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jueves, 31 de diciembre de 2020

El genio revolucionario de Ludwig van Beethoven

Por Simon Behrman

¿Por qué todavía escuchamos y –como se ve– escribimos sobre Ludwig van Beethoven? Dos siglos han pasado desde que se escribieron y se interpretaron sus composiciones por primera vez. Ni siquiera sus coetáneos más apreciados, como Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert, han sido tan permanentemente populares, ni su música ha sido tan analizada y reinterpretada.

A diferencia de la obra de Gustav Mahler o Anton Bruckner, la de Beethoven nunca ha tenido que ser rescatada del olvido: continuamente ha sido una pieza fija en los programas de conciertos desde la época en que vivió. Su música era radical para su tiempo, e incluso hoy existen composiciones suyas, como la Grosse Fuge y algunos de los últimos cuartetos de cuerdas, que siguen siendo todo un reto para el intérprete y el público. Aun así, estas piezas tienen un puesto asegurado en el repertorio de los conciertos, mucho más que compositores modernistas como Arnold Schoenberg o Igor Stravinsky.

Ninguna otra música de un compositor clásico occidental suena tantas veces en actos públicos o en la propaganda política como la de Beethoven. Por ejemplo, una de sus obras más importantes y famosas, la Novena Sinfonía. Sindicatos obreros organizaban conciertos con esta música en Alemania tras la primera guerra mundial, y después, durante el Tercer Reich, para celebrar el cumpleaños de Hitler. El gobierno supremacista blanco de Rodesia adoptó la Oda a la alegría como su himno, como más recientemente lo hizo la Unión Europea. Leonard Bernstein dirigió una orquesta compuesta por músicos del este y del oeste de Alemania cuando la interpretó para conmemorar la caída del muro de Berlín.

Compositor de la modernidad
No es tan solo cuestión de que sus composiciones sean obras de arte interesantes y hermosas. Yo adoro la música de Haydn y Mozart, pero su universo sonoro nunca me hace sentir que estoy en cualquier otro lugar que no sea a finales del siglo XVIII. Escuchando muchas obras de Beethoven, hay momentos o pasajes enteros que se sienten modernos, concitando experiencias que permanecen inmediatas. Esto se debe al hecho de que Beethoven fue testigo de los espasmos del parto del mundo moderno. Consiguió expresar como ninguno de sus coetáneos el entusiasmo y el dinamismo de aquel periodo revolucionario, junto con sus contradicciones y sus momentos de desespero y derrota. Casi la vida entera de Beethoven estuvo marcada por la Revolución francesa y sus secuelas. Nacido en 1770, no contaba ni veinte años cuando en París la multitud asaltó la Bastilla. La revolución alcanzó su cénit con los jacobinos y entró en su fase reaccionaria siendo él veinteañero. Sus cartas de aquel periodo contienen muchas declaraciones de apoyo a la revolución, junto con la afirmación de su identificación como demócrata.

Beethoven alcanzó la fama en toda Europa en el mismo periodo en que las tropas napoleónicas pusieron patas arriba el antiguo orden en todo el continente. Pero también vivió el declive de la revolución y la dura reacción. Tuvo dos grandes crisis artísticas y personales en su vida. La primera coincidió con la autocoronación de Napoleón como emperador, señal de que los ideales republicanos de la Revolución habían sido traicionados. La segunda se produjo tras la derrota final de Napoleón en 1815 y del triunfo de la reacción. La dinámica de cada una de estas dos crisis en el proceso revolucionario fue muy diferente, del mismo modo que la respuesta de Beethoven a las mismas. El compositor personificó la relación entre el artista y la dinámica de la revolución, y en este sentido marcó un camino por el que posteriormente transitaron otros, como Richard Wagner y Dmitri Shostakovich.

El periodo heroico
En 1802, Beethoven sufrió una crisis personal debido a su creciente sordera y su aguda soledad. La profundidad de su desesperación se refleja en una carta a sus hermanos, que ahora se conoce como el Testamento de Heiligenstadt. De alguna manera consiguió recuperarse de esta depresión, y la primera obra que compuso después fue la Tercera Sinfonía. Esta marcó la plena emergencia de lo que ha venido en llamarse la esencia del estilo heroico de Beethoven. Es difícil exagerar el grado en que esta pieza transformó la música occidental en su conjunto. Está concebida a una escala más amplia que nada de lo que le había precedido: el primer movimiento por sí solo es más largo que la mayoría de las sinfonías enteras del siglo XVIII.

La forma sinfónica desde siempre había tratado de la tensión y la lucha. Sin embargo, en esta sinfonía, estos aspectos están acentuados dramáticamente. En vez de una introducción suave, recibimos dos acordes abruptos y muy altos, que en palabras de Leonard Bernstein sacudieron la elegancia del siglo XVIII. El resto del movimiento refleja una constante propulsión, aunque a menudo es armónicamente inestable; una combinación que encontramos en todas sus obras de madurez.

Es sabido que Beethoven dedicó esta sinfonía a Napoleón y que después tachó la dedicatoria al enterarse de que Napoleón se había autocoronado emperador. El título que dio finalmente a la pieza fue la Eroica. Resulta asombroso que el compositor no expresara su salida de una profunda depresión de una forma introspectiva o puramente personal, como era común entre los compositores del Romanticismo en el siglo XIX, sino con la esperanza que encerraba la promesa de un cambio revolucionario en Europa. En el mundo académico se entiende a menudo que la fe de Beethoven en los ideales revolucionarios se apagó con la eliminación de la dedicatoria a Napoleón, pero esto no es cierto, ni mucho menos. Hay muchas referencias dispersas en sus cartas escritas a lo largo de toda su vida que indican que seguía creyendo en el fin del poder de la aristocracia y del clero.

En efecto, tan tarde como en 1822, cuando Beethoven recibió la noticia de la muerte de Napoleón, cuentan que dijo: “Ya he compuesto la música adecuada para esta catástrofe.” Es probable que se refería a la gran marcha fúnebre que constituye el segundo movimiento de la Eroica, aunque también es posible que estuviera pensando en el grandioso escenario de la misa que estaba escribiendo entonces, la Missa Solemnis. La prueba de la continuidad de las simpatías radicales de Beethoven aparece asimismo en muchas obras que produjo a lo largo de los años.

Revolución de la forma
En la década posterior a la Eroica, compuso una serie de otras obras maestras, incluidas las quinta, sexta y séptima sinfonías; su única ópera, Fidelio; varias grandes oberturas; los últimos tres conciertos para piano; y su Concierto para Violín, los cuartetos Razumovsky, la sonata Appassionata para piano y muchas otras. Todas estas piezas, de una manera u otra, revolucionaron las formas musicales. Las obras para orquesta sinfónica y Fidelio tematizan a menudo la lucha de la libertad frente a la opresión.

Fidelio es un ejemplo destacado de una ópera de rescate, un género estrechamente asociado a la Revolución francesa, con la típica temática del rescate de un héroe del encierro o la ejecución a manos de la tiranía. La ópera está basada en un guion de Jean-Nicolas Bouilly, quien había sido un destacado jurista en el gobierno republicano francés. Supuestamente basado en hechos reales, cuenta la historia de una mujer que se disfraza de hombre para ayudar a su marido, un preso político, a escapar de la cárcel. Las primeras representaciones de la ópera tuvieron lugar en Viena durante la ocupación por las fuerzas napoleónicas. De hecho, la turbulenta historia de esta ópera, cuyas primeras representaciones fueron un fracaso y que tuvo que ser revisada a fondo para futuras funciones, tal vez se explique en parte por el rechazo de sus aspectos políticos más radicales.

Beethoven no fue, ni mucho menos, el único compositor de su tiempo que celebró el advenimiento de la Revolución francesa y que expresó los ideales de esta en su música. En efecto, hubo coetáneos suyos que expresaron lo mismo de forma mucho más evidente. Por ejemplo, François-Joseph Gossec, Luigi Cherubini y Étienne Méhul escribieron canciones patrióticas y óperas que ensalzaban explícitamente el republicanismo. Pero si bien estos compositores celebraban intelectualmente lo nuevo, lo hacían en el estilo de lo antiguo, y esta es una de las razones de que sus obras no hayan sobrevivido al paso del tiempo.

En cambio, Beethoven expresó el dinamismo de su época no solo de forma superficial, con declaraciones de virtud revolucionaria, sino más bien desarrollando un estilo musical radicalmente nuevo, que reflejaba los nuevos tiempos. Hay pocas obras suyas en las que el elemento político resulte tan manifiesto: principalmente Fidelio, la Eroica y la Novena Sinfonía. Beethoven evocaba mundos sonoros que en su época resultaban revolucionarios. De hecho, transformaron radicalmente la música europea, de manera parecida a cómo el republicanismo estaba transformando la sociedad europea.

En parte lo logró gracias a un mayor sentido de la escala, no solo en términos de la longitud de las piezas, que requería arquitecturas musicales más complejas, sino también en términos del tamaño de la orquesta, la gama de instrumentos utilizados y la mejora de las habilidades técnicas de los músicos, más allá de lo que anteriormente se esperaba de ellos. Cuando un violinista se le quejó de la dificultad técnica de una de sus composiciones, cuentan que Beethoven contestó: “¡Qué me importa tu bazofia de violín!”

Desde el punto de vista estilístico, tendía a centrarse en temas nimios, a menudo triviales, que incansablemente recorren largas secuencias musicales, pero que circulan entre diferentes instrumentos y se transforman continuamente. Este estilo lo ejemplifica el primer movimiento de la Quinta Sinfonía, que comienza con uno de los motivos más famosos de toda la música. Casi todos los compases de este movimiento, que dura unos siete minutos, repite este motivo de alguna forma. De hecho, también aparece en el segundo movimiento, domina el tercero y de nuevo puede oírse en el movimiento final. Esto crea un sentido de unidad y de constante transformación a lo largo de toda la sinfonía, en vez de limitarse a una sucesión de movimientos deslavazados, apenas vinculados entre sí, que era típico de las sinfonías compuestas hasta entonces. Este es el planteamiento –la escala heroica, la grandiosa narrativa, el sentido de unidad de propósito y transformación radical en la música– que inauguró un periodo de fervor revolucionario.

La reacción y el periodo postrero
La segunda crisis de calado en la vida de Beethoven comenzó alrededor de 1813. Su hermano menor, Kaspar, murió de tuberculosis, y entonces él se enzarzó en una larga y desagradable batalla legal con la viuda de Kaspar en torno a la custodia de su hijo. Tras la sucesión de obras maestras de la década pasada, su producción musical se desplomó. La única obra de envergadura que completó durante este periodo fue una pieza que le encargaron para celebrar la victoria de Wellington sobre Napoleón en la batalla de Vitoria.

Esta Sinfonía de la Batalla es, para decirlo sin rodeos, basura musical: bombástica, carente de desarrollo musical y apoyada en artilugios baratos como un novedoso órgano mecánico que permitía reproducir la barahúnda de la batalla. No contiene ni rastro de las ambigüedades ni de la inventiva que se escucha en otras piezas de su obra. A pesar de ello, le generó más ingresos que cualquier otra composición que produjo a lo largo de su vida. Tal vez uno de los logros menos ilustres de Beethoven sea el descubrimiento de que el entretenimiento barato resulta a menudo más rentable que el arte revolucionario bajo el capitalismo. Pero quizá este episodio es una prueba más de su profunda desmoralización personal y política.

Aunque Beethoven no hubiera producido ninguna obra significativa más durante los catorce años restantes de su vida, seguiría siendo considerado uno de los grandes de la música de Occidente. Sin embargo, cuando ya había sido una de esas personas nada frecuentes que transforman una vez su forma artística, pasó a ser un artista, aún menos frecuente, que lo hace una segunda vez. Su periodo postrero se ha convertido en un patrón para muchos artistas posteriores en diferentes campos, como un periodo en que un genio reconocido tiene la confianza y la capacidad para ampliar el horizonte de las posibilidades artísticas para las siguientes generaciones.

No hay muchas piezas significativas de este periodo. Aparte de una serie de composiciones menores, solo hay una sinfonía, cinco cuartetos de cuerdas, media docena de sonatas para piano y un arreglo de la Misa. Pero cada una de estas piezas sigue figurando, más de 200 años después, entre las más importantes de la historia de la música occidental. Los llamados últimos cuartetos tienen una profundidad emocional como nunca antes se había escuchado en esta forma y pocas veces igualada desde entonces. Donde esta cualidad se pone de manifiesto de manera más asombrosa es en el Cuarteto de cuerdas nº 13. El editor de Beethoven rechazó un movimiento de esta pieza con el argumento de que ponía en peligro su viabilidad comercial. Beethoven lo publicó entonces separadamente, como pieza suelta, llamada Grosse Fuge.

La Grosse Fuge desconcertó a críticos y al público por igual la primera vez que se interpretó, e incluso hoy sigue siendo un reto para las audiencias. Una fuga presenta como mínimo dos temas –sujeto y contrasujeto– y ha sido una forma muy utilizada por los compositores durante siglos. Sin embargo, en esta pieza la dinámica se lanza con una tensión tremenda y se mantiene, con tan solo una breve pausa, a lo largo de todo el desarrollo, de unos 15 minutos de duración. Stravinsky, el archimodernista del siglo XX, la calificó de pieza que sería “siempre actual”.

Para el mundo entero
Estas piezas, junto con la sonata Hammerklavier y la Missa Solemnis, sugieren que las adversidades personales y la desmoralización política habían llevado a Beethoven a volcarse casi completamente en su mundo interior, alejado de todo intento de compromiso dinámico con el mundo que le rodea, que marcó su periodo heroico en la primera década del siglo XIX. La narrativa al uso sostiene que el compositor había hecho las paces con la reacción política, o al menos que había dejado atrás el fervor revolucionario de su juventud. Sin embargo, su Novena Sinfonía, completada apenas tres años antes de su muerte, parece indicar justo lo contrario.

¿Qué hace que la Novena Sinfonía siga siendo tan convincente como obra de arte y como declaración política? Su obertura no se parece a nada que se hubiera escuchado hasta entonces en una obra para una gran orquesta. Los sonidos emergen de algún lugar misterioso y difuso, convocando gradualmente las fuerzas de la orquesta. Esta técnica de obertura de largo horizonte no se utilizará de nuevo hasta las sinfonías de Bruckner y Mahler, muchas décadas después. En medio de este movimiento aparece un pasaje cataclísmico en que la violencia y la ansiedad se expresan con una fuerza y disonancia que presagian la música de un siglo después, compuesta en la época de la primera guerra mundial y del colapso de los imperios europeos. La sinfonía nunca se recupera del todo de ese trauma hasta el clímax de la Oda a la alegría, más de media hora después.

Incluso entonces la conclusión triunfante no llega sin esfuerzo, con armonías inestables y un conjunto de variaciones que parecen buscar continuamente una victoria final. Los momentos postreros de la sinfonía, llenos de entusiasmo y definitivamente triunfantes, también transmiten un sentido de frenética desesperación. En pocas palabras, toda la sinfonía es una exploración musical de lucha, pero esta vez mucho más extrema y precaria que en la Eroica de veinte años atrás. En contraste con muchos de los románticos que vinieron después de Beethoven, la escala en que está escrita la música deja claro que no se trata meramente de la lucha de una persona solitaria, sino de una lucha que se desarrolla a una escala mucho mayor.

Las palabras de Friedrich Schiller que aparecen en el final lo ponen todavía más claro, con las declaraciones de “Todos los humanos serán hermanos” y “¡Abrazaos, millones de criaturas! ¡Que un beso una al mundo entero!” Estos sentimientos también estaban en flagrante contradicción con un periodo que vio la restauración de la monarquía en Francia y la represión del movimiento republicano en toda Europa.

Un icono nada pretencioso
Beethoven murió en marzo de 1827. Se calcula que nada menos que 30.000 personas asistieron al cortejo fúnebre en Viena, una ciudad que en aquel entonces tenía apenas 250.000 habitantes. Muy poco después comenzó la deificación. Monumentos como el erigido en 1845 en Bonn, la ciudad en que nació, o la escultura de Max Klinger para la famosa exposición de 1902 del movimiento secesionista, lo presentan a modo de un gran líder político o un dios de la Antigüedad.

Muchos años después de su muerte, a comienzos del siglo XX, los compositores todavía estaban luchando por zafarse de su sombra. El nombre y la imagen de Beethoven han acabado representando mucho más que su vida y su música: se han convertido en un avatar de la propia tradición clásica de Occidente. Cuando Chuck Berry quiso significar la llegada iconoclasta del rock ‘n’ roll, no tituló su exitoso disco Roll Over Bach.

Sin embargo, Beethoven fue en vida un menesteroso, y ocasionalmente una especie de embaucador cuando llegaban a publicarse sus obras y se organizaban conciertos con su música. Fue el primer gran compositor que apareció en retratos con una peluca de pelo erizado y que logró vivir como músico independiente durante toda su carrera, y no al servicio de la iglesia o de una familia aristocrática.

El mayor problema con la imagen prometeica de Beethoven es que en realidad tuvo que luchar mucho para producir sus obras maestras. De sus cartas y del testimonio de sus numerosas amistades se desprende que era una persona nada pretenciosa. Esto también se transluce en su música, que a menudo se define por su estilo heroico, pero que también nos interpela en un plano muy humano. Buena parte de su música expresa un tiempo de combate entre la esperanza de un cambio progresista radical y las fuerzas de la reacción. Este era el mundo de Beethoven, y de muchas maneras es también el nuestro.

Texto original en inglés: https://www.jacobinmag.com/2020/12/ludwig-van-beethoven-250-birthday

Traducción de Viento Sur
* Simon Behrman es profesor de Derecho en la Universidad de Londres y estudioso de la música clásica. Es autor de Shostakovich: Socialism, Stalin & Symphonies. Artículo publicado en Jacobin, 17-12-2020: https://www.jacobinmag.com/

sábado, 4 de agosto de 2018

La maldita suerte. Rosa Montero

Hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante

Siempre he pensado que la buena suerte no existe: la vida te la vas labrando con mil pequeñas decisiones cada día, con esfuerzo y con tenacidad de estalactita. Pero creo en la existencia de la mala suerte, porque hay muchísimas personas de talento que se dejan la piel y el alma como las que más en sus proyectos, y que, sin embargo, no consiguen salir adelante en sus vidas. De hecho, hay biografías que parecen marcadas por una luna negra. Personas con tal cúmulo de desgracias a sus espaldas que su destino empavorece. Son víctimas inocentes a las que un dios ciego escoge castigar.

Me sobrecogió, por ejemplo, el caso de un traductor chileno al que conocí en Berlín en 1989, cuando la caída del muro. Tenía cuarenta y pocos años, hablaba un alemán magnífico y servía de intérprete a los periodistas españoles que acudíamos en tropel a cubrir las noticias. Estuvimos varios días de la ceca a la meca, trabajando mil horas, y al final se abrió y me confió su historia. En 1973, cuando el golpe de Pinochet, él y su mujer habían sido detenidos con veintipocos años. Los torturaron a ambos de una manera aberrante y atroz que me contó. Cuando, años después, lograron salir ambos del país, intentaron quererse, pero no pudieron. La historia se rompió. Necesitaron ayuda psíquica y médica. Seguían convaleciendo, cada uno por su lado. Pero él estaba empezando a salir del pozo. Lo explicó todo muy bien. Me emocionó. Era un tipo estupendo. Seis meses después, regresé a Berlín para hacer otro reportaje e intenté contratarlo de nuevo como intérprete. Y entonces me enteré de que se había matado unas semanas antes, mientras trabajaba con un equipo de televisión. Se estrellaron con el coche y ardieron. Se abrasaron. Sigo rogando mentalmente que ya estuviera muerto. O inconsciente. No fue justo.

Hay muchos otros casos, también históricos. Como el de Polidori, médico, secretario, quizá amante y desde luego víctima de Lord Byron. De entre los muchos libros que cuentan la famosa noche en Villa Diodati en la que Mary Shelley creó a Frankenstein, recomiendo El año del verano que nunca llegó, de William Ospina, en donde se reivindica la imagen de este hombre, al que Byron llamaba, despectivamente, “el pobre Polidori”. Byron, cruel, lo destrozó: le repetía que era un inútil, que sus obras (el médico escribía) eran espantosas, que era un hombre ridículo. No parece serlo en absoluto, y aquella noche de truenos en la que los invitados de Byron se propusieron escribir cuentos de terror, mientras Mary paría a Frankenstein, Polidori creó El vampiro, el antecedente de Drácula y en realidad un retrato del chupasangres anfitrión. El destino cruel (luna negra, dios ciego) hizo que el libro se publicara bajo el nombre del vampiro inspirador, es decir, de Byron, que no se dio ninguna prisa en deshacer el entuerto. El relato fue un éxito tremendo: al principio vendía 5.000 libros al día… con el nombre del malo. Al cabo Polidori consiguió que se reconociera su autoría, pero ya era tarde, estaba emocionalmente deshecho. Se suicidó a los 25 años bebiendo ácido prúsico. Hace falta estar muy desesperado para darle a la muerte un beso tan atroz. Y su mala suerte perdura: hoy apenas si se le recuerda, y su imagen sigue estando manchada por la versión ponzoñosa de Byron: en la Wikipedia, por ejemplo, le dejan bastante mal.

De modo que yo sólo creía, repito, en la mala suerte, no en la buena. Y de pronto ha salido en la revista Nature un estudio tremendo de la Universidad de Northwestern que, tras analizar la carrera de 30.000 cineastas, artistas y científicos, concluye que el éxito viene en rachas; que estas rachas duran poco, como máximo cinco años; que por lo general sólo se tiene una en la vida, y que son un completo producto del azar. Es decir, de la buena suerte. Un veredicto aterrador que te deja tiritando. Supongo que todos nos plantearemos lo mismo: ¿La he tenido ya, no la he tenido? Si ya hubo una etapa buena, ¿el futuro sólo será decaer? ¿Importa un bledo el esfuerzo? Espero que el estudio no ande muy atinado. Mientras tanto, en este agosto en el que no nos veremos (volveré a publicar mis artículos en septiembre), les deseo que tengan mucha suerte. Por si acaso. 

 https://elpais.com/elpais/2018/07/23/eps/1532360741_105523.html

sábado, 17 de febrero de 2018

_- ¿El éxito proviene principalmente del talento, el trabajo duro o la suerte?

_- ¿Proviene de talento, trabajo duro ... o suerte?

En una manifestación de campaña en Roanoke, Virginia, antes de las elecciones de 2012, el presidente Barack Obama opinó: "Si tuvo éxito, alguien a lo largo del camino le brindó ayuda". Hubo un gran maestro en algún lugar de tu vida ... Alguien invirtió en caminos y puentes. Si tienes un negocio, no construiste eso. Alguien más hizo que eso suceda ".

Aunque Obama estaba haciendo una observación más amplia sobre el poder de la acción colectiva, como la construcción de represas, redes eléctricas e Internet, las cabezas conservadoras explotaron en el sentimiento final. "¡Sí construí eso!" Es una respuesta comprensible con la que me puedo relacionar. Investigo mis libros, edito mi revista, enseño mis cursos y escribo estas columnas (esta es mi número 200 consecutivo para Scientific American). Si no los hago suceden, nadie más lo hará. Pero luego comencé a pensar como científico social en el papel de las circunstancias y la suerte en cómo resultan las vidas. Es una experiencia aleccionadora darse cuenta de cuántas variables están fuera de nuestro control:

La suerte de haber nacido en primer lugar -la relación entre la cantidad de personas que pudieron haber nacido y los que realmente lo fueron- es incalculablemente grande, sin mencionar la suerte de haber nacido en un país occidental con un sistema político estable, una solida economía y una infraestructura sólida (carreteras y puentes) en lugar de, por ejemplo, en una casta inferior en la India, o en Siria devastada por la guerra, o en la anárquica Somalia.

La suerte de tener padres cariñosos y afectuosos que te criaron en un vecindario seguro y en un entorno saludable, te proporcionaron una educación de bachillerato de alta calidad y te inculcaron los valores de la responsabilidad personal. Si tuvieron éxito financiero, eso es una ventaja adicional porque un predictor clave del poder adquisitivo de alguien es el de sus padres. La suerte de asistir a una universidad donde asistieron profesores o mentores buenos o inspiradores que lo guiaron a su vocación, junto con una fuerte cohorte de compañeros para desafiarlo y apoyarlo, seguido de encontrar un trabajo bien remunerado o una carrera profesional que coincida con su educación talentos e intereses

La suerte de haber nacido en un momento de la historia en que tus aptitudes y pasiones particulares encajan con las del espíritu de la época. ¿Los cofundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin estarían entre las personas más ricas y exitosas del mundo si hubieran nacido en 1873 en lugar de 1973? Ambos son brillantes y trabajadores, por lo que probablemente hubieran tenido éxito en cualquier siglo, ¿pero con el equivalente de casi $ 45 mil millones cada uno? No parece probable.

¿Qué hay de la inteligencia y el trabajo duro? Sin duda, importan tanto como la suerte. Sí, pero décadas de datos de genética conductual nos dicen que al menos la mitad de la inteligencia es hereditaria, como lo es tener una personalidad alta en apertura a la experiencia, escrupulosidad y la necesidad de alcanzar logros, todos factores que ayudan a moldear el éxito. Los componentes no genéticos de la aptitud, la escrupulosidad y la ambición también importan, por supuesto, pero la mayoría de esas variables ambientales y culturales fueron provistas por otros o por circunstancias que usted no creó. Si te levantas por la mañana lleno de energía y vigor, saltas por la puerta y al mundo para tomar tu foto, no eliges ser de esa manera. Luego está el problema de las personas übersmart, (muy inteligentes) creativas y trabajadoras que nunca prosperan, por lo que obviamente existen factores adicionales que determinan los resultados de la vida, como la mala suerte ... y malas elecciones.

La voluntad, también, debe ser considerada en cualquier evaluación de los resultados de la vida, en el sentido de conocer sus fortalezas y debilidades y seleccionar caminos con más probabilidades de producir el efecto deseado. Puede tomar conciencia de las variables de influencia internas y externas en su vida, y consciente de cómo responde a ellas, y luego hacer los ajustes correspondientes, sin importar cuán restrictivos sean los grados de libertad.

Si los dados cósmicos rodaban a tu favor, ¿cómo te sentirías? El orgullo modesto en el trabajo duro de uno no es vicio, pero la arrogancia jactanciosa de la buena fortuna de uno no es virtud, por lo que debes cultivar la gratitud. ¿Qué pasa si has tenido mala suerte en la vida? Debería haber consuelo en el hecho de que los estudios demuestran que lo importante a largo plazo no es tanto el éxito como la vida con sentido. Y ese es el resultado de tener familiares y amigos, establecer objetivos a largo plazo, enfrentar los desafíos con coraje y convicción, y ser sincero consigo mismo.

Este artículo fue publicado originalmente con el título "¿Cuál es el secreto del éxito?"
Michael Shermer is publisher of Skeptic magazine (www.skeptic.com) and a Presidential Fellow at Chapman University. His new book is Heavens on Earth: The Scientific Search for the Afterlife, Immortality, and Utopia (Henry Holt, 2018).

https://www.scientificamerican.com/article/does-success-come-mostly-from-talent-hard-work-mdash-or-luck/

martes, 27 de junio de 2017

Las claves del éxito de las universidades catalanas. Los campus resaltan su capacidad de atraer a profesionales de excelencia y el polo científico que los rodea.

No hay receta para el éxito que tenga un solo ingrediente.
Tampoco para despuntar en los ranking de universidades. En todo caso, dicen los implicados, hay un cúmulo de factores. “Aunque estas clasificaciones hay que mirarlas con cuidado porque subes y bajas con facilidad”, matiza Margarita Arboix, rectora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), una de las instituciones mejor posicionadas en el informe de la Fundación Cyd (Conocimiento y Desarrollo). No hay parámetro en el que no se cuele, entre los primeros puestos, alguna universidad catalana, especialmente las que se levantan alrededor del área metropolitana de Barcelona: la UAB, la Pompeu Fabra (UPF) y la Universidad de Barcelona (UB). Su secreto, dicen, una mezcla de capacidad de atracción de talento, internacionalización y, sobre todo, calidad docente.

Las tres tienen en común el ecosistema empresarial, científico y tecnológico que las rodea. “El sistema se ve favorecido por un entorno de altísimo desarrollo, donde es más fácil el fenómeno de la colaboración. Tener un entorno rico en oportunidades, ayuda”, apunta Màrius Rodriguez, vicerrector de Relaciones Institucionales de la UAB. “Tenemos poca transferencia de conocimiento pero tenemos buena ciencia, que es la condición para avanzar y tener buena transferencia”, agrega Jaume Casals, rector de la UPF. También cuentan con mecanismos para sortear la rigidez en la contratación docente y atraer talento. “Nuestro secreto es el espíritu de renovación, la juventud y la lucha contra la telaraña normativa. Hemos desarrollado un sistema que nos ha permitido reclutar personas de otros entornos, personas consagradas a la universidad y a la investigación”, sostiene Casals. Por ejemplo, convocatorias de la Generalitat como las de investigadores ICREA para fichar talentos docentes que, por restricciones burocráticas o económicas, no podrían entrar en la rueda del profesorado con plaza fija.

Tener a los mejores docentes y cuidarlos supone un efecto llamada al talento. “El hecho de tener un buen nivel de docencia le da prestigio a tu facultad, atraes estudiantes buenos y eso es tener el talento garantizado”, sintetiza Arboix, que aboga por cuidar a profesores e investigadores y facilitarles el trabajo. “Hay que invertir en personal de apoyo para ayudarlos en sus investigaciones. La burocracia es impresionante. Hay que cuidar el talento y darle instrumentos para hacer su trabajo más fácil”, señala la rectora.

Evaluación trimestral
La última arista del triángulo del éxito es la internacionalización. “Las conexiones internacionales, la tradición de movilidad de ir y recibir gente ayuda a tejer redes internas para investigación y captar talento”, apunta Ernest Pons, portavoz de la UB. “Tenemos una clarísima vocación internacional. Los referentes más potentes los encuentras en contextos amplios”, apostilla Martínez.

A ojos del alumno, la excelencia del sistema catalán lo resume Joan Carles Rodríguez, estudiante de tercer curso de Derecho en la UPF. “Hay tres elementos que marcan la diferencia en la UPF. Primero, la calidad docente, pues la mayoría son profesores que tienen experiencias profesionales, no solo docentes. Segundo, el modelo de la UPF está basado en seminarios y evaluación trimestral, que hacen que practiquemos en grupos reducidos los conocimientos adquiridos de teoría y que seamos más constantes. Y tercero, la internacionalización: uno de cada tres alumnos hace una estancia fuera de la universidad”, concluye. Joan Carles terminará la carrera el año que viene en la Universidad Católica de Milán.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2017/05/19/catalunya/1495178078_176609.html

jueves, 18 de agosto de 2016

10 Frases de Ken Robinson

1. La imaginación es la fuente de todo logro humano.
Esta es la primera frase que te encuentras al entrar en la página web de Ken Robinson. Buena parte de su pensamiento gira en torno a varios ejes. Uno de esos ejes es, sin duda, la importancia que concede a la imaginación y, sobre todo, a la originalidad. Ken Robinson no concibe una educación que no se base en potenciar la inteligencia. Precisamente será esta inteligencia la que nos distinguirá y la que enriquecerá la sociedad.

2. Si no estás preparado para equivocarte, nunca llegarás a nada original.
Ken Robinson es tremendamente crítico con la visión de la educación actual. Uno de sus argumentos es que penaliza el error y la equivocación. Penalizar el error mientras se educa es sencillamente una paradoja, porque es a partir del error de donde podemos sacar las mejores enseñanzas. El error debe verse como un proceso positivo dentro del propio aprendizaje del alumno.

3. Las escuelas se parecen a las fábricas.
En el siglo XXI aún mantenemos una estructura educativa industrial. Ken Robinson critica que en muchos centros educativos los alumnos se parezcan más a obreros que a estudiantes. Cuestiona la rigidez de los horarios, la separación de los alumnos por edades, la descompensación horaria de las materias y el hecho de priorizar el producto manufacturado al talento y a la creatividad.

4. La creatividad se aprende igual que se aprende a leer.
El concepto de creatividad es una constante en la obra de Ken Robinson. Y en este sentido la figura del docente resulta determinante para que el alumno fomente dicha creatividad en su centro educativo. Desgraciadamente, el modelo educativo actual mata la creatividad, no potencia el talento, sino que prioriza el resultado final más que el proceso en sí.

5. Es necesario potenciar la diversidad.
Si el docente es capaz de potenciar la originalidad y el talento en sus alumnos, entonces habrá logrado algo tremendamente importante: superar el modelo industrial basado en la homogeneización del producto. Las fábricas producen. Y el producto que se crea es siempre el mismo producto. ¿Es eso lo que queremos de nuestros alumnos? ¿Es este nuestro ideal de enseñanza? Mediante la creatividad y el talento hacemos posible la diversidad. Para Ken Robinson dicha diversidad es uno de los activos más importantes que existen en la sociedad actual. Para Ken Robinson cuanto más creativos sean los niños, más posibilidades tendrán de autorrealizarse. Según Ken Robinson, la única forma de detectar talentos es hacer pensar a los alumnos de forma diferente.

6. La educación del talento no es lineal.
Otro de los grandes errores del sistema educativo actual es pensar que el conocimiento es lineal. Para Ken Robinson el aprendizaje no es lineal, sino orgánico, porque el mundo actual ha dejado de tener una concepción lineal para pasar a tener una visión global. La escuela se ha obsesionado en hacer creer al alumno que su destino pasa por la universidad. De hecho, explica Ken Robinson que en una guardería leyó un lema que decía: la universidad empieza en la guardería. Para Ken Robinson esta cita es errónea. La guardería empieza y acaba en la guardería. En eso consiste la educación orgánica. ¿Quién les puede asegurar a los niños de tres años que el futuro pasará por la universidad?

7. Los niños de ahora harán trabajos que aún no están inventados.
En la línea del pensamiento lineal encontramos esta otra frase de Ken Robinson. Actualmente, estamos enseñando en los centros educativos contenidos que no tenemos ni idea de si servirán o no dentro de un período relativamente corto de tiempo. Esto debería hacer pensar a los docentes y hacerles ver que lo que importa no es lo que enseñan, sino cómo enseñan para que sus alumnos puedan aprender por sí mismos cuando en un futuro no muy lejano deban llevar a cabo actividades que ahora ni imaginamos que desarrollarán. El saber no está en los libros de texto, sino en la imaginación y el talento que puedan desarrollar los alumnos.

8. La creatividad es tan importante en educación como la alfabetización, y por eso debemos tratarla con la misma importancia.
Otro de los grandes problemas de la educación actual es que no se da la misma importancia a la alfabetización que a la creatividad. Basta mirar la descompensación de las asignaturas de las diferentes etapas educativas. ¿Por qué puede ser? Yo creo que la respuesta es muy sencilla. Es muy fácil enseñar a leer y a escribir, pero como docentes no tenemos ni idea de cómo enseñar a ser creativos. Es por ello que debemos aumentar el tiempo que le dedicamos a preparar una sesión lectiva y bajar nuestra productividad en beneficio de la creatividad de nuestros alumnos.
Cuanto más pensemos, más creativos seremos. Si los docentes somos creativos, entonces será muy fácil enseñar creatividad en la aulas, independientemente de las materias que se impartan.


9. La gente produce lo mejor, cuando hace cosas que ama, cuando está en “su elemento”.
El concepto elemento es un término al que Ken Robinson hace a menudo referencia. Cada individuo debe buscar “su elemento”, es decir, debe ser capaz de encontrar por sí mismo o mediante la ayuda de otros sus aptitudes, sus pasiones, sus actitudes y sus oportunidades. Estos son los cuatro pilares fundamentales para el crecimiento personal de los individuos.
Tenemos la obligación de descubrir qué se nos da bien y qué nos encanta hacer. Consiguiéndolo será como podremos autorrealizarnos y contribuir para crear una sociedad mejor. De ahí que como docentes debamos superar el pensamiento ilustrado basado en el análisis y en la lógica para sustituirlo por un sistema educativo holístico, abierto, flexible y diverso. Sólo siendo creativos dejaremos de ser conformistas.

10. No es acerca de estandarizar la educación, es acerca de subir el estándar de la educación.
El error del sistema educativo actual se debe a la estandarización. Estandarizar la educación no hace más que limitar la educación de nuestros alumnos, porque frena las aptitudes y el talento. A mayor estandarización mayor fracaso escolar, mayor abandono escolar. De ahí que sea necesario modificar el paradigma educativo actual donde la mecanización de los contenidos está por encima de la búsqueda del talento.

Estas son las 10 reflexiones que he querido compartir contigo acerca de Ken Robinson

miércoles, 31 de diciembre de 2014

La educación exige emociones. El fenómeno es imparable. Los nuevos tiempos exigen desarrollar las capacidades innatas de los niños y cambiar las consignas académicas.

¿Estamos educando a las nuevas generaciones para vivir en un mundo que ya no existe? El sistema pedagógico parece haberse estancado en la era industrial en la que fue diseñado. La consigna respecto al colegio ha venido insistiendo en que hay que “estudiar mucho”, “sacar buenas notas” y, posteriormente, “obtener un título universitario”. Y eso es lo que muchos han procurado hacer. Se creyó que, una vez finalizada la etapa de estudiantes, habría un “empleo fijo” con un “salario estable”.

Pero dado que la realidad laboral ha cambiado, estas consignas académicas han dejado de ser válidas. De hecho, se han convertido en un obstáculo que limita las posibilidades profesionales. Y es que las escuelas públicas se crearon en el siglo XIX para convertir a campesinos analfabetos en obreros dóciles, adaptándolos a la función mecánica que iban a desempeñar en las fábricas. Tal como apunta el experto mundial en educación Ken Robinson, “los centros de enseñanza secundaria contemporáneos siguen teniendo muchos paralelismos con las cadenas de montaje, la división del trabajo y la producción en serie impulsadas por Frederick Taylor y Henry Ford”.

Si bien la fórmula pedagógica actual permite que los estudiantes aprendan a leer, escribir y hacer cálculos matemáticos, “la escuela mata nuestra creatividad”. A lo largo del proceso formativo, la gran mayoría pierde la conexión con esta facultad, marginando por completo el espíritu emprendedor. Y como consecuencia, se empiezan a seguir los dictados marcados por la mayoría, un ruido que impide escuchar la propia voz interior.

La voz de los adolescentes

“Desde muy pequeño tuve que interrumpir mi educación para empezar a ir a la escuela” Gabriel García Márquez

Cada vez más adolescentes sienten que el colegio no les aporta nada útil ni práctico para afrontar los problemas de la vida cotidiana. En vez de plantearles preguntas para que piensen por sí mismos, se limitan a darles respuestas pensadas por otros, tratando de que los alumnos amolden su pensamiento y su comportamiento al canon determinado por el orden social establecido.

Del mismo modo que la era industrial creó su propia escuela, la era del conocimiento emergente requiere de un nuevo tipo de colegio. Básicamente porque la educación industrial ha quedado desfasada. Sin embargo, actúa como un enfermo terminal que niega su propia enfermedad. Ahogada por la burocracia, la evolución del sistema educativo público llevará mucho tiempo en completarse. Según Robinson, “ahora mismo sigue estando compuesto por tres subsistemas principales:
-el plan de estudios (lo que el sistema escolar espera que el alumno aprenda),
-la pedagogía (el método mediante el cual el colegio ayuda a los estudiantes a hacerlo) y
-la evaluación, que vendría a ser el proceso de medir lo bien que lo están haciendo”.

La mayoría de los movimientos de reforma se centran en el plan de estudios y en la evaluación. Sin embargo, “la educación no necesita que la reformen, sino que la transformen”, concluye este experto. En vez de estandarizar la educación, en la era del conocimiento va a tender a personalizarse. Esencialmente porque uno de los objetivos es que los chavales descubran por sí mismos sus dones y cualidades individuales, así como lo que verdaderamente les apasiona.

En el marco de este nuevo paradigma educativo está emergiendo con fuerza la “educación emocional”. Se trata de un conjunto de enseñanzas, reflexiones, dinámicas, metodologías y herramientas de autoconocimiento diseñadas para potenciar la inteligencia emocional. Es decir, el proceso mental por medio del cual los niños y jóvenes puedan resolver sus problemas y conflictos emocionales por sí mismos, sin intermediarios de ningún tipo.

La base pedagógica de esta educación en auge está inspirada en el trabajo de grandes visionarios del siglo XX como Rudolf Steiner, María Montessori u Ovide Decroly. Todos ellos comparten la visión de que el ser humano nace con un potencial por desarrollar. Y que la función principal del educador es acompañar a los niños en su proceso de aprendizaje, evolución y madurez emocional. En esta misma línea se sitúan los programas de la educación lenta, libre y viva que están consolidándose como propuestas pedagógicas alternativas dentro del sistema. Eso sí, el gran referente del siglo XXI sigue siendo la escuela pública de Finlandia, país que lidera el ranking elaborado por el informe PISA.
¿Para qué sirve?

“Educar no consiste en llenar un vaso vacío, sino en encender un fuego latente” Lao Tsé

La educación emocional está comprometida con promover entre los jóvenes una serie de valores que permitan a los chavales descubrir su propio valor, pudiendo así aportar lo mejor de sí mismos al servicio de la sociedad. Entre estos destacan:

Autoconocimiento. Conocerse a uno mismo es el camino que conduce a saber cuáles son las limitaciones y potencialidades de cada uno, y permite convertirse en la mejor versión de uno mismo.

Responsabilidad. Cada uno de nosotros es la causa de su sufrimiento y de su felicidad. Asumir la responsabilidad de hacerse cargo de uno mismo en el plano emocional y económico es lo que permite alcanzar la madurez como seres humanos y realizar el propósito de vida que se persiga.

Autoestima. El mundo no se ve como es, sino como es cada uno de quienes lo observan. De ahí que amarse a uno mismo resulte fundamental para construir una percepción más sabia y objetiva de los demás y de la vida, nutriendo el corazón de confianza y valentía para seguir un propio camino.

Felicidad. La felicidad es la verdadera naturaleza del ser humano. No tiene nada que ver con lo que se tiene, con lo que se hace ni con lo que se consigue. Es un estado interno que florece de forma natural cuando se logra recuperar el contacto con la auténtica esencia de cada uno.

Amor. En la medida que se aprende a ser feliz por uno mismo, de forma natural se empieza a amar a los demás tal como son y a aceptar a la vida tal como es. Así, amar es sinónimo de tolerancia, respeto, compasión, amabilidad y, en definitiva, dar lo mejor de nosotros mismos en cada momento y frente a cualquier situación.

Talento. Todos tenemos un potencial y un talento innato por desarrollar. El centro de la cuestión consiste en atrevernos a escuchar la voz interior, la cual, al ponerla en acción, se convierte en nuestra auténtica vocación. Es decir, aquellas cualidades, fortalezas, ­habilidades y capacidades que permiten emprender una profesión útil, creativa y con sentido.

Bien común. Las personas que han pasado por un profundo proceso de autoconocimiento se las reconoce porque orientan sus motivaciones, decisiones y acciones al bien común de la sociedad. Es decir, aquello que hace a uno mismo y que además hace bien al conjunto de la sociedad, tanto en la forma de ganar como de gastar dinero.

En vez de seguir condicionando y limitando la mente de las nuevas generaciones, algún día –a lo largo de esta era– los colegios harán algo revolucionario: educar. De forma natural, los niños se convertirán en jóvenes con autoestima y confianza en sí mismos. Y estos se volverán adultos conscientes, maduros, responsables y libres, con una noción muy clara de quiénes son y cuál es su propósito en la vida. El rediseño y la transformación del sistema educativo son, sin duda alguna, unos de los grandes desafíos contemporáneos. Que se hagan realidad depende de que padres y educadores se conviertan en el cambio que quieren ver en la educación.

Fuente: El País semanal. http://elpais.com/elpais/2014/12/12/eps/1418401341_900515.html

martes, 18 de febrero de 2014

Esos curiosos bajitos


Una niña de 6 años en clase de dibujo, que no solía prestar atención, atrajo el interés de la profesora al verla inmersa en su tarea. La profesora le pregunta "¿Qué estás dibujando?", la niña contesta "Estoy dibujando a Dios", a lo que la profesora responde "Pero nadie sabe cómo es Dios", y la niña sentencia "Lo van a saber en un minuto". Es una de las anécdotas que Ken Robinson, uno de los mayores expertos en educación y creatividad, cuenta en su intervención en TED. Con mucho sentido del humor, reivindica la necesidad de respetar la creatividad de los niños y apostar por un sistema educativo que prepare a las personas para un futuro incierto. Los motores de nuestra sociedad actual son los servicios y la información y éstos requieren ideas y creatividad. Sin embargo, es curioso cómo a pesar del cambio, lo que fomenta nuestro sistema educativo y social es lo mismo que lo que se perseguía en la pasada sociedad industrial.

Como apunta Robinson cuando somos niños tenemos un instinto natural hacia la curiosidad y disfrutamos haciendo las cosas simplemente por el hecho de hacerlas, sin pensar en el objetivo. Los adultos rediseñamos lo que tienen que aprender y cómo lo tienen que hacer, favoreciendo que ese instinto tan puro se vaya apagando. ¿No se adaptaría mejor a un futuro incierto la forma natural que tienen los niños de relacionarse con el mundo? ¿No sería enriquecedor conservar la forma en la que ellos conectan con el entorno? Veamos lo que los niños hacen con completa naturalidad y que los adultos llevamos en nuestro ADN. Sencillamente, podemos despertarlo.

¡Son artistas!: El gran pintor Pablo Picasso pensaba que todos los niños nacen artistas. Tienen una facilidad asombrosa para crear, para ser genuinos, perciben la belleza de las cosas cotidianas y la plasman mediante el arte. Las disciplinas artísticas conectan con nuestra parte interior y se relacionan con la expresión de sentimientos. En 2007 El País publicó un reportaje llamado El niño que vivía en Paul Klee que cuenta como parte de la riqueza de este genial artista residía en conservar una mirada infantil hacia el mundo.

Hacen lo que les gusta: La forma que tienen de respetar sus intereses les lleva a hacer lo que de verdad les gusta, por lo que el disfrute es aún mayor. En el colegio se divierten practicando deporte, descubriendo su facilidad para la pintura o su buen oído musical. Pero muy pronto los adultos empezamos a dar más importancia a lo buenos o malos que son en matemáticas, las ciencias o la lengua y con ello les condicionamos para que consideren qué es lo importante. Abandonan la idea de ser pianista, cantante, pintor…porque no es algo que les vaya a facilitar un buen trabajo y comienzan a asociar el triunfo con capacidades técnicas. A medida que vamos creciendo nos vemos haciendo cosas que se esperan de nosotros o lo que creemos que se espera, posponiendo frecuentemente actividades, hobbies…que nos reportan satisfacción… Y es paradójico, muchos padres les dicen a sus hijos qué deben estudiar, cuando los expertos en educación aseguran que nuestros jóvenes ocuparán profesiones que aun no existen.

Viven el momento presente: Los niños viven de manera natural el día a día sin saber lo que pasará mañana. Saborean el aquí y el ahora, son auténticos. No reflexionan las emociones, simplemente las expresan como cuando se separan de su madre y lloran. Lógicamente, el proceso de socialización nos exige ir aprendiendo a controlar ciertas expresiones, sin embargo, el riesgo que corremos en dicho proceso es desconectarnos de nuestras auténticas necesidades.

Imaginan y crean: Los niños tienen una capacidad extraordinaria para hacer de una piedra un tesoro y de un lápiz una varita mágica. Las investigaciones de Vigotsky, una de las personas más influyentes en la psicología del desarrollo, destacan la capacidad de los niños para combinar elementos y crear algo nuevo, sin que sea una repetición de cosas vistas u oídas. Según él, esta facilidad de combinar lo antiguo con lo nuevo sienta las bases de la creación, la cual es absolutamente necesaria en nuestras empresas y en nuestra vida.

¡Arriesgan! Si no saben hacer algo… ¡lo intentan! Y si la frustración no les vence, pueden intentarlo una y otra vez hasta conseguirlo. Las ideas más originales nacen de no tener miedo a caer en el error y ellos no ven un muro en las posibles equivocaciones o en las consecuencias de las mismas.

Se mueven: La mayoría de los niños son inquietos, ágiles, dinámicos…y esa sobredosis de activación que a veces nos resulta molesta, es la mismo que echamos en falta cuando enferman. Ese dinamismo les hace estar llenos de vida. Robinson critica como ahora algunos niños son diagnosticados de un trastorno por déficit de atención cuando quizá lo único que pasa es que su interés está lejos de lo que consideramos adecuado.

Y sobre todo…son curiosos y alimentan su curiosidad: Su naturaleza les lleva a buscar, preguntar, en definitiva, querer saber. Aprenden entre ellos, copian a los modelos que tienen a su alrededor; y para hacerlo observan y escuchan con atención. Son aprendices naturales y la curiosidad es el motor de los logros.

Debemos fomentar un sistema que abogue por el aprendizaje social y emocional, que estimule la creatividad, la pasión, la energía y el conocimiento de los talentos personales porque es la única manera de afrontar los nuevos retos como sociedad y como personas. Así pues, aprendamos de los niños y despertemos esa parte auténtica de nosotros mismos, que nos hace sentirnos libres, creativos y, por supuesto, más felices.


Vigotsky, L.S. (1986). La imaginación y el arte en la infancia (9ªed.). Madrid: Akal

Conferencia de Ken Robinson en TED y REDES Fuente: El País.

viernes, 7 de junio de 2013

El Principito, Valentín Fuster y su libro, "El círculo de la motivación".

Es una cuestión de disciplina —me decía más tarde el Principito—.
Cuando por la mañana uno termina de arreglarse, hay que hacer cuidadosamente la limpieza del planeta.
Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs, cuando se les distingue de los rosales, a los cuales se parecen mucho cuando son pequeñitos.
Es un trabajo muy fastidioso pero muy fácil.

«Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos»

«Te haces responsable para siempre de lo que has domesticado»

«El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante»

«Esta es la caja. El cordero que quieres está dentro». Imaginación es lo que se necesita para ver lo que hay dentro, la caja es una alusión a la imaginación que los adultos ya no suelen usar.

Los baobabs: son los problemas, hay que solucionarlos antes que sean demasiado complicados, es la moraleja que nos deja el autor, cuando nos alerta: «¡Niños, atención a los baobabs!». Los niños somos nosotros. Hay que tener disciplina, cuidado, estar atento siempre para diferenciar lo bueno de lo malo y actuar en consecuencia.

Los volcanes: tareas comunes del día a día, no son un problema como los baobabs, son simplemente cosas que hay que hacer para que todo vaya bien, y hay que hacerlo aunque no nos guste, aquí se vuelve a hacer hincapié en la disciplina.

El zorro personaje medular de la historia, quien le hace ver al principito la esencia, pero también las dificultades y costos de la amistad.

XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:

-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.

Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le aconsejó el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero.

"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.

A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.

-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.

Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.

-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.

-¿Qué significa admirar?

-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.

"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje.
Antoine de Saint-Exupéry, El Principito
Leer aquí El Principito

Una introducción al libro de Fuster aquí.