos. Nunca se lo perdonaron, pero hasta su muerte, en 1976, se mantuvo fiel al socialismo; no en vano, Pablo Neruda escribió que Robeson cantaba como la tierra. En 1937, en un discurso en el Royal Albert Hall de Londres en solidaridad con España, Robeson había proclamado: “El artista debe tomar partido. Debe elegir luchar por la libertad o por la esclavitud”. Porque él fue siempre una voz libre, y sabía que América solo ofrecía a los negros una patria de escombros.

Fuente: Mundo Obrero, febrero de 2021.

martes, 27 de octubre de 2020

Marx, pensador del racismo sistémico


Fuentes: Le Grand Soir [Imagen: Esclavos triturando café y esclavas desgranándolo en una plantación de Surinam. Créditos: L'Illustration (1857); tomado de @Marzolino]

En este artículo el autor sostiene que Marx elaboró su teoría sobre la génesis del capitalismo industrial como un producto del racismo sistémico de las sociedades europeas.

Entre las incongruencias leídas aquí y allá en los últimos tiempos se encuentra la idea que sostiene que es escandaloso proclamarse marxista y al mismo tiempo combatir el racismo. Alegan como motivos que para Marx el capital no tenía color, que defendía a la mayoría y no a las minorías, y que lo esencial es la lucha de clases y no la lucha de razas, entre otros argumentos del mismo tipo.

El problema es que Marx percibió perfectamente la conexión entre la discriminación racial y la opresión de clase, y escribió páginas luminosas sobre la cuestión. Incluso le dedicó un capítulo completo de El capital, el capítulo 31 de la octava sección del libro I (1), en el que describe el nacimiento del capitalismo moderno a partir del dominio colonial y la esclavitud en las plantaciones.

Nos contentaremos con citar algunos extractos:

“Los tesoros expoliados fuera de Europa directamente por el saqueo, por la esclavización y las matanzas con rapiñas, refluían a la metrópoli y se transformaban allí en capital”. (2)

“El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista”.

“El trato dado a los aborígenes alcanzaba los niveles más vesánicos, desde luego, en las plantaciones destinadas al comercio de exportación, como las Indias Orientales, y en los países ricos y densamente poblados, entregados al saqueo y al cuchillo, como México y las Indias Orientales”.

Una de las muchas formas de trato vejatorio a que eran sometidos los esclavos que ‘merecían ser castigados’. Tomado de answerafrica.com

La verdad, como podemos ver, es que Marx entendió que el racismo sistémico inherente a la esclavitud de mercado era el certificado de nacimiento del capitalismo moderno; que este último pronto adoptará la lógica de lo que Samir Amin llamará “desarrollo desigual”; que una vez establecidas las relaciones de dependencia entre el Norte y el Sur, esta desigualdad daría su verdadera estructura al sistema mundial; que entre el centro y la periferia habría una división del trabajo que asignaría a esta última el papel de proveedor de mano de obra barata y materias primas a bajo precio; que al generar una explotación en cascada, esta jerarquía del mundo perpetuaría relaciones de explotación de las que el Occidente capitalista obtendría su prosperidad y cuyas consecuencias aún son visibles.

Marx también escribió muchos artículos sobre el colonialismo británico en la India. En un texto publicado por el New York Daily Tribune el 22 de julio de 1853 (2) subrayaba que la brutalidad de la burguesía europea en las colonias podía manifestarse sin trabas:

“La profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa se presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización en su casa, donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias, donde se nos ofrece sin ningún embozo”.

Lejos de ser indiferente a la cuestión racial, Marx percibió su carácter originario, vio que era inseparable de la génesis del modo de producción capitalista. Pintó el retrato de una dominación sin precedentes, que extendió la descarada ley del capital a toda la tierra volviendo a entroncar con unas prácticas ancestrales de violencia inaudita. Azotado, mutilado o quemado vivo al menor intento de rebelión, el esclavo negro de las colonias era la metáfora de un mundo donde el racismo de Estado justificaba todas las transgresiones. Representaba la punta extrema de un sistema globalizado de explotación que pronto transformaría a los trabajadores, fueran del color que fueran, en simples mercancías destinadas a acumular beneficios.

“Al mismo tiempo que introducía la esclavitud infantil en Inglaterra, la industria algodonera daba el impulso para la transformación de la economía esclavista más o menos patriarcal de Estados Unidos en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud disfrazada de los asalariados en Europa exigía, a modo de pedestal, la esclavitud desembozada en el Nuevo Mundo”.

La esclavitud racial existía como tal y Marx la tuvo en cuenta en su análisis de las relaciones sociales capitalistas. No es una coincidencia que cite la esclavitud en las plantaciones en Estados Unidos. Sabía que el racismo instituido allí era uno de los cimientos de la llamada democracia estadounidense. Por eso se puso públicamente del lado de la Unión contra la Confederación durante la Guerra Civil, un simple hecho que invalida cualquier interpretación dirigida a minimizar la cuestión racial en su pensamiento. Para Marx, que sabía muy bien que Lincoln estaba defendiendo los intereses de la burguesía industrial del Norte, la abolición de la esclavitud racial practicada en el Sur era una prioridad absoluta.

Lo que Marx muestra brillantemente es que el capital instituyó el racismo sistémico desde sus inicios, que es un hecho estructural indiscutible y que es independiente de las actitudes individuales. Si bien Marx no habla de nuestro tiempo, sí habla de lo que le precede y le subyace, y, como él mismo dijo, es tan cierto que «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos» (3).

Olvidar esta lección es olvidar a Marx.

Notas del traductor:

(1) El epígrafe sexto del capítulo XXIV de la sección VII: Génesis del capital industrial

(2) Los textos están extraídos de las traducciones de fuentes originales; en este caso, la traducción empleada es la de Pedro Scarón, que usó la versión francesa, revisada por el propio Marx, y que por lo tanto más se parece a la edición que emplea el autor de este artículo.

(3) Se trata del artículo Futuros resultados de la dominación británica en la India.

(4) Cita tomada del libro El 18 brumario de Luis Bonaparte.

Fuente: https://www.legrandsoir.info/marx-penseur-du-racisme-systemique.html

jueves, 26 de marzo de 2020

Capitalismo militarizado, esclavismo y exterminio.

Por Alejandro Andreassi Cieri | 29/02/2020 | Opinión

Fuentes: Conversaciones sobre la Historia

La organización del trabajo es un aspecto clave para comprender el funcionamiento de las sociedades antiguas y modernas, los principios y valores con que se rigen y los objetivos que persiguen. Ese carácter de clave interpretativa lo es por varios motivos:

1. El trabajo humano ha existido a lo largo de la historia de la especie humana, pero en cada fase o época ha adquirido por su carácter jurídico y/o técnico, un carácter específico que ha señalado y definido a la sociedad y a la época correspondiente. No es lo mismo hablar de trabajo esclavo, servil o libre, porque, aunque las tareas que se realizarán con cada uno de ellos fueran similares, la distinta connotación normativa y axiológica los señala como radicalmente diferentes. La forma en que se ha objetivado el trabajo ha caracterizado -obviamente junto a otras pautas simbólicas- las diferentes épocas de la historia humana.

2. Especialmente en las sociedades modernas el trabajo es un factor trascendental en el proceso de socialización definitiva de los seres humanos, una socialización que comienza en el ámbito familiar y se complementa en el escolar formativo y culmina con la incorporación al ámbito laboral. Por lo tanto, se comporta como un elemento de integración y cohesión social.

3. En el proceso de trabajo se verifica la naturaleza más íntima de ese momento civilizatorio al que damos el nombre de capitalismo. Es la piedra fundamental en la que se basa el sistema capitalista, donde se asegura su reproducción y donde se realiza el primum movens del capitalismo: la generación de plusvalía en base a la explotación del trabajo humano asalariado por el capital.

Este libro que aquí resumo tiene como objeto el estudio del trabajo y su organización en los fascismos italiano y alemán. La hipótesis principal del mismo plantea que en el fascismo además de intensificarse la explotación del trabajo humano tal como se produce bajo el capitalismo, la relaciones laborales, que designan el lugar en que cada trabajador se sitúa en el proceso de trabajo así como las condiciones en que lo realiza, son el medio para integrar o excluir a los trabajadores en la comunidad nacional, llegando a una restauración del esclavismo y al exterminio por medio del trabajo como formas extremas de exclusión y de refuerzo de la identidad racial de la sociedad fascista. Ello va a ocurrir en el fascismo alemán, con la utilización como esclavos a los prisioneros de los campos de concentración, así como la consumación del genocidio judío, gitano y de prisioneros políticos mediante el recurso a trabajos forzados hasta la extenuación (recordar la siniestra escalera de la muerte de Mauthausen donde fueron asesinados tantos republicanos españoles). Pero también el fascismo italiano recurrió al trabajo esclavo durante la ocupación de Etiopía, creando una clara segregación de la población autóctona condenada a la servidumbre por el ocupante italiano.


Escalera de la muerte en las canteras del campo de Mauthausen (imagen: deportados.es)

Este enfoque era la consecuencia de un principio ideológico común a los fascismos: la convicción de la desigualdad radical, de base biológica, de los seres humanos. Frente a las ideas procedentes de la Ilustración y la Revolución francesa que proclamaban la igualdad de todos los miembros de la especie humana, sin distinciones raciales ni de ningún tipo, el fascismo consideraba lo contrario y erigía esa desigualdad como principio de organización social. Simultáneamente con esa afirmación se conectaba otro núcleo fundamental de la ideología del fascismo: su negación radical de la democracia. Como la desigualdad era la condición normal de la esencia humana los fascistas deducían que la democracia era antinatural ya que esta se basa en la igualdad política de todos los miembros de la sociedad, el equi-poder de cada ciudadano, o sea la capacidad de autonomía y participación equitativa en la toma de decisiones, que colectivamente se expresa como soberanía popular.

Los fascistas consideraban que la capacidad para trabajar y la calidad del trabajo que podía realizar cualquier persona era algo predeterminado, innato, vinculado a las características raciales de cada individuo, que de este modo se transformaban en un componente de la “naturaleza” humana, en rasgos esenciales, y no en el resultado del conjunto de prácticas y de ideas generadas en el proceso de producción cultural y de devenir histórico. Las características jerárquicas de la organización del trabajo bajo el capitalismo se transformaban según la perspectiva fascista en las condiciones naturales -biológicamente determinadas- de la organización de las relaciones de producción y del proceso de trabajo.

Exposición organizada por el Deutsche Arbeitsfront en 1938 (imagen: Bundersarchiv)

Los movimientos fascistas surgen en Italia y Alemania inmediatamente después del fin de la Primera Guerra Mundial, y por lo tanto han sido considerados producto de la misma. Sin embargo, los elementos seminales de su ideología se conformaron mucho antes, en el último tercio del siglo XIX, acompañando la Segunda Revolución industrial con la entrada en juego de los mayores avances de las ciencias naturales y de la tecnología derivada de ellas. La guerra jugó el papel de catalizador de esas tendencias previas. Me limitaré al examen de una de ellas, tal como lo hace el libro que ahora resumo, y que es producto tanto de esa Segunda Revolución Industrial como de la lucha de clases entre capital y trabajo desarrollada a lo largo del siglo anterior. Me refiero a la llamada Organización Científica del Trabajo (OCT) especialmente en su forma inicial: la metodología y objetivos propuestos por el taylorismo (ya que su impulsor fue el ingeniero norteamericano Frederick Winslow Taylor).

El objetivo declarado por Taylor al proponer su método era el de conseguir algo que había sido perseguido por los empresarios desde el inicio de la industrialización, y que consistía en la subordinación total del trabajo al capital con el objetivo de aumentar significativamente la productividad del trabajo asalariado eliminando cualquier posibilidad de resistencia obrera, para lo cual era necesario sustraer la más mínima parcela de control del proceso de trabajo, que había sido uno de las más importantes recursos de los obreros más cualificados, herederos de las técnicas y métodos del artesanado, para negociar sus condiciones de trabajo y de salario a lo largo del siglo XIX. Para conseguir esa sumisión del trabajo al capital, Taylor proponía que debía someterse al trabajador a una serie de rutinas diseñadas por la dirección de la empresa, y esas rutinas debían basarse en la investigación y determinación “científica” de los movimientos y tiempos que debía emplear cada trabajador en el desempeño de la tarea encomendada. Era una propuesta que transformaba al trabajador en un ente heterónomo sometido a las indicaciones de gerentes, ingenieros y capataces, y por lo tanto completaba el proceso de alienación y deshumanización de la tarea que se incubaba desde los orígenes del capitalismo. Se trataba de separar no sólo física sino mentalmente las tareas de diseño y dirección de las de ejecución del proceso de trabajo, las primeras reservadas a los puestos más altos de la jerarquía empresarial, y los últimos al conjunto de trabajadores asalariados, y todo ello con la legitimación que creía otorgaba una presunta “fundamentación científica”.

El impacto de esta propuesta anti-obrera que pretendía resolver definitivamente a favor del capital el resultado de la lucha de clases repercutió incluso en la dinámica bélica donde la optimización de procedimientos y la aceleración de ritmos de trabajo se aplicó a las operaciones militares para aumentar la potencia mortífera del armamento, ya de por sí con un poder destructivo sin precedentes, y que además permitía alargando el alcance y la potencia destructiva “desvincular; al ejecutor de la acción bélica de los resultados de la misma, por ejemplo con la utilización de armas químicas (gases venenosos), la ametralladora o la artillería pesada; un resultado similar a la alienación completa que sufría el obrero taylorizado -obligado a realizar tareas estandarizadas que él no controlaba y cuyos resultados finales ignoraba. Además, la guerra con ese despliegue tecnológico que la transformó en la primera masacre industrializada de la historia produjo como resultado la deshumanización definitiva de una actividad de por sí anti humana como es una guerra. Esa omnipotencia destructiva y al mismo exculpatoria del agente ejecutor inauguraría en la post guerra una militarización y brutalización de la política de la que harían gala los fascismos. Por lo tanto, vemos aquí la conjunción de eventos ideológicos y axiológicos creando el contexto cultural fértil al desarrollo fascista. A ello cabe agregar la pulsación modernizadora tanto del fascismo italiano como del alemán y su preferencia por la ciencia y la tecnología más avanzadas ya que estaban convencidos que sus respectivos programas para recuperar el estatuto de grandes potencias y sus planes de expansión imperial exigían no solo una industria avanzada sino también el respaldo tecno-científico necesario para alcanzar tales objetivos.

El único ingrediente que faltaba para cerrar completar el contexto favorable al desarrollo de los fascismos era el de la crisis en su dimensión no sólo económica sino también política. En Italia se va producir en la inmediata postguerra con la llegada de Mussolini al poder en octubre de 1922, mientras que en Alemania la crisis de 1929 sería la que acabaría favoreciendo la llegada de Hitler al poder en enero de 1933. La crisis de postguerra en Alemania va a ser superada por la República de Weimar, pero el inicio de la Gran Depresión en 1929 va a ser demoledor para la democracia alemana, ya que el empresariado junto a las fuerzas de la derecha y extrema derecha van a optar por una solución autoritaria para afrontar la crisis, facilitando el nombramiento de Hitler como canciller, con la aquiescencia del presidente Hindenburg.


Hitler durante una recepción con grandes empresarios (en primer término, Gustav Krupp) (imagen: Ullstein Bild Dtl.- Getty Images)

La llegada de los nazis al poder va a significar la destrucción de las organizaciones tanto políticas como sindicales del movimiento obrero alemán, cumpliendo con ello con una de las exigencias prioritarias del capital alemán. El empresariado quería volver a las condiciones de producción anteriores a 1918 y exigía eliminar todo el sistema de protección colectiva de los derechos laborales establecidos por la legislación de la República de Weimar, restableciendo la autoridad absoluta e incontestable del empresario sobre sus trabajadores

La formalización legal de la restitución del poder empresarial sobre los trabajadores va a ser la sanción por la dictadura nazi de la ley de organización del trabajo nacional de 20 de junio de 1934 (Gesetz zur Ordnung der nationalen Arbeit – AOG), confeccionada con la colaboración de los representantes del gran capital. La autoridad absoluta del empresario sobre sus empleados se restablecía mediante la figura del Betriebsführer (líder de empresa) reproduciendo a nivel de la economía la misma estructura jerárquica y autoritaria que los nazis impulsaban para reorganizar la sociedad alemana. La ley representaba los intereses generales del empresariado y los grupos conservadores alemanes y no sólo la ideología nazi, especialmente en la preocupación por eliminar al movimiento obrero, restaurar la disciplina laboral bajo la indiscutible autoridad de los patronos y alcanzar de este modo la máxima potencia productiva, así como la mayor eficiencia, situando de este modo a la empresa capitalista como el corazón del orden social. La ley otorgaba al empresario o director del establecimiento la totalidad del poder de dirección, organización, gestión, decisión y evaluación (Betriebsführer), mientras que sus empleados, el conjunto de la fuerza de trabajo, constituían el séquito (Gefolgschaft) que debía seguir fielmente las directrices de aquel, estableciendo –sin lugar a dudas- que se trataba de una relación fuertemente jerárquica en la que la fuerza de trabajo quedaba incondicionalmente subordinada al poder del patrono.

Simultáneamente los nazis esperaban que los trabajadores aceptasen esa posición subalterna a perpetuidad, ya que la eficacia que esperaban obtener mediante una dirección centralizada y vertical de las empresas aumentaría su productividad y por lo tanto la riqueza total, lo que permitiría a las mismas recompensar a sus trabajadores con adecuados salarios y servicios sociales provistos por las compañías, aumentando así la cohesión de la comunidad de empresa (Betriebsgemeinschaft)[1], que era concebida desde el punto de vista utilitario también como una comunidad de rendimiento o Leistungsgemeinschaft. Esta reorganización de las relaciones laborales era considerada por el fascismo alemán también como una condición sine qua non para recuperar el estatus de gran potencia y sus planes de hegemonía europea y expansión imperial. Ello explica la difusión de los métodos de la OCT en la economía alemana, que además de garantizar, como hemos visto, la anulación de la capacidad obrera de resistencia ante las imposiciones patronales permitía sustituir la negociación colectiva con la regulación de la relación obrero-patronal según resultados, según la eficiencia y productividad individual de cada trabajador.

Organigrama del DAF representando la organización jerarquizada del trabajo (imagen: Wikimedia Commons)

En Italia va a suceder lo mismo. Mussolini va a subordinar los sindicatos italianos a la patronal, primero mediante el llamado Pacto del Palazzo Vidoni, de octubre de 1925, donde quedó muy en claro que la autoridad dentro de la empresa era detentada por el empresario, sin ningún tipo de compensación o control por parte de sus empleados. En ese pacto la patronal lograba alejar a los sindicatos de cualquier interferencia en la gestión de las empresas, a cambio del otorgamiento a los sindicatos fascistas de la exclusiva representación de los trabajadores y la capacidad de firmar convenios; ya que se liquidaban definitivamente las comisiones internas (vestigio de las movilizaciones de del bienio rojo), Esa cuestión quedó refrendada en la “constitución” laboral, la Carta del Lavoro, sancionada al año siguiente, en donde se reconocía explícitamente (art. VII) la autoridad exclusiva del empresario en la conducción de la actividad económica, a la cual debía subordinarse sin reparos el conjunto de trabajadores, y a la empresa privada “como el instrumento más eficaz y útil para los intereses nacionales”. Ese pacto significó a su vez el otorgamiento a la Confindustria de la representación oficial del empresariado como bloque único en el proyecto corporativo, al tiempo que se confirmaba y reconocía por parte de la cúpula fascista la indiscutible y exclusiva autoridad del empresario en la dirección de su establecimiento.[2]


Anuncio de la proclamación de la Carta del Lavoro en la Piazza del Popolo de Roma (1927)(Wikimedia Commons)

Pero antes de alcanzarse este resultado en Italia, la colaboración entre clases que quería consolidar el fascismo, hubieron de superarse varios conflictos. El sindicalismo fascista intentaba sustituir al sindicalismo socialista, comunista y cristiano en su papel de interlocutores de los empresarios. Estos, que habían apoyado el ascenso fascista con la expectativa de que acabaran con el movimiento obrero y se restaurara la disciplina productiva, no iban a tolerar que surgiera un nuevo poder sindical, aunque fuera patrocinado por la dictadura. Pero en atención a la búsqueda de la colaboración de clases en una relación que exigía que los trabajadores aceptaran de buen grado una posición subalterna respecto a los patronos, implicó que no se pudiera impedir que las organizaciones sindicales fascistas conservaran una cierta iniciativa y se vieran obligadas a realizar acciones en defensa de reivindicaciones laborales, aunque siempre dentro de límites estrictos que no podían poner ni en cuestión la autoridad patronal dentro de la empresa, ni generar exigencias o expectativas obreras que trastocaran o complicaran los objetivos macroeconómicos.[3] Luego de una serie de huelgas entre febrero y marzo de 1925, especialmente en el sector de la metalurgia, que fueron prácticamente autorizadas por Mussolini y el Gran Consejo con el fin de enviar un mensaje a los patronos para que recordaran que la dictadura fascista era el árbitro que garantizaba la paz laboral que aquellos necesitaban, las huelgas acabaron con un discreto aumento salarial y los sindicatos fascistas se retiraron rápidamente del conflicto (la FIOM dirigida en condiciones de clandestinidad por los socialistas, intentó continuarlas), pero un mes después el Gran Consejo Fascista prohibió las huelgas considerándolas “acto de guerra”, que con la ley de abril de 1926 quedarían definitivamente proscritas, junto a los lock-outs.


Giuseppe Volpi di Misurata, presidente de Confindustria y ministro de Hacienda, en 1938 (archivo histórico de las Fondazione Fiera Milano)

Alcanzada esta situación en ambas dictaduras fascistas, donde la derrota del movimiento obrero en ambos países era total, era el momento de completar la instauración de los procedimientos recomendados por la OCT. Ya se habían experimentado en las empresas durante la República de Weimar, pero habían recibido el rechazo de las organizaciones sindicales, y en Italia no se introdujeron antes de la instauración de la dictadura fascista, siendo la FIAT la primera empresa en aplicar estos métodos de “racionalización” del trabajo. La OCT era claramente funcional no sólo con las exigencias de productividad del fascismo sino también con la concepción de verticalidad y jerarquía en la organización de la sociedad, donde cada empresa era una “micro sociedad”, una réplica de la comunidad nacional.[4]

De este modo las grandes corporaciones industriales inspiraban la remodelación de la organización social. En la opinión de dirigentes e intelectuales fascistas los grandes colosos empresariales cuyo desarrollo, que consideraban estimulados por la Gran Guerra, ofrecían tanto un modelo militar de organización jerárquica como el mejor ejemplo de la capacidad productiva, eran vistos como un pilar importante de la fuerza política del estado y por lo tanto en su capacidad militar. A su vez un régimen productivista debía reunir las características de una “nación en guerra”, un régimen de colaboración entre todas las clases sociales en un orden basado en la autoridad de las jerarquías naturales.[5] La OCT aseguraba, según consideraban Taylor y sus epígonos, la eficiencia y el aumento de la producción hasta niveles no conocidos previamente. Por ello los fascismos imponían la “razón productivista”, a la que consideraban el argumento fundamental para la recuperación de Alemania e Italia como grandes potencias con las que satisfacer sus objetivos imperiales.

Falta comentar una última característica de la organización del trabajo en los fascismos, y se trata del esclavismo, del empleo de mano de obra forzada en la producción. Tanto la dictadura hitleriana como la mussoliniana recurrieron al trabajo esclavo. El fascismo italiano lo hizo tanto en Somalia como en Etiopía, sometiendo a trabajos forzados a la población autóctona, y que en ese momento estaban prohibidos por los tratados internacionales. La Italia mussoliniana estableció un verdadero apartheid en sus colonias con la prohibición de matrimonio o relaciones sexuales entre población autóctona e italianos, así como de la separación espacial y comercial y de servicios entre los mismos en ciudades y pueblos, por lo tanto, haciendo del racismo también un recurso para la organización del trabajo servil que era “justificado” en función de las barreras raciales establecidas. A partir de 1940 también sometió a los italianos de cultura judía a trabajos forzados como consecuencia de la persecución racial iniciada con las leyes antisemitas de 1938.


Un grupo de personas procedentes de la Unión Soviética deportados a Alemania como trabajadores forzados a su llegada a Meinerzhagen, Sauerland, el 29 de abril de 1944. Fuente: Stadtarchiv Meinerzhagen. https://www.bpb.de/izpb/239456/zwangsarbeiterinnen-und-zwangsarbeiter

Pero el empleo masivo de trabajo esclavo, no sólo en Alemania sino en las zonas de ocupación es un aspecto singular de la barbarie nazi. En primer término, cabe decir respecto a esta cuestión que en el caso del fascismo alemán la utilización de trabajadores forzados se vinculó no sólo a objetivos de producción relacionados con las necesidades bélicas sino también con el genocidio. La utilización de trabajadores esclavos por los nazis respondió a necesidades de mano de obra requerida por el esfuerzo bélico, pero también fue una respuesta ante la misma dictada por el racismo y el darwinismo social que constituían núcleos centrales de su ideología. La magnitud del esclavismo era tal que en 1944 los trabajadores extranjeros representaban el 21 por ciento de la fuerza total de trabajo empleada en la industria.

Para los nazis los prisioneros en sus campos de concentración y exterminio, tanto las víctimas de la represión en Alemania a partir de 1933, opositores políticos (comunistas, socialdemócratas, anarquistas, pacifistas), los considerados “racialmente alógenos” (alemanes de cultura judía y gitana, principalmente) y los considerados “asociales” (todos aquellos ciudadanos que no se adecuaban al modelo de comportamiento exigido por la dictadura[6]), así como los cautivos procedentes de los países ocupados así como los prisioneros de guerra era “material consumible”, cuerpos humanos a disposición del régimen nazi para cumplir sus objetivos, pero al mismo tiempo, especialmente en el caso de judíos y gitanos, planificaban y aplicaban el trabajo forzado realizado en las condiciones inhumanas inimaginables uno de los métodos de su exterminio, que fundamentaban en sus propias convicciones social-darwinistas al considerar que de este modo forzarían una especie de “selección natural” durante al cual los primeros en caer serían los más débiles. Sus convicciones racistas les inducían a establecer una especie de clasificación jerárquica en la cual los judíos, gitanos y soviéticos ocupaban el escalón inferior, respecto a los demás prisioneros. Antes que en los campos se había comenzado con esa utilización de trabajo esclavo en los guetos donde habían recluido a los judíos que iban deportando desde toda la Europa ocupada, donde la distribución de los escasos comestibles disponibles dentro del gueto eran distribuidos desigualmente diferenciándose entre población “productiva” e “improductiva”, por lo tanto se utilizaba el trabajo de los cautivos como fuente de producción y como un medio de “seleccionar” en la población sometida a los que podían continuar siendo explotados y los que debían ser exterminados. Cuando comenzaron las deportaciones masivas a los campos de exterminio mantuvieron la clasificación de las víctimas en función de su carácter “productivo” o “improductivo”, enviando primero a los campos de la muerte a estos últimos mientras que se les extraía a los primeros hasta la última gota de su rendimiento laboral.[7]


Prisioneros judíos trabajan en una fábrica de IG Farben dependiente del campo de Auschwitz (imagen: holocaustresearchproject.org

Pero no se trató sólo de la explotación el trabajo esclavo mediante la aplicación de la fuerza bruta, sino que esta se combinó con las fórmulas más ortodoxas de la OCT, como métodos que podían aumentar el rendimiento de los trabajadores forzados. Los trabajadores alemanes más cualificados fueron destinados a los trabajos de supervisión de los obreros no cualificados, y de los trabajadores forzados en general, en aquellas empresas donde se habían aplicado métodos de OCT, con lo cual se fragmentó y se impidió la solidaridad intra-clase que podrían haber surgido en circunstancias normales, por la diferente condición jurídica de cada grupo de trabajadores. Las relaciones y condiciones políticas a las que se vieron sometidos unos y otros crearon las barreras suficientes para que los mecanismos de cohesión no funcionaran salvo en contados casos individuales. No sólo se trataba de la fundamental diferencia entre trabajadores libres y esclavos, sino de las jerarquías anexas a estas condiciones. Por ejemplo, como las que establecían que un trabajador judío o un prisionero de guerra ruso obviamente no podía desempeñar tareas de supervisión y estaban destinados a la escala más baja de la jerarquía laboral independientemente de su calificación previa.


La insignia P identificaba al grupo especialmente discriminado de trabajadores polacos. Fuente: DHM, Berlin, A 93/18 (Deutsches Historisches Museum). https://www.bundesarchiv.de/zwangsarbeit/geschichte/auslaendisch/polen/index.html

Los proyectos de explotación de mano de obra esclava comenzaron a formularse entre 1937 y 1939, debido a la gran absorción de mano de obra disponible en la industria armamentística y complementaria durante la ejecución de las diferentes fases del Plan Cuatrienal. Sin embargo el impulso que generalizó la utilización de trabajo esclavo, forzado tanto de los prisioneros de los campos de concentración como de prisioneros de guerra o civiles obligados a trabajar para Alemania en los territorios ocupados, fue la transformación de la Blitzkrieg en guerra total y prolongada entre 1941 y 1942. Todos los autores coinciden en señalar que el motivo fue la exacerbación de esa escasez de mano de obra multiplicada no sólo por las exigencias de hombres por el ejército a medida que se ampliaban y prolongaban las operaciones militares, sino también por las exigencias de la producción de guerra que crecía en paralelo con las actividades militares. Las primeras empresas que adoptaron tal iniciativa fueron las pertenecientes al área estatal o coparticipadas por el estado, como la Volkswagen, perteneciente al DAF y dirigida por Ferdinand Porsche; la fábrica de aviones Heinkel, la empresa Steyr – Daimler – Puch, dirigida por Georg Meindl –especialista en economía y ciencia política y miembro de las SS. Pero rápidamente se unieron empresas privadas de la importancia de la IG Farben, Mercedes Benz y Henschel, que pasaron a constituir casos paradigmáticos de la moderna industria capitalista que combinaba técnicas avanzadas de fabricación con la utilización de mano de obra esclava. Puede afirmarse con rotundidad que en su gran mayoría –las escasas excepciones confirman la regla- los empresarios no fueron obligados por el estado a utilizar trabajo esclavo, sino que su utilización respondió a la iniciativa de los hombres de negocios y dirigentes industriales, a medida que la guerra dificultaba el empleo de trabajadores libres. Vale la pena reproducir estas dos declaraciones, la primera de Robert Antelme, miembro de la resistencia francesa y deportado a los campos de Buchenwald y Dachau; y del un un ejecutivo de la fábrica de motores de aviación de Daimler-Benz, las que evocan a un mercado de esclavos:

… nos han reunido delante de la iglesia, y unos civiles han venido a buscar a los que eran capaces de trabajar en la fábrica. Hemos visto aparecer bajo los uniformes a rayas a un tornero, a un dibujante, a un electricista, etc. Después de haber seleccionado a todos los especialistas, los civiles han buscado a otros tipos que pudieran hacer trabajos en la fábrica. Para ello han pasado por delante de los que quedaban. Han mirado nuestros hombros, también nuestras cabezas. Los hombros no bastaban, había que tener una cabeza, tal vez una mirada digna de los hombros. Permanecían un momento delante de cada uno. Nos dejábamos mirar. Si lo que veía le gustaba, el civil decía: Komm! El tipo salía de la fila e iba a reunirse con el grupo de los especialistas. Algunas veces el civil se partía de risa ante un compañero y lo señalaba con el dedo a otro civil. El compañero no se movía. Daba risa, pero no gustaba. Los SS se mantenían alejados. Habían traído la carga, pero no seleccionaban, eran los civiles los que seleccionaban. Cuando un compañero contestaba al oír grita su oficio: tornero, el civil aprobaba con la cabeza satisfecho, y se volvía hacia el SS señalando al tipo con el dedo. Ante el civil el SS no entendía de inmediato; él había traído su carga; no había pensado que pudiese contener torneros [….] A los que tenían que trabajar en la fábrica se los aislaba de los demás. Los civiles se ocupaban de ellos con los capos que anotaban sus nombres. Los dos SS los habían abandonado y habían vuelto hacia nosotros, los que quedábamos y no sabíamos hacer nada. Liberados de los civiles que habían hecho una discriminación de valores entre nosotros con la conciencia tranquila, los SS recuperaban a sus verdaderos presos, aquéllos acerca de los cuales no se habían equivocado. Campesinos, empleados, estudiantes, camareros, etc. No sabíamos hacer nada; como los caballos, trabajaríamos afuera acarreando vigas, tablones, construyendo los barracones en los que el kommando se instalaría más tarde. La elección que acababa de producirse era muy importante. Los que iban a trabajar en la fábrica se librarían en parte del frío y de la lluvia. Para los del zaun-kommando, kommando de los tablones, el cautiverio no sería el mismo. Por eso, los que iban a trabajar afuera no iban a dejar nunca de perseguir el sueño de entrar en la fábrica. [8]

Observo a los judíos de acuerdo a su condición física. Generalmente escojo los más jóvenes, porque pienso que serán los más aptos física y mentalmente para nuestro trabajo con las máquinas […] Inevitablemente los separo de sus familias. Se suceden escenas desgarradoras […] Los judíos llevan con ellos sus pertenencias. Los hombres de las SS están provistos de bastones de madera y golpean con ellos a los judíos. [9]

Por ello los empresarios, enfrentados con la necesidad de utilizar mano de obra esclava no dudaron en hacerlo, aportando a las autoridades del régimen y especialmente a las SS, responsables del aprovisionamiento de trabajadores, las soluciones tanto de seguridad como las medidas técnicas y de organización del trabajo que permitieran un adecuado rendimiento de esa fuerza de trabajo, al tiempo que supieron extraer enormes beneficios de su explotación. [10]


Trabajadores extranjeros en BMW en Allach, alrededor de 1943. Todos los trabajadores extranjeros empleados en la fabricación de motores de aviación estaban obligados a utilizar un rótulo que indicaba de donde procedían. Los prisioneros de guerra soviéticos debían portar un rótulo con la abreviatura “SU”. Fuente: BMW Group Archiv http://www.ausstellung-zwangsarbeit.org/arbeit-bei-bmw.html

El gran salto hacia el uso habitual y masivo de trabajo forzado se produjo tras la asunción por Albert Speer de las responsabilidades como ministro de Armamentos, en 1942. Pocos días después de su designación se aprobaron los decretos que establecían el reclutamiento obligatorio de trabajadores en los territorios ocupados del este lo que daría, junto con la utilización de los prisioneros de los campos de concentración, esa dimensión enorme al uso de trabajo esclavo en la industria alemana, constituyendo un hecho sin precedentes en las modernas sociedades industriales. El modelo impulsado y generalizado por Speer se basó en la experiencia anticipada por las grandes empresas, acordando con las SS las cuotas de trabajadores forzados necesarios y la instalación de las fábricas junto o en el perímetro de los campos de concentración. El compromiso mostrado por gerentes y técnicos en la explotación de mano de obra esclava no estuvo sólo marcada por la inmediata necesidad de fuerza de trabajo provocada por las insaciables exigencias de la producción bélica, sino que se erigía como un proyecto sistemático y de largo alcance para su aplicación en la posguerra y en tareas civiles.[11] Pero en lo inmediato el factor más importante fue el propio desarrollo de las hostilidades, especialmente cuando entre finales de 1941 y comienzos de 1942 comenzó la reacción del Ejército Rojo y los primeros reveses alemanes en la URSS, lo que exigía un refuerzo de los contingentes llamados a filas para cubrir esas bajas.[12] Para otros autores también fue determinante la intención de evitar el empleo masivo de mujeres para sustituir a los hombres que debían marchar al frente.[13] Todo ello hizo apremiante el utilizar a los internos en los campos de concentración creando una dependencia mutua entre Speer y la administración de la industria armamentistas y las SS, quienes se encargaban de proveer la fuerza de trabajo forzada.



Después de la ejecución, los trabajadores forzados son llevados frente a la horca, Michelsneukirchen (Baviera), 18 de abril de 1941. Se ordenó a los hombres y mujeres polacas que trabajaban en la zona que se presentaran en el lugar de la ejecución. Un oficial de la Gestapo les informó sobre la consecuencias de violar las regulaciones alemanas Fuente: Sammlung Vernon Schmidt, Veteran der 90. Inf. Div., U.S. Army http://www.ausstellung-zwangsarbeit.org/arbeit-bei-bmw.html


Notas:

[1] Entre sus antecedentes inmediatos deben contarse documentos como el Wirtschaftspolitische Grundanschauungen und Ziele der NSDAP (Principios básicos y objetivos económicos del NSDAP) elaborado en marzo de 1931, distribuido como documento interno de discusión e información sobre la línea en economía política nazi, ver Avraham Barkai, Nazi Economics: Ideology, Theory, and Policy, Oxford, Berg, 1990, pp. 34-38.

[2] Mussolini apoyaba directamente a la dirección de la Confindustria al afirmar que “dentro de la fábrica debe existir únicamente la jerarquía directiva; por consiguiente, no cabe hablar siquiera de síndicos”, citado por Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Barcelona, Editorial Fontanella, 1973, p. 107. Ver también, Giovanni Contini, “Enterprise management and employer organisation in Italy. Fiat, public enterprise and Confindustria 1922-1990”, op. cit., pp. 204-205.

[3] Mussolini se decantó claramente a favor de los empresarios cuando el debate sobre los fiduciarios o síndicos de fábrica, a los que aquellos se oponían porque consideraban que podían ejercer funciones de control sobre su gestión, manifestando que “dentro de la fábrica debe existir únicamente la jerarquía directiva; por consiguiente, no cabe hablar siquiera de síndicos”, citado por Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Barcelona, Editorial Fontanella, 1973, p. 107.

[4] Diggins, John P., «Flirtation with Fascism: American Pragmatic Liberals and Mussolini’s Italy”, The American Historical Review, Volume 71, Issue 2, Jan. 1966, p. 487.

[5] Zeev Sternhell, El nacimiento de la ideología fascista, Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 13-14.

[6] La persecución de los considerados holgazanes y gandules [Arbeitsscheue – Bummelanten], o sea poco dispuestos a adecuarse a la disciplina laboral que exigía el nacionalsocialismo, implicó desde el comienzo de la dictadura un aspecto claramente vinculado a los mecanismos de exclusión y selección social que formaban uno de los núcleos duros del proyecto de ingeniería social nazi. Pero se intensificó cuando la recuperación de los niveles de empleo produjo una escasez relativa de la fuerza de trabajo disponible y hubo que movilizar las últimas reservas asequibles. Por lo tanto podemos fijar que fue a partir de 1936, momento en que Hitler decidió la puesta en marcha del Plan Cuatrienal que debía asegurar la supremacía militar de Alemania, en que se intensificó la persecución de estos “asociales” y su reclusión en campos de trabajo donde, bajo la vigilancia de las SS, debían realizar trabajos forzados, calculándose que en 1937-38, aproximadamente 15.000 “asociales” o “refractarios al trabajo” fueron encerrados en el campo de concentración de Buchenwald.

[7] Götz Aly, Susanne Heim, Architects of Annihilation. Auschwitz and the Logic of Destruction, London, Weidenfeld & Nicholson, 2002, pp. 186-214.

[8] Robert Antelme, La especie humana, Madrid, Arena Libros, 2001, pp. 41-42.

[9] Citado por Bernard P. Bellon, Mercedes in Peace and War. German Automobile Workers, 1903-1945, New York – Oxford, Columbia University Press, 1990, pp. 245-246.

[10] Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1943, pp. 294-308. Neumann denomina la economía alemana en el momento de la guerra como “capitalismo monopólico totalitario” o sea “una economía capitalista privada, que regimenta un estado totalitario”.

[11] Michael T. Allen, The Business of Genocide. The SS, Slave Labor, and the Concentration Camps, Chapel Hill – London, The University of North Carolina Press, 2002, pp. 175-176.

[12] En la Daimler-Benz la utilización de mano de obra procedente de los campos de concentración comenzó en algunas plantas en el verano de 1940, después de la derrota de Francia, y plenamente en enero de 1941, convirtiéndose esta práctica, como afirma Neil Gregor en “…un elemento central de su política laboral”, Daimler Benz in the Third Reich, New Haven and London, Yale University Press, 1998, p. 176.

[13] Ulrich Herbert, Hitler’s Foreign Workers…, op. cit., p. 384; aunque su afirmación no sería compartida por otros que consideran, como hemos visto que la fuerza de trabajo femenina en Alemania durante la guerra llegó a ser superior a la de otros países beligerantes, lo que restaría fuerza a ese argumento para explicar el reclutamiento de mano de obra forzada, cfr. Eve Rosenhaft, Rosenhaft, Eve, “Women in Modern Germany”, Gordon Martel (ed.), Modern Germany Reconsidered, 1870-1945, London – New York, Routledge, 1992 y R.J. Overy, War and Economy in the Third Reich, Oxford, Clarendon Press, 1994.

Resumen de “Arbeit macht Frei”. El trabajo y su organización en el fascismo (Alemania e Italia), Mataró, El Viejo Topo – FIM, 2004.

Alejandro Andreassi Cieri

Alejandro Andreassi Cieri, Profesor jubilado del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona

Ilustraciones: Conversación sobre la Historia y el autor.