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sábado, 18 de noviembre de 2023

El socialismo surreal en el Chile de Allende. .

Fotograma de la película 'El Realismo Socialista' de Raúl Ruiz
Fotograma de la película 'El realismo socialista' de Raúl Ruiz.CORTESÍA PRODUCTORA POETASTROS (CORTESÍA PRODUCTORA POETASTROS)

La película perdida de Raúl Ruiz, ‘El Realismo socialista’, se estrena medio siglo después. Entre el documental y la ficción macabra, hay un retrato irónico, amargo y visionario de las esperanzas que truncará el golpe de Pinochet.


Raúl Ruiz, el director de cine chileno fallecido en 2011, dejó inacabado el montaje de la película El Realismo socialista cuando huyó de su país en 1973, rumbo a Argentina y luego a Francia, por el sangriento golpe de Estado de Pinochet. Es una visión ácida del clima social que ebullía en el Chile de Salvador Allende, que empieza como un documental y va transitando a una ficción surrealista y macabra. Valeria Sarmiento, su viuda y también cineasta, ha terminado la tarea y el resultado se presenta en el Festival de San Sebastián que empieza el día 22.

El título completo, El Realismo socialista considerado como una de las bellas artes, puede hacer temer al despistado un tostón de propaganda revolucionaria, cuando aquí hay de lo contrario, una sátira de los tostones de propaganda revolucionaria. El discurso de los ortodoxos queda plasmado en su ridiculez, aunque con cierta ternura. Resulta un retrato amargo y visionario de las esperanzas truncadas del pueblo en una presidencia que sería devastada por los milicos.

Queda claro que Ruiz, aunque militó en el Partido Socialista y era cercano a la Unidad Popular, tenía una mirada muy libre, heterodoxa, que rebosa ironía, siempre atenta a lo paradójico. Buena parte del reparto de esta película no son actores. Los trabajadores que toman el control de su fábrica son auténticos; otra trama es la de unos intelectuales burgueses (que te llamaran burgués era lo peor) muy concienciados que quieren hacer la revolución poética. Y asoman tipos siniestros que, se intuye, estarán tras el golpe y la salvaje represión que vendrá.

El director elige poner el foco en dos disidentes: un obrero expulsado de la fábrica, por pillo y porque no es lo bastante revolucionario, y un publicista que reniega del capitalismo. Estos dos seres extraviados, que se irán radicalizando en sentidos opuestos, ilustran la polarización del país. El camino al desastre.

Lo que parece una parodia es real; cuando crees que todo es real te sacude lo surreal. La película no entusiasmará a los dogmáticos. Ruiz nunca lo fue.

martes, 7 de abril de 2020

Ken Loach: “Solo lo público nos sacará adelante”

El cineasta británico se confiesa muy preocupado ante la pandemia, y considera que al final, en lo social, se vuelve una y otra vez “a luchar las mismas batallas”

Hace 10 días, corrió el rumor en Internet de que las películas de Ken Loach (Nuneaton, Inglaterra, 83 años) iban a ser liberadas en su canal de YouTube. No tenía sentido: los derechos audiovisuales de las obras pertenecen a diferentes compañías según los territorios en los que se hayan vendido y los tiempos estipulados en cada contrato, pero tras contactar con Loach para desmentir la posibilidad, se abrió una puerta: le apetecía una charla.

Así fue como el pasado jueves, a primera hora de la mañana española, más pronto aún en Bath, la ciudad al suroeste de Inglaterra en la que vive el doble ganador de la Palma de Oro de Cannes –por El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake-, sonó el teléfono. “Hola, soy Ken. ¿Cómo estás?”. La voz de Loach es muy característica: quebradiza y doliente, suave, envuelve en cambio un discurso firme en pro de los derechos humanos y de los trabajadores. Un ejemplo: en 1971 la ONG Save The Children –que entonces nada se parecía a la actual- le contrató para que rodara un documental sobre su labor. Loach lo filmó, lo entregó y los directivos de Save The Children escondieron la película en un cajón: a pesar de que eran los clientes, el cineasta decidió mostrar el racismo y el clasismo de lo que en aquella época era “una empresa de caridad mal entendida”, dijo años después. Desde 1990 con Agenda oculta, se ha convertido en la voz más popular de cine de autor de izquierdas. Y muy atento a la deshumanización laboral de las nuevas tecnologías, como mostró su último filme, Sorry We Missed You (2019).

Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Bien. Con mi esposa. Tranquilo. Y preocupado. Dedico el tiempo a hablar con amigos.

P. ¿Está trabajando en algo?
R. No en algo concreto. Hablo con Paul [Laverty, su coguionista, que vive en Edimburgo] mucho, pero no estoy con ánimo.

P. La pandemia no da respiro.
R. Vivo en un país con un Gobierno incompetente. No hubo planes de contingencia, con médicos y enfermeras trabajando sin la protección adecuada, han dejado tirados a los cuidadores de ancianos, y por tanto, a esos ancianos. Sabían que el virus venía y no se anticiparon. Puedo entender a Gobiernos como el español o el italiano, porque fueron los primeros en encarar a la Covid-19 en Europa, ¿pero el británico? Os estabais encerrando en España, y quiero enviar mi solidaridad a las familias de los fallecidos en tu país, y aquí Boris Johnson primó salvar a la economía antes que a sus conciudadanos. Es un fracaso rotundo. Viven para los mercados, y los mercados les dejaron tirados. La información que nos ha llegado sobre quién podía salir o no ha sido absolutamente confusa. Claro que hay que industrias que tienen que trabajar, pero en edificios seguros, ¿no? Aunque en condiciones adecuadas. Y esta confusión ha provocado una ola de rabia…

P. ¿Cómo calificaría a Boris Johnson?
R. La situación recuerda mucho a la de hace un siglo, cuando se inició la Primera Guerra Mundial. Centenares de miles de jóvenes soldados fueron enviados al frente a morir, tratados como burros. Hoy, Johnson trata igual al personal sanitario: como burros.

P. Siempre se ha definido como optimista. ¿Incluso ahora?
R. [risas] Depende de cómo lo midamos. Supongo que tiene que ver con la gente que te rodea, incluso con quien te gobierna. Hoy, desde luego, no lo soy. Estoy bastante asustado por mi familia. Mis hijos y nietos viven en Londres y Bristol, y son zonas de riesgo asoladas por un virus descontrolado.

P. Usted filmó un documental, El espíritu del 45, sobre el espíritu de solidaridad que unió a los británicos durante la Segunda Guerra Mundial, y la posibilidad de haber creado una sociedad más justa al acabar el conflicto bélico. ¿Podríamos vivir un momento similar?
R. Bueno, la diferencia es que entonces la gente quería un cambio. Y había un liderazgo en ese camino. Hasta que los políticos acabaron con aquello. Aquí, hoy, Jeremy Corbyn ha sido apartado del liderazgo del Partido Laborista tras recibir durante años ataques desaforados. Y me temo que los laboristas volverán a ser un centro descafeinado. Hemos perdido la oportunidad, el estado anímico es otro.

P. También hay una gran preocupación por toda Europa por el desmantelamiento del Estado de bienestar.
R. Puede que sea el final…, o su renacimiento. Porque la gente ha entendido la necesidad de tener una sanidad pública en condiciones. Solo lo público nos sacará adelante. ¿Sabes qué he visto con los años? Que siempre estamos luchando las mismas batallas. Una y otra vez. La falta de principios provoca falta de organización que a su vez provoca mal análisis. Y caen las fichas. A eso nos lleva el capitalismo furibundo.

P. ¿Es tiempo para apostar aún más por la democracia?
R. Sí, pero Hitler ganó unas elecciones. Es tiempo de buenos análisis y de solidaridad y de ayuda. ¡Es que Trump fue elegido por votantes! La democracia siempre ha estado llena de buenas intenciones, y siempre ha sido aprovechada por los corruptos. Los políticos deben mirarse menos a sí mismos y más a los votantes, a la maltratada clase trabajadora. Seguimos viviendo el conflicto entre explotados y quienes se llevan el dinero. Y vivimos el triunfo de la propaganda, financiada por los partidos de derecha y ultraderecha. Estos días, como pequeño ejemplo, yo estoy sufriendo de nuevo ataques por mi posición antiisraelí. Llevo 30 años padeciéndolos. Por suerte, mis amigos judíos entienden que estoy en contra del comportamiento de un Estado que oprime a los palestinos, y no en contra de una religión.

P. El Brexit suena ya a pesadilla lejana.
R. Pero sigue ahí, nada va a cambiar. Quiero ver cómo va a cambiar la Unión Europea, si va a ser capaz de convertirse en algo más que en una asociación económica y proteger a los europeos. Y a proteger la democracia incluso entre sus miembros, no permitiendo pasos como los que se están dando en Hungría.

P. ¿Le da tiempo a ver películas? Hay una oleada de cultura gratis o accesible desde casa.
R. ¡Qué va! Con responder cartas se me va el tiempo. Camino algo porque vivo a las afueras. Hablo con la familia. Disfruto más de las cosas sencillas. Ahora, creo que la cultura debe de tener un valor, porque sus creadores tienen que ser remunerados.

P. ¿Sale al aplauso diario?
R. No, porque solo tengo de testigos a los pájaros y los árboles. Pero constantemente pienso en el personal sanitario, y en la hipocresía del Gobierno de enviarles sin material adecuado y a la vez aplaudir cada tarde.

"NO ME PUEDO OLVIDAR DE QUIENES CUIDAN A LOS ANCIANOS"
Durante el pasado festival de San Sebastián, Ken Loach dedicó un día, el último de su estancia, a apoyar con su presencia en una acampada a las trabajadoras de las residencias de ancianos de Gipuzkoa, que se encontraban en huelga por sus condiciones laborales. Lo hizo sin que lo supiera la prensa, pero posó junto a todo el que se lo pidió. "Antes de que colguemos, quiero enviarles un gran abrazo. Porque son gente que viven en un equilibrio muy precario mientras cuidan de otros. Sé que su situación ha empeorado aún más si cabe. No las olvido".

sábado, 14 de diciembre de 2019

Entrevista al cineasta Ken Loach "La gente aún valora la honradez"

Manuel Ligero
La Marea

El director británico vuelve con una obra estremecedora sobre el trabajo precario, Sorry We Missed You

Es imposible mejorar la descripción que Graham Fuller, redactor de la revista Interview, hizo en su día de Ken Loach: “Es un hombre espontáneamente modesto. De hecho, es un oxímoron andante: un director de cine que, aparentemente, carece de ego. (…) De los innumerables cineastas que han hablado delante de mi grabadora durante años, Loach ha sido el menos director, el menos interesado en dotar a la profesión de una relevancia cósmica”. Los periodistas nos empeñamos en abordarlo con expresiones como “en su obra es importante esto” o “en sus películas se habla de aquello”. El maestro inglés nos corrige con dulzura antes de contestar: “No es ‘mi’ película. También es de Paul Laverty [su guionista de cabecera] y de Rebecca O’Brien [la productora]. Es un trabajo de equipo”. Quien así habla tiene dos Palmas de Oro de Cannes en su despacho y ha firmado algunas de las películas más conmovedoras de los últimos 30 años. Títulos que reflejan la vida de la clase obrera más desfavorecida aunando ternura, humor y drama: Riff-Raff, Lloviendo piedras, Ladybird Ladybird, Mi nombre es Joe, Buscando a Eric, Yo, Daniel Blake… La lista es abrumadora.

Loach acudió a San Sebastián para presentar Sorry We Missed You, una obra estremecedora sobre el “trabajo precario”; así lo expresa él, en castellano, guiñando un ojo para que apreciemos su esfuerzo por definir el tema con precisión en nuestro idioma. “El mundo cambia y siempre surgen nuevas formas de explotación. Esta forma de trabajar es absolutamente nueva y nadie había contado antes el efecto que tiene sobre las familias”. Su último filme narra la historia de un matrimonio aplastado por la carga laboral. Él conduce una furgoneta de reparto y ella es cuidadora a domicilio: ayuda, limpia y alimenta a personas que no pueden moverse por sí mismas y de la tercera edad. Sus hijos crecen solos porque ellos pasan por casa exclusivamente para dormir. Es la historia, en resumen, de una familia que se descompone. ¿Es política? Sí, claro, no podía ser de otra forma. Pero Fuller, nuevamente, lo expresa mejor: “La principal preocupación de Loach, pese a que su trabajo está arraigado en la lucha política, no es ni la retórica ni la ideología, sino la gente”.

¿Cómo describiría su acercamiento a esta gente? ¿Es piedad? ¿Rabia por sus condiciones de vida? ¿Es amor?

Es complejo, porque no se trata solo de mis sentimientos. Ya he dicho que la película es un trabajo de equipo. Lo primero es el respeto, eso lo compartimos todos. Pero yo, si tuviera que definirlo con una sola palabra, diría “solidaridad”.

Prefiere hablar de autenticidad antes que de realismo. Los personajes de todas sus películas también demuestran una gran solidaridad entre ellos. ¿Eso también es auténtico? ¿Tiene una base real?

Diría que sí. Apoyarnos mutuamente es algo natural. Siempre hay algunos egoístas, claro, pero lo más normal es echarle una mano al prójimo.

¿Y eso no está en crisis también?

No lo creo, aunque es cierto que la gente de mi generación ha visto otro tipo de sociedad. Cineastas como Mike Leigh o como yo, que crecimos en los años 40 y 50, justo después de la guerra, vimos que por entonces había un sentimiento muy fuerte de comunidad. La gente trataba de crear una sociedad mejor en torno al bien común. A la siguiente generación, la que creció en la época de Margaret Thatcher, no se la educó en los beneficios de trabajar por el bien común sino en los valores del éxito privado. El estado de ánimo era muy diferente. Se pasó del “vamos a trabajar juntos” al “preocúpate por ti mismo, busca el éxito, sé un emprendedor”.

Y de ahí se pasó a esa trampa llamada «economía colaborativa».

Que es perfecta para el empleador y una desgracia para la clase trabajadora. Porque el patrón ya no necesita un encargado que le diga a la plantilla qué es lo que tiene que hacer y que la vigile minuto a minuto. Se controlan a sí mismos por medio de una aplicación. Y además no tienen vacaciones pagadas ni protección sanitaria en caso de enfermedad. Es un desastre.

¿De dónde viene su interés por contar las dificultades de la clase trabajadora?

Bueno, la mayoría de nosotros somos trabajadores, pero dentro de este grupo hay gente que está peor: los trabajadores pobres, que son muy vulnerables y tienen que luchar mucho para poder sobrevivir. Me interesan esas vidas. Luego está el afán por cambiar este estado de cosas, que es algo que debe ocurrir desde abajo, por parte de la propia clase obrera. Los burgueses no van a regalarnos nada. Y la tercera razón es porque cuentan los mejores chistes.

Hay una escena en la película en la que el padre riñe a su hijo adolescente diciéndole: “Nosotros no robamos”. Y eso es un orgullo viniendo de una familia humilde de clase trabajadora. ¿Cree que el neoliberalismo está cambiando de alguna manera este código moral?

No lo creo. Siempre hay un elemento criminal en todos los estratos sociales, empezando por Donald Trump y yendo hacia abajo. La sociedad económica no tiene moral. Se basa simplemente en la explotación y en el acaparamiento: un grupo de propietarios se lo queda todo y los otros lo pierden todo. Pero creo que la gente, en general, aún se precia de ser honesta. Valora la honradez. Entre la burguesía, en cambio, no creo que la ética sea una de sus grandes cualidades. Saben que robar directamente no está bien, pero no tienen ningún reparo en apropiarse de los recursos naturales de un país. Por supuesto, ellos no lo llaman robar. Lo llaman comercio.

Sorry We Missed You habla de los estragos que este sistema laboral produce en la familia. ¿Esto tiene arreglo?

Lo que un sistema económico debería ofrecer es seguridad. Seguridad frente al paro, seguridad en los ingresos, seguridad para tener un hogar, para tener una educación, seguridad cuando estás enfermo, cuando eres mayor… Si tenemos eso, la familia tendría tiempo para cuidar de sus relaciones, que es lo que falta cuando el padre y la madre trabajan 10 o 12 horas al día. Con esa seguridad, cuando ya tienes cubiertas tus necesidades básicas, puedes preocuparte por el vecino, puedes ser generoso con el inmigrante. Si no tienes esa seguridad, te encierras en ti mismo. Para ser generoso hay que sentirse fuerte. Y esta generosidad hacia tus hijos, tus vecinos, tu comunidad, es un buen entorno en el que vivir.

¿Piensa en una audiencia específica cuando rueda sus películas?

Realmente no. El principal compromiso es con la historia y con los personajes, a los que hay que retratar con la mayor autenticidad posible. Hay que llegar a la misma piel, que es muy diferente si se trata de un trabajador o de un burgués. Eso se ve incluso en el físico. Sus cuerpos están moldeados de forma diferente. Mueven las manos de forma diferente. El idioma que hablan es diferente. Hasta su mirada es diferente. A la hora de componer ese retrato no cedo ni un ápice.

El enemigo está entre nosotros

Desde los años ochenta, Loach tiene una fijación, una espina clavada: los líderes sindicales que traicionaron a los trabajadores en aquella época, en las minas, en los puertos, en las fábricas, haciendo triunfar a la postre el modelo thatcheriano. Quizás por eso en sus películas no suele criticar a los peces gordos, porque eso sería demasiado obvio, sino a los mandos intermedios, a los lacayos, a los trabajadores que venden a sus propios compañeros. En nuestros días, el modelo de explotación se ha refinado. O mejor dicho, se ha retorcido, como puede verse en la empresa de reparto que aparece en Sorry We Missed You : “Ahí hay un encargado, que no es el dueño de la empresa, que dice ‘cuidar’ a sus trabajadores dándoles más y más trabajo. ‘Yo cuido de ti y de tu familia porque te hago ser más eficiente’, les dice. Cree que los defiende, paradójicamente, imponiéndoles un régimen draconiano. Y a través de él vemos cómo ahora el trabajo se puede abrir o cerrar, como un grifo, lo que es magnífico para el negocio, porque evita los contratos y elimina los derechos laborales. Así son más competitivos, lo que atraerá más trabajo, y cree que eso es bueno. En realidad no protege a los trabajadores, los destruye. Esa es la contradicción del libre mercado”.

El interés de Loach por la división de la clase trabajadora tiene, sin duda, un capítulo de oro en Tierra y libertad (1995). “Cuando hicimos esa película –explica– hablamos de la división de la izquierda durante la Guerra Civil española y del enorme peaje que tuvo que pagar por aquello.No nos propusimos hacer una película contra el fascismo porque ¿quién era fascista en los años 90? Nadie. En aquel momento no podíamos prever el actual renacimiento de la ultraderecha. Pero ahora sí se podría hacer una película antifascista para recordarle a la gente lo que es eso. Quizá la ultraderecha de hoy no sea exactamente fascista, pero utiliza una técnica similar: dividir a la clase trabajadora y enarbolar prejuicios simplistas”.

¿Boris Johnson juega en esa liga?

En cierto sentido parece el tonto útil de la ultraderecha, pero creo que no lo es. Presenta una fachada bufonesca pero tiene una idea muy clara de lo que quiere hacer: vender Gran Bretaña a los Estados Unidos. Bajaría los impuestos a cambio de dejar entrar a las empresas norteamericanas de seguros. Todos los servicios se empobrecerían y el trabajo sería más barato y más precario. Johnson es un personaje complejo. Es mucho más listo de lo que parece. En otras circunstancias sería incluso interesante.

A su favor cuenta con que la izquierda británica también parece dividida.

Eso no es cierto. Es la impresión que quieren dar los medios. La BBC, por ejemplo, es descaradamente hostil a Corbyn. Incluso la línea editorial de The Guardian es anti Corbyn. El Partido Laborista ahora mismo está muy unido en torno a su líder. Pude verlo en la reciente conferencia que tuvo lugar en Brighton. Tienen un plan espléndido para acabar con la precariedad y para recuperar los servicios básicos privatizados: agua, electricidad, transporte… Y este plan tiene una gran aceptación popular. Solo hay divergencias en un tema: el Brexit. Por eso los medios no hablan de otra cosa.

La censura económica

Durante los años ochenta, Ken Loach decidió tener un papel más activo en la oposición a las políticas de Margaret Thatcher y cambió la ficción por los documentales. En ellos mostraba la descomposición de la lucha sindical de los mineros y los trabajadores siderúrgicos. Todos fueron sistemáticamente censurados por la Independent Broadcasting Autorithy. Incluso la obra de teatro Perdition, de Jim Allen [su colaborador durante 15 años en la tele británica y guionista de Tierra y libertad ], que Loach estaba dirigiendo en aquel tiempo, fue retirada del cartel un día antes del estreno. Encontró cerradas todas las puertas. Solo pudo recuperar su carrera a partir de 1990, tras el éxito de Agenda oculta , que versaba sobre Irlanda del Norte y fue financiada con dinero estadounidense.

Al recordar aquellas dificultades ve un paralelismo entre aquel director silenciado que fue y la imposibilidad de los jóvenes cineastas de hoy para sacar sus proyectos adelante, especialmente si se trata de hacer películas de corte social. “La gente que decide qué películas se hacen, es decir, los productores, las distribuidoras y las televisiones, ninguno de ellos quiere hacer películas radicales. Y es lógico: son parte del sistema”, explica Loach. “A la hora de elegir prefieren una comedia romántica o una película de superhéroes. Conozco montones de jóvenes a los que les encantaría contar este tipo de historias sociales pero no encuentran financiación. Yo tuve mucha suerte cuando empecé en televisión [en 1963]. Podíamos hacer ficción contemporánea con bastante libertad. Si yo empezara a trabajar hoy, no me darían esa oportunidad. Ahora la tele es un vehículo para el espectáculo y está muy controlada. Hay una enorme burocracia, con un montón de filtros: jefes, desarrolladores de proyecto, productores, directores de área, directores de canales… Y todos tienen una opinión. Todo el mundo quiere meter la cuchara en un guiso que no es el suyo. Cuando mi generación empezó a trabajar, esa gente no existía. Tuvimos suerte, nos hicimos un pequeño renombre y como no nos ha ido del todo mal, siguen dándonos dinero. Pero si empezara ahora sería imposible”.

Y a su edad, 83 años, ni siquiera se atreve a hablar de su próximo proyecto: “No sé si volveré a rodar otra película. Hablar de hacer una película es fácil, pero hacerla es algo muy duro”.

Fuente:

https://www.lamarea.com/2019/11/07/ken-loach-la-gente-aun-valora-la-honradez/

jueves, 5 de diciembre de 2019

I, Daniel Blake

El director de I, Daniel Blake, eleva su apuesta con esta historia desoladora de un repartidor empujado al borde del abismo laboral. Recogemos la crítica que escribió Peter Bradshaw tras ver la película en el Festival de Cannes el pasado mes de mayo.

El director Ken Loach y el guionista Paul Laverty han vuelto a tomar Cannes con otro apasionado boletín sin remilgos desde el corazón de la Gran Bretaña moderna, tierra del vasallaje de la disponibilidad horaria laboral (“zero-hours”) y la servidumbre de la economía de servicios , una película que sigue la tradición de la obra anterior de Loach y que se remonta hasta Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. Es feroz, franca y airada, sin ironía y sin adorno, respecto a un problema contemporáneo crucial de cuyas implicaciones en cierto modo no suele oírse hablar en las noticias.

Al igual que su anterior película, I, Daniel Blake, retrata el coste humano de un desarrollo económico que nos vemos alentados a aceptar como cosa de la vida. Al igual que I, Daniel Blake, ha sido objeto de una investigación substantiva gracias a muchas entrevistas confidenciales, y con riqueza de detalle. Pero yo creo que esta película es mejor: dramáticamente, resulta más variada y mejor digerida, con más luz y sombra en su avance narrativo y más que hacer colectivamente para su reparto. Esta película me atizó en el plexo solar, baldado por la sencilla honestidad e integridad del trabajo de los actores. Pero mis emociones se vieron nubladas por mis sentimientos acerca de una cuestión política tóxica. Volveremos sobre esto en un momento.

El drama nos remite a Ricky (interpretado por Kris Hitchen), antiguo albañil en Newcastle que ha perdido tanto su trabajo en la construcción como su posibilidad de una hipoteca tras el derrumbe económico de 2008. Se trata de un tipo trabajador, afectuoso, con una pizca de carácter y afición a la bebida. Vive ahora de alquiler con su mujer, Abbie (Debbie Honeywood), enfermera de servicios y cuidadora a domicilio, que ha de visitar todos los días a docenas de personas, discapacitadas, ancianas y vulnerables para darles de comer, bañarles y “arroparles”, jerga de una inquietante versión formalizada de intimidad materna. Es una carga de trabajo que a lo largo de los años no le ha dejado tiempo para arropar a sus dos hijos al acabar el día: Seb (Rhys Stone), un insolente adolescente con talento artístico, pero en líos con las autoridades, y su hermanita lista, Liza Jane (Katie Proctor).

l compadre de Ricky le convence para meterse en lo que parece una bonita fuente de ingresos: conducir una furgoneta para una gran compañía de reparto. Pero el gerente, de cara larga, de la empresa, Maloney (Ross Brewster) – un tipo cabezota con un corte de pelo al uno – le dice bruscamente a Ricky que le darán trabajo con un estatus prácticamente de autónomo, sin ninguna de las prestaciones de un empleo convencional. Tiene que comprar o arrendar su propia furgoneta, o alquilársela a la empresa con una tarifa ruinosa y ajustarse a objetivos estrictos de reparto, que establece un lector de códigos de primera importancia, al que de modo inquietante se denomina “el cañón”. De particular importancia son los “precisores”, clientes que han pagado un suplemento por lapsos precisos de reparto. Maloney grita cosas como “¡Saquemos el carton del cemento!” cuando están cargados todos los paquetes: un detalle revelador del mundo real. Pero Ricky no tiene tiempo para ir al baño y tiene que llevarse una botella de plástico, una necesidad que no solo es vergonzante sino que le hace vulnerable. Y Maloney no se lo ha contado todo sobre la situación del seguro.

De modo que Ricky persuade a Abbie para que venda el coche que necesita ella para ir a trabajar a fin de poder comprar él la furgoneta con la que tomar la ruta que les saque de la miseria financiera. Le contratan – o le suben “a bordo”, en la siniestra terminología de la empresa – y Laverty crea una sutil resonancia cuando un poli solícito y agobiado le dice a Seb que tiene una gran familia y que debería “Subir eso a bordo”.

Inevitable, inexorablemente, Ricky se mete en líos cuando las necesidades humanas corrientes entrañan que tenga que tomarse algo de tiempo fuera del trabajo, y el sistema de “sanciones” – otro espeluznante ejemplo de jerga empresarial tomada en préstamo del Departamento de Trabajo y Pensiones – implica que se vea atrapado en más y más deudas con la empresa y tenga que trabajar cada vez más duramo. Abbie tiene también un contrato de absoluta disponibilidad horaria y se da cuenta de que sus pacientes están peor atendidos: Honeywood tiene aquí bonitas escenas desgarradoras. Su vida familiar y su relación con los niños se hace cada vez más tóxica. Resulta absorbente, hasta aterrador, sobre todo cuando Ricky se da cuenta de dónde recae la responsabilidad financiera de sus mercancías. El reparto pone en escena ante nosotros una situación trágica con sencilla dignidad y franqueza.

Y aquí es donde surge mi aprensión. Mucha gente verá esta película como un retrato de problemas a los que se enfrenta la gente, y no de la tontuna ya sabida del Brexit, que preocupa sólo a la gente de la burbuja londinense. ¿Tiene esa sensación el director? No lo sé. Pero yo sólo puedo decir que la Unión Europea es la actual guardería de los derechos de empleo, y fuera de ella es donde los trabajadores encontrarán más cinismo, más explotación, más aislamiento económico y más pobreza. Esta brillante película hace que la mente se concentre.

Peter Bradshaw es el crítico cinematográfico principal del diario británico The Guardian.

Fuente:
The Guardian, 16 de mayo de 2019

viernes, 4 de enero de 2019

El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Lucidez y nostalgia reaccionaria.

Jesús María Montero Barrado
Rebelión

La novela de un aristócrata
 “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Se trata de una frase originaria de la novela El gatopardo*, escrita por Giuseppe Tomasi de Lampedusa y publicada en 1958. También aparece en la película homónima con la que en 1963 Luchino Visconti adaptó magistralmente la novela. La frase, en fin, ha sido utilizada en la ciencia política como una forma de comportamiento humano en contextos de cambio. Encierra de modo sintético una de las claves del funcionamiento de las sociedades -en las que su componente dinámico conlleva la simultaneidad de elementos de continuidad y de cambio- y de determinados comportamientos de los individuos dentro de lo que normalmente se denomina oportunismo.

La novela de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Príncipe de Lampedusa y Duque de Palma di Montechiaro, es el testimonio de un miembro de la vieja clase aristocrática en extinción, resignado por lo que está aconteciendo, pero orgulloso de su estirpe y de su condición. La narración se centra en la figura de Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, principal aristócrata de la isla de Sicilia y directamente vinculado con la casa de los borbones que reinó en Nápoles y Sicilia hasta 1860, momento en que se suma -resignado, eso sí- al proceso de unificación italiano que culminaría diez años después. El narrador omnisciente es el alter ego de don Fabrizio, que no es otro que el propio Lampedusa, descendiente directo del personaje histórico Giulio Fabrizio Tomasi, bisabuelo del escritor.

La novela está situada en Sicilia, que hasta 1860 formó parte junto con Nápoles del reino de las Dos Sicilias, y transcurre en su mayor parte entre 1860 y 1862. La presencia de los camisas rojas de Giuseppe Garibaldi en la isla, bajo el manto del reino de Piamonte, fue el factor decisivo para el levantamiento de parte de la población contra el monarca napolitano y su adhesión a la guerra de unificación. En 1860 se había iniciado una nueva fase en el proceso de unificación de los territorios dispersos que en 1861 dio lugar al reino de Italia, con capital en Turín, y que en 1870 culminó con la conquista de Roma. Los dos últimos capítulos del libro se desarrollan posteriormente: en 1883, año en que muere el príncipe don Fabrizio, y 1910, momento en que se produce el desenlace de la trama novelesca trazada por el autor. El protagonista principal es el citado don Fabrizio, príncipe de Salina, que se encuentra presente a lo largo de la obra como personaje y prácticamente en toda la narración.

La nobleza frente a la nueva realidad
La novela tiene entre los personajes principales a Tancredi Falconeri, sobrino del príncipe don Fabrizio. Pese a su militancia dentro del movimiento unificador y más concretamente en las huestes de Garibaldi, su tío siente por él una gran simpatía. La suficiente para disculpar como puede sus andanzas políticas, cosa que hasta el propio monarca llega a reprenderle, al principio con sutileza y luego con dureza:

“-Salina, ven aquí. Me han dicho que en Palermo andas en malas compañías. Ese sobrino tuyo, Falconeri… ¿qué esperas para apretarle las clavijas?
-Pero Majestad, le aseguro que a Tancredi sólo le interesan las mujeres y los naipes.

Y el rey perdió la paciencia:
-Salina, Salina, déjate de tonterías. El responsable eres tú, su tutor. Dile que mire lo que hace. Adiós” (18).
De la boca de Tancredi sale precisamente la famosa frase, aunque no como una expresión aislada, sino con un claro sentido dentro del contexto histórico que están viviendo:

“Por el rey, sí, ¿pero qué rey? Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie. ¿Me explico?” (27).

Tancredi, perteneciente a la nobleza, si bien de una rama colateral y menor a la de su tío, es consciente del horizonte que tiene delante para conseguir un hueco de relieve en el régimen político que se está alumbrando y en la nueva sociedad. Por eso se une a las filas garibaldinas, donde confluyen los sectores políticos más radicalizados del movimiento de unificación e integrados en gran medida por los sectores populares.

Resulta evidente que Tancredi no es un garibaldino puro, en la medida que está desmarcándose del ideal republicano que el héroe italiano más popular defiende para su país. Su actitud es una forma de oportunismo, para lo que utiliza las posibilidades que le ofrecen las fuerzas más dinámicas del momento y poder de esa manera acomodarse en una situación nueva y en proceso de crecimiento: el liberalismo político, que se expresa desde el nacionalismo, en comunión con las aspiraciones de una clase social en ascenso que no es otra que la burguesía.

Desde el momento en que Tancredi pronuncia la famosa frase, la simpatía de don Fabrizio hacia su sobrino empieza a tornarse en admiración, que el narrador la califica de inteligencia. Así aparece en un pasaje de la obra cuando el narrador dice “según él” que la actitud de Tancredi supone “aquella capacidad para adaptarse con rapidez, aquella perspicacia mundana, aquel dominio innato del matiz que le permitía utilizar el lenguaje demagógico en boga” (55).

¿Es también oportunismo político lo que hace y dice don Fabrizio? De entrada la respuesta ha de ser afirmativa. Posee la inteligencia suficiente para saber leer el momento histórico que está viviendo. Pero difiere del oportunismo de su sobrino no sólo por la posición relevante que ha tenido en la sociedad que está feneciendo, sino también por lo que va descubriendo de la que está naciendo, en la que acaba instalándose desde una resignada y prudente distancia.

¿Amor noble frente amor burgués?
Dentro de la trama no falta la correspondiente historia de amor y que hace de nudo gordiano entre varios personajes. Se basa en el triángulo formado por el propio Tancredi, su prima Concetta y Angelica. Dos muchachas jóvenes de distinta condición y con futuros diferentes. Angelica es la hija de don Calogero, antiguo campesino enriquecido y prototipo de burgués y liberal, que además es el alcalde de Donafugatta, el pueblo donde la familia Salina pasa los veranos.

Durante una cena en que están presentes las dos familias, Tancredi queda deslumbrado por la belleza de Angelica. Y es a través de un episodio que cuenta, cuando en cierta ocasión entró en un convento de Palermo durante una acción militar, cómo el narrador nos presenta la barrera que se interpone entre un Tancredi inmaduro y anticlerical y una Concetta inocente y ferviente católica.

La ambigüedad aparece en su plenitud cuando al día siguiente la familia Salina visita el convento de la beata Corbèra, haciendo uso del privilegio que le corresponde. Tancredi desea hacerlo también y así lo hace saber:

“-Tío, ¿no podrías conseguir que yo también entrase? Al fin y al cabo, la mitad de mi sangre es de Salina, y nunca he estado aquí” (66).

La petición encierra, sin embargo, un misterio: ¿entrar en el convento o entrar en la familia a través del matrimonio con Concetta? Quien le responde, sin embargo, es la prima, que lo hace entre la ironía y el rechazo. Es, sin duda, su venganza, dolida por la peripecia contada por su primo la noche anterior y que interpretó desde su visión religiosa rigorista. Una postura vengativa que acaba cerrando las puertas de un matrimonio con su primo:

“-No le hagas caso, papá, bromea; al menos ya ha conseguido entrar en un convento; que se conforme, pues; no es justo que entre el nuestro” (67).

Se inicia entonces un doble distanciamiento. El anímico, de Concetta, y el físico, de Tancredi, que se ve obligado a ir de nuevo al la guerra. Desde ese momento Tancredi busca en su tío la persona que medie con don Calogero para que le comunique su amor hacia Angelica y el deseo de casarse con ella. Cuando su tía Maria Stella, la mujer del príncipe, conoce el contenido de la carta escrita por Tancredi, su reacción resulta muy sintomática del cúmulo de sensaciones que está viviendo la vieja clase aristocrática:

“Es un traidor, como todos los liberales de su calaña; ¡primero traicionó al rey, ahora nos traiciona a nosotros! ¡Él, con su cara falsa, con sus palabras llenas de miel y sus actos cargados de veneno! ¡Eso es lo que sucede cuando se trae a casa gente que tiene sangre extraña mezclada con la propia!” (74).

En su respuesta el marido, sin embargo, intenta poner un poco de cordura, consciente de los tiempos que se están viviendo:

“Stellucina, estás diciendo demasiadas tonterías; además no sabes lo que dices (…). [Tancredi] no es un traidor: sabe adaptarse a las circunstancias, tanto en política como en la vida privada” (75).

Es de nuevo el narrador el que pone orden al cúmulo de situaciones que se están dando. Manifiesta en boca y pensamiento del príncipe una clara conciencia de que los cambios que se están dando suponen pérdidas graves, pero no ponen en peligro la existencia como clase. Es la traducción a la realidad de la frase alusiva a que todo cambie para que todo siga igual:

“los grandes intereses del reino (de las Dos Sicilias), los intereses de su clase, sus propios privilegios, habían sufrido, sí, graves lesiones, pero los acontecimientos no habían puesto en peligro su supervivencia” (83).

Cuando se produce el rito de la entrega de la mano de Angelica por parte de don Calogero, éste, después de hacer una relación de sus bienes e informarle de la dote que va a recibir su hija, trasmite a don Fabrizio algo que guardaba como una sorpresa:
“también los Sedàra son nobles”.
Una alusión a la tradicional compra de títulos nobiliarios por parte de la burguesía, que tenía como fin lustrar su condición, pero tan mal vista desde los círculos de la aristocracia. De ahí que el narrador, lleno de un evidente desprecio de clase, escriba al respecto:

“nos limitaremos a decir que aquella salida heráldica de don Calogero le deparó al príncipe el incomparable goce estético de asistir a la encarnación perfecta de un tipo, y que la risa contenida endulzó tanto su boca que llegó a sentir náuseas” (97).

La burguesía en el poder
A medida que se van precipitando los acontecimientos políticos, una nueva conversación entre el príncipe don Fabrizio y su sobrino Tancredi resulta muy reveladora del carácter van tomando. Las piezas del rompecabezas empiezan a encajar y la conocida frase de Tancredi sigue ganando sentido:

“-¿Así que vosotros, los garibaldinos, ya no lleváis la camisa roja?”
(…) -¿De qué garibaldinos nos hablas, tiazo? ¡Eso ya pasó!” (109).

En pleno rumbo dirigido a consolidar la construcción del nuevo estado liberal y unificado, don Fabrizio recibe la propuesta de ser nombrado senador, lo que le trasmite un funcionario piamontés, en cuyo reino se está gestando el núcleo de la nueva Italia. La respuesta del príncipe no deja lugar a dudas:

“Escuche, Chevalley: si se hubiera tratado de un nombramiento honorífico, un mero título para poner en la tarjeta de visita, lo habría aceptado con todo gusto” (129).

Para más tarde concluir rotundo:
“(…) pero no puedo aceptar. Soy un representante de la vieja clase y me siento por fuerza comprometido con el régimen borbónico al que me liga el sentido de la decencia, ya que no el afecto” (132).

En este momento el narrador nos muestra a un don Fabrizio que se encuentra a la vez seguro y resignado. Por eso, argumentando su negativa a aceptar el nombramiento de senador, le dice al señor Aimone Chevalley:

“hace un momento usted me hablaba de una joven Sicilia que se asoma a las maravillas del mundo moderno; a mí, en cambio, me parece más bien una centenaria a quien pasean en silla de ruedas por la Exposición Universal de Londres y no comprende nada ni le importan un comino las acerías de Sheffield y las hilanderías de Manchester” (129-130).

Una clara muestra de la idea que tiene del mundo concreto en que vive, una Sicilia agraria y atrasada, a la que ve incapaz -ni le interesa- de ponerse a la altura de los avances económicos que tienen en Inglaterra el epicentro del mundo. Una manifestación, en fin, de la preeminencia de clase que siente: frente al pueblo, al que desprecia por inmaduro, y frente a la burguesía, a la que desprecia por vulgar.

En la confrontación entre lo viejo y lo nuevo, don Fabrizio siente un claro apego por su mundo, que, aunque agonizante, lo considera superior desde su condición de miembro de una clase a la que otorga las mejores virtudes. La seguridad antes referida es también orgullo e incluso superioridad moral. No tiene ninguna duda, aunque el narrador deja que lo sepamos a través de lo que el príncipe piensa para sí:

“Todo esto –pensaba- no debería durar; sin embargo, durará, durará siempre: el “siempre” humano, desde luego, un siglo, dos siglos…; luego será distinto, pero peor. Nosotros hemos sido los Gatopardos; los leones; quienes ocupen nuestro lugar serán los pequeños chacales, las hienas; y todos, gatopardos, chacales y ovejas seguiremos creyéndonos la sal de la tierra” (135).

¿Sólo liberalismo y burguesía?
No le falta a la novela una alusión a algo más nuevo todavía que el propio ascenso social de la burguesía y el acceso al poder político. Don Fabricio apunta en su conversación con Chevalley algunos de los nuevos ingredientes sociales y políticos, a los que ven con cierta preocupación:

“Ahora aquí andan diciendo, para acatar lo que han escrito Proudhon y un judío alemán cuyo nombre no recuerdo, que la culpa de que todo vaya mal, aquí y en otras partes, la tiene el feudalismo; es decir, yo, para el caso” (134).

El anarquismo y el socialismo que están entrando en el nuevo escenario, el mismo que Karl Marx, el “judío” alemán, ya había anunciado ex aequo con Friedrich Engels en 1848, unos años antes de iniciarse la guerra de unificación italiana, con su conocido arranque del opúsculo El manifiesto comunista: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”.

Los ecos del pasado
Lo que va quedando de la novela es todo un canto a la actitud del príncipe, elevada a dignidad, y que el narrador pone en boca de otros personajes. Así lo hace con los hermanos Schirò, campesinos de la zona, y con Pietrino, un humilde herbolario, que se encuentran temerosos con los acontecimientos y se quejan de las medidas que está tomando el nuevo ayuntamiento y que afectan a sus bolsillos:

“Los hermanos Schirò y el herbolario ya empezaban a sentir las voracidad del fisco; en un caso habían sido contribuciones extraordinarias y aumento en los impuestos; en el otro (…), si no pagaba veinte liras cada año, no le permitirían seguir vendiendo sus hierbas” (139).

Pietrino quiere saber qué piensan los señores y el propio príncipe, dando muestras de ansiedad:

“Pero, padre, tú que vives entre la “nobleza”, dime qué piensan los “señores” de todo este jaleo. ¿Qué dice el príncipe Salina, que es tan fuerte, tan irascible, tan altivo?” (140).

Y el padre Pirrone intenta calmar esa ansiedad con un discurso que conoce muy bien, inspirado en lo que el propio don Fabrizio le ha repetido tantas veces, y que pretende que sea inteligible, pero que acaba siendo una verdadera para el herbolario:

“Pobrecillo, de tanto leer se ha vuelto loco” (141).

El cura, no obstante, tiene muy claro lo que ha representado la aristocracia hasta ese momento, pues no en vano lleva asistiendo espiritualmente al príncipe desde hace muchos años:

“Viven en un mundo propio, que no ha creado Dios directamente, sino ellos mismos a lo largo de muchos siglos de experiencias singulares, entre penas y alegrías muy distintas de las nuestras; tienen una memoria colectiva tan privilegiada que se inquietan o se alegran por cosas que a usted y a mí nos importan un comino pero que para ellos son fundamentales porque están relacionadas con ese patrimonio de recuerdos, esperanzas y temores propios de su clase” (140).

Todo un canto al servilismo, que corresponde en el caso de Pierrone a un miembro del clero que ha ido secularmente de la mano del poder terrenal y en el de Pietrino a un humilde hombre de campo, dibujado por el narrador como la inocencia personificada de los súbditos:

“¡Pero entonces, padre, se irán todos al infierno!” (141).

O, dicho desde otra perspectiva, la alienación ideológica de una clase supeditada secularmente a su antagónica, pero a la que no ven como tal. El narrador nos transmite que sienten el peso de los nuevos impuestos, pero no menciona el mundo de relaciones feudales en el que se mezclaban impuestos, diezmos y la gran variedad de rentas feudales que llevaban siglos pagando. Por lo demás, nada nuevo. Esa mentalidad es la que alimentó al campesinado vandeano durante la revolución francesa o al carlismo que en España campeó durante un siglo.

En todo caso, el canto a la clase aristocrática la completa Lampedusa con estas palabras del padre Pirrone:

“Pues bien, ¿no le parece a usted que esa humanidad que sólo se preocupa por las camisas o por el protocolo es una humanidad feliz y, por tanto, superior?” (141).

Todo acabó siendo igual
Cuando se produce la muerte del príncipe don Fabrizio el narrador no duda decir, a modo de corolario, que

“el último Salina era él, el escuálido gigante que en aquel momento estaba agonizando en el balcón de un hotel. Porque un linaje noble sólo existe mientras perduran las tradiciones, mientras se mantienen vivos los recuerdos; y él era el único que tenía recuerdos originales, distintos de los que se conservaban en otras familias” (176).

Y como toda novela que se ajusta a una estructura al uso del planteamiento, trama y desenlace, una vez muerto también Tancredi, las dos mujeres por las que optó se convierten en el centro de la narración. Una, Angélica, con la serenidad que le da el paso de los años, es consciente del papel que le tocó jugar dentro de un matrimonio sin amor y por intereses. Típicamente burgués, pero en nada diferente del de la nobleza, pese a los intentos reiterados del narrador por presentarlos como distintos. La otra mujer, Concetta, ya conocedora del desgraciado malentendido que la llevó a rechazar el matrimonio con su primo. Y, ante todo, las dos, cómplices a través de uno de los sobrinos, Fabrizietto, que habría de desfilar por las calles de Salina en honor de los héroes de la nueva Italia:

“Un Salina rendirá homenaje a Garibaldi: una fusión entre la vieja y la nueva Sicilia” (189).

La alianza entre la nobleza y la burguesía, por fin, sellada. Y como símbolo, el más popular de los héroes de la unificación italiana. El mismo al que utilizaron al principio para extender la revolución frente al antiguo régimen y al que después abandonaron para hacerla a la medida de la nueva clase. En fin, que todo cambiara para que todo acabara siendo igual.

* G. Tomasi di Lampedusa (1999). El Gatopardo . Madrid, Unidad Editorial.

sábado, 8 de diciembre de 2018

JFK (1991), de Oliver Stone: La denuncia con rigor para goce de los justos

Muy pocas veces en la historia del cine se ha tenido la oportunidad de asistir a un filme en el que a la eficacia dramatúrgica se suma una capacidad de síntesis y de esclarecimiento tan contundentes como en JFK

 – La pregunta que no quiere callar (1991) o JFK: Caso abierto, como también se retituló, del cineasta estadounidense Oliver Stone (15/sept/1946), ganador de los premios Oscar a la Mejor Fotografía, para Robert Richardson, y al Mejor Montaje, para Joe Hutshing y Pietro Scalia. Y aquí debe señalarse algo previsible: JFK, con sus ocho nominaciones a los premios de la Academia, no es un filme para tales galardones y no porque no los merezca, sino porque no los necesita y, además, porque los mismos no están destinados para semejante tipo de cine: no cabe, precisamente, dentro del cine espectáculo, más bien dentro del cine/memoria/denuncia, que tanto daño hace a los fans de los pactos de silencio y que a toda hora hablan de “conspiraciones”: claro, porque son ellos los que las producen y ya decía Wilde que “solo hablamos de lo que nos interesa”, en especial, exorcizar, já, o, en otros casos, confesar, porque para nadie es un secreto que el asesino siempre se confiesa: aunque, en este caso, no sea, propiamente, que el asesino, EE.UU, se confiese, sino que un hombre, un artista, ético por honesto, traduce ese malestar general en una ocasión particular de esclarecer un asunto, objetivo del que el Informe de la Comisión Warren está muy lejano.

Las iniciales JFK corresponden, obviamente, a John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), el trigésimo presidente de los EE.UU, asesinado en Dallas, Texas, el 22/nov/1963. El filme de Stone, con guion de él mismo y de Zachary Sklar, está basado en los libros On the Trail of the Assassins o En la pista de los asesinos, de Jim Garrison, por esa época fiscal del distrito de New Orleans, y Crossfire: The Plot That Killed Kennedy, literalmente, Fuego cruzado: El complot que mató a Kennedy, de Jim Marrs. Nacido en NY, Stone trabajó como maestro y marino mercante en el sureste de Asia entre 1965 y 66, antes de incorporarse al ejército para participar en la Guerra de Vietnam del 67 al 68; hecho que, a la postre, determinó la mayor parte de su quehacer posterior a 1971, cuando se graduó en la Escuela de Cine de la U. de NY. Dos años después escribió y dirigió Seizure (1974) o Reina del mal y, más tarde, redactó los guiones de filmes tan desiguales, en argumento y calidad, como Midnight Express (1978) o Expreso de medianoche, para el filme de Alan Parker, basado en la autobiografía de Billy Hayes; Conan the Barbarian (1982) o Conan, el bárbaro, coescrito con John Milius para el filme de éste, sobre el cómic de Robert E. Howard; y Scarface o Caracortada (1983) o El precio del poder, según la novela de Armitage Trail (1902-1930), autor gringo de pulp fiction (1). Coescribió, también, con Michael Cimino, el de The Year of the Dragon (1985) o El año del dragón, sobre la novela homónima de Robert Daley; también escribió/dirigió The Hand (1981) y Platoon (1986), su mea culpa sobre Vietnam, por la que recibió ocho nominaciones en Hollywood, de las cuales obtuvo cuatro premios, sin duda merecidos, entre ellos a la Mejor Película y al Mejor Director, al igual que Globo de Oro al Mejor Filme.

Asimismo, Stone ha dirigido Salvador (1986), coescrita con Richard Boyle, quien cuenta su propia historia sobre las guerras civiles en Centroamérica, donde fue reportero durante la década de 1980 y descubrió el entramado de la corrupción, así como aspectos de la realidad que ignoraba y que lo llevaron al compromiso y a la toma de partido; Wall Street (1987), y su secuela Wall Street: El dinero nunca duerme: la matriz, su obra más lograda antes de JFK y en la que actúa una pareja básica de oposición: Bud Fox, literalmente el amigo zorro o el zorro camarada, encarnado por Charlie Sheen, joven y ambicioso corredor de bolsa que termina su universidad gracias a su esfuerzo y al de su padre mecánico y jefe sindical, rol a cargo de Martin Sheen, el recordado protagonista de Apocalypse Now, de Ford Coppola. Él, Bud, ansía trabajar con su admirado Gordon Gekko (Michael Douglas), sujeto sin escrúpulos, típico self-made-man que en poco tiempo ha hecho fortuna en la bolsa: ¿el resultado?, la muestra más despiadada de lo que significa el capitalismo, con su lucha implícita entre el afán de figuración, el prurito de la competitividad, la impúdica exhibición de vanidad y de desprecio por lo que represente el mundo de los seres humanos o una sociedad humanizada y no destruida aun por la cosificación, el patriarcado, el poder, con el telón de fondo de la crisis financiera; Talk Radio (1988), a un tiempo el poder del dúo teléfono/radio, con base en el guion del propio protagonista, Eric Bogosian, y del mismo Stone. Aquél, como Barry Champlain, locutor de un programa radial nocturno en Dallas, se mueve entre el cinismo y la crueldad, entre la simpatía y el odio: dadas la claridad y firmeza con que expresa su credo, por contraste, termina por recibir serias amenazas. Partes del filme y del guion, con coautoría de Tad Savinar, se basaron en el asesinato del locutor radial judío Alan Berg, en 1984, y en el libro Talked to Death: The Life and Murder of Alan Berg o Hablando a la muerte: Vida y crimen de Alan Berg, de Stephen Singular, por el que recibió el Oso de Plata en el XXXIX Festival Internacional de Cine de Berlín y que también sirvió de inspiración para los filmes Betrayed (1987) o El sendero de la traición, del greco-francés Costa-Gavras y Brotherhood of the Murder (1999) o La hermandad del crimen, de Martin Bell; Born on the Fourth of July (1990) o Nacido el cuatro de julio, regreso a Vietnam como recurso adicional al exorcismo, la desgarrada/desgarradora aventura autobiográfica del voluntario Ron Kovic, coautor del guion, que va a defender a su país con la idea de estar al tiempo probándole su amor: al regreso, ya como veterano de guerra, su convicción cambiará de modo radical cuando se le vea postrado en silla de ruedas y atendido en un mugriento hospital, lo que, a su vez, proyecta la idea de la estulta valentía patriotera cuando se la contrasta con la idea de la sobria dignidad sin fronteras ni límites, o sea, la libertad, y con el recurso a la guerra trocado por el de la paz.

Más recientemente, The Doors (1991), filme underground elevado a la categoría de superproducción, en la que predomina la cantidad sobre la calidad: muy elaborado técnicamente, sí, pero con una más bien poco asequible, casi esotérica, visión personal no sobre el grupo musical que le da nombre y que operó entre 1965 y 73, sino sobre su cantante, Jim Morrison, la que de paso se olvida de su estrella, el compositor y organista/teclista Ray Manzarek, así como de su creador y guitarrista Robert Alan Robby Krieger, los dos cerebros de la banda formada en Los Ángeles (lo que va sin hablar del baterista John Densmore). Los que, básicamente, hicieron de ella, uno de las cuatro exponentes claves de la psicodelia en los años 60 del siglo XX al lado de Grateful Dead, Jefferson Airplane y Pink Floyd. Obra en la que la aparente crítica de lo real está al servicio del espectáculo, al contrario de lo que pasa en JFK, filme en el que el espectáculo está al servicio de la crítica de lo real. De entre los 17 largos realizados desde The Doors hasta hoy, no puede dejar de mencionarse títulos como Heaven and Earth (1993) o Entre el cielo y la tierra, una visión de Vietnam por una mujer; Natural Born Killers (1994) o Asesinos por naturaleza, dura/ácida crítica al sensacionalismo mediático; Nixon (1995), retrato político del líder de nuestra pandilla (Philip Roth) y uno de los peores ejemplos de esa entelequia llamada democracia, dentro de la cual, justamente, su antítesis es EE.UU, país que ha invadido 70 países entre 1945 y hoy, ha asesinado entre 20 y 30 millones de personas en 37 países, lo que, de hecho, lo convierte en el mayor violador de los DD.HH en el mundo (2); U Turn (1997) o Giro en U o al infierno, con guion de John Ridley, basado en su libro Stray Dogs (Perros callejeros), con un extraño triángulo en el que la amante le propone al suyo matar a su marido y este le devuelve la oferta a ella para que mate a su amante, Bobby (Sean Penn), en una trama parecida a la del filme del colombiano Felipe Aljure, El colombian dream (2005), en la que la mujer traiciona con el esposo al amante; Comandante (2003), documental que evidencia la admiración por ciertos personajes de la izquierda latinoamericana, para el caso por Fidel Castro, líder de la Revolución Cubana, al lado del Che Guevara y de Camilo Cienfuegos; Alexander (2004), su particular visión del rey macedonio Alejandro Magno, quien a los 30 años ya era el más poderoso de su tiempo llegando a dominar Asia Menor, Egipto (donde funda la biblioteca y universidad más grandes de su tiempo) para luego dirigirse a Babilonia, sede central del imperio persa: muere, se cree que envenenado, a los 33 años, tras una larga y difícil relación con su padre, como era la de éste con su esposa Olimpia, quien se cree que planeó el asesinato de Filipo II llevado a cabo por su guardia Pausanias; La historia no contada de EE.UU (2012), una serie para TV de diez episodios, cuyo título alude a un tratamiento de la historia distinto al de la versión oficial, por el estilo de lo que hizo Howard Zinn en La otra historia de los EE.UU, cuyo pdf, 512 pp, está en Internet (3). Por último, Mi amigo Hugo (2014), un homenaje a Hugo Chávez Frías, comandante y fundador de la República Bolivariana de Venezuela y artífice de la idea, puesta en práctica, de un socialismo para el siglo XXI, la que solo EE.UU puso en entredicho, dada la avidez del Imperio por proveerse de recursos, y a cuyo líder persiguió, vía Golpe Suave, según la teoría harto criminal e ínfimamente política de Gene Sharp, que llevan al trágico final de Chávez, no por causa de mal natural alguno sino por un cáncer inoculado a través de nanotecnología, entre 2011 y 2013: la justicia venezolana llamaría luego a juicio, por este hecho, a su ex jefe de seguridad, Adrián José Velásquez Figueroa, y a su esposa, la ex directora del Tesoro de Venezuela, Claudia Patricia Díaz Guillén, quienes extrañamente terminaron depositando el fruto de sus hazañas conspirativas, vía USA, en el barril sin fondo de los Panamá Papers. Y, cómo no, Snowden (2016), una re-visión (sic) sobre los avatares que ha pasado el hacker gringo más famoso de la historia de EE.UU que filtró información clasificada de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) al NYT, al Washington Post y a otros medios relevantes, a partir de jun/2013, lo que desató una feroz cacería de los sistemas de control, tan solo comparables a los sufridos por esos otros verdaderos héroes nacionales como son Julian Assange, director de WikiLeaks, y Chelsea Elizabeth Manning, llamada así a partir de abr/2014, pero nacida como Bradley Edward Manning, en Crescent, OK, 17/dic/1987 (4).

JFK muestra de tal forma la misteriosa trama que rodea al magnicidio de Kennedy, el Rey de Camelot, como obliga la fábula/farsa política estadounidense, para, por contraste, terminar por hacer percibir con nitidez el modo como fue urdida dicha trama; y lo más impresionante: hace que el público tome conciencia de la situación y de sus profundos mecanismos. Para lograrlo le lanza un desafío de principio a fin. JFK se inicia con un epígrafe de la escritora Ella Wilcox: “Pecar callando cuando se debe protestar, convierte a los hombres en cobardes”. Hasta aquí, muchos podrán pensar que el filme no dice nada nuevo; es decir, nada que no sea la confirmación de lo que muchos, sobre todo mayores de 50 o 60 años, han intuido acerca del asesinato del mandatario demócrata John F. Kennedy, así como en relación con los posteriores asesinatos de Malcolm X, dirigente negro y musulmán muerto a bala en 1965, a quien extrañamente no se cita en JFK y de quien aún hoy se desconoce su victimario incluso cuando el principal incriminado, Louis Farrakhan, ministro/líder de La Nación Islámica, ni siquiera ha sido llamado a juicio, pese a haber dicho, a comienzos de los años 60, “Malcolm X debe morir” (5); Martin Luther King, a quien eliminó no “el loco que actuó solo”, James Earl Ray (6), como tantas veces se ha dicho, sino Henry Clay Wilson, como informó al NYT su hijo el pastor Ronald D. Wilson, quien lo hizo y “no por motivos racistas sino políticos pues lo creía comunista” (7); y Robert Kennedy, de quien hasta ahora se sabe que lo ultimó un tal Sirhan Bishara Sirhan, 24 años, de ascendencia palestina, después de que aquél, el 4/jun/1968, obtuviera la mayor victoria en su carrera hacia la nominación demócrata al ganar las primarias en South Dakota y California, así que pasada la medianoche dio un discurso de agradecimiento a sus electores en el Hotel Ambassador, de Los Ángeles. Mientras iba por un pasillo, atestado de gente, hacia las cocinas del hotel, Sirhan, de repente disparó contra la multitud hiriendo a muchas personas, entre ellas al senador, a quien se dice disparó a quemarropa; luego, reconoció su crimen por oponerse al apoyo que aquél daba a Israel y, finalmente, fue condenado a cadena perpetua. Nadie, entonces, cuestionó esta versión (8). No deja de ser curioso, además, que uno de los tres libros que RFK escribió se titule El enemigo interior: La cruzada del Comité McClellan en contra de Jimmy Hoffa y los sindicatos laborales corruptos (1960), cuando se sepa que ambos, Robert y John F., recurrían a préstamos del propio Hoffa, presidente del Sindicato de Camioneros, quien extrañamente desapareció en 1968 y jamás se le volvió a ver. Aquí cabe recordar que, con ocasión de los disturbios en Birmingham, se detuvo a 2.500 manifestantes negros, Robert, azuzado por John, empezó a buscar “discretamente” los 160 mil dólares necesarios para pagar las fianzas que, en lo fundamental, salieron “de las arcas de los principales sindicatos del país”, como señala Marshall Frady en su biografía sobre Martin Luther King (9). Por eso, tampoco es gratuito que uno de los capítulos del libro de Wolfe se titule Jack y su pandilla, que es el apodo de John F., en la que también figura, obvio, su adorable hermano Robert Francis (10).

Pese a las conclusiones de la Comisión Warren, en el sentido de que hubo un solo asesino, Lee Harvey Oswald, y de que se hicieron apenas tres disparos en 5.6 segundos, Stone no solo muestra que la primera aseveración es simplemente una farsa, sino que, además, sobre la segunda, aporta evidencias que permiten saber que se trató de una conspiración. En la que se hallan implicados desde los más altos jerarcas de la política gringa, empezando por el entonces vice Lyndon B. Johnson, dueño del 20% de las acciones de Helicópteros Bell, declarado militarista y el principal opositor a que JFK retirara a mil oficiales de Vietnam, y siguiendo con Gerald Ford, quien a la sazón fungía como diputado: curiosamente, ambos serían presidentes; hasta individuos de la más baja ralea, como el hipócrita “partidario de Kennedy” y rabioso anticastrista, Clay Bertrand o Clay Shaw, tantas veces mostrado en el filme y al final llevado a juicio, su homólogo David Ferrie, El Buitre, magistral rol de Joe Pesci, el “traficante” y mafioso del transporte, Jimmy Hoffa, quien después se desvanecería en el aire quizás por ser un testigo “sólido”, y el mismísimo Jack Ruby, amigo y, no obstante, victimario de Oswald, el supuesto criminal que “actuó solo”, que no tenía más que 14 dólares en el banco y que, sin embargo, compraba tiquetes aéreos por una cuantía superior a los 1.500 dólares, que viajaba por cuenta del Departamento de Estado y que trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Conspiración en la que, según Stone mismo, también estuvieron involucrados funcionarios del Pentágono, del FBI, de la ya citada CIA, de la OIN y de las llamadas Black Operations: al respecto, recuérdese la escalofriante confesión que el Coronel X le hace, frente al obelisco de Washington, al fiscal Garrison, que a grandes rasgos devela todo lo que la historia oficial gringa ha escondido a lo largo de su turbio devenir.

La farsa de la que habla Stone está contenida en un informe de 26 tomos, elaborado por aquella comisión que fue nombrada por el principal implicado, según el mismo cineasta, en el complot contra Kennedy: Lyndon Baines Johnson, oriundo del estado donde aquél fue eliminado y quien, tras la muerte del dirigente, llegaría a la presidencia de los EEUU. La Comisión Warren estaba integrada por Earl Warren, de ahí su nombre, presidente de la misma y uno de los principales opositores republicanos a JFK; los senadores Richard Russell Jr. (1897-1971) y John Sherman Cooper (ya fallecido); los congresistas T. Hale Boggs y Gerald Ford, luego vicepresidente y presidente de EEUU; el ex director de la CIA Allen Dulles, quien había sido despedido y no “jubilado” por Kennedy, tras el fracaso de la invasión a Bahía Cochinos, en Cuba, 1962; y el ex director del BM John McCloy. Fuera del sospechoso designio de Warren y de Dulles, cabe agregar que las dos páginas de Russell Jr. con su disenso en torno a la teoría de “un solo asesino”, fueron separadas del Informe Final. Pero, mientras la Comisión se preocupó, en apariencia, por averiguar quién mató a Kennedy, Stone se preguntó: ¿Por qué? Detrás de su interrogante hay una honda tristeza por el descalabro moral, la traición que vuela por los siniestros corredores del poder, el cinismo de que hacen gala quienes lo detentan: no hay que olvidar la certera alusión en JFK a la tragedia Julio César, de Shakespeare, que refleja la angustia de Inglaterra a causa del miedo sobre el sucesor del liderazgo. Aunque tras el real protagonista, Bruto, se quieran esconder causas de honor y lealtad a la patria, se ve que no está menos impulsado que el resto por la envidia y la lisonja, los mismos factores al fondo del argumento en JFK. De ahí que, atando lo anterior, Stone haya descrito su filme de ficción como un “contra mito” al “mito ficticio”, de la Comisión Warren. Mito que a propósito puede extrapolarse a Colombia para hablar del Fiscal General y Jorge Enrique y Alejandro Pizano, hoy en el centro del huracán mediático salpicado de cianuro. Daniel Coronell: “Congresista que investigará al Fiscal General es hijo de delincuentes”, refiriéndose al representante por Santander del CD Óscar Villamizar, cuyo padre, Alirio, fue condenado por la Corte Suprema a nueve años de cárcel por delito de concesión, multa fiscal e inhabilidad para ocupar cargos públicos por otros nueve años (11).

Stone no se paró en nimiedades. JFK atesora una estricta síntesis de hechos tan espinosos como la desaparición y/o eliminación de testigos (algo también similar a lo que ha pasado en el país con la historia detrás del senador Uribe relativa a la creación de Los 12 apóstoles, concierto para delinquir y homicidio, de un campesino, já); el número de disparos hechos a Kennedy: seis o siete y no tres; el tiempo requerido para efectuarlos, algo inverosímil dada la dificultad para cambiar proyectiles en un viejo fusil italiano Carcano M-38 (posterior al M-91 usado en la I GM) y más exactamente Paraviccini-Carcano, erróneamente llamado Mannlicher-Carcano, y la teoría del fuego cruzado, con las debidas pruebas de balística y la mención que se hace de la “bala mágica”; la renuencia oficial a permitir conocer la comprometedora película en 8mm de Abraham Zapruder; el montaje fotográfico sobre Oswald en la portada de Life; la omisión de testimonios en el Informe Warren, v. gr., el de Julie Ann Mercer, etc. Hechos a los que se puede agregar la revocatoria que hizo Johnson de los decretos firmados por Kennedy sobre el retiro de mil oficiales de Vietnam, como un primer paso al desarme total; el recorte al presupuesto militar para 1964, por JFK, y también derogado por LBJ; la negativa de aquél a invadir de nuevo a Cuba; el fin de la mal llamada Guerra Fría pues, de acuerdo con el politólogo Juan C. Monedero, dejó más muertos que las otras dos, por lo que “quizá le convendría mejor llamarse II Guerra Interimperialista, toda vez que la condición supranacional de la guerra estuvo motivada esencialmente por las tensiones de dominación imperial de los actores implicados. Es por esto mismo por lo que lo que para muchos es la III Guerra Mundial se convino en llamar con el eufemismo Guerra Fría que ocultaba la enormidad de víctimas que implicó” (12); y, cómo no, el acercamiento a los rusos, en particular a Kruschev, a quien los gringos usaron de pretexto para hacer filmes de guerra, al grito mercantil de “ahí vienen los rusos”, y a quien por la crisis de los misiles, y su papel moderado, los cubanos le cantaron: “Nikita, mariquita, Nikita, mariquita, lo que se da, no se quita” (13). Todo ello mostrado de una forma que inquieta, sacude, aterra, y que, de algún modo, terminará por cambiar la mirada que hasta ahora se pudiera tener sobre cómo se articulan los resortes del poder, cuando todos los objetivos están cifrados en el dinero.

Desde la óptica estrictamente cinematográfica y pese a una compleja estructura o, mejor, gracias a ella, basada en un montaje alterno y en superposiciones temporales, flashbacks y elipsis, Stone consiguió que no fuera nada difícil seguir la trama, obteniendo a la vez un soberbio clima de seriedad y de fluidez narrativa, sin caer en métodos vulgares, caricaturas o panfletos. Con todo, tal vez para algunos puedan parecer excesivos tanto el filme en sí como la información, y tanto cualitativa como cuantitativamente, en que se basa. Para otros, quizás sea un filme sensacionalista, provocador, subversivo. Sin embargo, lejos de semejante fardo se halla su obra. En realidad, JFK no posee información en exceso, sino una magnífica demostración de síntesis cinematográfica: 120 horas de edición final, para 188 minutos de proyección; una insuperable simbiosis de documental y ficción y una muestra sinigual de meticulosidad en el montaje, lo que a la larga deriva en el rigor de la denuncia. La que se hace mediante el argumento como fuerza y no al revés, un reparto versátil, convincente y magistralmente dirigido, que no intenta seducir o arrastrar al espectador, pero que termina por seducirlo, arrastrarlo y conmoverlo; bastaría la escena del juicio para comprenderlo, así como la trascendencia implícita del filme JFK – La pregunta que no quiere callar, o sea, ¿por qué mataron a Kennedy?, que ya ha comenzado a dilucidarse gracias al trabajo de un cineasta que no ha fracasado porque nunca ha dejado de ser él mismo, duélale a quien le duela, como se dice aquí para cosas que así se banalizan aunque, obvio, sean muy graves. Como le diría el Coronel X, inspirado en Leroy Fletcher Prouty (1917-2001), coronel de la Fuerza Aérea gringa, autor, banquero y crítico de la política exterior de EEUU, en especial respecto a la CIA, al fiscal del distrito en Nueva Orleans, de 1962 a 73, Jim Garrison (1921-1992), nacido como Earling Carothers Garrison, cuyo primer nombre cambió en los años 60: “No me crea Usted… saque sus propias conclusiones”. Palabras que en realidad van dirigidas al público, al igual que las palabras y la mirada del fiscal mismo, luego de su intervención en el juicio contra Clay Shaw: “De ustedes depende…”: conocer la verdad, claro.

Así, poco importa que la verdad sobre el magnicidio de Kennedy solo sea revelada en 2029 o 2038, como decidió la señora Jacqueline Bouvier o Jackie Kennedy, luego Onassis, al acordar con la comisión investigadora que todos los documentos relacionados con el crimen, del hombre que tenía una amante que compartía con su hermano, no pueden saberse hasta entonces, porque con el coraje, la sinceridad y la decisión vertidos en su denuncia, Stone dejó sin validez alguna el informe de la Comisión Warren, compuesto por los ya inservibles 26 tomos de omisiones, componendas y mentiras. Stone termina su filme con otro desafío de cara al público, inmerso en el sutil aroma del homenaje: “Dedicado a los jóvenes en cuyo espíritu continúa la búsqueda de la verdad”. Sin embargo, la verdad ya está dicha. Y el mundo entero se la debe a JFK, si no una obra maestra, que lo es, en todo caso uno de los más rigurosos, reveladores y difícilmente refutables filmes de denuncia de la historia del cine: si bien el arte solo muestra, JFK, para beneplácito de los justos, a la vez, muestra y demuestra.

Notas:

(1) O ficción pulpa, eufemismo para el papel barato hecho con base en pulpa de madera, cuyas revistas se publicaron entre 1896 y 1950, en contraste con las de alta calidad, glossies, glosas o de papel brillante, y slicks, manchadas.

(2) https://criterio.hn/2015/08/09/estados-unidos-ha-invadido-70-paises/

http://www.annurtv.com/nota/51776-norteamerica-eeuu-ha-asesinado-a-mas-de-20-millones-de-personas-en-37-paises.html?fbclid=IwAR3jmqW4i5ywkheFXyYgYBijMmtmSe2n-BZmiegXb9JHtQNz8PP5D7h_2rg#.W9_NnTxBtwB.facebook

http://www.annurtv.com/nota/20477-annurtv-es-eeuu-el-mayor-violador-de-derechos-humanos-en-el-mundo.html

(3) https://humanidades2historia.files.wordpress.com/2012/08/la-otra-historia-de-ee-uu-howard-zinn.pdf

(4) Exsoldado y analista de inteligencia del ejército de EE.UU. Cobró fama internacional por filtrar a WikiLeaks miles de documentos clasificados: los Diarios de la Guerra de Afganistán y de Irak, así como numerosos cables diplomáticos de diversas embajadas gringas y el video del ejército Collateral Murder. Tras tres años de prisión provisional, en condiciones controvertidas por períodos, el Pentágono le acusó formalmente​ y un tribunal militar le condenó en ago/2013 a 35 años de cárcel y a su expulsión del ejército con deshonor. El 17/ene/2017, Obama, antes de dejar la Casa Blanca, conmutó el resto de la pena de Manning, quien dejó la prisión el 17/may/2017. ​El 22/ago/2013, se declaró mujer transgénero, decidió iniciar un tratamiento hormonal para modificar su cuerpo y pidió en adelante ser llamada Chelsea Elizabeth, nombre que hizo legal en abr/2014. Hay un texto en Rebelión de Glenn Greenwald, premio Pulitzer en periodismo, hoy residente en Brasil, imprescindible para conocer el viacrucis que le hizo pasar el ejército y, más allá, el Gobierno: Bradley Manning – Historia sobre las libertades perdidas en EEUU.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=160214

(5) https://www.webislam.com/noticias/41128-ante_la_indignacion_de_la_comunidad_negra_farrakhan_lider_de_la_nacion_del_islam.html

(6) Igual ocurriría en 1980, con Mark Chapman, lector de Salinger y de El guardián entre el centeno que asesinó, a quemarropa, a un inmigrante más que también iba, como King, contra Vietnam: John Lennon. Después se supo que era un ex veterano y que, si no se arrepintió al inicio, lo hizo en ago/2010, ante la Junta de Libertad Condicional que negó su excarcelación: “Siento que ahora, a los 55, tengo una mayor comprensión de lo que es una vida humana, he cambiado mucho. Estoy avergonzado. […] Lamento lo que hice.” Wikipedia.

(7) https://www.nytimes.com/2002/04/05/us/a-minister-says-his-father-now-dead-killed-dr-king.html?rref=collection%2Ftimestopic%2FRay%2C%20James%20Earl&action=click&contentCollection=timestopics®ion=stream&module=stream_unit&version=latest&contentPlacement=6&pgtype=collection Dana Canedy, 5/abr/02.

(8) Aunque se diga que RFK tuvo una relación íntima con Marilyn Monroe, después de que JFK “diera por terminado el amorío con la actriz a principios de los 60” y que es citado en muchas investigaciones “como uno de los implicados” en su “deceso” (Wikipedia), también JFK lo está, como lo sostiene Donald H. Wolfe en su libro Marilyn Monroe: Investigación sobre un asesinato (Emecé, 1999, 415 pp.): “El FBI y la CIA sospechaban que el presidente Kennedy y su hermano Robert, […] revelaban a Marilyn secretos de Estado que ésta, a su vez, transmitía ingenuamente a un hombre del partido Comunista [sic]”. Al establecer fuera de dudas que la actriz no murió en su “dormitorio cerrado”, Wolfe confirma que Marilyn fue víctima de un homicidio, explica cómo ocurrió y quienes participaron en el encubrimiento. […] Fruto de siete años de investigación y de entrevistas con más de 85 personas, el libro expone toda la verdad sobre la secreta relación de Marilyn con los Kennedy y “cambia para siempre la imagen que el público tiene de quien fue, sin lugar a dudas, una de las grandes estrellas del siglo veinte”.

(9) Frady, Marshall. Martin Luther King . Mondadori, Barcelona, 2003, 287 pp.: 161.

(10) Wolfe, Donald H. Marilyn Monroe – Investigación sobre un asesinato. 1999, 415 pp.: 300 a 305.

(11) https://colombianoindignado.com/congresista-que-investigara-al-fiscal-es-hijo-de-delincuentes-daniel-coronell/?fbclid=IwAR3G9mnsj16Hp5-Qkna3ArOn7FLT3GaEwAV98dGsekZkpHlThPppbBjeRDw

(12) Monedero, Juan Carlos. En: El gobierno de las palabras: de la crisis de legitimidad a la trampa de la gobernanza. UPN, Bogotá, 2005: p. 54.

(13) http://www.diarionorte.com/article/77845/fidel-castro-enfadado-por-final-de-la-crisis-nikita-mariquita-

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de El Espectador (EE). Su libro Ocho minutos y otros cuentos, fue lanzado en la XXX FILBO (7/may/2017), Colección 50 Libros de Cuento Colombiano Contemporáneo (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por su trabajo sobre MLK, en el XV Premio Internacional de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión y desde el 23/mar/2018, columnista de EE.

miércoles, 14 de febrero de 2018

La revolución de las ideas. Es una película con combates dialécticos en el lugar de las escenas de acción.

Cuando, en I’m Not Your Negro, Raoul Peck rescataba las palabras de James Baldwin para darles nueva vida, su intención no era tanto la de preservar la memoria de la lucha por los derechos civiles (que también), sino comprobar cómo resonaban las palabras del escritor sobre las imágenes de un presente que sigue siendo el escenario de una encarnizada lucha. Allí eran las armas del documental las que le permitían levantar un discurso propio a partir de la resurrección de un discurso ajeno. En El joven Karl Marx, el marco se adapta a las exigencias convencionales y eminentemente didácticas del biopic, pero el cineasta demuestra que, incluso en un género derivado de una tradición literaria nacida al servicio de la construcción de una identidad burguesa en el siglo XVIII, es posible hacer la revolución… aunque sea dentro de un orden.

El Like a Rolling Stone de Bob Dylan acompaña, en los créditos finales de El joven Karl Marx, un montaje de imágenes que levanta acta de la perenne vigencia del pensamiento del filósofo alemán. La lucha de clases era y es una realidad, aunque el recuerdo de las derivas que pervirtieron la pureza de la utopía comunista a lo largo del siglo XX –siempre en la agenda de esa doctrina del miedo que el orden neoliberal suministra con metódica regularidad- tenga atenazado a un proletariado al que la revolución le empieza a parecer casi un extravío malsonante. Peck no es marxista –el compromiso político de quien fue ministro de cultura en Haití durante dos años se inscribe en el ámbito del nacionalismo anti-imperialista-, pero tiene claro que de Karl Marx no le interesan ni la estatua conmemorativa, ni la figura de cera, sino la energía de ese momento vital en el que, con la complicidad de Engels, entraron en combustión unas ideas capaces de transformar el mundo.

El joven Karl Marx es, así, una película de ideas en movimiento, con combates dialécticos en el lugar de las escenas de acción y un especial cuidado en reivindicar lo privado como zona de experimentación de nuevas maneras de amar, vivir e imaginar futuros colectivos. Guionista de Jacques Rivette y veterano de la etapa maoísta de Cahiers du Cinéma, el co-guionista Pascal Bonitzer ayuda a Peck a sintetizar y condensar largos procesos ideológicos en un trabajo que muchos han subestimado por su vocación clásica, sin apreciar la sostenida inteligencia de sus decisiones narrativas.

EL JOVEN KARL MARX
Dirección: Raoul Peck.
Intérpretes: August Diehl, Stefan Konarske, Vicky Krieps, Olivier Gourmet.
Género: biopic. Alemania, 2017
Duración: 118 minutos.
https://elpais.com/cultura/2018/01/18/actualidad/1516300822_351464.html

sábado, 21 de mayo de 2016

Actualidad de Dalton Trumbo, de Gregorio Morán en La Vanguardia

La Vanguardia


El estreno en España de Trumbo (película a no perderse) no podía llegar en mejor ocasión; un momento en el que confirmar las opiniones personales se hace cada vez más arriesgado. Es verdad que la dirección de Jay Roach, siendo valiente, no va muy lejos. Pero la pena inevitable de este filme oportuno se reduce a que el guión no es de Dalton Trumbo.

En un mundo como el del cine es raro afrontar una figura como la de Trumbo. Por lo general debemos limitarnos a directores o actores. Pero que un guionista, el ­género menos atendido por los espectadores, se convierta en protagonista absoluto, se debe a la más llamativa de sus particu­laridades. El mejor guión cinematográfico de Dalton Trumbo es su propia vida. Lo tiene todo, y al usual gusto de Hollywood: acaba bien.

Si hay que ver este más que digno Trumbo de Jay Roach, quizá se reduzca a algo tan importante y tan vivo como la defensa de la conciencia en una época donde lo que cuenta es el valor de la conciencia en el mercado. Considerado como el guionista de Hollywood mejor pagado, lo primero que sobresale es su atadura de clase, su vinculación a los sindicatos, su pasión por los que se rebelan. No es extraño que él con­siguiera transformar un humilde best seller escrito en la cárcel –por rojo– de Howard Fast, otro comunista del complejo mundo intelectual norteamericano de la época. Espartaco, la historia de un esclavo que puso en un brete al imperio romano, hasta crear un ejército y sobre todo una ilusión de libertad.

Espartaco no es sólo una de las obras maestras de Stanley Kubrick, al que no agradaban demasiado algunas páginas que había escrito Dalton Trumbo. El impresionante final, por ejemplo. Pero como la película la pagaba Kirk Douglas, el protagonista, y ya había tenido conflictos sin fin, no era cuestión de añadir más. Es sabido que gracias primero a Kirk Douglas ( Espartaco) y luego a una más que mediocre película de exaltación del sionismo, Éxodo –basada también en una horrenda novela de ­Leon Uris, que no era capaz de defender ni el productor judío Otto Preminger–, y que Dalton Trumbo transformó en un filme digno, el guionista sale de la categoría de “no existente”, lo que los romanos llamaban damnatio memoriae.

No es una casualidad que el inquisitorial Comité de Actividades Antinorteameri­canas se creara en 1937, durante nuestra Guerra Civil, y que tuviera en él un papel destacado el futuro presidente Richard ­Nixon, el mentiroso. En el fondo y en la forma estaban a favor de un entendimiento con el fascismo arrollador pero Hitler les ganó la partida, invadió la URSS y Japón declaró la guerra a Estados Unidos. Soviéticos y norteamericanos tuvieron que hacerse amigos y luego socios, y por fin disolver la empresa. En 1942, siendo corresponsal de guerra en el frente, Trumbo se afilia al Partido Comunista de EE.UU., como lo hacen muchos millares de norteamericanos. Quizá lo más exitoso de la manipulación del Comité de Actividades Antinorteamericanas y de sus voceros, fue el de haber reducido lo que fue la represión sobre miles de ciudadanos a un asunto elitista y de casta, “los diez de Hollywood”.

Pero hubo más de diez en Hollywood y fuera de Hollywood que comenzada la implacable guerra fría (1947), que siguió a la victoria sobre el nazismo, renunciaron a sus propias creencias. El Estado y las instituciones creadas para la lucha con el comunismo tuvieron impunidad para intimidar, arruinar, detener, encarcelar –un año de cárcel pasó Trumbo– y se hizo a conciencia, porque les llevaron a cárceles lejanas para que su aislamiento fuera mayor. ¿Y su delito? Negarse no sólo a delatar a quienes pensaban como ellos, sino negarse a decir lo que pensaban. No tiene nada que ver con el terrorismo, ni las olas represivas que castigaron la Europa comunista, los campos de concentración –por cierto que hubo una propuesta que no prosperó de crear uno para rojos en EE.UU.–, pero eso nos retrotrae a épocas pasadas: ¿quién mató más, la Inquisición o el fanatismo de Calvino? De seguro que la Inquisición, pero eso no limpia otros crímenes.

¿Los diez de Hollywood se enfrentaron al Gobierno norteamericano? Curioso dilema muy apropiado para los letrados. Los encarcelaron sin juicio, o con parodias de interrogatorios y luego fueron encarcelando. ¿Lo hizo el Estado o lo hizo el Gobierno? ¿Dónde estaba la diferencia? Dalton Trumbo era un redactor magistral de diálogos pero ninguno de ellos alcanza la al­tura, la ironía, la arrogancia del que sostiene con el presidente del Comité de Actividades Antinorteamericanas, John Parnell, el 28 de octubre de 1947. Figuran en un librito goloso y brutal del propio Trumbo, titulado El tiempo del sapo, que se publicó en España por primera vez en el 2012 (Artefakte, Barcelona). Es una joya de la literatura sarcástico-panfletaria, a la altura de Jonathan Swift, que lamentaría estuviera ya descatalogado.

Trumbo entró en prisión el 21 de junio de 1950 rodeado del odio de la mayoría de sus ciudadanos. Un traidor. Mantuvo desde el primer momento que para él ser o no ser comunista no tenía nada que ver ni con la URSS ni con la violencia, sino con una manera de comportarse hacia los que son más pobres y más débiles que nosotros. Y que esto lo podría explicar a la gente pero no a unos tribunales que ya habían dictado ­sentencia.

Es una pena que al espectador español no le sea fácil distinguir algunas figuras empalidecidas por el director del filme, que sin embargo se recrea en los héroes positivos, como si estuviéramos ante un film de propaganda soviética. Sería muy ilustrativo hacer una comparación entre el esquema héroe-traidor en el cine norteamericano y el soviético, y probablemente nos sorprenderíamos de las coincidencias. Pero figuras tan importantes en aquellas denuncias como John Wayne –el estereotipo por excelencia del guerrero, que por cierto no participó para nada en la II Guerra Mundial, salvo para darle a la lengua– y sobre todo Edward G. Robinson, activo luchador por las libertades hasta que se dio cuenta que su fortuna –las piscinas, que hubiera dicho Orson Welles– se le fue secando y se portó como un confidente deslenguado, falaz y desmedido en su afán de volver a ser la estrella que fue.

Edward G. Robinson, que nosotros siempre conocimos con barbita, y que en el filme de Trumbo es difícilmente recono­cible, tenía el miedo tan metido en el cuerpo que cuando ejerció de jurado del Fes­tival de Cannes (1952), exigió que se re­tirara un plano de la pe­lícula de Berlanga Bien­venido Mr. Marshall. Exactamente el último: una banderita­ ­norteamericana, tras el ­fallido fes­tejo, cae arrastrada por la lluvia. Interpretaba que podía interpretarse como símbolo antinorteame­ricano, a pesar de lo cual fue premiada. El caso del delator Elia Kazan exigiría muchas líneas, imposibles en este artículo.

Pero si tiene especial valor Trumbo, dentro de su modestia fílmica, es la exhibición del protagonista. Su ímpetu, su capacidad para no romperse y sumirse en la depresión que llevó a la tumba a tantos otros. Sus singularidades de pluma –escribir en una bañera, rodeada de sus bártulos de trabajo, y sin admitir interrupción alguna–. O lo que es lo mismo, Dalton Trumbo escribía en la bañera del váter, cargado de whisky y anfetaminas, hasta reventar.

Lo que rompió todos los esquemas, cuando Dalton Trumbo recuperó los ­Oscar que le habían escamoteado – Vacaciones en Roma, El Bravo –, es que fuera capaz, apenas unos años antes de su muerte, de adaptar uno de sus viejos libros, el premiadísimo en 1939 Johnny cogió su fusil, y hacer de él un filme insólito. No es fácil que alguien sea capaz de ver esta obra ­maestra dos veces seguidas sin tomarse un tiempo de respiro. Es demasiado humana. Sólo una personalidad como la de Dalton Trumbo habría sido capaz de esta última osadía. Apenas después se murió.

miércoles, 2 de marzo de 2016

La gran apuesta. Sobre "The Big Short" y predicciones

Ya se está estrenando en varios cines. The Big Short (La gran apuesta, en España) describe a varios de los actores clave en la creación de la permuta de incumplimiento crediticio en el mercado, que buscaba apostar en contra de la obligación colateralizada por deuda (CDO), y terminó aprovechando la crisis financiera de 2007- 2010. El libro también destaca la naturaleza excéntrica del tipo de persona que apuesta contra el mercado o va contra la corriente. Yo he asistido al preestreno en Atenas, organizado por una universidad privada y con la interesante ocurrencia de invitar a todos sus alumnos de un Master de Administración de Empresas a verla y finalizar el acto con un debate de dos de sus profesores de Economía. Me ha gustado la película y me ha resultado interesante el resumen de mi compañera y traductora, de lo que estos profesores comentaron tras terminar la proyección, pero me sorprendió mucho el optimismo con el que tanto estos profesores como tantos otros expertos -quizá el lector ha escuchado también a otros- vislumbran el futuro. Días después, un amigo al que le recomendé verla, que también estudió Economía, me afirmaba convencido lo mismo. Y aun más convencido que sendos profesores: “¡claro que se puede esperar que esta crisis no se repita en 20 años! Los expertos ahora cuentan con potentes ordenadores que les permiten predecir con exactitud cuándo ocurrirá la siguiente”.

Pueden parecer hilarantes estas afirmaciones, pero lo cierto es que el Análisis Económico y nuestras herramientas (la Estadística y los ordenadores) mejoran día a día, y algunas de sus predicciones (en Geografía Económica, por ejemplo) alcanzan ya la precisión de algunas parcelas de la Medicina. ¿Por qué parece imposible saber con esta antelación, la fecha exacta de la próxima crisis? La respuesta es Sí y también No, dependiendo del sujeto. ¿Quién lo sabe?

Para determinar algo así, primero debemos partir de una definición de crisis. Se suele aceptar la de recesión cuyos efectos (sobre todo, el aumento del desempleo) duran varios años. Y ¿qué es recesión? Es esa fase final (o inicial, según se mire, porque por algo decimos que el capitalismo es cíclico) de cada ciclo económico, muy habitual (en 240 años de los EEUU, se han producido 42, una cada 6 años), durante la cual la Renta Nacional disminuye. En la OCDE se suele considerar como tal si dura al menos 9 meses, puesto que hay muchas economías con reducción (estacional, y por tanto no crítica) del PIB por unos meses tras el “agosto” propio de su estructura: suele coincidir con la temporada alta en el turismo. Es por eso que la recesión que provocó en España el pinchazo de la burbuja inmobiliaria no se pudo constatar hasta mediados de 2009, cuando llevábamos 9 meses de recesión, y que ésta tenía magnitud de crisis, años más tarde.

Los protagonistas de The Big Short se dedicaban a estudiar los vaivenes del mercado financiero y en un momento dado, pasan de creer que hay que seguir apostando por el “boom” inmobiliario, a apostar en contra. Gracias a que hoy se puede comprar y vender casi de todo, se convierten en multimillonarios en cuestión de meses por el catastrófico hundimiento de dicha burbuja. Al comprarle a diversos bancos derechos a vender en el futuro sus participaciones en carteras de hipotecas (préstamos agrupados de modo que muchos inversores contribuyen en la financiación y obtienen parte de los intereses, cuando se cobran, si se llegan a cobrar) al precio vigente en el momento de la transacción -altísimo en la recta final de esta fase febril-, estaban apostando a que todo se iba al garete. Solo así se puede rentabilizar este acuerdo: pagas por un derecho que solo ejerceríamos si baja el precio de nuestra cartera. De ese modo, cuando de hecho así sucedió, pudieron vender todos sus activos muy por encima del nuevo precio. Algunos multiplicaron así su fortuna por más de 200 veces en un solo año.

La película y la novela también te cuentan que dos de los protagonistas sufren tanto remordimiento de ser de los pocos que se beneficiarán de este hallazgo personal -de momento, parece ser que solo unos pocos no solo comprendieron que esto iba a suceder, sino que interesaba comprar cuantos más derechos de venta de “subprime”, mejor-, cuando la debacle que se avecina dejará a millones en el mundo sin trabajo, sin empleo y muchos más, con sus ingresos recortados, quieren publicar sus análisis en la prensa económica. Wall Street Journal desprecia la propuesta por las escasas credenciales de estos inversores: ni su CV ni el valor de los activos que manejan les sitúan por encima del anonimato. Más de uno se preguntará: ¿y si les hubieran hecho caso y se publica este “boom” en 2006?

La historia no habría sido muy diferente, salvo que el desastre se habría adelantado un año. Si mucha gente creyera la veracidad de sus conclusiones, el pánico se extendería a partir de su publicación, en lugar de meses después, por las noticias que finalmente pregonaron el final de esa burbuja especulativa. Y ahí está la clave para entender este lío: cuando se avecina una crisis, lo único que puede hacer un agente económico influyente es adelantarla mostrando su preocupación -por ejemplo, echando más leña alarmista al fuego-, o ignorar estos análisis, pero tarde o temprano, las personas racionales tomarán medidas: muchas empresas despedirán a sus trabajadores al haber comprometido su viabilidad en esta burbuja; los despedidos, no seguirán endeudándose; todo el que tenga activos relacionados, tratará de venderlos como sea. Todas estas acciones se alimentan entre sí y el fuego de la crisis, que desinfla la burbuja hasta que los precios -en este caso, de los inmuebles y varios activos- tocan fondo.

Supongamos ahora que un grupo de economistas, con los ordenadores más potentes, las mejores herramientas de análisis económico y recursos suficientes, hacen un estudio sesudo que arroja como conclusión que la próxima crisis empezará con una recesión durante los meses de enero a septiembre de 2030. Hay dos escenarios extremos: que todo el mundo les crea y que nadie les crea. En el primer caso, el pánico cundiría antes. Las expectativas autocumplidas están bastante estudiadas y diversos estudios nos demuestran que ante una convicción grande, los agentes tratan de anticiparse para evitar pérdidas personales, pero obviamente esto acelera el desastre y colectivamente, la mayoría sufrirá pérdidas. Es lógico: si crees que este estudio es cierto y conoces la teoría de las expectativas autocumplidas y la teoría de juegos, ¿esperarás al 31/12/29 a vender tus activos? Quizá te juegas mucho; sabes que si hay miles queriendo anticiparse, puede que el 31 ya sea tarde. Mejor el 30. ¿O el 29? ¿Qué hacemos? “Ya está, metemos todas las variables en un programa informático que resuelve sistemas de ecuaciones por teoría de juegos”. Es decir: realiza diversas simulaciones del comportamiento de todos los agentes que queramos considerar. Tras cada simulación, nos ofrece un resultado. Como queremos anticiparnos, se repite la simulación (o juego) pero cambiando la variable esperada, pues es posible que otros agentes también hagan el mismo análisis y quieran anticiparse, y obtenemos un nuevo resultado, pero entonces ¿a qué fecha se anticiparán los actores? Si intentamos anticiparnos a millones de inversores, al final, el ordenador concluirá que debes vender mañana mismo. La Teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones entre sujetos que reciben incentivos o “castigos” por sus acciones y nos permite trazar varios escenarios posibles y la decisión óptima. Si ésta es anticiparse, tenemos que considerar cuantos sujetos participan, la probabilidad de que éstos se anticipen a nosotros, el coste de anticiparse y el de no hacerlo. Entonces, tiene que entrar la subjetividad del decisor -no queda otra- y unos venderán mucho antes de la fecha señalada por los agoreros, y otros serán más crédulos con la profecía, esperando a ver qué pasa, pero seguro que venderán antes de 2030, puesto que para 2029 ya habrán caído tanto las cotizaciones que será imposible el optimismo. Así, tendremos que la crisis que todo el mundo creía perfectamente predicha por unos analistas formidables, tendrá lugar mucho antes de lo previsto, por la credibilidad total de los afectados.

En el segundo caso extremo, nadie creerá a estos magníficos economistas y la recesión tendrá lugar en las fechas y magnitudes previstas. Estos economistas podrán luego complacerse con un “os lo dije”, como Casandra según aquel mito griego, pero lo paradójico es que acertarán justo porque nadie les cree -aparte de que sus predicciones sean asombrosamente pertinentes-. Es lo que tienen las Ciencias Sociales: si el analista hace predicciones que pueden alterar las expectativas -¡y tanto! porque hay mucho en juego-, estas predicciones tendrán que cambiar en cuanto los agentes estudiados cambien su comportamiento. El “observador” -que en estos casos, hace algo más que observar-, modifica lo observado. En parte, es lo que criticaba Miguel Angel Ordoñez a Rajoy. Anunciar que la cosa está muy mal -magnificando la situación- puede servir para que si aun no lo estaba, empeore hasta el punto deseado, pero solo si alguien te hace caso. Si todo el mundo ignora la predicción, ésta no tiene modo de afectar a las decisiones de los agentes. Solo así puede cumplirse.

Cualquier otro caso será una situación intermedia entre estos extremos: algunos creerán la predicción y sus decisiones afectarán a las de otros agentes, pero cuantos más sean los que se anticipan, antes ocurrirá la recesión anunciada. Cuantos menos crean el estudio en cuestión, mas probable será que se puedan mantener las premisas -lo cual no quita que si la predicción es errónea, lo seguirá siendo-. Y esto nos lleva a una terrible conclusión: las predicciones sobre la próxima crisis no son útiles para evitarlas. Solo pueden ser certeras cuando casi nadie ve venir la hecatombe y en tal caso, tan solo sacarán tajada unos pocos avispados como los de la película. Por otra parte, siempre nos quedarà la duda de si son realmente unos pocos, tal y como nos muestra el director, o muchos del famoso 1% que posee casi la mitad de la riqueza mundial, los que se anticipan y la reubican en “lugares” y formas convenientes para cada momento. Dada la apertura financiera de nuestras economías hoy, esto es sumamente fácil para quien posee un patrimonio considerable.

Lo que está claro es que la inestabilidad del capitalismo es inherente a su funcionamiento y puede que cada crisis tenga algo distinto a todas las anteriores, pero siempre viene otra y otra más. Y en parte es así porque es imposible saber cuándo es la próxima. Esta incertidumbre confiere al fantasma de la crisis una autonomía que adquiere casi rango de personalidad propia, como un agente más que decide tanto o más que un gobierno o incluso un G-8. De este modo, las clases y grupos dominantes se exoneran de culpa y como ya decía Roxa Luxemburg*, este resultado de la suma de decisiones humanas, conscientes y hasta premeditadas, se convierte en “catástrofe natural” en manos de la prensa. Ya a principios del siglo XX se hablaba así de una crisis y aun hoy se utilizan símiles como “terremoto”, “tsunami”, etc. Al llamarlo “terremoto financiero”, nos quedamos mas tranquilos, porque es un apelativo que nos invita a la resignación. Poco podemos hacer contra la Naturaleza, incluso en la sociedad del conocimiento. No parece casualidad que Hollywood nos haya relatado decenas de formas fantásticas de solucionar o anticiparse a una hecatombe y salvar así al mundo, pero no se puedan salvar más de 10 personas a una crisis financiera ni en un film de George Lucas. No nos quieren dar ideas.
David Romero
Nota *Luxemburg, Rosa. Introducción a la Economía Política. Siglo XXI de España, 1974.