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miércoles, 11 de septiembre de 2019

La pena de muerte como arma política. La ejecución de Ethel y Julius Rosenberg

Rossen Vassilev Jr.
Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

El 19 de junio [de 2019] se conmemoró el sexagésimo sexto aniversario de la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg, una joven pareja judío-estadounidense de la ciudad de Nueva York, cuya supuesta culpabilidad como “espías atómicos” soviéticos nunca se ha demostrado, a pesar de las muchas mentiras, falsificaciones y otro tipo de engaños de la propaganda blanca, gris y negra arrojados contra ellos desde entonces. Quienes son partidarios del absolutismo moral creen que todo asesinato es inmoral, excepto en casos de legítima defensa justificada o quizá en casos de asesinatos por misericordia o suicidios asistidos médicamente (“eutanasia”). Esa es la razón por la que todas las naciones europeas han abolido la pena de muerte. Excepto en los antiguos países comunistas de la Europa del este, la tasa de crímenes violentos de Europa (incluida la tasa de asesinatos) no ha aumentado a consecuencia de esta drástica reforma legal (Rachels & Rachels 149-150). La pena de muerte es especialmente controvertida e indefendible moralmente cuando se aplica a delitos que no son de sangre, como la deserción militar en tiempo de guerra o la “alta traición” (espionaje) en tiempo de paz. Un caso particularmente escandaloso de “alta traición” fue el de Ethel y Julius Rosenberg, a los que se acusó falsamente de ser “espías atómicos” de Moscú y fueron electrocutados el 19 de junio de 1953 por algo que el director del FBI J. Edgar Hoover calificó de forma grandilocuente de “crimen del siglo”. Muchos años después un eminente experto en derecho, formado en la Facultad de Derecho de Harvard, concluyó de forma inequívoca que “por muy controvertido que fuera, el caso Rosenberg también fue un enorme error judicial. Nadie puede estar orgulloso de lo que hizo la justicia estadounidense en el caso Rosenberg. Merece un lugar especial en la conciencia de nuestra sociedad” (Sharlitt 256).

Sin embargo, los fanáticos “patriotas”, que antaño condenaron injustamente y asesinaron a los Rosenberg, ahora quieren juzgar y condenar a muerte por “alta traición” a Edward Snowden , exempleado de la National Security Agency (NSA, Agencia de Seguridad Nacional) que denunció las prácticas ilegales de esta organización y ahora está fugitivo. Gracias a Snowden ahora sabemos que la NSA ha estado espiando a ciudadanos y ciudadanas estadounidenses, grabando y almacenando en secreto todas sus comunicaciones privadas. Otro posible objetivo futuro es Julian Assange , el famoso aunque controvertido director y fundador de Wikileaks, en caso de que este periodista australiano conocido por el Russiagate sea extraditado de Gran Bretaña y juzgado en Estados Unidos. Este artículo trata del abuso por parte del gobierno [estadounidense] de la pena de muerte como castigo y arma política casi legal, como ocurrió en el juicio injusto y la ejecución de los Rosenberg acusados de espiar en tiempo de paz, un acontecimiento que históricamente se conoce como “el punto culminante de la Era McCarthy” (Wexley xiii).

La Era McCarthy
En 1948 comenzó la era del macartismo, la tristemente célebre histeria de acoso al rojo del Estados Unidos de postguerra. El término “macartismo” proviene del nombre del entonces recién elegido senador republicano por Wisconsin, Joseph McCarthy . Como miembro de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado el senador McCarthy persiguió a las personas comunistas que supuestamente operaban dentro del gobierno demócrata del presidente Harry Truman, especialmente en el Departamento de Estado del general George C. Marshall, al que se culpó de haber “perdido a China” frente a los comunistas chinos de Mao Tze-Tung apoyados por los soviéticos en 1948-1949. Con la ayuda del Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC, por sus siglas en inglés) del Congreso estadounidense Joe McCarthy quería demostrar que el gobierno Truman, que contaba con muchos partidarios del “New Deal” y algunos vestigios izquierdistas de la anterior presidencia de Franklin Delano Roosevelt (FDR), estaba plagado de “comunistas” que espiaban secretamente para Moscú. Hasta el propio gobierno Truman había establecido el Programa Federal de Fidelización de Empleados y varios grupos (como el Comité Estadounidense para la Libertad Cultural) con el fin de descubrir a las personas supuestamente comunistas que había en el gobierno y en los medios de comunicación (Carmichael 1-5, 41-46).

Lo que hizo especialmente célebre al senador McCarthy fue su activo papel en la persecución y encarcelamiento de miles de personas que eran verdaderamente comunistas estadounidenses o que eran sospechosas de serlo, incluidos casi 150 miembros destacados del Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA, por sus siglas en inglés), acusados de conspirar supuestamente para derrocar el sistema constitucional de Estados Unidos por medio una revolución violenta. Según la draconiana Ley Smith, cualquier persona estadounidense que fuera miembro del CPUSA podía ser procesada por traición y por ser espía soviético. Ni siquiera Hollywood se libró de esta caza de brujas anticomunista en todo el país ya que cientos de actores y actrices de cine, directores, guionistas, productores, compositores de música, publicistas e incluso tramoyistas fueron incluidos en una lista negra, despedidos de sus trabajos o, como los “antipáticos” Hollywood Ten [Diez de Hollywood], encarcelados por sus simpatías y filiaciones “comunistas” (Carmichael 46-47). Algunas personas famosas de la “Dream Factory”, como Charlie Chaplin y Bertolt Brecht, prefirieron marcharse al extranjero para no acabar en la cárcel.

Foto: Ethel y Julius Rosenberg (Fuente: Wikimedia Commons)

El presidente Truman había asegurado reiteradamente al pueblo estadounidense que la URSS no podría conseguir un arma nuclear en los siguientes entre 10 y 20 años, de modo que cuando los rusos probaron una bomba atómica en agosto de 1949 se emprendió la búsqueda de traidores dentro del propio Estados Unidos y de espías atómicos que trabajaran para Moscú. El senador McCarthy y el igualmente infame ayudante del fiscal Roy Cohn, que fue asesor principal de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado, acusaron públicamente a muchos “comunistas” conocidos y desconocidos de espionaje atómico para la Unión Soviética. Uno de los acusados era el oscuro propietario de un pequeño taller en la ciudad de Nueva York llamado David Greenglass, que había sido un joven sargento destinado al Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México, donde se desarrollaron las primeras bombas atómicas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Las acusaciones de Cohn contra él carecían de todo fundamento ya que no había “ni un solo testigo ni una sola prueba de que Greenglass hubiera cometido espionaje” (Wexley 113-114). Pero llevado por el pánico y temiendo por su vida, Greenglass implicó falsamente a su hermana Ethel y a su marido Julius (como lamentablemente reconoció muchos años después) presionado por los fiscales y para protegerse a sí mismo y especialmente a su querida esposa Ruth de posibles acusaciones criminales de espionaje atómico y alta traición (Roberts 479-484).

Basándose únicamente en el sospechoso testimonio de Greenglass los fiscales del gobierno detuvieron, encarcelaron y juzgaron a Julius y Ethel Rosenberg por robar secretos de la bomba atómica de Estados Unidos y pasarlos a Moscú. En una grave violación del código de conducta judicial Cohn, el fiscal del juicio Irving Saypol y el juez que presidía el tribunal Irving Kaufman se consultaron ilegalmente casi a diario y conspiraron en secreto con otros altos cargos del Departamento de Justicia, incluido el Fiscal General de Estados Unidos Herbert Brownell Jr., para socavar la defensa legal de la pareja acusada.

La acusación se inventó la mayoría de las pruebas contra los Rosenberg con la ayuda de David Greenglass, que se convirtió en testigo del gobierno a cambio de indulgencia por las supuestas actividades en el pasado como espías soviéticos tanto de él como de su esposa (Roberts 476-477). Un libro relativamente reciente de un destacado redactor del New York Times revela que Greenglass cometió perjurio al declarar en el tribunal contra los Rosenberg, lo que finalmente llevó a la condena y ejecución de su hermana y cuñado (Roberts 482-483). Y lo que es peor, “durante el juicio ni los Rosenberg ni su abogado defensor pudieron acceder a ninguna prueba documental que apoyara las afirmaciones del gobierno sobre Julius y Ethel” (Carmichael 109). Esta omisión deliberada convirtió el juicio en una farsa, que “violó además el derecho fundamental de los Rosenberg según la Cuarta Enmienda a conocer qué pruebas había contra ellos” (Carmichael 109).

Debido a las fuertes presiones políticas, especialmente por parte del presidente del Tribunal Supremo Fred Vinson, el Tribunal Supremo de Estados Unidos denegó la revisión de las condenas por espionaje de los Rosenberg y la suspensión de sus ejecuciones ordenada por el juez del Tribunal Supremo William O. Douglas con el fin de reabrir su controvertido caso (Sharlitt: 46-49, 80-81). Aunque era obvio que eran inocentes de la acusación de ser espías atómicos, los Rosenberg fueron ejecutados en la temible cárcel Sing Sing de Nueva York el 19 de junio de 1953 a pesar de las enormes protestas tanto en Estados Unidos como en el mundo y de las peticiones de clemencia. Sólo dos meses después un bombardero soviético lanzó la primera bomba de hidrógeno (termonuclear) operativa del mundo en una prueba en superficie, que demostró lo absurdo de la idea de que Moscú necesitara robar los secretos atómicos a Estados Unidos para producir sus propias armas nucleares. Un revelador libro recién publicado resume los sórdidos detalles legales del caso Rosenberg: “[…] Una pareja joven judío-estadounidense rehusó hacer la falsa confesión de haber cometido traición contra Estados Unidos. Debido a un idealismo fuera de lugar el marido había cometido un crimen respecto al cual la acusación no afirmaba que hubiera perjudicado a Estados Unidos. Para satisfacer una agenda política varios altos cargos, los fiscales, y el juez, que eran unos irresponsables y oportunistas, elevaron este crimen a la categoría de “traición”. Los Rosenberg no podían confesar un delito que no habían cometido y por el que los funcionarios de Justicia exigían cínicamente los nombres de los cómplices, los cuales también se iban a enfrentar a la amenaza de ser ejecutados por un delito no cometido. Habrían enviado a familiares y amigos a la muerte, habrían dejado huérfanos a sus hijos y los habría cargado en el futuro de una vergüenza inmerecida” (David & Emily Alman 377).

Desde entonces han salido a la luz muchas pruebas nuevas (algunas de las cuales habían sido suprimidas previamente por el gobierno o retenidas por la fiscalía) que confirman la inocencia de los Rosenberg. Actualmente se acepta mayoritariamente que Ethel Rosenberg nunca fue una espía soviética y que los fiscales lo sabían perfectamente. Esta mujer madre de dos hijos fue detenida y encarcelada y el FBI de J. Edgar Hoover la mantuvo como rehén para chantajear a su marido y hacer que confesara su supuesta culpabilidad y dijera los nombres de otros espías soviéticos. Aparte de muchos “testimonios de oídas”, ni la fiscalía ni el juez presentaron prueba alguna que “demostrara a existencia de una red de espionaje encabezada por Julius Rosenberg” alegando convenientemente que todas esas pruebas documentales “tenían que permanecer secretas por razones de seguridad nacional” (Carmichael 109).

Julius trató infructuosamente de defenderse insistiendo en que, aunque las acusaciones de espionaje fueran, en efecto, ciertas, el supuesto espionaje que había hecho durante la Segunda Guerra Mundial lo hizo a favor del entonces aliado soviético de Estados Unidos durante la guerra y no tenía absolutamente nada que ver con robar información sobre la bomba atómica. Pero el argumento del juez sentenciador (ridículo desde el punto de vista legal y de los hechos) de que los Rosenberg habían puesto la bomba atómica en las “ensangrentadas manos” del dictador soviético Joseph Stalin, lo que más tarde provocó la muerte de 54.000 soldados estadounidenses en la Guerra de Corea (1950-1953), tuvo éxito, al menos a ojos de la enfurecida opinión pública estadounidense y selló el destino de la pareja acusada.

Pero lo más trágico de todo este caso fabricado fue que los británicos ya habían detenido y encarcelado al científico nuclear alemán Klaus Fuchs, el cual había admitido haber enviado a Moscú información secreta acerca de la bomba atómica estadounidense mientras estuvo trabajando para el ultrasecreto Proyecto Manhattan en Los Álamos durante la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, los macartistas de la caza de brujas necesitaban varios chivos expiatorios en su país a los que echar la culpa de que Stalin hubiera desarrollado un arsenal nuclear.

Si la pena de muerte por un “delito no de sangre”, como la alta traición en tiempo de paz (que en el caso de los Rosenberg el presidente Dwight Eisenhower se negó a conmutar por cadena perpetua) no hubiera estado en vigor en aquel momento, los Rosenberg habrían sido exonerados más tarde y puestos en libertad al ir disminuyendo gradualmente la histeria anticomunista. Esto es exactamente lo que ocurrió a los líderes convictos y encarcelados del Partido Comunista, todos los cuales fueron liberados uno tras otro por los tribunales: “A principios de 1958 los exdirigentes del Partido Comunista condenados en 1948 en virtud de la Ley Smith habían sido puestos en libertad; el Tribunal Supremo había anulado sus condenas” (Roberts 453).

Conclusión
El caso de Ethel y Julius Rosenberg es un ejemplo flagrante de la corrupción y politización del sistema judicial de Estados Unidos en el muy tenso ambiente de Guerra Fría de la década de 1950. A pesar tanto de su valentía y de su indomable voluntad de vivir como del fuerte apoyo público que recibieron en Estados Unidos y en el extranjero, los Rosenberg no sobrevivieron a las injusticias inconstitucionales que les infligieron unas autoridades judiciales llenas de prejuicios políticos y moralmente deshonestas, decididas a cumplir sus objetivos anticomunistas por todos los medios posibles, tanto legales como ilegales. El Departamento de Justicia había falsificado gran parte de las pruebas condenatorias contra los Rosenberg, mientras que los testigos clave en el juicio cambiaron reiteradamente sus testimonios tras haber sido adiestrados por los fiscales. Como escribió más tarde un experto analista de juicios sobre la condena y ejecución “injustificada” de los Rosenberg: "Dado el miedo al comunismo en el que estaba sumido Estados Unidos en la década de 1950, es dudoso que pudiera haber otro resultado. [...] Sus muertes siguen siendo una mancha en la sociedad estadounidense. [...] Cuando la paranoia se apodera de una nación las personas inocentes sufren con las culpables” (Moss 97).

Casos judiciales tristemente célebres como el de los Rosenberg siguen recordando a la opinión pública informada que la pena de muerte nunca está ni se debe considerar legalmente justificada o moralmente defendible, especialmente en casos no violentos como el espionaje en tiempo de paz, porque la pena capital hace prácticamente imposible revertir los errores judiciales del pasado al presentar nuevas pruebas o pruebas suprimidas previamente que exoneren a aquellas personas acusadas que han sido ejecutadas. En el caso de los Rosenberg la fiscalía y los tribunales se han negado obstinadamente hasta la fecha a reconocer la inocencia demostrada de los acusados y a anular sus condenas y penas de muerte injustas.

Rossen Vassilev Jr. es estudiante de último año de periodismo en la Universidad Ohio de Athens, Ohio.

Bibliografía:

Alman, David, y Emily Alman, Exoneration: The Trial of Julius and Ethel Rosenberg and Morton Sobell, Seattle, WA, Green Elms Press, 2010.

Carmichael, Virginia, Framing History: The Rosenberg Story and the Cold War, Minneapolis and London, University of Minnesota Press, 1993.

Moss, Francis, The Rosenberg Espionage Case. (Famous Trials series), San Diego, CA, Lucent Books, 2000.

Rachels, James, y Stuart Rachels, The Elements of Moral Philosophy (octava edición), McGraw-Hill Education, 2015.

Roberts, Sam, The Brother: The Untold Story of Atomic Spy David Greenglass and How He Sent His Sister, Ethel Rosenberg, to the Electric Chair, Nueva York, Random House, 2001.

Sharlitt, Joseph H, Fatal Error: The Miscarriage of Justice that Sealed the Rosenbergs’ Fate, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1989.

Wexley, John, The Judgment of Julius and Ethel Rosenberg, Nueva York, Ballantine Books, 1977.

Fuente: http://www.globalresearch.ca/death-penalty-political-weapon-execution-ethel-julius-rosenberg/5683539

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.

miércoles, 20 de abril de 2016

Angela Davis: “La pena capital es racista”. La activista que inspiró a Lennon defiende que la condena a muerte es herencia de la esclavitud. En un libro analiza el sistema carcelario en EE. UU.

Angela Davis es uno de los rostros más conocidos de la lucha contra el racismo en Estados Unidos desde hace medio siglo. Icono de los movimientos radicales de los sesenta, participó en los principios de los Panteras Negras, fue apartada de la universidad por declararse comunista y pisó la cárcel. John Lennon le dedicó una canción. Volvió a la universidad, primero en San José y luego en Santa Cruz (California), donde enseñó filosofía durante tres décadas. Las fotos de aquella joven de mirada desafiante se sobreponen en el imaginario colectivo a toda su vida posterior, pero Davis (Birmingham, Alabama, 1944) ha mantenido desde la universidad sus tesis contra el sistema carcelario y el racismo institucionalizado.

La editorial Trotta publica este año en España un volumen con dos ensayos previos, ¿Están obsoletas las prisiones? (2003) y Democracia de la abolición (2005), en colaboración con el profesor de filosofía Eduardo Mendieta. En ellos se resume buena parte de ese pensamiento. Estados Unidos tiene la población carcelaria más grande del mundo, por delante de China. Son 2,2 millones de personas entre rejas que cuestan más de 70.000 millones de dólares al año (62.720 millones de euros). Se trata de un “complejo industrial carcelario”, en palabras de Davis, que traza en sus escritos una línea que relaciona directamente las instituciones de la esclavitud con el sistema penal actual en Estados Unidos.

Un ejemplo concreto de esa herencia es la pena de muerte, una excepción norteamericana en el contexto de las naciones desarrolladas. “La persistencia de la pena de muerte como una forma habitual de castigo es uno de los ejemplos más dramáticos de cómo las consecuencias de la esclavitud siguen dando forma a nuestra sociedad”, explica Davis en una entrevista por correo electrónico. “La pena capital sobrevivió a la abolición de formas de castigo corporal obsoletas al convertirse en parte de las leyes de esclavitud. Por eso es una institución completamente racista, no solo porque se dirige de manera desproporcionada contra personas negras y de color, sino que además es una institución heredada de la esclavitud. Como ha señalado [la profesora y activista de los derechos civiles] Michelle Alexander, hay más hombres negros en prisión bajo control de la justicia criminal de los que había esclavizados en 1850”.

La reforma de un sistema penal que ha crecido de manera desproporcionada desde el endurecimiento de penas de los ochenta y los noventa está ya entre las prioridades de ambos partidos, con notables avances en el ámbito estatal en California y Texas. Davis, sin embargo, sigue apostando por el abolicionismo del sistema carcelario. “Después de décadas de organizarse radicalmente y de investigación académica, la crisis de las prisiones y la violencia policial finalmente se han convertido en asuntos del discurso público”, argumenta. Pero “el consenso se ha desarrollado a partir de reformas que se presentan como capaces de ‘arreglar el sistema’. Los abolicionistas consideran que no es una cuestión de hacer reformas menores, o incluso grandes, sino de desmantelar el sistema y reconstruir la justicia penal y los sistemas policiales, además de reconceptualizar y transformar la sociedad en su conjunto para que no tenga que apoyarse en la violencia institucionalizada”.

“El complejo industrial carcelario”, continúa, “consiste en una serie de relaciones entre cárceles, policía, empresas, medios y el Gobierno. Desmantelarlo requiere más que leyes”. Para Davis, la superpoblación es consecuencia de un enfoque neoliberal centrado en los beneficios de la industria. “El complejo industrial carcelario es un fenómeno global con ramificaciones en África, Latinoamérica y Asia”.

En el caso de Europa, afirma, se ve en su población de presos inmigrantes. “Desgraciadamente los europeos no están exentos de las consecuencias de la esclavitud transatlántica, y desde luego no lo están de las consecuencias del colonialismo. Francia, por ejemplo, ha establecido un Día del Recuerdo de la Esclavitud y el Comercio de Esclavos. Debería reconocerse que los refugiados de África siguen las mismas rutas del comercio de esclavos. Ciertamente, Europa está experimentando ahora los resultados de una larga historia de esclavitud y colonización”.

Los textos que se presentan ahora en España están escritos antes de que en Estados Unidos ocurriera algo impensable. En enero de 2009, un hombre de raza negra juró como presidente del país. Para alguien que estuvo en el inicio de movimientos como los Panteras Negras, en estos siete años la presencia de Barack Obama en Washington “ha tenido un impacto profundo en las percepciones sobre la raza y el racismo”. “Acabamos de embarcarnos en una conversación nacional después de varios intentos fallidos, primero durante la presidencia de Clinton, luego durante la campaña electoral de Obama y el primer periodo de su presidencia. Desgraciadamente, Obama ha sido frenado por poderosos críticos que equiparan cualquier intento por su parte de discutir sobre raza con sus preocupaciones personales como primer presidente negro”.

Davis sigue con especial interés, sin embargo, la última expresión de la comunidad negra en las calles. El movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importa), surgido a partir de una serie de muertes violentas de afroamericanos a manos de la policía, “ha emergido en el espacio contradictorio creado por el hecho de una presidencia negra y la aparente incapacidad de esa presidencia para llevar a cabo ningún gran cambio respecto a la persistencia del racismo”, opina Davis. “La pregunta que yo me haría sobre esto es por qué ha tardado tanto en emerger un principio de movimiento de masas. Pero claro, uno no puede predecir cuándo se van a dar juntas las condiciones para producir una encrucijada histórica como la que se vio en las protestas de Ferguson” (agosto de 2014).

Un movimiento como Black Lives Matter es “precisamente lo que necesitan las comunidades negras en Estados Unidos, es lo que necesita el país”. “No podemos asumir que el racismo es sobre todo un problema para aquellos que lo padecen. El racismo distorsiona y corrompe instituciones y mentes, crea una asunción de superioridad, produce el privilegio blanco. Hay quienes creen que el eslogan Black Lives Matter tiene una connotación particular, pero no podría ser más universal. Decir simplemente All Lives Matter es ignorar hasta qué punto las vidas negras y de color son objeto de racismo y represión. Decir que las vidas negras importan, sin embargo, es proclamar que en efecto todas las vidas importan”.

En una época en que las imágenes de violencia policial contra personas de raza negra se distribuyen a una velocidad y a una cantidad de gente como nunca antes, sin embargo no ha surgido un movimiento violento organizado como ocurrió en los sesenta. “La historia en realidad nunca se repite”, responde Davis. “Las condiciones son hoy muy diferentes. La mejor manera de recordar el 50º aniversario de los Panteras Negras este año es reconociendo que hoy necesitamos movimientos que reflejen los cambios sucedidos en esos 50 años, especialmente el auge de nuevas tecnologías de comunicación, la vasta influencia de las redes sociales y la agudización de las contradicciones de riqueza y pobreza”.

Tras siete años de Barack Obama, parece haber una reacción de una parte de la derecha de Estados Unidos que se ha entusiasmado con un candidato abiertamente xenófobo y que coquetea con los prejuicios más básicos. “Es increíble que tengamos un candidato republicano que quiere prohibir a los musulmanes entrar en el país y que califica a los mexicanos de violadores y asesinos. El racismo de Donald Trump está animando a todo tipo de racismos al igual que una relación sin complejos con el fascismo”, considera Davis.

En este sentido, Davis no cree que el racismo contra los negros y el que sufren los hispanos tenga las mismas causas profundas, pero sí que su reacción podría ser parecida. “A pesar de que la historia de los latinos y la de los negros se cruzan, incluido el hecho de que un número importante de latinos son de ascendencia africana, hay diferencias. Igual que la colonización y la esclavitud son diferentes, aunque profundamente relacionadas históricamente, esas gentes cuyos ancestros fueron objeto de estas formas de represión sufren diferentes formas de opresión. Juntar a esas dos comunidades en movimientos contra el racismo requiere, por ejemplo, un mayor compromiso en las comunidades negras en el apoyo a los derechos de los inmigrantes”.

Desde la experiencia de medio siglo de activismo y trabajo académico, Angela Davis no cree que sean posibles las sociedades en las que idealmente la gente fuera ciega a los colores. “No creo que debamos luchar por una sociedad en la que la raza esté completamente ausente. De hecho, no creo que sea posible revertir el desarrollo de la historia, hacer como si la esclavitud nunca hubiera existido, como si la colonización de las Américas, África o Asia nunca hubiera ocurrido”. Pero sí se puede seguir aspirando a una sociedad “libre de jerarquías raciales, desigualdades raciales o violencia racial. Es el racismo lo que debemos expulsar de nuestras sociedades”.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/28/babelia/1459189843_207458.html