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viernes, 2 de marzo de 2018

Elogio de la bondad

Daniel Raventós, Julie Wark

Julie Wark y Daniel Raventós han escrito un libro que Counterpunch acaba de publicar en enero de 2018 con el título de Against Charity. Están previstas las traducciones al catalán y al castellano. Ofrecemos a continuación la traducción del prefacio de Against Charity.

La palabra inglesa kind (tipo, clase)—palabra raíz de kindness (bondad)—en inglés antiguo cynd(e), es de origen germánico y está relacionada con kin (familiares). El sentido original era naturaleza o característica innata, por lo que vino a significar una clase de algo, distinguido por sus características innatas y, para el siglo XIV, cortesía o acciones nobles que expresaban el sentimiento que los familiares o semejantes tienen entre sí. Hay un sentido de igualdad forjado en esta palabra. También de fraternidad. Y de respeto.

La caridad, al menos en su forma institucional, casi ha dejado atrás sus muy tempranos significados de la bondad en sus sentidos de "disposición para hacer el bien" y "buenos sentimientos, buena voluntad y amabilidad" para asumir su forma actual de relación entre el que da y el que recibe, que es desigual porque el receptor no está en posición de corresponder. Pero todavía se presenta generalmente como bondad, o como una forma de enmascarar la poco amable (unkind) disparidad construida en la relación y, a veces, quizás, expresando el deseo de que nunca haya renunciado a su pasado más amable. Por ejemplo, Jack London escribía: “Un hueso para el perro no es caridad. La caridad es el hueso compartido con el perro cuando estás tan hambriento como el perro”. La “caridad” que describe se remonta a los orígenes y se parece más a la bondad que a la caridad tal y como la conocemos porque sugiere igualdad, una suerte de familiaridad o parentesco (kinship) en el hambre entre el que da y el perro. Y tal vez el perro pueda corresponder al hombre dándole calor.

El tipo de caridad más habitual, la que ha sido institucionalizada, es de la que habla Chinua Achebe en su Anthills of the Savannah: “Mientras llevamos a cabo nuestras buenas obras, no olvidemos que la solución real reside en un mundo donde la caridad se habrá vuelto innecesaria”. Este es, por desgracia, el tipo de caridad que se ha vuelto casi sacrosanta, el tipo de caridad que atrae la atención sobre lo diferente, y se enmascara como bondad cuando generalmente beneficia al donante más que a quien recibe. Una de las revelaciones menos jugosas de las grabaciones de Lady Di recientemente lanzadas es que, cuando se le preguntó por qué participaba en obras de caridad, se ríe y dice: “¡No tengo nada más que hacer!”. Demasiado para los destinatarios.

Dado que, en su sentido más antiguo, la bondad (kindness: el tratamiento otorgado a los familiares o a los miembros de una comunidad de semejantes) se ocupa del bien de los familiares y de la comunidad, Aristóteles nos dice en el primer parágrafo de la Política: “Todo estado es una comunidad de algún tipo, y cada comunidad se establece con miras a algún bien [...] Pero si todas las comunidades aspiran a algún bien, el estado o la comunidad política que es superior, y que abarca a todas las demás, apunta al bien en mayor grado que cualquier otra, y al más alto bien”. Hoy en día, sin embargo, la palabra operativa en política es “división”, el gran abismo entre los muy ricos y la gran cantidad de pobres, la división entre hombres y mujeres, ciudadanos y refugiados, negros y blancos, el enfrentamiento de un grupo étnico contra otro, una religión contra las otras, el “progreso” contra el planeta, lo privado contra lo público, y así sucesivamente. El gobierno, y especialmente la Administración Trump, está incitando a la división en beneficio de unos pocos poderosos en lo que equivale a una guerra abierta contra la esfera pública, lo público en sí y el bien público. La caridad institucional, que enriquece aún más a los millonarios y multimillonarios exentos de impuestos mientras reparten su filantropía entre sus proyectos preferidos, solo contribuye a sostener esta división.

La historia, por supuesto, y los estudios psicológicos -siendo el experimento de Milgram uno de los más notorios- han mostrado cómo en un contexto autoritario y egocéntrico, seres humanos aparentemente razonables pueden llegar a ser insensibilizados ante el sufrimiento de los otros y actuar cruelmente entre sí. El coste psicológico de esta insensibilización sobre los perpetradores o los instrumentos humanos de falta de amabilidad o la crueldad (unkindness) (donde kind se toma como adjetivo [bondadoso] y sustantivo [semejantes]) no recibe mucha atención, pero, por poner un ejemplo, el Centro RAND para Investigación de Políticas de Salud Militar estima que el 20% de los veteranos que sirvieron en Irak o Afganistán sufren depresión grave o trastorno de estrés postraumático. Ser cruel (unkind) y, por tanto, actuar en contra de la propia familia humana (kin), no es bueno para los humanos. Sin embargo, la misantropía sistemática de líderes políticos para quienes la gente común tiene escaso valor, y los multimillonarios que no son personas como nosotros, sino que se pavonean como personajes extravagantes que hacen extrañas declaraciones en sus demostraciones de irrealidad [i], insensibilizan a naciones enteras ante la difícil situación de los demás, llevando, a nivel individual, a crímenes de odio, ataques racistas y un resurgimiento de la extrema derecha, y a nivel nacional, a los que imponen políticas de austeridad que, con conocimiento de causa (y sólo hace falta leer las memorias recientes de Yanis Varoufakis, Comportarse como adultos, para ver lo bien que conocen la causa) destruyen millones de vidas, y a gobiernos que están gastando miles de millones de dólares para dañar a refugiados e inmigrantes, para vergüenza y angustia de muchos ciudadanos ante este tratamiento de nuestros semejantes.

La compulsión terrible y estúpida de la vida capitalista está, en nombre de la libertad, restringiendo cada vez más nuestras opciones de elección de vida y estrangulando nuestra capacidad para apreciar la belleza de nuestro planeta y aprender de otras especies más humildes hasta tal punto que lo estamos matando todo sin pensar, con tal de obtener bienes de consumo innecesarios e idiotas distracciones. Los científicos están hablando de una Sexta Extinción. Si no somos capaces de reconocernos y respetarnos mutuamente, reclamar nuestra especie (kin), nuestra familia humana, reconocer a todos los seres humanos como nuestros parientes, y practicar la bondad (kindness) con nuestros semejantes y otras especies animales y vegetales no tan semejantes con las que compartimos el planeta, la alternativa a la que nos dirigimos es realmente aterradora.

Nuestro título es Against Charity, pero podría ser igualmente "For Kindness" (también en el sentido común de reconocer a todos, a cada uno, de nuestro tipo), que de hecho sería un llamado por los derechos humanos universales y sus tres grandes principios de libertad, justicia y dignidad. Casi cualquier ser humano dirá que él o ella aspira a tenerlos y disfrutarlos. Pero no pueden ser dados por la caridad porque la igualdad y la fraternidad son sus otras dos cualidades esenciales. Solo pueden ser efectivos cuando reconocemos que todos somos parientes (kin). Y cuando actuamos en (y para el bien de la) especie. Entonces, al escribir este libro, no nos limitamos a revelar la caridad como la estafa de "bondad" (kindness) que es, sino que también hemos descrito los medios por los cuales podemos ser más amables (kinder) entre nosotros como criaturas, -como familiares -que comparten el mismo planeta.

Tal medida debería ser universal. Nadie puede ser excluido o tratado como diferente. Una renta básica universal e incondicional no es una quimera. En términos económicos, es perfectamente factible. Y podría garantizar el derecho a existir absolutamente de todos. La pobreza podría ser abolida y la violencia de lo que Pankaj Mishra describe en su reciente libro La edad de la ira como una pandemia global de ira podría al menos atenuarse. Con una renta básica universal e incondicional, sería posible compartir los valores de libertad, justicia y dignidad con toda nuestra familia humana por el simple hecho de respetar el derecho básico (o “primer derecho”) de la existencia material. Si pudiéramos lograrlo, la caridad sería innecesaria y podría sentar las bases para que la amabilidad y la bondad (kindness) prevalezcan. 

http://www.sinpermiso.info/textos/elogio-de-la-bondad

viernes, 15 de diciembre de 2017

Sin Antoni Domènech será mucho más difícil abrir puertas al futuro. El filósofo catalán, autor de 'El eclipse de la fraternidad', ha fallecido a la edad de 65 años

"Ya puedes comprender que muerto
está nuestro conocimiento, desde el instante
en que al futuro queda cerrada toda puerta".

Con estas palabras del Infierno de Dante resumía Antoni Domènech el "nihilismo de cátedra" de aquellos quienes "con la nómina segura a fin de mes, perdida toda esperanza en el futuro" les resulta "más entretenido deconstruir a los compañeros de departamento que molestarse en averiguar cuál es el salario mínimo interprofesional del país en el que uno enseña o dicta sus conferencias".

Unas palabras que podrían servir también como epílogo de una vida dedicada a un proyecto político, moral e intelectual de enorme envergadura: pensar el presente para conquistar el futuro; y dedicada a hacerlo con la radicalidad y el rigor de quien sabe que la filosofía ni puede encerrarse en la comodidad de los despachos, ni puede reducirse a lo panfletario.

Y si hablamos de epílogo es porque Antoni Domènech falleció ayer, a la edad de 65 años.

Editor general de Sin Permiso y catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Universidad de Barcelona, Domènech fue militante antifranquista y se definía como "socialista sin partido". Su discurso era claro, preciso y provocador: hablaba como si se estuviera riendo, como si en llevarse a la boca sus ideas recordara divertido la fuerza del discurso que se disponía a enunciar.

Para la audiencia que lo escuchaba no siempre era fácil seguir los meandros de su pensamiento. Quizá porque siempre defendió que los conceptos político-normativos no pueden aislarse de la situación histórico-real, en sus explicaciones saltaba con violencia del dato histórico o la cita exacta a una densa reflexión teórica. De hecho, en la última conferencia del filósofo catalán a la que pude asistir, titulada sesudamente "Análisis de la fraternidad como metáfora cognitiva", no solo desafió las ideas preconcebidas con las que ibas armados quienes habíamos leído sus libros, sino que desbordó toda expectativa académica con un discurso que nos llevó desde la Grecia de Aspasia hasta nuestros días.

Tras conocerse la noticia de su muerte, César Rendueles afirmó que Domènech es el "autor del ensayo en lengua castellana más importante en lo que va de siglo que, por supuesto, está descatalogado". Una afirmación potente y elusiva que nos obliga a recordar que Domènech —además de haber traducido al castellano algunas de las principales obras del liberalismo político como son las de Rawls o Habermas- escribió dos libros fundamentales, uno en cada uno de los siglos que vivió, y que -desgraciadamente— ambos son inencontrables.

Por un lado, "De la ética a la política: de la razón erótica a la razón inerte", en el que se propone una relectura de Hobbes, Rousseau y Kant desde la teoría de juegos, un ejercicio cuyo objetivo último es denunciar la transformación de la racionalidad en una "razón inerte", y sentar las bases de una ética racional que posibilite la "rectificación de la cultura moral" del capitalismo tardío y no rehuya la discusión sobre aquello que constituye una vida buena.

Publicado en 1987, suponía una recepción innovadora de la tradición analítica en filosofía política que se oponía a las habituales lecturas posmodernas: sin los aspavientos del rebelde autoproclamado, Domènech siempre pensó en los márgenes y desde los márgenes.

Por el otro, "El eclipse de la fraternidad". Una revisión republicana de la tradición socialista, que propone una revisión histórica del concepto de "fraternidad", centrándose especialmente en el período que va de 1848 a 1936, para revalidar este ideal olvidado. La fraternidad no es solo un sentimiento pospolítico, una vaga forma de solidaridad entre ciudadanos: no es una virtud supererogatoria, como muchas veces se ha interpretado siguiendo la tradición cristiana.

Entonces, la fraternidad constituiría la estructura política que daría sentido a la "igualdad" y la "libertad", la base sin la cual estos seguirían siendo meros espantajos bienpensantes que la clase dominante ondearía para justificar su dominio. Para explicarlo, Domènech siempre recordaba esta frase de Marat: "vemos perfectamente, a través de vuestras falsas máximas de libertad y de vuestras grandes palabras de igualdad, que, a vuestros ojos, no somos sino la canalla".

La fraternidad, a partir de 1790, es lo que unificaba a la población trabajadora: "una horizontalidad conscientemente política, conscientemente emancipada de los yugos señoriales y patriarcales que la venían segmentando verticalmente [...] 'emanciparse' llegó entonces a significar para el pueblo llano 'hermanarse'". Y es la desaparición de esta "bestia horizontal", como la llamó el historiador E.P. Thompson, la que documenta Domènech en El eclipse de la fraternidad.

Desde la publicación del libro, tanto él como su esposa, Maria Julia Bartomeu, también filósofa y especializada en Kant, se dedicaron a continuar pensando el potencial transformador de las ideas revolucionarias y en cómo la historiografía contemporánea ha neutralizado la fuerza de muchas de ellas. Pero también han escrito en otras direcciones: sobre feminismo, renta básica, republicanismo, filosofía en lengua castellana o la idea de utopía.

¿Es El eclipse de la fraternidad el ensayo más importante en lengua castellana en lo que va de siglo?
Probablemente sí, aunque su centralidad debe buscarse menos en esa academia que mide el impacto a golpe de cita en artículos indexados, que en la cantidad de caminos que ha ido abriendo Domènech con sus escritos. Ya sea por su rechazo al mandarinismo o por su abrumadora erudición, de la que gozaba como una golosina, pero que lo alejaba de las columnas de opinión, el catalán nunca protagonizó portadas ni primeros planos: era siempre el pensador que estaba detrás de.

Por todo ello, una cosa es segura: sin Antoni Domènech —y sin sus libros— será mucho más difícil abrir puertas al futuro.

http://www.playgroundmag.net/cultura/books/fraternidad-Antoni-Domenech_0_2049995000.html